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índex català     octubre - noviembre 2006   n° 55

Prólogo a La ruta de Occitania. Poesía reunida (1976-2006), de José Luis Giménez-Frontín

por Pilar Gómez Bedate

En el año 1989 tuve el gusto de seleccionar, organizar y prologar la antología de poesía de José Luis Giménez-Frontín que, con el título de Astrolabio, quiso ofrecer una mirada retrospectiva a la obra de este poeta, y me planteé entonces resaltar la coherencia existente entre la diversidad de la "anarquía desacralizadora" que observaba en sus primeros libros (La sagrada familia y Amor omnia) junto a la objetivación de los sentimientos lograda tanto en la concepción orgánica de Las voces de Laye como en la sabia mesura de El largo adiós : es decir en el momento de haber llegado a lo que yo consideraba una poseía de madurez y el final de una primera etapa de su obra lírica, la escrita entre 1972 y 1988.

Hoy, diecisiete años después, cuando Giménez-Frontín ha escrito otros cuatro poemarios -el último de los cuales se halla todavía inédito- el presente prólogo a La ruta de Occitania. Poesía reunida (1972-2006) supone un encuentro nuevo con la grata tarea de escribir sobre el mismo autor quien, aun manteniéndose fiel a sus exigencias primeras, ha ido desarrollando una segunda y rigurosa etapa creativa, merecedora de muy atenta lectura. Han sido Rosa Lentini, Ricardo Cano Gaviria y el mismo José Luis Giménez-Frontín quienes han seleccionado los poemas inclui dos en la presente antología y resulta evidente que, al hacerlo, el poeta y sus editores han querido poner de relieve su preferencia por aquellos registros de sus primeras obras que anunciaban o formulaban ya claramente los que serían predominantes en sus libros posteriores, así como una consecuente predilección por la producción lírica de esta segunda etapa creativa (que cristaliza en 1993 con Que no muera ese instante ), en la cual el poeta consagra recursos formales aparentemente tan distantes entre sí como el verso heptasílabo y el largo versículo poemático, junto a la contención -la desaparición incluso- del "yo" experiencial o sentimental.

Por mi parte, en las páginas que siguen, me propongo se ñalar el sentido de la fidelidad de toda la obra del poeta a las exigencias de sus primeros libros, a cuya ordenación temátic a me refería en 1989 advirtiendo que están sustentados por u na especie de topología espiritual que parte de la observación de la intimidad propia y que, después de tratar los asuntos clave de la familia, la ciudad y el amor, liberándose de los demonios familiares, alcanza la objetividad de tipo contemplativo hacia la que la empuja desde el principio la separación irónica que el poeta i nterpone entre el yo y sus conflictos. Para ello tengo que resumir unas ideas base sobre la primera época de la poesía de Giménez-Frontín y empezaré diciendo que, tras poner de relieve su condición de poeta independiente de "grupos", "escuelas" y "generaciones" e indicar su situación histórica (con la aparición de su primer libro en 1972) en el momento de la ruptura con las poéticas de posguerra, señalaba yo entonces como el primero de sus valores la exigencia anti-retórica de sinceridad consigo mismo, observable en todos los géneros de su escritura: la novela, el ensayo y especialmente la poesía, marcada con la necesidad expresiva y la búsqueda obstinada y exitosa de una voz propia tan sincera como artística. Acaso esta condición de independiente haya sido un factor determinante -pero no único: más adelante me referiré a la ambición y a la complejidad de una poética a contracorriente de buena parte de la poesía española de sus conte mporáneos-, que ha dificultado una proyección más públic a de su obra.

Me refería, después, a la voracidad vital que rebosan sus primeros libros y al orden que -para someterla- persigue en la poesía que, en sus palabras de 1972, es "la clave instrumental, el compás que hará posible no perder el rumbo por una geografía azarosa que nos desborda y que es irreductible: la pobreza y la riqueza de Ítaca, el sueño de ser felices y valientes, la extrañeza d e amar, la de no amar, el aprendizaje de la desnudez (y de l a muerte). El poema [...] será meditación, o no será. Y, además, conjuro". A mi observación subsiguiente s obre su concepto de la palabra poética como "medio de salvación, como el hilo de Ariadna que pueda conducirnos fue ra del laberinto de nuestro propio yo y el talismán capaz de descubrirnos las cosas complicadas de nuestro mundo interior, entre confusiones y dudas, y con la marca de la ebullición interior de donde proceden, [...] a golpe de furia existencial, anárquicamente, y concediendo un valor predominante a su función expresiva inmediata", el mismo Giménez-Frontín me ha hecho la salvedad, en un escrito suyo posterior, de que el tema de la salvación por la poesía tiene, en su caso, "más que ver con el intento de comprensión de la existencia que con la manera de soportarla. Con la conquista de un estado de mayor sensibilidad y, en lo posible, de mayor lucidez", cosa que, sin discusión, quiero concederle.

