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índex català     enero - febrero 2007   n° 57
Véase la reseña de Nocilla dream en ese mismo número.

Nocilla Experience (fragmentos)

Agustín Fernández Mallo

 

I

Mira, Sandra, ¿te gusta?, y Jota extiende un paquete rectangular sobre la cama. ¿Un regalo?, dice Sandra, Qué sorpresa. Sí, responde él, Hoy hace 6 meses que estamos juntos, ¿no? Sandra lo toma entre sus manos. Desgarra el papel y aparece un pesado volumen titulado La Biblia en Manga. ¡Joder! Qué chulo, Jota, ¿qué es? Pues es vuestra Biblia, pero dibujada con estética de cómic japonés, e incluso con insertos de personajes de los cómics Manga, un buen tocho, acaba de publicarse. Sandra pasa al vuelo las viñetas de colores llenas de hombres y mujeres de grandes ojos, y esa noche, para celebrarlo, compra huevas de trucha escandinava y una botella de champán La Viuda Clicquot, que devoran metidos en la cama mientras se ríen viendo la lucha libre americana en una pequeña tele portátil que ella tiene al fondo, sobre una silla de formica. Después Jota se calza unas bragas rojas por encima del apretado pantalón de su esquijama, un pasamontañas peruano de colores, y una toalla atada al cuello por capa, y se tira muchas veces sobre Sandra [que se defiende bastante bien], al grito de ¡SuperJota al ataque!, en el cuadrilátero improvisado de la cama. Esa noche hicieron el amor con profundidad, y se durmieron con la tele en marcha. A eso de las 7 de la mañana, a Sandra le despierta el zumbido de la tele y, desvelada, se prepara un café, el cuerpo parecía encogérsele de frío bajo la bata, ve por la ventana de la cocina despuntar el sol tras el tejado de la Tate Modern Gallery, regresa con la taza a la cama, y allí, medio sentada con la almohada entre la espalda y la pared, coge entre sus manos La Biblia en Manga que, desplazada por la lucha libre americana, había quedado tirada en el suelo, y pasa las hojas con detenimiento. Encuentra en unas cuantas viñetas del Nuevo Testamento lo que, seguro, es el dibujo de su propio rostro: sus gestos más llamativos, incluso su ropa, el bolso de Vuitton, las mismas gafas de sol con el anagrama 212 en la patilla, sus deportivas All Star; la representación consistía en una mujer que ayudaba a completar el Vía Crucis a Jesucristo ofreciéndole agua aun a riesgo de que un macarra, claramente sacado de Akira 2ª Parte, acabara con su vida. Un poco más adelante encuentra a Jota entre una multitud, vestido de romano. Echa un trago de café. Escucha la lenta respiración a su lado, pone la mano sobre el cuello de Jota y nota el latir de su arteria entre las líneas de su mano, azar de líneas que se entrecruza con el vector de la sangre, y permanece mirando la nieve del televisor un buen rato, hasta que se introduce más adentro en las sábanas; aún huelen a semen. Deja La Biblia en el suelo, y cae profundamente dormida sobre su espalda.

II

Por fin han encontrado las armas de destrucción masiva. Las tenía el dictador ocultas en su propio cuerpo. Y sólo era una, cuidadosamente cosida a su estómago. Una cápsula de 1 cm3 unida a un micromecanismo cuántico adjunto que podría ser activado mediante un control remoto mental. En efecto, con sólo concentrarse precisamente en ese punto del estómago, y dirigir ahí toda la fuerza de los pulmones e intestinos en virtud de una técnica adquirida por viejos métodos de respiración yoga, el citado micromecanismo se activaría soltando un veneno que haría morir al instante al dictador. La destrucción masiva vendría dada por un efecto dominó: la oleada de inmolaciones en cadena que prevé el Corán Tipo-B para estos casos, a imagen y semejanza de esa otra reacción en cadena que damos en llamar “nuclear”. Cristianismo, budismo, islamismo, y tecno-laicismo en un solo relámpago. 

