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imagenClaudia Apablaza

El mejor escritor latinoamericano

 

 

      EL 20 DE DICIEMBRE de 2009, se quedaron de encontrar, en un café de Nueva York, dos escritores latinoamericanos, que habían sido catalogados por la crítica especializada como: el mejor escritor latinoamericano contemporáneo. Ellos se sentían, cada uno: el mejor escritor latinoamericano contemporáneo y no querían dejar de serlo por ningún motivo. El problema que se les presentaba hoy es que, hace una semana, había aparecido en la crítica local (digamos europea) otro escritor latinoamericano contemporáneo que había sido catalogado como el mejor escritor latinoamericano contemporáneo. Y ante esto, ellos decidieron reunirse. Desde hace poco, cada semana, estaba apareciendo en las solapas de los libros de las trasnacionales un nuevo, mejor y único escritor latinoamericano.

 

      El problema central que presentaban estos dos autores es que no tenían buena digestión, y eso también era algo que compartían. Aunque este tema de la digestión no será relatado en este texto (por diferentes motivos), pero aseguro de que es así (y espero que no se ponga en duda).

 

      Supongamos que uno es el escritor latinoamericano A, otro el B y el tercero el C. En fin, el escritor A estuvo muchos días pensando si llamar al escritor latinoamericano B. Era adicto a leer la prensa local, sobre todo la crítica de libros de todos los medios, sean éstos impresos o electrónicos. Últimamente había estado pasando por un estado de depresión muy fuerte y sólo se dedicaba a leer compulsivamente. Se acababa de separar de la mujer con la que había compartido los últimos cinco años. Ella partió sin más a casa de un pintor portugués. Él encontró, un día cualquiera, una nota en el velador de su dormitorio: “Amor, me marcho, lo nuestro no tiene ningún sentido. Me marcho a buscar eso que llaman vida. Tú me has alejado de eso que llaman vida”.

      El mejor escritor latinoamericano A citó a B para poder encontrar una solución ante esta tercera persona que era nombrada con ese encabezado. En fin, quería saber si era verdad que C era tan bueno como él. C citó a B en un café de Nueva York.

      Llegó el día de la cita. Se sentaron y comenzaron a conversar. 

      A se presentó:

      Yo soy Chanchito Olmos, se ha dicho de mí que mi literatura es la más lograda y ambiciosa de toda Latinoamérica. Que soy uno de los mejores escritores latinoamericanos de mi generación. Que soy uno de los mejores escritores latinoamericanos vivos menores de treinta y cinco años.

      B también se presentó:

      Ok. Ahora me toca a mí. Yo soy Jirafita Buenaventura. Se ha dicho de mí que mi literatura es la más lograda y ambiciosa de toda Latinoamérica. Que soy uno de los mejores escritores latinoamericanos de mi generación. Que soy uno de los mejores escritores latinoamericanos vivos menores de treinta y cuatro años.

      A presentó a C:

      Ok. Él es Caballito Seguel, se ha dicho de él que su literatura es la más lograda y ambiciosa de toda Latinoamérica. Que es uno de los mejores escritores latinoamericanos de su generación. Que es uno de los mejores escritores latinoamericanos vivos menores de treinta y tres años.

      B también presentó a C:

      Ok. Yo también tengo algo que decir. Él es Caballito Seguel, se ha dicho de él que su literatura es la más lograda y ambiciosa de toda Latinoamérica. Que es uno de los mejores escritores latinoamericanos de su generación. Que es uno de los mejores escritores latinoamericanos vivos.

      ¿Qué más podemos decir?, dijeron al unísono.