Asimismo, quiero hacer mías las palabras que el excelente crítico y poeta Enrique Molina Campos le dedicó a Giménez -Frontín cuando, en el extenso artículo sobre Que no muera ese inst ante (1993) publicado a raíz de la aparición del mismo libro y después de citar mi conclusión de que la poesía de nuestro autor "se caracteriza por la búsqueda esencial de la reconstrucción de s u personalidad, de cuya fragmentación él tiene conciencia r adical", planteaba que a esta caracterización habría que añadirle algunos datos importantes, como el culturalismo "que nada tiene que ver con el que habían puesto de moda los 'novísimos' (externo, decorativo, estetizante) sino que forma parte de las preocupaciones intelectuales del p oeta y cuyas lecturas de base no se correspondían (al meno s en su aparición poemática) con las de los 'culturalistas' novísimos más ostentosos", como cuando -directamente o por vía de alusión- lleva a sus poemas a Wilhelm Reich, Jean Genet o Tales de Mileto". Este registro, en nada ret órico, se incrementa si cabe en sus últimos poemarios, en lo s cuales las figuras y las obras de Casanova , Juan Rulfo, Bohumil Hrabal o Nina Gagen-Torn, entre muchas otras, se convierten en la misma materia exper imental del poema, pues, como bien ha observado Juan Carlos Elijas en La zona cero de la poesía de José L uis Giménez-Frontín , "todo se refunda en el momento de vi vir cuando hemos pasado a ser literatura". En efecto, tal vez sería mejor hablar de humanismo moderno para referirse a quienes lo cultivan de una manera profunda y equiparan las vivencias culturales a las vitales, pues justo éste es el sentido que, pasados los años de aquella moda, se descubre ahora a las vivencias culturales antiguas y modernas que nutren la poesía culta actual, como ocurre con la de Giménez-Frontín.

A propósito de esta vivencia cultural, cabe añadir a todo lo anterior que, en la obra de nuestro autor, nunca estuvo ausente una visión cívicamente ética y solidaria con los humillados y las v íctimas de todo Poder, la cual intensifica su presencia en s us últimos libros sin que se manifieste separada de su creciente registro metafísico. En ella hace suya la angustia ante la injusticia y se esfuerza por reducir el sentimiento de lo absurdo, según una cosmovisión que el mismo Enrique Molina Campos ha descrito como "la aprehensión del ser en medio de la corriente del tiempo , ambición tan antigua como el pensamiento humano y q ue implica hallar el sentido de la vida y concomitantemente el de la muerte. ¿Existencialismo a la usanza de la segunda guerra mundial?", continúa el crítico. "Contactos puede haberlos [...] pero Giménez-Frontín no desemboca en la nada ni en el absurdo sino [ ...] en la intensidad del instante, o el instante salvado por s u propia intensidad", tal como en diversas ocasiones y a lo largo de los años ha quedado manifiesto en sucesivos poemas. Valga de ejemplo la "Meditación y paradoja del flâneur ", cuya última estrofa dice:

La vida verdadera
es la que está presente,
allí mismo, a su lado.
La irrepetible y ciega
ebullición que ignora
el peso del instante
sobre la acción cumplida.

La elección aquí de la palabra flâneur , con sus connotaciones de " paseante que observa", es muy sintomática de la ironía y del desasimiento que el poeta quiere imprimir a su metafísica sin que ello la haga perder en profundidad, pues expresa m uy bien su radical desconfianza de las apariencias y, al mismo tiempo, el optimismo con que las asume, como si fuesen la única verdad: la actitud mental propia de una modernidad que él ha absorbido con el espíritu de su tiempo, acogiendo las diversas tradiciones que han conformado su cosmovisión. Esto lo resume muy lúci damente en declaraciones a la revista El Ciervo , en las cua les se sitúa no en una determinada tradición sino dentro de varias: "No tradición sino tradiciones. La simbolista, que conformó mis primeras lecturas de la adolescencia; las vanguardias, admiradas por su prometeico deseo de libertad, paradójicamente ligado a un oportunísimo varapalo al ego; también la poesía de la experiencia, que acompañó mis años juveniles; y a otros niveles más profundos de conciencia, los clásicos, los barrocos y los maestros de la mística".

En correspondencia con ello, y dentro de la complejidad que la posición de Giménez-Frontín supone, cabe señalar que, si bien su poesía se plantea, por un lado, muy inmersa en la realidad del tiempo presente, se preocupa, por otro, de religarlo a lo que podríamos llamar no ya tradición sino sabiduría universal: dos actitudes que pueden entenderse, dentro de la estética de la modernidad, como una expansión de la sensibilidad simbolista en las direcciones fundamentales en que ésta se escindió en los primeros años del siglo xx : la anotación de los instantes vividos con exaltación (que tendrían que ver inicialmente con el impresionismo verleniano), la anulación de la melancolía en una mística de la materia, cuyas raíces antiguas fueron resucitadas con tan gran éxito por el vitalismo de André Gide, y la participación en el sufrimiento humano suscitado por las guerras y las injusticias, la cual dio origen al expresionismo, corriente no señalada hasta ahora (según creo) en la poesía de Giménez-Frontín pero que es necesario tener en cuenta, pues en mi opinión explica algunas de sus características más notorias desde el punto de vista formal, entre ellas la angulosidad de los ritmos, la elección ocasional de un léxico poco bello y -añadiría- esos extensos títulos explicativos en los cuales se complace para resumir la intención y el contenido de muchos poemas con el aparente propósito de destruir el misterio que yace en ellos.

