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índex català      mayo - junio 2006   n° 53
Reseñas 53

La aventura ausente

El ancla de la esperanza
Pierre Mac Orlan
Trad. Juan Manuel Ibeas
Ikusager Ediciones, Vitoria, 2006

Hay que agradecer el empeño de la editorial Ikusager por la reciente publicación de dos joyas de la literatura de aventuras, como son la celebrada El canto de la tripulación y El ancla de la esperanza, novela que ahora nos ocupa, ambas imprescindibles a la hora de completar una buena biblioteca de este género narrativo. Y debemos alegrarnos no sólo por su edición sino por la calidad y cuidado de la misma, habida cuenta del estupendo estudio introductorio de Francis Lacassin, por un lado, y del prefacio que el propio Mac Orlan elaboró para la edición de 1947 y que encontramos sin duda muy enriquecedores. El ancla de la esperanza gravita en torno a la imposibilidad de satisfacer la aventura en el mundo moderno desde el punto de vista de un jóven muchacho –Yves-Marie Morgat- quien todavía ignora que su propósito representa una quimera inalcanzable. Desde la ciudad portuaria de Brest, situada en el Atlántico occidental francés -cuyo entorno despierta la necesidad de evasión del universo que los adultos le han acondicionado con mil precauciones- serán seguidas con detenimiento las escapadas del protagonista exentas ya del componente aventuresco. La aventura con la que sueña escapa a sus designios y gira hacia lo opuesto que sus ensoñaciones habían prometido; ahí radica la modernidad de su planteamiento. En ella no tienen cabida los lugares exóticos, los mares cálidos ni el fulgor resplandeciente, sino, como el propio Lacassin sentencia, la llama temblorosa de una linterna sorda.

La novela de aventuras responde desde sus orígenes a un modelo que durante siglos se mantuvo fiel a un cánon inalterable. Desde la Odisea homérica, madre de toda la ulterior novela de aventuras, pasando por la antigua novela bizantina, hasta prácticamente el siglo XX, la condición espacio temporal de este tipo de narraciones, el abandono del héroe a la fuerza del caprichoso destino y la madurez alcanzada por el mismo tras superar la peripecia se han mantenido sin grandes alteraciones. El héroe arquetípico triunfa finalmente gracias a la pureza de su condición y la habilidad que adquiere en el aprendizaje. Como indicábamos, la pervivencia de este cronotopo novelesco todavía aparece en las novelas de Stevenson o London y sin embargo, Mac Orlan situa la acción en el siglo XVIII, el tiempo en el que las rutas abrían todavía una gran trayectoria a los audaces. Ubicar en nuesta época la necesidad de evasión resulta inapropiado, ya que el siglo XX va a aniquilar por completo el cánon de la novela de aventuras. El espacio de la peripecia se achica hasta desaparecer y la novela deberá buscar nuevas posibilidades en el espacio ajeno al héroe o en una profunda odisea interior, al estilo del Dana Hilliot de Lowry, cuando no en el desengaño y en la pérdida de la ilusión aventurera, como el Maqroll de Mutis. El ancla de la esperanza parte de modelos referentes en el género, en especial de La isla de tesoro, pero asimismo de los personajes de François Villon, de Schwob, de Defoe o Conrad, combinando todo este material de una forma similar en aparencia pero con una intención muy diversa en el fondo; ahí radica su interés. Frente al modelo de Stevenson, en el que el adolescente Jim Hawkins colma con éxito su sed de aventura, Pequeño Morgat vivirá su aventura particular en las vicisitudes del anhelo de una aventura inasible. Mac Orlan presenta al héroe de su tiempo frente a una prueba de iniciación con la que no madurará sino a través del desengaño, quedando en un punto final que le asoma al vértigo del futuro -esa imprevisible vida adulta que sabemos será consecuencia de su peripecia de juventud- y en disposición de afrontar más las decepciones de la vida que los peligros de la aventura. Con todo esto Mac Orlan nos recuerda en definitiva que la aventura es una facultad del alma y que nuestra existencia esta regida por el poder de la imaginación, única arma con la que contamos frente al pensamiento unívoco y totalitario. Con la falta de peripecia aventurera el autor sólo pretende confrontar de manera sutil, apenas sugerida, su intensidad frente al mundo real, concluyendo que la conquista de espacios libres no se logra a base de esforzados viajes exóticos, sino a través del descubrimiento de los límites que el ser humano alberga en su interior, única vía que ilumina la verdadera libertad.

El ocaso vital del artista ilumina con luz intensa su creación crepuscular. Mac Orlan consigue dejar presencia en las páginas de esta novela de la sombra de su más antigua pasión, la que combina las ansias de emprender el viaje soñado que sólo un niño puede emprender con la convicción de que el único viajero es aquel que prescinde del viaje. El placer de las aventuras maravillosas sólo existen en los libros que encierran esta virtud secreta y la indiscutible fuerza poética de la verdad que confieren a cosas ya extintas.

