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enero - febrero 2001  num 22

Acerca del valor ulterior de la amistad

Andrés Ehrenhaus                                

1.

Cuando Yuyo Galves llegó a una edad bastante determinada, miró hacia sí mismo con el máximo detenimiento de que era capaz y llegó a algunas conclusiones básicas. En primer lugar, reconoció, no sólo no soy rico sino que a menudo paso por serios apuros económicos. Tengo, eso sí, se consoló, muchos amigos. Me pregunto, se dijo, si una cosa estará relacionada con la otra. Porque, recordó, muchos de mis conocidos -no amigos- de hace tiempo han sabido prescindir de la amistad para centrarse con mayor o menor éxito en el progreso social. Algunos incluso se han servido del fracaso de sus ex amigos para llegar más alto. Han sabido, como suele decirse, pisar cabezas. También la mía, en según qué casos, fue pisada por algunos de mis conocidos. No sé, por tanto, resumió, si achacar lo uno a lo otro, pero reconozco que la tentación es grande. Y ahora que he alcanzado esta edad bastante particular, y miro hacia mí mismo con todo el detenimiento posible -que no es mucho-, me pregunto sinceramente si merece la pena tener tantos amigos a cambio de padecer tantos apuros. En esta misma línea de pensamiento, me pregunto a la vez, continuó preguntándose, si uno y otro camino son irreversibles e irreconciliables o si, por el contrario, existe un camino mixto. Es decir, se dijo, un sistema más equilibrado de reparto de bienes materiales y espirituales.

          Yuyo Galves quedó extasiado ante la última frase que había generado su reflexión. No sabía que pudiera redondear de manera tan precisa y diáfana sus digresiones. Por lo general, la ansiedad empezaba a devorarle el final de cualquier idea cuando él todavía estaba dándole los toques iniciales. Algo debe de estar cambiando en mí, pensó Yuyo Galves, para que mis ideas no sólo se desarrollen enteras sino que hasta queden pulcras y elegantes.

          Días después, Yuyo Galves recibía la visita del ángel F. El ángel F. era rubio, muy delgado y de tez morena. Tenía el pelo rizado y anillos en todos los dedos. Venía a anunciarle la inminencia en su vida de un C3/208. Yuyo Galves no se sorprendió demasiado. Después de todo, los ángeles forman parte activa del acervo popular. Ahora bien, ¿qué demonios era un C3/208? El ángel F., un mero transmisor de datos, no se lo explicó.

2.

Un C3/208 era, se enteró Yuyo Galves poco después, un susto considerable. De carácter privado. En el caso de Yuyo, el susto consistió en una internación de urgencia en un nosocomio a raíz de un episodio abdominal. Yuyo Galves atravesó las distintas cámaras del terror más íntimo, e hizo plantón en las sucesivas antesalas. Conoció estadios síquicos que nunca había soñado. Bajó hasta los niveles más soterrados de la fragilidad personal y se bañó en las oscuras lagunas de la incerteza, que dejan una pátina indeleble de aprensión. Perdió peso hasta temer que si no lo ataban a la cama saldría volando. Se vio tieso, frío, inmarcesible, envasado en un ataúd. Horror. No, no, un ataúd no. Yuyo Galves prefería ser cremado. Sin embargo, del ataúd nada ni nadie lo salvaba. En algún recipiente hay que depositar el fiambre mientras llega la hora de disponer del mismo de una manera específica. Yuyo Galves tuvo incluso un momento para imaginar una ceremonia exótica y romántica: abandonado a las olas en una barca ardiente, repleta de flores y collares de madreperla, botellas de colores y otras ofrendas perfumadas. Sin duda, era más agradable presenciar ese tránsito, aunque fuese el suyo propio, que cualquier otro de la variante subterránea. Sobre todo porque el de la barca daba la sensación de un continuo y el del agujero en la tierra, la de un callejón sin salida. Yuyo Galves sintió que le faltaba el aire.

          El C3/208 estaba en marcha. Si se lo hubieran explicado, Yuyo Galves no estaría tan sobrecogido. No sentiría esa opresión generalizada, no sólo en el abdómen y en el pecho sino en las extremidades y la cabeza también, incluidos todos los órganos de la cara. Pero cómo iban a explicarle algo si precisamente se trataba de que sufriera un C3/208 en toda regla, sin concesiones ni excedencias.

          Durante algo menos de lo que se da en llamar una semana, Yuyo Galves vivió al borde del desahucio. Su expectativa de vida era exigua. Por razones que no alcanzaba a comprender, el proyecto Yuyo Galves presentaba fallos estructurales que lo hacían inviable a mediano y largo plazo, y dudoso a un plazo más corto. Nada de lo que había hecho o dejado de hacer podía modificar esa lápida que los médicos del nosocomio empezaban a esculpir bajo el título de “La granítica realidad (en lo tocante a J.Galves)”. Cuando la tuvieran lista, más le valía ponerse a la altura de las circunstancias. Esta era una silenciosa advertencia que Yuyo Galves no creía percibir tanto en los labios silver-blade de los médicos como en la expresión maternocerril de las enfermeras. Pero a qué altura se iba a poner él, que nunca, ahora lo comprendía bien, había estado a la altura de nada. Nunca a la altura de nada. Ni de esto ni de lo otro. De nada. Para qué enumerar ahora. Si todo iría a parar a la columna del bochorno integral. Ni siquiera podía hacer colar algún rubro en la columna del medio, la de las buenas intenciones con desigual resultado. No, todo, todo a la de la iniquidad.

