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imagenRomán Piña

La sauna

 

 

Se dispuso a sudar. A su lado había un tipo al que no había visto en su vida. Rondaría los treinta y cinco años. Era delgaducho, llevaba barba y se apoyaba la frente en las dos manos a la vez.
       –¿Qué hace? –le preguntó Nebot.
       –Me la miro –contestó el hombre.
       –¿Por qué?
       –Me he fijado en la suya y no he podido evitar compararlas.
       –¿Y quién gana?
       El hombre se puso de pie y dejó ver su desnudez.
       –No tenía ninguna duda de quién ganaba. Me la he mirado por maravillarme una vez más de lo variada que es la naturaleza.
       –No es para tanto –dijo Nebot–. Seguro que cuando se pone dura aumenta un trescientos por cien.
       –No, amigo. Se equivoca.
       –Bueno, aquí donde la ve, he de decirle que la mía no es auténtica. Me operé.
       –¿Ah sí? ¿Por qué?
       Había dos personas más en el habitáculo. Las dos sudaban la gota gorda. Les había llegado el momento de salir a ducharse con agua helada. La temperatura era de 90 grados y no podían casi respirar, pero no querían perderse la conversación entre Nebot y el hombre de la barba.
       –¿Por qué? –insistió.
       –Bueno, es que tenía complejo de picha pequeña. Como usted.
       –No, no. Se equivoca. Yo no tengo complejo de nada. A mí el tamaño me da igual. Mi problema es más grave.
       –¿Bromea? ¿Usted? ¿Tan joven?
       –Sí, la verdad. Y me viene de antiguo. Desde los catorce años. Luego, hace unos cinco años, tuve un periodo de potencia, pero pasó.
       –Qué cosa más rara me está usted diciendo –dijo Nebot, realmente asombrado–. Bueno: no es el fin del mundo. ¿Y ha probado eso de la viagra?
       –Sí. Con la viagra he conseguido tener algún sueño erótico. Nada más.
       –Pobre.
       –No crea. Se vive tranquilo.
       –A mí anoche me la chuparon.
       –¿Mucho?
       –Bastante. Pero con condón. Un rollo.
       –A mí me la chuparon una vez y decidí no repetir.
       –Comprendo.
       –No. No es lo que cree. Fue una broma. Mire, yo era muy joven. Resulta que a mi amiga Antonia le gustaba mi amigo Bernat, pero a Bernat no le gustaba Antonia. Ella le daba mucho la lata, así que un día él le dijo que bien, que se enrollaría con ella si ella antes se enrollaba conmigo. ¿Con Nofre?, dijo Antonia, ¡pero si es impotente! Me da igual, dijo Bernat, quiero que lo intentéis.
       "Antonia me llevó en su coche al dique del Oeste y me miró a los ojos con confianza. Me dijo: no voy a engañarte, esto es un favor que te hago porque me lo pide Bernat. Me parece, dijo, que será perder el tiempo intentar hacer el amor. Además no eres mi tipo. Pero como se lo he prometido a Bernat, algo tendré que hacer ¿Quieres que te la chupe? Bueno, yo no sabía si quería o no. Nunca lo había probado. Será lo mejor, dijo ella. Si una mamada no te la pone dura, es que está realmente muerta, dijo. Entonces metió su cara en mis calzoncillos. Y luego yo noté que me estiraba el pene de golpe y pegué un grito:
       –¡Ay! –le dije–. ¿Pero qué haces?
       "Ella no apartaba la cara de mi entrepierna, pero se puso a hablar. No sé lo que decía. No la entendía.
       –¡Se me ha enganchado! ¡No puedo moverme! ¡Mierda! –entendí al fin.
       –¡Ay! –yo seguía notando estirones en los pelos de mis testículos y mis ingles–. ¿Qué es lo que se te ha enganchado?
       –¡La ortodoncia! ¡Malditos hierros! –dijo Antonia.
       –¡Ay! ¡No te muevas! –le dije– ¡No hables! ¿Será posible? ¿Pero cómo ha ocurrido?
       –No sé. Es la primera vez que me ocurre.
       –¿Pero cuántas mamadas has hecho tú?
       –¡Ninguna! ¡Joder!
       –¿Lo ves? –le dije– ¡Si antes nos hubiésemos besado, esto no hubiera ocurrido!
       "En fin, aquello no había por dónde cortarlo. No íbamos a ir de aquella manera a pedir ayuda a nadie, y menos a Urgencias. Estuvimos así hablando y llorando y riendo y gritando, sobre todo yo, unas dos horas. Luego ella dijo que no podía más, que lo sentía mucho.
       –¿Y? –preguntó Nebot, preguntaron con los ojos los otros dos hombres de la sauna, humeantes y asfixiados.
       –Estiró –dijo el hombre de la barba, provocando un gesto de dolor en sus oyentes–. No, nunca más he dejado que me la chupen.
       Se hizo tal silencio que podían oírse los poros de la piel abriéndose y expulsando cada mililitro cúbico de sudor.
