biografía del autor

gaviotaJaime Rodríguez Z.

Ven, toca a nuestra puerta

 

 

Hoy han venido nuevamente esas horribles personas. Stanley ha metido su hocico de tortuga en todas las habitaciones. Llevaba un horrible jersey verde de tres botones y unos pantalones caqui que hasta un borracho de Dogtown pensaría dos veces antes de ponerse. Helen lo ha mirado por el rabillo del ojo y me ha parecido que estaba a punto de decir algo pero se ha callado. Después se ha puesto a hojear una de las revistas de moda que suelen dejar en el sofá las zorras que tengo por compañeras de piso mientras su marido procedía a hacerme el interrogatorio de rutina sobre el estado del sistema eléctrico, el detergente que usamos en el lavavajillas y el tipo de cera que empleamos en el suelo de vinilo. Y ha vuelto a hacer ese gesto extrañísimo cuando quiere ser sarcástico conmigo: vuelve su fofa cara de abuelo degenerado hacia un punto vacío y sonríe como si tuviera un amigo invisible o algo así. No entiendo bien la dinámica que se montan estos dos pero da bastante asco. Se han marchado como a las seis, y he pensado que era la hora perfecta para bajar a tomar una copa en el Regal Beagle. Allí me he encontrado con Janet y después de un par de aperitivos nos hemos venido a casa juntos. Le he contado de la visita de nuestros caseros pero no ha parecido importarle demasiado. La verdad es que a Janet nada parece importarle demasiado. Salvo sus malditas plantas. He preparado una cena rápida y nos hemos bebido una botella de Chardonnay. Mientras llevaba los platos a la cocina he tropezado con la alfombra justo en el momento en que Janet abría la puerta batiente y de alguna forma hemos acabado los dos en el sofá rodeados de espagueti. He tenido que contenerme al sentir su aliento en mi boca y ella lo ha notado. Parece hacerle gracia. En realidad, a ambas parece hacerles gracia todo. Antes de meterme en la cama, solo, no he podido evitar hacer uno o dos comentarios sobre sus estúpidas plantas y ella se ha limitado a empujarme suavemente para dirigirse a su habitación. Me he cepillado los dientes y he notado con disgusto que alguna de las dos ha cambiado la pasta dental. La nueva tiene un fuerte y desagradable sabor a hierbas y es bastante menos agradable que la que usamos habitualmente, con un suave aroma de menta. He pensado en hablar con ellas sobre el tema en la mañana. No es que yo sea un maniático o algo así, pero pienso que no sirve de nada que lleguemos a un acuerdo sobre los productos de uso común si después van a tomar decisiones tan arbitrarias como cambiar la puta pasta. No he podido conciliar el sueño así que me he puesto a repasar algunas recetas. Finalmente me he masturbado pensando en Janet, me he dormido poco después de las tres y he soñado que las tropas de Văn Tiến Dũng  desembarcaban en Santa Mónica. Las chicas y yo contemplábamos el espectáculo de las ballenas muertas desde una de esas estúpidas bicicletas para tres.

       Tengo problemas con el pollo Crilly. En clase lo he solucionado como he podido: he reemplazado las cebolletas chinas por ajos tiernos. Pero después me ha costado corregir la textura de la salsa agria. El decano Travers ha irrumpido por sorpresa en la sala y ha anunciado las nuevas bases del certamen anual. De pronto he pensado que podría cocinarlo. Cocinar al decano Travers. Lo he pensado justo antes de que sacara su sucio culo de mi clase. La idea me ha sorprendido un poco.