          A los seis días el C3/208 cesó. Los mismos médicos que estaban esculpiendo el granito negro de su lápida le expusieron, con brutal severidad, una realidad completamente distinta. No sólo no era muy grave lo suyo sino que, sin mucho esfuerzo y con algunos cuidados básicos, sumaba todos los puntos para alcanzar una aceptable longevidad. A Yuyo Galves todas las sensaciones se le invirtieron. Pasó de la euforia del miedo al miedo de la euforia. Dudo entre besar o degollar a los médicos y tampoco supo si regalar ramos de rosas (pero, ¿con qué dinero?) a las enfermeras o si violarlas en la sórdida nocturnidad de un callejón. Aún menos supo qué opinión le merecía el ángel F., con su tez morena y sus bucles rubios. Una cosa sí tenía clara. Había emergido del pozo con una nítida determinación.

3.

No necesitó entrevistarse ni con la mitad de sus conocidos. El quinto o sexto que visitó con su propuesta agarró viaje casi al vuelo. Yuyo Galves no sabía qué motivos lo habían movido a ello ni le interesaba. Al contrario. Le interesaba no saberlos. Curiosamente, y contra todo pronóstico (y eso que Yuyo Galves, que era, por encima de todo, un ansioso empedernido, una especie de monarca de la ansiedad, había hecho varias docenas de pronósticos), ni siquiera se detuvieron demasiado en los detalles técnicos. El conocido estaba acostumbrado a resolver de un modo casi aséptico las cuestiones de negocios y, una vez resueltas, pasar a lo que muchos consideran la primera fase indispensable de toda consustanciación comercial, la de la falsa intimidad, las confesiones engañosas, los consejos a medias y la cordial desconfianza. A Yuyo Galves le bastaba con que el alcohol, otro de los aspectos que debía moderar, fuera de calidad mediana para arriba.

          A Yuyo Galves el C3/208 lo había cambiado pero no de un modo radical. Aunque a  él le habría gustado que sí. Salir mayormente renovado de una experiencia significativa era una de las aspiraciones de su vida. Pero las experiencias que atravesaba, incluso las más violentas, sólo servían para apuntalar los rasgos más flojos de su carácter. Yuyo Galves tenía lo que se denomina una personalidad poderosamente endeble. Era tan permeable que nada externo permanecía lo suficiente en su interior como para ejercer sobre él una influencia dominante. Yuyo Galves era un hombre-junco. Esa capacidad de doblegarse, de mecerse en las aguas de la laguna, le había proporcionado montones de amigos, pero también numerosos inconvenientes. Sin embargo, no podía dejar de alegrarse de una cosa: quizá por primera vez en su vida adulta (hablando en términos estándar) era consciente de que algo le hacía cierta mella. El cambio operado tras el C3/208 tal vez no era radical pero él se encargaría personalmente de que tampoco fuera efímero. ¡Qué carajo, se encargaría! Ya se estaba encargando.

          El siguiente paso de Yuyo Galves consistió en llegar a un arreglo con el conductor del camión. Este punto era delicado. A fin de hacerles más atractiva la oferta a sus conocidos, se comprometía ante ellos a que el tema del transporte corriera de su cuenta. En el fondo, Yuyo Galves lo hacía con la esperanza de que finalmente se encargaran ellos, es decir, no todos, por supuesto, sino aquel con el cual cerrase el trato. Sin embargo, el conocido con el cual cerró el trato hizo especial hincapié en que el tema del transporte fuera de competencia exclusiva de Yuyo Galves. Y puesto que no había logrado arrancarle ningún anticipo, la contratación del conductor amenazaba con arruinarle todo el negocio. Parece mentira, se dijo Yuyo Galves, que la historia con mayúsculas dependa tanto de los detalles con minúsculas. Sin embargo, continuó diciéndose, ése podría ser el resumen de la historia de mi vida. Lo pequeño acorralando a lo grande.

          En fin, de un modo u otro, y gracias a que era un hombre-junco y que la suerte es una especie de brisa que sopla en muchas direcciones y formas, acabó consiguiendo el camión, aunque tuvo que olvidarse del remolque.

4.

Irían más amontonados, sólo eso.

          Durante algunos días, los cuatro o cinco previos a la fecha convenida con el conocido, Yuyo Galves se abstuvo en lo posible de ver vis a vis a sus amigos. Cosa difícil, porque tenía muchos y los encuentros fortuitos eran inevitables. En cualquier caso, redujo al mínimo la amistad de cuerpo presente y se limitó a establecer, para no levantar roncha, contactos más impersonales como el telefónico (aunque no desde casa, porque le habían cortado la línea por deficiencias en el pago) o el epistolar. Bueno, a ver. Epistolar suena muy pomposo. Además, Yuyo Galves no era precisamente un artista de la misiva. Mucho menos de la misiva masiva. Por tanto, su comunicación epistolar de aquellos días previos consitió, esencialmente, en una nota entregada a la portera de un amigo al cual le pedía prestada una escalera porque creía llegada la hora de darle, le decía, una mano de pintura al recibidor de casa. Es cierto, por lo demás, que mantuvo otros contactos, pero todos ellos por estricta necesidad y sin pasarse ni un gramo de frívolo.