       –Pero le diré una cosa –añadió el hombre–. Su pene…no sé cómo sería antes. Ahora es digno de un museo. No se ofenda, pero en mi opinión no le queda bien.
       –Esto que ve aquí no es un pene, amigo. Es un millón de pesetas.
       En ese momento se desmayó uno de los dos espectadores que llevaba allí metido treinta minutos. El otro lo cogió por las piernas y lo arrastró fuera de la sauna hasta la sala de las duchas.
       –Insisto: todo ese dinero habrá servido para hacerla más grande, pero no ha quedado bien. Está torcida.
       –¿En serio? –dijo Nebot poniéndose de golpe en pie y abriendo las piernas–. ¿Está torcida?
       –Hacia la izquierda. Parece un calcetín. Un boomerang. ¿Nunca se lo habían dicho?
       Nebot pensó en Linda. ¿Habría notado la negra de la noche anterior esa rareza?
       –Me ha dejado usted intrigado.
       –Creo que a estas alturas de la conversación podemos tutearnos. Mi nombre es Nofre, Nofre Pou.
       –Está bien. Gracias. Yo soy Ignacio Nebot. Te decía que me ha dejado intrigado tu problema de impotencia. ¿Has dicho que hace unos años te estuvo funcionando?
       –Sí. Fue cosa de magia. Fue el amor. Me enamoré. Ella me dio sangre, fuerzas. Con ella mi vida dio un giro de 180 grados y mi pene alcanzó el ángulo de 45. Varias veces. Fue genial. Pero luego me abandonó. Y con ella se fue la sangre, la fuerza. Y los grados.
       –Lo siento muchísimo. Pero entonces, tienes remedio. Bastará con que vuelvas a enamorarte.
       –No, gracias. Paso. No vale la pena. En mi caso, la frase esa de "más dura será la caída" vale el doble. No pienso tropezar dos veces en la misma piedra.
       –Te voy a decir una cosa –le dijo Nebot mirándole de frente a los ojos–. Eres un gran tipo. No he conocido en mi vida a un tipo como tú. Jamás una charla sobre penes me había enseñado tanto. Te lo digo de corazón: eres un tío cojonudo. Con la gente no se puede hablar en serio de estas cosas.
       –Bueno, yo creo que los penes son una cosa muy importante. No tengo ningún problema en reconocerlo. Y hablar de penes me parece lo más normal de mundo. Hace unos años escribía un diario, y mi pene era uno de los personajes principales de aquellas páginas. Fíjate. Y si para mí, que casi no tengo, el pene llega a la categoría de actor, imagino que para el resto de los hombres es protagonista absoluto.
       –A mi mejor amigo lo perdí hace unos meses por hacerle un par de preguntas de lo más natural sobre el tema. "¿Tu mujer te la chupa?", le pregunté. Se puso histérico. "Así que no te la chupa", le dije. Por poco me rompe la cara con el cenicero. "¡Estás loco!", me dijo. "¡Has perdido la vergüenza! ¿Qué son esas cochinadas?". Yo le dije que a qué venía tanto escándalo. Le dije que él nunca había sentido vergüenza por contarme cómo le lamían el culo dos o tres alcaldes, esperando cobrar alguna comisión por la concesión de alguna licencia de obra. Eso no le sentó bien.
       –Fuiste muy duro.
       –Puede. Insisto: eres la única persona que conozco con la que se puede hablar de penes sin tapujos, mentiras ni tragedias –dijo Nebot–. ¿Por qué está mal visto hablar de sexo?
       –Alto ahí. Nosotros no estamos hablando de sexo. Estamos hablando de Medicina.
       –Tú lo has dicho. Es algo que no entiendo de la gente. A mucha gente le parece una guarrada hablar de este pedazo del cuerpo. No se considera un tabú hablar de los problemas de riñones, del corazón o la vista, pero el sexo es innombrable, excepto en los chistes verdes. Casi nunca es algo de lo que se hable en serio. Contigo es diferente.
       –Puede. Pero oye. O salimos de aquí ya o nos van a recoger con pala y escoba.

 

 

© Román Piña Valls


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foto; Román Piña VallsRomán Piña Valls (Palma, 1966) es escritor y dirige la editorial Sloper. Licenciado en Filología Clásica por la Universidad de Valencia y profesor de griego, colabora como columnista en El Mundo y como crítico literario en El Cultural. Dirige desde 1995 la revista literaria La bolsa de pipas y es autor de las novelas Y Dios irrumpió de buen rollo, Sacrificio, Stradivarius RexGólgotaLas ingles celestesUn turista, un muerto, El general y la musa, el poemario Café con amazonas y dos libros de relatos, Museo del divorcio y La bailarina rusa