Andreu Navarra
Drogas, apocalipsis y andróginos: Andrea Víctrix, de Llorenç Villalonga
Ganadora del Premi Josep Pla de 1973, y publicada por Destino, Andrea Víctrix constituye una auténtica rareza en la narrativa catalanobalear de la época. Deudora directa y confesa de las distopías de Aldous Huxley, presenta un mundo caracterizado por el endiosamiento de la ciencia y la tecnología. Como indica en el prólogo, la diferencia esencial entre Andrea Víctrix y Brave new world es que en la segunda, el mundo imaginado no guardaba relación con el pasado real: Vilallonga sí quiso confrontar la realidad (su realidad) de 1965 con la de 2050. Otra diferencia es el humor: nos encontramos ante una sátira volteriana, con un estilo desenfadado totalmente opuesto a la seriedad de Huxley. Vilallonga se desmelena y acumula despropósitos, toda clase de situaciones ridículas, y lo hace inventándose un antihéroe que fue congelado en 1965 y que emerge de su sueño ochenta y cinco años después, en un mundo en el que convergen ruinas de la sociedad del reinado de Alfonso XIII y las novedades más llamativas y grotescas, que asimismo no son más que derivaciones de las locuras colectivas de la Guerra Fría. En el mundo vilallonguesco, Estados Unidos y Rusia han desaparecido porque un incidente fortuito activó los misiles nucleares que acabaron con las dos potencias hegemónicas, dejando el mundo en manos de unos Estados Unidos de Europa con capital en París. Al parecerm uno de los dos presidentes, no se llega a saber si el norteamericano o el soviético, mata una mosca sobre el botón rojo y desencadena un doble invierno nuclear.
Palma se ha convertido en Turclub, un lugar plastificado y con rascacielos, en el que no existen ni la historiografía, ni la comida sólida, donde la lírica es porno, donde las necesidades sexuales se ventilan en locales en los que se celebran orgías gratuitas, donde la prostitución es gratis y casi obligatoria, y en donde casi no existe la diferenciación de género entre los ciudadanos. Los camareros forman la Alta Aristocracia. La familia está prohibida. Nadie tiene padre y madre. El ser humano ha dejado de ser vivíparo y, por esta razón, se va asexuando. Quien muestra sentimientos, o un ápice de rebeldía romántica o de capacidad de ensueño, es trasladado a un violento manicomio de forma inmediata. Un mundo donde resulta moral atropellar a los transeúntes, porque morir de un accidente es lo natural cuando lo natural (y lo divino) es lo artificial. Un mundo en el que los pelotaris se arrojan niños vivos que son aplastados contra el suelo, para que el público sienta el placer de contemplar la muerte de un niño, donde resulta inmoral ponerle trabas al placer por monstruoso que sea, donde el sadomasoquismo es la norma, en la desesperada y nihilista búsqueda de placer a cualquier precio. Un mundo donde lo normal y habitual es transvestirse. El soma en Turclub sí desgasta y erosiona el organismo: los ciudadanos de Turclub abrevian su vida ingiriendo enormes cantidades de drogas y estimulantes. Hacerse viejo, parecer reflexivo, escribir, apreciar un paisaje, es herético. Y la pena de muerte se aplica indiscriminadamente, porque nadie se interesa por la compasión o por cualquier tipo de emotividad individual.
Andrea Víctrix contiene párrafos auténticamente proféticos: Vilallonga avanza y acierta cuando señala que los clubes de fútbol han olvidado el fútbol para convertirse en centros burocráticos de mercadeo de fichajes. Avanza y acierta que las empresas farmacéuticas han sustituido a los médicos, y la gente, en lugar de comer, se medica, según lo que le sugiere la todopoderosa propaganda. Acierta en que ya casi nadie va al sastre y todo el mundo utiliza ropa de almacenes. Describe con minuciosidad la obsolescencia programada de neveras y otros electrodomésticos, el mejor síntoma de que el capitalismo se ha adentrado por derroteros enfermizos. Dejar de consumir, no comprar robots ni transistores, se considera algo impúdico. Nadie puede integrarse si no se endeuda hasta las cejas adquiriendo productos tan inútiles como contaminantes. La gente se suicida cada vez más. Los políticos son elegidos por su apariencia, y no representan ideario alguno. La sociedad de Turclub vive anestesiada bajo un totalitarismo que se desmorona. Nadie es feliz, pero nadie osa confesarlo, porque resulta herético ser infeliz o encontrar gusto en la recreación emocional. Porque la intimidad, la sexual y la emocional, está prohibida, y todos los cuerpos y todas las almas son propiedad de todos. Lo cual significa que son propiedad del Estado, el nuevo Dios.