      Nada más. Ya nos hemos explayado demasiado. No hay mucho que agregar a esta conversación. Ya está todo dicho. ¡Somos los mejores! Ese punto en que ya no se puede pensar más a fondo. Ese punto que por su exactitud se asimila al estado Zen. Ese punto en que se es todo, en el que uno abarca todo el universo imaginado. Es todo y no hay espacios para que entren más divagaciones ni flatulencias siquiera. Es el estado de la totalidad universal. Vamos a esa fiesta de escritores latinoamericanos que hay en la 42nd street. Ok. Seguro estará ahí vanagloriándose de su nueva nominación. Exacto. Seguro que estará ahí vanagloriándose de su nueva nominación y nosotros ni nos enteramos. Vamos tras él. ¡Vamos! ¡Vamos directo hacia allá y no nos perdamos en el camino! Sí, has dicho algo crucial: ¡No nos perdamos en el camino! Además que creo que estará lleno de agentes literarios, periodistas de cultura que nos sacarán fotos, de editores y de traductores franceses e ingleses. ¡Oh!, vamos, por favor. Oh, sí, vamos tras esos agentes y editores y ensayamos nuestros mejores pasos de baile. Sí, estará además el New York Times. ¡Oh no! Ok, ¡vamos! Y recuerda, no nos perdamos en el camino y ensayemos nuestras mejores posturas de las bocas y hagamos muy redonda la O. Oh, sí, eso, hagamos muy redonda la O. ¡Vamos!

 

      Tomaron el metro (como dato anexo: no lo pagaron, se pasaron por debajo de las barreras. Muchos latinoamericanos lo hacen. En fin, es un país caro para los latinos. Se entiende). Fueron a la línea verde.

      A le dijo a B: ¿Qué te parece si yo me pongo A y tú te pones B?

      ¿Para qué?, preguntó B.

      Bueno, para no confundirnos.

      No le encuentro ninguna lógica, lo siento. Ni siquiera me hace gracia alguna. Incluso lo encuentro aburrido y medio estúpido para un escritor como yo.

      Bueno, imagina que en la fiesta hayan más escritores latinoamericanos nominados como los mejores... ¿Qué crees que sucederá? ¿Podrás reconocer cuál es cuál? ¿Nos reconocerán los agentes, los grandes editores, los periodistas de cultura del New York Times y esos grandes traductores?

      Mmmh, no lo sé. No sé si concuerdo con tu idea. No tiene mucho sentido.

      La tiene. Vuelve a imaginar la situación. Cierra los ojos e imagina.

      Bien, lo pensaré.

      Pasaron treinta segundos y B le dijo a A: Ok. Me parece. Pero sólo es para resguardar mi identidad. No es un pensamiento totalmente acabado. Para llegar a decirte que estoy de realmente de acuerdo contigo, debo pensar las cosas durante una semana, por lo menos. Soy un escritor serio. ¿Do you know? Esto sólo lo hago para asegurarme. Ok. Vamos, entonces. Vamos.

      Llegaron a la fiesta. Entraron. Se sacaron sus abrigos. Adentro hacía un calor espantoso. Había alrededor de cien escritores latinoamericanos. Todos hablaban de lo mismo: cada uno de ellos había sido catalogado la crítica como el mejor escritor latinoamericano vivo. El mejor de los contemporáneos. El menor de XX de años.

      Se pusieron a bailar. Todos bailaban similar. Todos bebían lo mismo. Todos eran unos X, pero con variaciones de tamaño, color de la piel y tono de voz. Todos hacían el mismo paso de baile. Todos levantaban los brazos a la misma altura. Todos se cansaban en el mismo momento. Todos repetían cada treinta minutos o cuando se les daba la ocasión: ¿Sabías que en El País me nombraron como el mejor escritor latinoamericano? O, a mí también. El mejor escritor latinoamericano vivo. A mí también. Menos mal, ya no limpiaré cañerías ni wáteres. Ay, yo también. ¿Sabías que en El Mundo y en La Vanguardia me apuntaron como el mejor escritor latinoamericano vivo? ¿Y en el New York Times? Oh, sí, a mí también, a mí también, ey, a mí también. Oh, a mí también, ey, ey, a mí también. Oh, sí... Oh, sí, a mí también, a mí también, ey, a mí también. Oh, a mí también, ey, ey. Oh, sí, a mí también, a mí también, ey, a mí también. Oh, a mí también, ey, ey. Pum, pum…

      La noche se fue entre bailes, besuqueos, agarrones de culos y la mencionada frase que ya dijimos. La frecuencia, complejidad y contenido de las conversaciones no salía de esa línea.