       Mientras esperaba el autobús de regreso a casa ha ocurrido algo extraño. No ha sido nada extraordinario en realidad. He visto el coche de nuestro casero salir de Ocean Drive y detenerse en Pico. Luego he visto a la bestia caminar hacia el mirador. No sé por qué pero me he puesto a seguirle. Al llegar a la playa se ha descalzado y se ha sentado en la arena. Después ha sacado una lata de cerveza de ese viejo bolso que siempre lleva encima y se la ha bebido hablando solo. Yo me he quedado en una de las banquetas del malecón y lo he observado durante unos veinte minutos. Hasta que he tenido la desagradable sensación de que podría verme de un momento a otro y he decido caminar el resto del trayecto a casa. No quiero que tenga ideas extrañas, eso es todo. Me he encontrado a Janet dormida en el sofá y me he quedado mirándola un buen rato. Se ha despertado de pronto y no me ha dado tiempo de disimular. Qué estás mirando ha dicho. Yo he hecho como que no entendía de qué hablaba y me he ido a la cocina. He preparado tres bocadillos de queso y como aún era media tarde he metido tres cervezas en la congeladora. Me he dado un duchazo frío y he salido cubierto solo por la toalla. Janet estaba devorando su bocadillo y bebiéndose su cerveza en la mesa de la cocina. Después, no sé muy bien por qué, he recogido algo de ropa del tendedero y me la he puesto casi en sus narices. Se ha quedado mirándome un segundo y luego ha empezado otra vez con su charla habitual sobre orquídeas paphiopedilum. He cenado rápidamente y le he preguntado si le apetecía bajar al Regal Beagle a tomar una copa, pero ha dicho que no. Antes de irme le he contado mi pequeña aventura con Stanley en la playa, pero no ha parecido interesarle demasiado. Al salir me he tropezado con el escalón.

       No la recuerdas, ha preguntado Jim mientras me ponía las tres copas. La estabas cantando el día que llegaste, ibas borracho como una cuba y te quedaste dormido en la bañera. Ven toca a nuestra puerta, te estábamos esperando. Le he dicho que me deje en paz y él se ha quedado mirando las dos sillas vacías a mi lado y ha hecho un gesto que no he logrado descifrar pero que ha sido sumamente irritante. Jim puede ser sumamente irritante cuando se lo propone. Además creo que va detrás de una de las chicas, o de ambas. Me da igual, puto camarero de mierda, casi no puedo soportar a esas zorras. Mientras sorbía mi amarga bebida he pensado en una o dos maneras de cocinar al decano Travers. Es una idea que me ha estado dando vueltas en la cabeza. Pero enseguida me he aburrido y he pedido otro Martini Dry & Sour. Janet ha aparecido sola finalmente y ha ocupado las dos sillas libres: en una ha depositado su culito de florista y en otra una planta monstruosa y fétida por la que se supone que algún idiota le pagará muy buen dinero. Odio cuando hace eso. No tiene ninguna consideración por los demás. Le digo que haga el favor de dejar una silla libre pero me mira pestañeando mientras da un sorbito a su bebida amarilla. Nos hemos quedado casi hasta media noche y justo antes de irnos Janet me ha soltado un rollo muy denso sobre su padre y sobre lo duro que fue para ella crecer en San Diego. En la escuela fue un infierno ha dicho. No era especialmente atractiva. Me gustaban todos los tíos que no debían gustarme. Podría hacer todo un catálogo de maltratadores, empollones de izquierdas, opositores o subnormales profundos a los que me he follado sin querer. El Pastor lo sabía, pero hacía la vista gorda o tenía demasiada fe en el buen criterio de su hija. Después se ha quedado en silencio un rato. Y ha sido como si algo, no una persona, sino una risa metálica y lejana se riera de nosotros. A veces quisiera que fueras diferente, a veces me gustaría que fueras simplemente estúpida como una secretaria rubia o una enfermera o una estudiante de veterinaria. Cuando me  ha parecido que estaba lo suficientemente borracha le he dicho vámonos. Pero al llegar a casa se ha encerrado en su habitación y yo he notado que los platos del desayuno seguían en la mesa de la cocina. Uno de los tres panecillos de Sauco estaba intacto. Una fila de hormigas subía por la pata derecha de la mesa.

