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Si tuviéramos que hablar de las cubiertas de libros, tendríamos que empezar por lo
obvio: ¿venden libros?
Las editoriales las usan para atrapar nuestra atención -atraer nuestra mirada- y para
que escojamos un libro de un autor desconocido, leamos los comentarios publicitarios, el
argumento súpercomprimido, y lo compremos. Verdaderamente simple. En ellas se trabaja con
las viejas técnicas publicitarias, todos los clichés incluidos: el señuelo de los
colores brillantes, la familiaridad y seguridad de un cierto tipo de imaginería, la
rápida identificación de ciertos temas si aparecen convenientemente
"uniformados", el asombro que provoca lo nuevo, lo llamativo, lo sencillo o lo
pícaro. Como en las fiestas, donde tan pronto como el vínculo común entre los invitados
se ha establecido, éste sirve como una llamada a la comodidad para todo el mundo. Pero en
el caso de los libros, a esta llamada le sigue un contacto físico más rápido si cabe,
incluso antes de que aparezca alguna seductora mentirijilla. Ahora que los discos
compactos se protegen con plástico duro, las cubiertas de los libros son únicas en
explotar el sentido del tacto con miras a una mayor venta.
A fin de que manoseemos el producto, las cubiertas y las sobrecubiertas han
evolucionada para que nos parezcan "gustositas" de tocar: sus letras en relieve,
la portada troquelada para permitirnos espiar la siguiente página, la variedad de tintas
y texturas que piden ser acariciadas, sopesadas, amasadas. Llevándolo un poco más allá:
una vez me encontré con una sobrecubierta que se desplegaba en un póster, genial para
sorprender al cliente en la librería pero que hizo que me preguntara: "¿Porqué ?
Porqué razón había ido más allá de su finción de proteger el libro ?"
Me gusta muchísimo acariciar las portadas de los libros en público, sin ningún pudor,
pero sólo recuerdo una ocasión en la que puedo afirmar que fue la cubierta la que
realmente motivó para examinar el contenido del libro más atentamente y para,
finalmente, compralo, y otra única ocasión en que compré un libro exclusivamente por su
portada.
Lo primero ocurrió hace algunos años en la librería Dillons, de Gower Street
(Londres). Allí, dos calaveras con una mueca parecida a una sonrisa captaron mi atención
desde cierta distancia. Una inspección más cercana me reveló un libro titulado Trainspotting.
Las calaveras eran dos caretas y aparecían en una fotografía en la cual la pose de los
modelos no parecía muy estudiada. La máscara de la izquierda no estaba bien colocada en
la cara del que la llevaba, de manera que ocultaba sólo un ojo: el otro ojo parecía que
estuviera mirando algo encima de mi hombro izquierdo. El tipo de la derecha estaba más
cerca, pero aparecía desenfocado, y sus ojos miraban por encima de mi hombro derecho.
Molesto.
La palabra "Trainspotting" estaba escrita en relieve sobre fondo plateado,
con un tipo de letra que los pasajeros de tren británicos están muy acostumbrados a ver.
En blanco, lo que parecía ser la reseña de un crítico, tan excesiva que no podía ser
real, ¿o sí lo era? "El mejor libro escrito por hombre o mujer se merece vender
más ejemplares que la Biblia" Rebel Inc . Así que dos tíos raros que
llevan máscaras de Halloween, un título que te recuerda a una gente gris que con su
papel y su boli esperan al siguiente tren como quien espera un chute de adrenalina y un
terrible, pero inteligente, juego de palabras dan al libro una calificación que hasta la
madre del autor tendría reparo en otorgar. Es que te fuerza a adentrarte en el contenido.
Por pura casualidad lo abrí por una página en "brummie" (acento de
Birmingham), lo que me recordó bastante a mi hogar y, por tanto, despertó mi interés.
Si se siguen pasando las páginas, el libro te descubre un mundo, una cultura y un
lenguaje escondidos así, Irvine Welsh hace otra venta. Volví al día siguiente y lo
compré.
Obviamente, fue el fondo lo que me inclinó a comprar el libro, pero uno de los cebos que
me indujo a elegirlo fue el título, que era la única prueba tangible de la existencia
del autor. Hoy, elegiría un libro suyo por la fuerza de su nombre, pero Welsh debe
agradecer la compra de entonces a David Harrold por la fotografía, cualquiera que fuera
el porcentaje que el autor se llevara de mis 6.99 libras; y a los desconocidos chicos de
Minerva también debe agradecerles que lo juntaran todo y que crearan una portada
atrayente y "gustosita" de tocar. En aquella misma ocasión la cubierta de Dogs
of God de Pinckney Benedict enganchó la atención de mi compañera: una foto
excelente (Susan Lipper) de unos hombres mezquinos con pistolas bebiendo glup
Bud light y ¡terror! Pepsi light. Es interesante saber que éste
también era un libro de la editorial Minerva.
El libro que
compré solamente por la portada es una clara elección en cuanto lo has visto. "No
hay discusión posible. Lo quiero", pensé cuando lo vi en una librería de segunda
mano. Ya poseía dos versiones del libro, y la americana era la que tenía el final
mejorado, que la película adoptaría. De acuerdo con Burgess, el espantoso y débil final
británico de La naranja mecánica , con el capítulo que sobra de la matanza, fue
el que escribió y quería en el libro, cosa que prueba que los autores también se
equivocan. Como los diseñadores de portadas.
Supongo que al pobre artista le dijeron como mucho, "es una asombrosa y terrorífica
historia de bandas de adolescentes" y a partir de este titular él/ella se basó en
sus experiencias, porque resulta que la portada de este libro es un buen ejemplo de lo que
sucede cuando el responsable de la portada no llegó ni siquiera a la segunda página.
Precisamente en esta página se describe bastante detalladamente la ropa que llevan los
personajes y en ninguna de mis dos versiones hay nada que se parezca ni remotamente a esa
portada. Excelente, un espectáculo de terror. "Don't Bogart that moloko plus, my
droog, pass it over to me"*. Afortunadamente hay reseñas de William Burroughs y
Roald Dahl, y lo de "Clásico popular del siglo XX" para acabar de atraer al
interesado.
El hecho de que sólo tres cubiertas hayan logrado seducirme a mí o a mi pareja, y que
una de ellas lo haya hecho por razones totalmente equivocadas, induce a pensar que la
respuesta a la pregunta del principio sería "No". Mentira. No llevo la cuenta
de cuántos libros he cogido por la atracción de la cubierta, así que cumplen su
función, que es la de atraer. Mi decisión de no comprar se basa en mi reacción al
contenido; por otro lado, no sé cuántas portadas de discos he mirado pero nunca me he
parado a escuchar y jamás he comprado un disco porque me gustara su portada, y podéis
imaginar para quién es más guay diseñar. Figuraos.
©M.G.Smout/Barcelona Review
Traducción de Patricia Escalona
1 Rebel Inc, el nombre de la editorial, es un juego de palabras entre la
abreviatura de incorporation y la palabra "tinta" en inglés (ink).
Así pues, tendríamos una "empresa rebelde" al mismo tiempo que "tinta
rebelde".
2 En Gran Bretaña, los "trainspotters" son personajes que, a falta de algo
mejor que hacer, se dedican a ver pasar los trenes e, incluso a llevar un control escrito
de las horas a las que pasan por un determinado lugar. Esta palabra se ha convertido en
sinónimo de desgraciado, aburrido, triste, etc.
*Es una mezcla de argot entre la letra la banda sonora de la película Easy Rider
y La naranja mecánica, imposible de traducir. (Nota de la T.)