          La convocatoria, en cambio, la resolvió de la siguiente manera. Entre las numerosas amistades de Yuyo Galves había un núcleo incondicional de mujeres ponderadas, liberadas tiempo atrás de la opresión de sus maridos y dispuestas a lo que fuera, siempre dentro del marco legal. Este núcleo estaba en interconexión casi constante y funcionaba un poco como unidad de choque del quehacer amistoso, es decir, que ejercía funciones tanto de correveidilato como de asistencia urgente al despechado, escolta teatral o derribo/apuntalamiento doméstico. Eran mujeres curtidas pero sensibles y conservaban intacta una gran ingenuidad, lo cual hacía aún más temibles sus reacciones. A ellas recurrió Yuyo Galves. Bastó que hablara con una (con Gladis) para garantizarse la participación activa y entusiasta de todas.

          Yuyo Galves invirtió sus últimas monedas en bajar a la cabina pública y telefonear a Gladis Blum. Gladis, le dijo, soy yo, Yuyo. Quisiera pedirte un pequeño favor. Estoy organizando una fiesta sorpresa para M. (un amigo común) y necesitaría que... Etc. Va a ser muy loco pero muy divertido, Gladis, le aseguró. ¿Y a quiénes se lo digo?, preguntó Gladis Blum. A Todos. Todos, a pesar de su aparente ambigüedad, era una consigna muy clara. Gladis no pidió ninguna aclaración.

          Dos días después, Todos esperaban en el lugar y a la hora convenidos. Al rato llegó Yuyo sentado en la tractora del camión, al lado del conductor. Ambos se bajaron y, sin perder tiempo, abrieron las compuertas traseras de la caja y Yuyo exortó a Todos a meterse dentro. Rápido, rápido, después les explico, dijo. Cualquiera con un poco más de suspicacia y menos confianza habría reparado en un hecho: Yuyo apartaba la mirada, eludía ver las caras, sonreía de un modo general. Cuando Todos hubieron entrado, el conductor y él cerraron las compuertas. A decir verdad, casi era mejor así, sin remolque. Es cierto que irían un poco más apretados, pero la operación había sido más ordenada, más limpia. Pocas cosas le habían salido tan redondas en su vida. Después de todo, alguna mella profunda sí que le había hecho el C3/208.

          Siete minutos después llegó el conocido. Apenas necesitaron hablarse. Para qué. Cuanto antes liquidaran el trámite, mejor. El conocido le entregó una bolsa de cuero negro cargada de billetes y Yuyo Galves le entregó la carga del camión.

          Había vendido a Todos sus amigos. Pero Todos no eran todos. Muchos habían quedado fuera de la transacción. Los más perezosos, los indispuestos, los ausentes momentáneos, los menos incondicionales o los que no tenían especiales motivos para homenajear a M. Con ellos podría iniciar Yuyo una nueva etapa de vida, más escrupulosa, madura y relajada.

Corolario

Dos años y medio más tarde, Yuyo Galves recibió una segunda visita del ángel F. ¿O debería decirse del ex ángel? F. había renunciado al angelato en pos de la realización de ciertas ambiciones personales y, al fracasar éstas, sus diligencias para recuperar el puesto despreciado habían resultado infructuosas. Ahora, en un último intento desesperado, hacía la ronda de los antiguos beneficiarios o usuarios de sus servicios angelicales a fin de solicitarles una retribución, del tipo que fuera (siempre dentro de lo práctico, se entiende), en memoria de su profesionalidad. ¿Y a cambio?, le preguntó Yuyo Galves. Nada, contestó el ex ángel F., a quien se le habían vaciado de anillos la mitad de los dedos. Me voy como vine. ¿Nada?, dijo Yuyo Galves. Y sin el asomo de una duda, lo echó a patada limpia hasta la calle.

© 2001 Andrés Ehrenhaus   

Esta texto no puede reproducirse, archivarse ni distribuirse sin el permiso expreso del autor. Rogamos lean las condiciones de uso.
biografía

Andrés Ehrenhaus nació en Buenos Aires en 1955 y vive en Barcelona desde 1976. Es traductor de inglés y francés, y ha traducido a Aldiss, Aylett, Barthelme, Dantec, Al Gore, Kerouac, Poe, Shakespeare y Van Sant entre otros. Ha publicado dos libros de relatos (Subir arriba, Sirmio, Barcelona, 1993; y Monogatari, Mondadori, Barcelona, 1997) y uno de entrevistas junto con Jorge Pérez (El futuro es esto, Reservoir Books, Barcelona, 1999). El presente relato pertenece a La seriedad, que Mondadori publicará en febrero de 2001.

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