       Me he despertado con algo de resaca pero enseguida he pensado en preparar un estupendo desayuno. Las chicas han limpiado la cocina y el salón y por una vez no hay bragas y medias colgadas en la ducha. He tocado la puerta de su habitación pero no he recibido respuesta así que he decidido echar un vistazo. La cama de Janet estaba desordenada y tibia. He pensado que tal vez deba aumentar la temperatura de cocción del pollo Crilly. Solo un par de grados durante los últimos minutos. Entonces he oído el ruido de la puerta y por alguna razón he temido que fuera alguna de ellas y que me tomara por una especie de degenerado husmeando en su ropa interior o algo así. He intentado esconderme en el armario a toda prisa pero la puerta estaba atascada y al tirar de ella me he dado un golpe en la frente y he caído sobre la alfombra, así que he decidido esconderme debajo de la cama. Me ha parecido increíble que no se hayan dado cuenta. Luego he visto los pies descalzos de Janet, he visto la toalla azul caer bruscamente, he sentido su peso sobre el colchón mientras se ponía las medias a toda prisa y sus manos han rozado mi rostro al buscar a tientas los zapatos negros de taco alto. Solo unos grados más, durante unos minutos. Luego se ha marchado pero yo he permanecido debajo de la cama recordando los días de entrenamiento en la Marina hasta quedarme dormido.

       Stanley ha entrado en casa sin llamar. No sabía que estabas aquí, campanita, ha dicho. Y ha vuelto a sonreírle a su amigo invisible. Vivo aquí. He venido por el libro de la señora Roper. Entonces he recordado que hace varias semanas Helen dejó una novela cuya cubierta parecía haber sido mordida por un perro. Algo sobre una mujer embarazada caminando con una maleta. Por el hueco de la cubierta vi un dibujo a lápiz de un hombre negro y debajo la palabra Christmas. Me gustó mucho el nombre. He pensado que si tuviera un perro le llamaría Christmas. Christmas Snow. Le he dado el libro a Stanley.

       Me he puesto a preparar el almuerzo. Bocadillos de atún. Mantequilla de maní. Pollo. Apio. Las chicas deben de haberse ido de fiesta porque no he oído un solo ruido en su habitación durante toda la mañana. Hacia medio día ha salido Janet vestida con una camiseta de los Bears. Quieres que vayamos a la playa ha preguntado mientras bebía zumo directamente de la botella. He metido los tres bocadillos, las tres Root Beer y las otras cosas en un morral y hemos bajado en bicicleta por Main hasta South Beach Park. La luz del sol tenía algo de artificial a esa hora. Era mejor. Como si todo esto fuera parte de un mejor comienzo y todas estas personas estuvieran aquí solo para dar testimonio de algo que jamás podrían comprender porque solo tienen una parte del conocimiento y nosotros fuéramos los protagonistas y el fingir formara parte de una decisión, una comedia que empezara con una canción sobre nosotros y tuviéramos un espacio al que solo le faltara un rostro. Los Roper han pasado a nuestro lado y al reconocernos se han detenido un momento. Por primera vez he notado que el cabello naranja de Helen es real. Nos han dicho que se mudarán a Florida. Helen se ha mostrado resignada y feliz. Ya han vendido el edificio. Un tal Furley. Stanley no ha dejado de mirar ambiciosamente nuestro almuerzo. Sobra éste, ha dicho. No. Entonces se han mirado con cara de circunstancia y se han marchado del brazo. Me he quedado mirándolos un buen rato pensando en el libro que dejó Helen en casa. El de la mujer embarazada y la maleta. Debo inventar una forma verdaderamente original de cocinar al decano Travers. Cuando me he girado Janet estaba llorando. Jack, ha dicho. Tienes que acabar con esto. Y no he sabido cómo explicarle que está confundiendo las partes. Que en esta parte no se acaba nada, aunque lo parezca. Que éste es el comienzo y, de alguna manera, uno de los muchos comienzos. Pero he preferido guardar silencio y alimentar a las gaviotas. Eso es. Solo nosotros tres. Alimentando a las gaviotas. En un día soleado.

 

Biografía:

Jaime Rodríguez Z. (Lima, 1973) Es poeta y periodista. Fue redactor de la revista Lateral, y en la actualidad codirige la revista literaria Quimera. Ha publicado el poemario Las ciudades aparentes.