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índex català      mayo - junio 2006   n° 53
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Ángel Díaz

A 5 (cinco) ex superviso(ras) y 4 (cuatro) ex superviso(res)
en 7 (siete) años de servicio técnico profesional.
Se cuantificaron inmediatos y superiores,
también los indirectos. ¿¡Vendrán más!?

Mi olfato continúa tan formidable como siempre. ¡Por ello me voy!, y antes de firmar mi carta de renuncia, quiero compartir lo que olfateé.

En una institución cualquiera de la citadina capital, más exactamente en un departamento institucional que a simple vista podría pasar desapercibido, sólo una de las puertas tenía el sistema de seguridad pasado. Todas las demás estaban abiertas de par en par. Si te acercas a la fulana puerta trancada, al girar la manija -sospechosamente- nadie responderá, pero sí insistes en el excitado sonidito de agitar el mango, una voz desde el alma, ciertamente introspectiva, te insistirá: ¡Estamos reunidos!

Soy también empleado. Y no quisiera caer en los tantos chismes laborales que rondan a ésta institución. Pero tengo que sincerarme con ustedes lectores y más, cuando me siento éticamente lesionado por las irregularidades de los demás.

Les comento que logré abrirla. De la oficina, ahora franca, no salta nadie físicamente, pero sí se abre paso, como si estuviera aprisionado -buscando por demás huida-, un fuerte vaporón, tan espeso y turbulento como el que sueltan las chimeneas de los barcos en marcha, tan malintencionado como el peo líquido que libera un liceísta en la clase de matemática para ahuyentar a la profesora y, tan lóbrego, como el que expele el tubo de escape de cualquier carcacha con problemas en el carburador.

Duchados en el respectivo efluvio, dos funcionarios se compungen en un supuesto disimulo: respectivamente, el supervisor y el supervisado; organizacionalmente, presidente y coordinador; sexualmente, hombre y mujer, para ser más concreto. De un lado de la literal franja amarilla, ella aparenta que conversa por teléfono aunque se le note simulado, sobreactuado, ¡tan igualada! (como reza el guión) a las telenovelas mexicanas.

Olfateo y me mareo, casi me vomito encima, pero continúo en la misma: oliendo. En el otro lado del océano sin agua o, en una mejor sentencia: en aquella diminuta oficina, fielmente a unos siete pasos más allá –perfectamente traducidos en años-, él escribe en la computadora. Por lo que se le sobreentiende, eso disfraza. Pero como se pretendiera insinuar, estos dos personajes no se ahogan, porque no hay vaso con agua para beber por ningún lado, ni siquiera café con leche. Mucho menos hubo infusión herbal (para pasar la congestión), como las que aún preparan las secretarias, especialmente para el relax, de tilo y toronjil, ¡eso sí!, bien hervido.

Y ni que estén petrificados se salvan nuestros dos reales protagonistas, porque a ambos los une un tufillo, un bálsamo tan corporal, pasmosamente típico, como el que emana el pan manoseado de cualquier panadería regentada por portugueses. Palabra por palabra, esa sensación que se percibe desde la nariz, podría recordar a las colonias carnales de los habitantes europeos en los meses de verano o invierno, irradiaciones que, por demás, no se reservan.

La misma sensación olfativa de la que hablamos se logra entender como esos tufos que devoran –cual pirañas del río Orinoco-, hasta la mejor sacudida de pachulí barato comprado en el abasto de la esquina. Como diría la bedel de turno que a ratos escudriña: ¡huele a guaralito e'mono!, expresión también utilizada en Venezuela para atacar a los estudiantes de bachillerato, luego de las clases de deportes. Pero les aseguro que si se entrometiera la señora jubilada, que a veces viene a saludar al presidente diría, que hiede ¡a cují!

Francamente, estoy algo mareado, y no logro dilucidar si es un sólo olor o son varios mezclados y además cortados –como cuando cualquier inexperto se equivoca en la receta de cocina-, a tal punto de querer deshacerse de ella por el hueco del lavaplatos. Pero en el lugar que paso factura, no hay lavaplatos, ni tampoco lavamanos.

Sigo oliendo. Y me da un poco de penita ajena contarles lo siguiente. Para decirlo de una manera más astral, aquel olor que corre ya sin recato, sin permiso y mucho menos beneplácito, se asemeja a otros inciensos extrovertidos. Todos: son, fueron y serán más desnudos que el mismo cuerpo, para nada recatados como nuestros ascendientes.