III

Es decir, que Mihály trabaja en un hospital cuya edificación data de 1925, radicado en la ciudad de Ulan Erge, Sur-Oeste de Rusia, entre Ucrania y Kazajstán. Este hospital, en su día, llegó a ser un centro de referencia en cirugía pediátrica que la burocracia estaliniana fue desprestigiando ladrillo a ladrillo, y que la caída del muro de Berlín terminó por decolorar. Aunque las grandes cristaleras, sujetadas por unos no menos impresionantes pilares de acero, sigan en pie, hace tiempo que los pacientes y el personal sanitario no ven el orgullo de su propio reflejo cuando miran a través de ellas, sino únicamente la vasta extensión de una ciudad coloreada por aritméticos graffitis, bloques de edificios de los 50 y 60, y ruedas de bicicleta. Incluso Mihály vio un día la foto del hospital en una página web dedicada a ruinas arquitectónicas del Siglo 20, junto a otras fábricas alimentadas por carbón, centrales nucleares desmanteladas e inoperantes altos hornos; bajo la foto se leía: “Antiguo Almacén de Carne de Vacuna, Ulan Ergo, 1925”. Mihály es cirujano de partes blandas, lo que en este hospital equivale a decir que es cirujano de todo menos de huesos; lo llaman por megafonía para que acuda inmediatamente al quirófano. Atraviesa pasillos de azulejo azul cielo y cuando llega, los ayudantes tienen ya al chaval sobre la gran mesa de mármol que la Dirección ha rescatado de una antigua sala de despiece de un cercano matadero de vacuno. Una simple apendicitis: un adolescente que se comió 1 kilo de caramelos en menos de una hora. Es una operación que podría hacer con los ojos cerrados, así que en tanto que disecciona, recuerda a Maleva, una joven becaria de Medicina General a la que conoció hace 3 o 4 años, y de la que se enamoró sin ser correspondido. Habían coincidido en la cola del comedor y él le explicó dónde coger el pan y los cubiertos. Después, tras varios encuentros en las salas de curas y pasillos principales, una tarde-noche que Mihály se había quedado a terminar informes atrasados, se dieron de bruces en uno de los antiguos pasillos que ya nadie frecuentaba y que comunicaba [aún comunica] las dos alas más modernas del complejo hospitalario. Se besaron. A ciegas atravesaron una antigua puerta sobre la que ponía Estudios de Medicina Dialéctica, y apartaron también a ciegas todo tipo de herrumbrosos aparatos metálicos que se apilaban sobre una mesa, para, al final, negarse ella a consumar el acto: lo emplazó a la semana siguiente, en su casa; Mihály anotó la dirección en la manga de la bata; lo primero que encontró. Algo nunca visto lo transporta de súbito del recuerdo de Maleva a la apendicitis que tiene entre manos: ha encontrado en el intestino del muchacho un cofre de plomo del tamaño de un dedal. Lo observan todos detenidamente y se deciden a abrirlo. Dentro hallan una cápsula que resulta ser Yodo 131 (I131), radiactivo, perfectamente protegido por un envoltorio de parafina, que el muchacho intentaba pasar de contrabando de Ucrania a Kazajstán, confesó cuando se despertó de la anestesia.        

  © Agustín Fernández Mallo, 2007

Este texto no puede reproducirse ni archivarse sin permiso del autor y/o The Barcelona Review. Rogamos lean las condiciones de uso.

 Agustín Fernández MalloCARNÉ: Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967) es físico y poeta. Autor de los poemarios Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus (2001), Creta lateral Travelling (2004) y Joan Fontaine Odisea [mi deconstrucción] (2005), y de la novela Nocilla Dream (Candaya, 2006). Estos fragmentos pertenecen a la novela inédita Nocilla Experience, segunda pieza de una trilogía que culminará Nocilla Lab. Véase la reseña de Nocilla dream en ese mismo número.

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tbr enero - febrero   n° 57

r e l a t o s

Flavia Company: Padre e Hijo
Agustín Fernández Mallo: Nocilla Experience (fragmentos)
Carlos Horacio Armagnague: Verónica
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e n s a y o

Miguel de Cervantes Saavedra: ¿médico-escritor o escritor-médico?
VVAA. 

p o e s í a

Carlos Vitale, premio de traducción Ángel Crespo 2006
Por Rosa Lentini

«Del metileno y del amor»: la poesía  de Antonio Gamoneda
por Javier Pérez Escohotado

r e s e ñ a s

Nocilla dream
Agustín Fernández Mallo
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William S. Burroughs 
El alma está en el cerebro
Eduardo Punset


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