      Llegaron durante toda la noche personajes destacadísimos, como Naty Ramírez. Nadie la reconoció. Llegó Mario Sabio. Nadie lo reconoció. Llegó Santiago Austero. Llegó Andrés Ganador. Nadie lo reconoció. Llegó Pedro Arriba. Carlos Bela, Pedro Racolirac. María Scholedad, entre otros. Fueron llegando, durante toda la noche, los mejores escritores latinoamericanos contemporáneos menores de XX años. Nadie los reconocía. A veces, ni ellos se reconocían a sí mismos, la verdad es que nunca nadie reconoció a nadie.

      Terminó la fiesta. Se acabó el trago, la comida y la música. Todos tenían que dejar el salón. Todos estaban ebrios. No había ningún anfitrión. Todos eran anfitriones e invitados a la vez. Comenzaron a encaminarse a la puerta. Uno de ellos descubrió que la puerta estaba trabada. ¡Oh!, se escuchó un grito. ¡La puerta está trabada! ¡Oh, no! ¡Oh! ¡Ah! ¡Ah! ¡Oh noo! ¡Ah! ¡Nooooo! ¡Nooooooo! ¡La puerta está trabada!

      Comenzó un mar de chillidos y lamentos.

      Oh, no, gritó F. No puedo morir. Se ha dicho de mí que mi literatura es la más lograda y ambiciosa de toda Latinoamérica. Que soy uno de los mejores escritores latinoamericanos de mi generación. Que soy uno de los mejores escritores latinoamericanos vivos.

      Oh, yo tampoco, dijo H. Se ha dicho de mí en listas famosas que mi literatura es la más lograda y ambiciosa de toda Latinoamérica.

      Oh...no. se ha dicho. Oh, dijo G. Oh, dijo U, se ha dicho de mí. Latinoamericano, el mejor. Oh, se ha dicho, dijo K, se ha dicho, el mejor, dijo N, se ha dicho, se ha dicho, se ha dicho... Oh... Se ha dicho... de los mejores escritores latinoamericanos vivos. Gritó L, M, Ñ, G, B, C, Q, W, E, R, T, Y, U, I, O, P. Se ha dicho, el mejor... se dice, se ha dicho. ¡No puedo morir! Oh, no. Se dice, el mejor vivo. No puedo morir. Se ha dicho de mí que mi literatura es la más lograda y ambiciosa de toda Latinoamérica. Que soy uno de los mejores escritores latinoamericanos de mi generación. Que soy uno de los mejores escritores latinoamericanos vivos. Yo no puedo morir. Dijo A, M, L, G, J, la más lograda, la más... B, S, contemporáneo vivo... Z, C. Se ha dicho de mí que mi literatura es la más lograda y ambiciosa de toda Latinoamérica. Que soy uno de los mejores escritores latinoamericanos de mi generación. Que soy uno de los mejores escritores latinoamericanos vivos, dijo A, S, D, F, F, G, H, dijo J, K, L, Ñ, Z, X, C, el mejor... V, C, B, N, M, K, L. ¡Oh, se ha dicho!... ¡Se ha dicho! ¡Se ha dicho!

 

      A la semana siguiente de la desaparición, apareció la siguiente frase en las portadas de todos los periódicos de Miami, Madrid, Santiago de Chile, Barcelona y New York: Desaparecen latinos ilegales en una fiesta en un galpón de la calle 42nd street; todos latinos sin papeles, por lo tanto, el gobierno no podrá indemnizar a sus familias. Se realizan, sin embargo, labores de búsqueda.

 


© Claudia Apablaza

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