Andrea Víctrix es también el relato del fin de un sistema dictatorial, de una revolución apocalíptica. Teniendo en cuenta que fue terminada en 1973 y publicada al año siguiente, resulta inverosímil no pensar que hay en ella guiños al franquismo agonizante. Este régimen que intenta aparentar liberalismo, pero que reprime y asesina a lo loco, dando palos de ciego, nos recuerda mucho a la España de los años 70, donde el ansia de libertad no era asfixiada por el incipiente consumismo. Además, la novela se inscribe de lleno en el contexto de la Guerra Fría: las contradicciones de los dos sistemas antagónicos parecen oponerse al espiritualismo liberal que profesa el autor a través de su protagonista. La novela mezcla muchos géneros: intercala disparatadas conferencias ideológico-económicas que son parodias de nuestro mundo: Vilallonga nos inyecta dosis de lucidez en esperpénticos discursos políticos.
¿Hasta qué punto el infierno inhumano de Turclub se parece a nuestra sociedad? Porque es realmente inquietante lo que se parecen nuestras ciudades a lo imaginado por Villalonga. Solo que, ahora, todo esto no tiene gracia. Océanos agotados, humo por todas partes, tensiones irrespirables, hambre disimulada por el buen aspecto de la población…
Los habitantes de Turclub toman soma, así como la novela toma demasiados elementos de su novela nodriza: esta naturaleza subsidiaria, en un primer momento, le resta valor. En el nuevo mundo, los dirigentes aplicaron lo que denunciaba Huxley, es decir, que se propusieron construir una utopía social considerando que la distopía era un sueño socialista y deseable. Sin embargo, a partir de la mitad de la novela, la obra gana muchos quilates, porque se convierte en un auténtico diálogo filosófico. Y la interconexión conceptual entre el siglo XX y los acontecimientos de Turclub apartan la obra del seguidismo. Lo que le interesó al autor, sobre todo, fue denunciar los excesos de la modernidad, preguntarse acerca de los límites de la Humanidad y sobre el contenido y significados de la vida humana, confrontando su síntesis imaginada de sociedad socialista y ultracapitalista con su liberalismo humanista de formación. Interesaba al autor de Bearn analizar una quiebra de la “sensibilidad y moral clásicas” que verificaba hacia 1970, y no tiene reparos en admitir que se trata de una novela “conformista”, esto es, antimodernista o antiprogresista. Lo explica en el prólogo. A Vilallonga le preocupaba su presente, la guerra atómica y la deshumanización desenfrenada, y no la Era Fordiana. No quiso alejar su mundo del nuestro (del suyo). Y profetizó la divinización del consumo, la estupidez y la apariencia jovial. Los diálogos entre el desorientado protagonista recién descongelado y Andrea Víctrix, importante figura política del Partido Único que gobierna al mundo, son emocionantes y constituyen lo mejor del libro. El resultado de toda esta amalgama es un relato espasmódico y alucinado, acumulativo y grotesco, dieciochesco, verdaderamente original, único y relevante en su contexto literario.
© Andreu Navarra
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Andreu Navarra (Barcelona, 1981) es autor de El espejo blanco. Viajeros españoles por Rusia (Fórcola, 2016), El ateísmo. La aventura de pensar libremente en España (Cátedra, 2016), El regeneracionismo. La continuidad reformista (Cátedra, 2015), 1914. Aliadódilos y germanófilos en la cultura española (Cátedra, 2014), El anticlericalismo. ¿Una singularidad de la cultura española? (Cátedra, 2013) y las novelas El prostíbulo (Libros en su tinta, 2014) y Nube cuadrada (Isla Negra, 2012).