Luis de León Barga
La noche de Manhattan
Todo el que ha tenido intimidad con la noche, como dijo el poeta norteamericano Robert Frost, (...) ha visto un luminoso reloj contra el cielo que proclamaba que la hora no era buena o mala, pero los que han tenido tratos con la noche de Manhattan nunca han mirado reloj alguno salvo que estuvieran presos del insomnio en las tinieblas de sus casas.
Cualquier noche también se nutre de la oscuridad. Incluso en Manhattan, donde todavía existen grandes espacios en los que la oscuridad reina, aunque justo es reconocer que gracias a su gasto en electricidad, Manhattan fue una de las primeras ciudades del mundo que convirtió a la nocturnidad en una fiesta, al explotar sin freno el invento de su compatriota Thomas Alva Edison.
Tal vez por eso Manhattan es mucho más hermosa de noche que de día. O al menos así lo creo. Vista desde el aire con todo su esplendor lumínico, puede parecer que se ha llegado a la capital de otra galaxia, debido a sus edificios gigantescos que se elevan hacia el cielo en señal de agradecimiento hacia el poder y dinero conseguido por las empresas y dueños que los construyeron, pero una vez que pisamos la calle, vemos otras realidades que dependen del dinero que llevas en la cartera de tu bolsillo.
Aún así, siempre cabe la posibilidad de buscarse la vida, de intentar elevarse por encima de tus posibilidades, que es lo que hacen todos los habitantes de esta ciudad y de todo el mundo con mayor o menos éxito.
Eso sí, puedes salir solo, porque solos viven una gran mayoría de sus habitantes y eso propicia que no se pierda el tiempo, hagas lo que hagas y vayas donde vayas. En cualquier local entrarás en conversación con alguien que te examinará de una forma sutil con preguntas que le servirán para hacerse una idea de si sirves para lo que él o ella desea, salvo que tu objetivo sea pasear sin más por la noche, aunque debes andarte con cuidado pues ricos y pobres comparten distancias cortas y cada uno expresa su manera de ser y creer sin cortarse un pelo. No olvides que estás en el país de la gente sin complejos.
Aunque solo, siempre te sentirás reconfortado por el ruido de Manhattan, un bramido que nada tiene que ver con el del ganado o la humanidad, si no con el de un motor de un avión listo para despegar, y que no cesa nunca. Un símil de energía y potencia que al principio te llama la atención, como el humo que sale de las alcantarillas en invierno, pero luego, cuando te vas de la ciudad, lo echas de menos.
Es la mezcla del tráfico, el bullicio de la gente, los barcos que surcan el río, los aviones que cruzan el cielo, los helicópteros que sobrevuelan los tejados, las sirenas de los coches de la policía y ambulancias… y que encajonado entre sus torres no tiene forma de diluirse.
Si la ciudad no se para nunca tu tampoco, y menos en la noche que es una aventura donde todo es posible, solo o acompañado, y la oferta, la mas completa del mundo. Mientras caminas por las amplias aceras, o entras en los teatros, clubs de jazz, bares, locales de copas o donde sea, hay gente de todas las razas, alturas, edades, estilos, pesos y tamaño, y es mejor no sorprenderse ni mirar demasiado si tu vecino es un clon de algún personaje de Mad Max para evitarte complicaciones, salvo que estés en un local cualquiera para conocer gente.
Si el norteamericano es pragmático el neoyorquino lo es hasta la médula. Con los amigos se hace vida de casa, cenas, juegos, fiestas y, si se sale, se va a ver algún espectáculo o concierto porque la gastronomía no es un tipo de ocio muy extendido y la oferta de espectáculos y conciertos es abrumadora y de calidad.
Pero justo por eso, los lobos y lobas solitarios siempre vuelven con una pieza entre los dientes a su guarida que puede ser una mansión o un apartamento donde para entrar hay que quitar la bicicleta y dejarla en el descansillo, que los alquileres están por las nubes. Incluso ahora, con la ayuda de la red, el trabajo previo se hace a través del chat así que nunca sabes lo que te vas a encontrar porque la realidad va siempre por delante de la ficción, como bien sabe todo novelista.
Para los más osados siempre queda subir más allá de la calle cien camino de Harlem, que ya está bastante amansado, o bajar al sur de la punta de la isla donde aún quedan algunos islotes de autenticidad y piedad química. Pero si de verdad quieres jugártela, no te queda más remedio que ir hacia Brooklyn, no el que mira a Manhattan, donde vivía Norman Mailer, ni el barrio de los judíos ultraortodoxos, si no más lejos, o subir hasta el Bronx o cruzar el río camino de Nueva Jersey.
Allí el alumbrado está roto en muchas calles, la pobreza salta a la vista y la oscuridad protege todos los tráficos, desde la prostitución hasta el menudeo de drogas, aunque cierta gente no necesita de estas emociones porque puedes conseguir lo mismo en edificios con porteros y traficantes que calzan zapatos de Prada y te sirven lo que quieras sin pistola ni metralletas, lo mismo que las chicas más guapas pueden ir donde tu pidas, siempre que vivas en lugares decentes, pues en Nueva York rige una ley no escrita que todo el mundo conoce, y que se podría resumir en aquello de dime donde vives y te diré cuanto ganas, porque no es una cuestión de barrios al estilo europeo, sino de trozos de calles.
Por eso puedes vivir en un barrio de mala fama sin peligro, porque sabes donde puedes ir y donde no, aunque oigas el chirrido de un freno, tres disparos y las sirenas de los coches de las luces azules. Pero eso hoy día, cada vez ocurre más lejos del centro de Manhattan, convertido en un escaparate de lujo, y a diferencia de los años ochenta, puedes regresar a tu casa sabiendo que has tenido intimidad con la noche, pero no una noche cualquiera, si no la verdadera, aquella en la que no deseas saber qué hora es.
Acquainted with the Night
BY ROBERT FROST
I have been one acquainted with the night.
I have walked out in rain—and back in rain.
I have outwalked the furthest city light.
I have looked down the saddest city lane.
I have passed by the watchman on his beat
And dropped my eyes, unwilling to explain.
I have stood still and stopped the sound of feet
When far away an interrupted cry
Came over houses from another street,
But not to call me back or say good-bye;
And further still at an unearthly height,
One luminary clock against the sky
Proclaimed the time was neither wrong nor right.
I have been one acquainted with the night.
© Luis de León Barga
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Luis de León Barga es escritor y periodista. Nació en Roma, donde por motivos familiares y profesionales vivió más de veinte años. Actualmente trabaja en la agencia Efe, donde es el responsable del departamento de Documentación y Análisis. En 2010 publicó la novela Nuestra amiga común, firmada como Luis Barga. Ha colaborado en diferentes suplementos culturales como Babelia, o de otros diarios ya desaparecidos, así como en distintas revistas y fanzines: La Luna de Madrid, Álbum Letras Artes. Los durmientes es su segunda novela, que acaba de publicar Fórcola.