Carlos Vela

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Un libro para una literatura escrita en dos lenguas

Alguno de los nuestros, sobre todo Miguel Hernández i Alguns dels postres
Manuel Parra Pozuelo y Juli Martínez Amorós
Editorial Club Universitario, Alicante 2006

Parece evidente que un libro que tratase sobre los autores y las obras literarias del País Valenciano no habría de excluir ni a las obras ni a los escritores que utilizan una de sus dos lenguas. La puesta en práctica de un axioma tan evidente como irrenunciable es la que explica y justifica el título (Algunos de los nuestros i Alguns dels nostres) y el contenido de este libro, escrito como no podía ser de otra manera en las dos lenguas de nuestra Comunidad por Juli Martínez Amorós y Manuel Parra Pozuelo.

Inician su escrutinio con Aussiàs March, el más importante de nuestros poetas, que realiza el tránsito desde los modelos trovadorescos hacia nuevas formas, contenidos y rasgos estilísticos.

A continuación se aproximan a la principal obra de la literatura valenciana: Tirant lo Blanc, de Joanot Martorell, la primera novela moderna, que reúne trazos de narración de aventuras bélicas, tratado amoroso e incluso narrativa psicológica.

No obstante, tal como se pone de manifiesto, en castellano escribe sus cuentos Don Rafael Altamira y en sus páginas podemos encontrar un interesantísimo esbozo de los caracteres del que sería denominado alicantinismo o levantinismo. A través de las cuatro novelas de Blasco Ibáñez que se comentan (La catedral, El intruso, Los argonautas y Los muertos mandan) se ponen de relieve sus rasgos ideológicos y su utilización de procedimientos narrativos semejantes a los del realismo decimonónico.

Del mismo modo se hace notar que en el caso de José Martínez Ruiz no sólo nos hallamos ante un escritor que utiliza el castellano, sino ante un estilista que rescata palabras y usos procedentes de los más clásicos y venerables registros del idioma cervantino. En las obras que se comentan (Las confesiones de un pequeño filósofo y La voluntad) se nos ofrecen sus reflexiones sobre las cuestiones morales que apasionaban a sus contemporáneos y sobre otras interrogantes existenciales y vitales que preocupaban a uno de los más significativos integrantes de la generación del noventa y ocho.

Una exacerbada e hiperestésica sensibilidad adolescente, que se enfrenta a iniciáticos caminos afectivos y vitales da lugar a una poemática novela de Gabriel Miró Las cerezas del cementerio, tal como se destaca en la aproximación critica a esta obra. La imaginada Oleza, trasunto de una Orihuela clerical y ensimismada, es el escenario de El obispo leproso, otra de las novelas líricas y poemáticas de Gabriel Miró que motiva otra de las reseñas incluidas en este libro.

Juan Chabás es el protagonista de la parte de este trabajo titulada, de modo inequívoco y transparente, "Contra el injusto olvido de Juan Chabás", en la que se justifica y analiza la desafortunada consideración histórica del ilustre dianense.

La vida y la obra de Miguel Hernández ocupan una parte significativa de este libro, en el que la trascendental amistad entre Miguel Hernández y Pablo Neruda es analizada desde una doble perspectiva, por una parte, se constata la influencia de Pablo Neruda en la vida y la obra de Miguel Hernández, y, posteriormente, se describe y examina la permanente presencia del recuerdo de Miguel en la obra literaria y en las manifestaciones públicas del gran poeta chileno.

La habilidad ensayística de Joan Fuster y, en concreto, una de sus obras más representativas, Diccionari per a ociosos, ocupan un lugar destacado en estas aproximaciones críticas a algunos escritores del País Valenciano.

La poesía de Vicent Andrés Estellés, con su sólida identificación con el devenir del pueblo valenciano, y uno de sus poemarios fundamentales: Llibre de meravelles es también una estación necesaria en el recorrido crítico por algunas obras de la Literatura del nuestra Comunidad.

El camino iniciático y contemporáneo del joven Manuel, quizá trasunto de Manuel Vicent, autor de esta narración, es el que se describe en Tranvía a la Malvarrosa, novela también analizada y reseñada.

La narrativa contemporánea en valenciano ha experimentado un auge muy significativo en las últimas décadas del pasado siglo y, la novela Gràcies per la propina Ferran Torrent, que también ocupa unas páginas del texto que estamos describiendo.

Escrito en Alicante es una descripción de la actividad literaria de esta ciudad; se aborda, así mismo, la crítica de Mar de silencio, poemario original de Pilar Blanco Díaz; y se contempla críticamente Vértigo de la clepsidra, primer libro de poemas de Francisco Javier Fernández; la última de las recesiones referida a textos escritos en Alicante es la de la edición de Cantos de vida y esperanza, realizada por José Carlos Rovira , de la que se afirma que es el resultado de un trabajo solvente, minucioso y actualizado.