Continúo oliendo. Todavía tengo cierta duda sobre la mezcolanza o no de aquellos miasmas. Tengo un pálpito pero, por ahora, me lo reservo. Debo igualmente exponer que la exhalación inmortaliza, en menos de un treinta por ciento, el humo del cigarrillo. Y nadie lo duda: seguiremos fungiendo -cual acólitos-, de pacientes. ¡En éste caso, pacientes como empleados!

Sigo en lo mismo: entrometiéndome. Entre las mismas paredes a reventarse, pareciera que la emanación que evalúo, se asemeja de igual forma a aquellos particulares "aromas" que se eternizaron ya, en cualquiera de los vagones del Metro de Caracas, donde abunda un gentío sudado, arrejuntado y, para completar, sin aire acondicionado. En las horas picos se puede "apreciar" una peste, semejante a la de ésta oficina, exactamente, en la Transferencia del mismo Metro de Caracas, la Línea 2, Estación Capitolio. No lo olvide, para que cuando le toque respire profundo. En el funesto túnel del Metro donde no hay -ni habrá-, aire acondicionado, los transeúntes seguirán caminando en son de huida, como si quisieran llegar a su casa a bañarse, aunque nadie se lo dirá. ¡Pague por ese olor!

Permanezco aún con el olor en mi nariz. De crío igualmente llegué a olfatear sensaciones indecentes como ésta, al acercarme a la jaula de los chimpancés, gorilas, leones, tigres, rinocerontes, focas, camellos, jirafas, chivos y perros de agua, en el zoológico. ¡María Santísima!, al fin y al cabo, son todas éstas aterradoras fragancias que, con la máxima desfachatez, revelan lo que sucede...

¡¡¡No debió permitirse entre cuatro paredes!!!... Pero en ésa oficina emanaron actitudes y aptitudes erróneas, más si nunca hubo amor, sólo una aspiración ilícita –pero concedida-, para escalar; una sencilla razón de astucia para perdurar. Les cuento que en ésta retorcida realidad: ella continúa casada (no con el presidente); además tiene un hijo (no del presidente). ¡Y no se impresione!: ella es mi jefe, una mediocre amparada, por cierto.

Huelo reiteradamente... ¡Perdón, mil disculpas!, he decidido no sentenciar a nuestros dos incautos con un: ¡Fosss!, porque dejaría de sentirme humano. Y quizás, fue falta de inteligencia no abrir la ventana para que el "perfume" se disipara rápidamente, inexactitud en astucia de aquellos dos funcionarios.

Olfateo otra vez. Sigo oliendo. Lo hostigo y acorralo. Luego lo quisiera evadir, pero continúo oliendo. Y es que lo trato de esquivar pero no se aleja de mí. Más bien, quiere que lo huela. Perpetúa en mí... Husmeo de nuevo, luego le rehuyo al hedor, pero se avecina sin timidez. Sigo en lo que usted ya sabe: oliendo. Me rehúso, declino, escapo. Pero llego a sentir que el olor me posee, casi me viola. No lo dejo. ¡No!...

¡Por fin!, ya disipado el tufo por metros cuadrados de expansión y, de una vez consumando la bendita travesía olfativa, sinceramente ¡me da pavor!, ¡sí, mucho susto como empleado!, decirles que en aquella oficina pude llegar a apreciar, entre el carnavalesco cúmulo de olores concentrados, un hedor a entre piernas. ¡Qué nivel de concentración tan potente! Hasta el desdichado ramo de rosas rojas que reposaba sumergido en agua pestilente en un espléndido jarrón, se dio cuenta. Del mismo fue la culpa. ¡Sí, la culpa!

Me dicen que todo continúa igual: los mismos hedores, de los mismos funcionarios. Yo estoy desempleado, pero mi olfato continúa tan formidable como siempre...

 

© Ángel Díaz 2006

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Ángel Díaz
(Estado Miranda, Venezuela) es comunicador social y locutor, egresado de la Universidad Central de Venezuela. Premio Festival de Cocina de la UCV 1996-1999, que le mereció el reconocimiento al crear una nueva versión de la torta "Tres Leches" y que llevó por nombre: "Cinco Cremas". Ha colaborado como periodista free-lance de los diarios venezolanos El Universal, El Mundo, entre otros, y de las revistas Producto, Quién es quién o Supermercado, además de las páginas web www.gestiopolis.com o www.letralia.com. En la misma realizó entrevistas exclusivas a los ganadores de la II Bienal de Literatura Infantil de COFAE. Asimismo ha ejercido como docente en cátedras sobre publicidad y mercadeo para institutos de educación superior.

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