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FEDERICO GALLEGO RIPOLL

Los círculos trazados en los mapas

Maria Cinta Montagut

 

María Cinta Montagut es una poeta de línea clara y enunciado directo. Trabaja con elementos fundamentales que no alteran ni sofistican el sentido de las palabras. Accede a lo que quiere decir, de forma sobria y convincente. El sentido de su expresión es unívoco. La soledad del poeta, de la persona, es, en ella, limpieza, concreción, desnudez, evidencia. En su trayectoria ha ido avanzando con determinación hasta instalar su poesía en un estadio de meridiana precisión. Siempre ha trabajado con los pies en la tierra y la mirada (profunda) fija en un punto mucho más allá del horizonte, que marca el sentido de su camino, de su vida. Caminar implica ir cuestionando la carcasa de la experiencia, asumir la erosión como integrante fundamental del propio recorrido. Así ha progresado con tenacidad, instalada en la importancia de una escritura veraz que es lugar donde reside el yo, y desde donde parte la propia naturaleza, configurada como una realidad expandida que se abre al mundo (al otro, lo otro) en círculos concéntricos de conocimiento que han ido abarcando, en su lógica amplitud, el amor, el tiempo y la palabra, sin contenerse en límites. Círculos a los que ahora se suma, adquiriendo mayor protagonismo, el paisaje (aunque el concepto en que se evidencia en “Nunca viajaré a Dinamarca” sobrepasa a su escueta definición). En definitiva, vida y poesía son, ahora más que nunca, el gesto de la marcha, y de ella: su avance, su postergación del límite, la oportunidad de un nuevo descubrir-se.
      La luz presente en la poesía de María Cinta Montagut es la nítida claridad de un interior iluminado con similar intensidad que el exterior: una luz objetiva que ni condena ni salva, una luz sin sombras que recorta los perfiles de objetos, panoramas y sentimientos, y que obliga al lector a implicarse en la valoración de una realidad ecuánime. El suyo es un viaje permanente en busca de ese signo intuido más allá del confín de la mirada, hacia el que va segura. Mirar hacia atrás no tiene ahora más sentido que el de valorar lo inerte, porque Montagut sabe que el vivir sólo camina hacia adelante.
      Así, “Nunca viajaré a Dinamarca”, es la crónica de dos viajes, el imaginado y los verdaderos, tal como intenta señalar la autora, sin saber que no hay confusión posible, aunque la realidad que se percibe sea la contraria a la especificada (quizás como señuelo para preservar su intimidad vulnerable) en la división en dos partes del libro.  Se diría que, en verdad, el viaje imaginado es el real, el único posible, el que aún se encuentra en gerundio, mientras que la segunda parte del libro, los viajes verdaderos, sólo constatan momentos de descanso del yo, cuando lo sustancial de la poeta sale a recorrer el hermoso ámbito ilimitado de los absolutos distantes, un yo abierto en libertad al aire infinito y fresco de la geografía remota, opuesta a la cotidiana, donde actúa interpelado por nuevos y enriquecedores acicates. La emoción de discurrir por carreteras abiertas a otros mundos permite el abandono momentáneo del yo sedimentado que tanto lastra la rutina inevitable. Y así, viaja otorgándose la posibilidad de recuperar el don de la inocencia, la niñez en los ojos y el viento en la cara, a través del frío sanador y la transparencia regeneradora de los aires de Alaska o la Columbia Británica.
      La poeta sabe que está hecha de memoria y por eso no precisa recordar: “el tiempo / ha borrado los límites / y ya no hay infancia / ni olvido”. La única premisa es el trayecto, que es el lugar en el que se establece la vida (y, en ella, la palabra). En la palabra fija la poeta su íntima realidad perdurable, y en la palabra viaja incansable, interminablemente, porque sabe que “el viaje / es solo una quimera / un movimiento inmóvil”. Y es que nunca se sale de quien somos. Incluso reitera, en dos poemas casi consecutivos, como si pensara en voz alta queriendo convencerse, que “viajar es lo que importa” y que “vivir ahora es lo que importa”, como si ambas afirmaciones fueran casi sinónimas. El presente, el presente. Pura introspección extrovertida: inteligente paradoja.
      Caminos, túneles, inciertas carreteras, calles silenciosas, ciudades lejanas... viajes que se emprenden sin maletas, quizás porque en definitiva la vida, sin más complicaciones, sólo se componga de “encontrar lo no buscado”. Paradigmático el poema XXVI: “Al paso de los años / he aprendido a vivir sin dogmas, / a ignorar la posesión de la verdad, / la fe del converso, / las grandes palabras / que hacen pequeño el mundo”. Una lucidez que libera la mirada y la capacidad de experimentar el mundo sin falsas doctrinas, sin premisas ajenas. En la poesía de María Cinta Montagut el tiempo disuelve sus extremos, se convierte en una realidad simultánea. Y acaso sólo se revisite el pasado para enterrarlo en esa “caja de madera / en el último estante del armario”, definitivamente. El único territorio posible, más allá del amor, de las pérdidas, de la costumbre, donde todo está por descubrir y dotar de vida, es el futuro anhelado: su gran viaje.
      “Nunca viajaré a Dinamarca” es un ejercicio de despojamiento del yo estable para alcanzar el yo itinerante. La soledad está en el adentro y hay que salir a los grandes espacios para poder acompañarnos de la propia mirada, y vernos, y tenernos al regresar. Nunca se llegará porque el horizonte no nos pertenece; así, viajar no admite prisa, pues se sabe que nunca divisaremos esa Dinamarca / Compostela que es el propio intento de destino, un objetivo en el más allá de la utopía. Mientras tanto, la poesía nos acompaña en su voz, como siempre, desvelándose en los detalles en apariencia menos significativos:  “un perchero / donde colgar la noche / y la mochila de los días perdidos “.
      María Cinta Montagut ha accedido a un estatus de transparencia de aparente facilidad que nos entrega una reflexión sin claroscuros, nítida. Los colores son netos, sin matices que condicionen la mirada: pañuelo blanco, bolígrafo azul, tarde roja, silencio verde, piedras grises. Una paleta esencial, básica, porque son, éstos, tportadaiempos de aligerar la mochila. La poeta nos mira desde el escepticismo de su búsqueda de certezas que trasciendan, y en nuestra imposibilidad de réplica está su logro: una vez más, con su honesta convicción, nos ha implicado en su viaje. Tras leerla, ella y nosotros nos sabemos un poco menos solos.

 

FEDERICO GALLEGO RIPOLL

 

 

Mª Cinta Montagut,
Nunca viajaré a Dinamarca,
Tigres de papel, Madrid, 2019

 

 



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