Finaliza esta panorámica crítica con un poema dedicado a Carlos Marzal, por su libro Metales pesados, uno de los más hermosos poemarios escritos a lo largo de los últimos años del pasado siglo y de los transcurridos en el presente.

En definitiva, una personal selección realizada sobre la nómina de los escritores y de las obras escritas en nuestro País motiva los comentarios de Algunos de los nuestros i Alguns dels nostres y, aunque puedan echarse en falta muchas obras y autores que merecerían haber sido incluidos, todos los que en él figuran son significativos, importantes y trascendentes, hasta tal punto que si no puede decirse que todos los que son están, sí puede asegurarse que todos los que están lo son y que las reflexiones criticas a las que dan lugar no pueden ser más acertadas y pertinentes.

Mª Ángeles Quintero

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¿Qué cuál es el verdadero rostro del amor?

Travesuras de la niña mala
Mario Vargas Llosa
Alfaguara, Barcelona 2006

Travesuras de la niña mala es una novela menor del renombrado escritor peruano, una novela que en mi opinión debió permanecer más tiempo en el cajón, hasta madurar una idea que en principio era genial –situar los cincuenta años de una tormentosa historia de amor, en el París de los 60, el Londres de los 70, y el Japón y el Perú de los 80 - pero quizá por las prisas de los compromisos editoriales acabó como acabó, en una buena intención. Hasta el primer tercio el lector conocedor del talento de Vargas Llosa llega a pensar que este se trae algo entre manos, que las sorpresas están al llegar, la expectativa crece junto con los toques de humor y las travesuras nada benignas de la protagonista, Lily, la guerrillera, la chilenita. Lamentablemente la lectura empieza a volverse tediosa y la trama repetitiva y superficial, un solemne ejemplo de literatura de playa, digna de olvido.

La teoría vargasllosiana del escritor deicida, del hechicero omnisciente que se borra para realzar el protagonismo de sus personajes, al estilo de un Balzac o un Tolstoi, se cae a pedazos, porque Ricardo Somocurcio piensa, habla y escribe exactamente igual que el novelista peruano. Resulta prácticamente imposible diferenciarlos, por más que el creador se haya mordido la lengua a fin de no explayarse demasiado en sus propias opiniones políticas, quizá para hacer más creíble su creación, que supuestamente carece de su nivel intelectual. Con lo cual lo único que se logra es dar una visión sesgada y mediocre de la realidad, reducida a una mera relación de observaciones, sin ninguna correspondencia de causa y efecto con la trama. Ni qué decir de las opiniones de Ricardito en relación al arte y la cultura, idénticas a las de Varguitas, pero totalmente gratuitas y caprichosas, cabe recalcar.

Por otro lado resulta cargante el tono de la novela, que raya la cursilería, lo que se aprecia o se sufre continuamente gracias a ese lenguaje tropical que abusa de los diminutivos y de los vocativos afectivos (niño bueno, niña mala, Ricardito). Debido a esto se tiene la incómoda sensación de haber metido las narices en el terreno privado de dos amantes cursis y empalagosos, o ‘huachafos’ como diría Lily. Para los hinchas de la novelística de Vargas Llosa había sido ya suficiente estocada aquella línea de la contratapa que reza: "¿Cuál es el verdadero rostro del amor?", que, como gancho publicitario, le cae a pelo a un libro de Corín Tellado, y aunque cueste admitirlo, a este libro también.

Ni los capítulos más interesantes, que a mi juicio son el segundo y el tercero, alcanzan el nivel al que nos tiene acostumbrados el autor. Más que interesantes se diría que son anecdóticos. Que el protagonista conociera en Francia a Luis de la Puente Uceda y Guillermo Lobatón, del grupo revolucionario MIR, solo es interesante en la medida que nos revela que quien realmente los conoció fue el Vargas Llosa del bigotito de las fotos en blanco y negro. Pero para la novela es totalmente intrascendente. El Londres del hippismo tiene más carne, y las descripciones que se hacen de su frenesí sexual y de sus audacias canabinosas despiertan, por lo menos en mí, una curiosidad omnívora, que no es de extrañar que luego vea aguada su fiesta con más tropiezos amorosos melifluos y llorones. Y ya está, después de esto la novela prosigue su naufragio y es un cúmulo de reiteraciones y huachaferías.

Parece increíble que el mismo autor haya escrito La guerra del fin del mundo, La casa verde, La ciudad y los perros o La Fiesta del Chivo. ¿Qué pasó, Varguitas? Así no es, ah. EEU.

© TBR 2006


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