The Barcelona Review

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Reseña :

 

portadaKarina Sainz Borgo
La hija de la española
Lumen, Barcelona, 2019

La primera novela de la caraqueña Karina Sainz Borgo picaba alto desde que se anunció que había sido vendida a veintidós países antes siquiera de publicarse en castellano. Uno no sabe muy bien qué esperar cuando un libro llega precedido por tanto rumor y expectativa, y lo que se encuentra al abrir las tapas es una historia escrita con las tripas, la historia de una mujer atrapada en un entorno asfixiante y por momentos tremendista donde el individuo se ve aplastado y abocado a una existencia reducida a lo más básico, a «comer o curarse, nada más». De hecho, si se hubieran suprimido las alusiones a lugares y personas reales, el lector juraría encontrarse ante una auténtica distopía, ante una especie de spin off de The Walking Dead en versión latinoamericana: «Vivir se había convertido en salir a cazar y regresar vivo», explica Adelaida, la protagonista y narradora. Desde las primeras páginas queda patente que Karina Sainz tiene puntería para el símil («aquella no era una nación, era una picadora») y facilidad para la expresión descarnada, pero la entraña que empuja su prosa no le ha impedido ser sumamente cuidadosa con la estructura del relato: con esa oposición entre putrefacción/crecimiento, siglo xx/siglo xix que se aprecia en las escenas de Caracas y Ocumare, respectivamente; con el interesante juego de asimetrías entre la vida y la casa de la protagonista y las de su vecina la española (asimetrías brillantemente resueltas con el hallazgo del recorte de periódico al final del libro), o con la intercalación de los flashbacks mediante los cuales Adelaida recuerda una Venezuela pasada y perdida. Son estos fogonazos de pasado los que, además, acaban de apuntalar la vocación omniabarcadora de la novela: como si aspirara a ser una «gran novela venezolana» al estilo de Miguel Otero Silva en Casas muertas, libro al que recuerda en más de un sentido, no solo por las imágenes, la prosa martilleada y la falacia patética, sino también por la trama atravesada por la muerte (ambas novelas empiezan, curiosamente, con la descripción de un funeral) y la presencia de unos personajes femeninos poderosos y que todo lo ocupan. Se le puede reprochar tan solo cierta urgencia —esa voluntad de hablar de todo (de la escasez, la inflación, la violencia, la santería, los apagones, la revolución...) habría requerido algo más de oxígeno del que le permiten sus 216 páginas— y algunos deslices que merman la verosimilitud de la narración en primera persona, como las explicaciones (ad usum del lector español, seguramente) acerca de ciertos referentes culturales venezolanos, como el clap, el Sebin o Miraflores. En otro orden de cosas, era de esperar que, al menos en España, parte de la crítica recibiera la novela de Karina Sainz con recelo (digámoslo claramente: un recelo político nacido de la ciega confianza en un régimen que he perdido el freno, por no decir los estribos) y algo de confusión al no hallar motivos estrictamente literarios a los cuales aferrarse para atacarla: las acusaciones de racista denotan un desconocimiento de la realidad y de la lengua rayano en lo risible, y quienes la tachan de maniquea pasan por alto que el embrutecimiento abarca a todos los personajes («Nos descubrimos deseando el mal al inocente y al verdugo. Éramos incapaces de distinguirlos», afirma Adelaida, y remata: «Nos hacían felices cosas funestas»). No: La hija de la española no va de buenos y de malos, va de supervivientes que hacen lo que sea para seguir adelante, incluso cosas malas, si es preciso.

 

© David Paradela López



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