Así, espigando algunas muestras de lo que estoy diciendo en la selección de su propia poesía hecha por el autor para este libro, señalaría cómo la solidaridad con el sufrimiento humano, que es fácil encontrar en la mayor parte de los poemas de Las voces de Laye , resulta evidente desde "No le retuvo más (En la muerte de Bohumil Hrabal)", incluido en El ensayo del organista , hasta "Más allá del temido portón de los Urales..." y "Zona cero", del poemario con igual título. Y esta solidaridad, que es expresión de un sentimiento de lo ético colectivo, no puede separarse de su reflexión sobre la esencia y la existencia del bien y del mal, un registro que recogen algunos poemas meditativos, entre los cuales me gustaría destacar " Lijando madera vieja puede llegar a vislumbrarse el corazón del mal", poema versicular (perteneciente a Que no muera ese instante ) que resulta muy revelador, pues el poeta se presenta a sí mismo entregado a la tarea artesanal -fútil en apariencia- de restaurar madera, alcanzando, en el trascurso de ella, un estado de tal concentración que le permite vislumbrar razones de alta metafísica y encontrar, de pronto, en la vida de l a materia sobre la que está trabajando

    el corazón del mal, e l inocente nudo que en sí mismo acapara   la descarga de su propio deseo.
Saber que el bien no se le opone ni lo contradice, sino que lo rodea con el tenaz sigilo de los cielos abiertos.
Pue s fl uye como el magma constante de imperiosos           meandros o l a desmesurada palpitación sin principio ni fin de las mareas.

P or otra parte, el sentimiento místico de la materia (que se a bre camino cada vez con claridad mayor en la segunda eta pa de la obra del poeta) se deja entrever en la extensa secuencia de "Testa mento en Mileto" ( El largo adiós ), "En el desierto claman" o "Raga de la noche profunda" ( Que no muera ese instante ), y en los últimos poemas que pertenecen al inédito Réquiem de las esferas , libro que se anuncia como un gran canto cósmico en el sentido trascendente (pero también ético) hacia el que tiende toda la poesía de Giménez-Frontín a través de los distintos datos anecdóticos que constituyen la trama de sus poemas. Para cerrar esta sucinta enumeración de ejemplos apuntaría que la exaltación del instante plenamente vivido como otorgador de significado de la existencia impera en una colección de composiciones representada por los poemas "Esa mansa locura" ( Amor omnia ), "Aquí y ahora", "Verano" y "Patio de las doncellas" ( El largo adiós ) o "El lago" y "Premonición de otoño", junto a la serie suscitada por lugares hindúes, incluidos "En el jardín flotante" y "Amanecer en el Ganges" ( Que no muera ese instante ).

En la complejidad de esta visión de registros entreverados -dentro de la poesía de José Luis Giménez-Frontín- se descubre paradójicamente una propuesta de síntesis, que al mismo tiempo afirma la existencia de opuestos y se propone fusionarlos perfi­lando una poética de la realidad inmediata, incluso prosaica, pero d epurada o tamizada ( salvada ) por el filtro de la espiritualida d. No otra cosa vislumbra el poeta Ramón Andrés, en su prólogo a Zona cero , cuando se refiere, entre otros poemas, a "La ruta de Occitania" de la siguiente manera: "Por ello uno de los atributos de estas páginas es la ausencia de dogma, de lo cual se desprende que nada es, que nada está establecido, porque todo se refunda e n el momento de vivir. Olvidar este principio, obvio en a pariencia, ha dificultado, en no poca medida, la elaboración de una 'nueva' literatura, o tal vez sería mejor decir de una buena literatura. Acostumbrados a los textos lineales, argumentados sólo a favor de los escenarios autobiográficos -es decir, reducidos-, hemos olvidado que el pensar y el escribir, despojados de la Historia aunque sin por ello olvidarla, es precisamente recuperar lo perdido, o acaso intuir lo que nunca fuimos ni seremos. El poema no es el poder decir, sino la capacidad de dotar de significado lo que a simple vista nos es ocultado: eso que a finales del siglo xviii empezó a llamarse la vida del espíritu".

PILAR GÓMEZ BEDATE

© Pilar Gómez Bedate, 2006. El presente prólogo se reproduce aquí por cortesía de Ediciones Igitur ( www.edicionesigitur.com ).

Para la obra de José Luis Giménez-Frontín, véase barcelonareview.com/38/s_jlgf.htm   y joseluisgimenez-frontin.com/


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