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¡Huele ese libro!
por
Charles Cuthbertson
Lo más probable es que les estas palabras en la pantalla de un ordenador, las
manos libres del peso de la pasta de papel y del cartón y libres del posible peligro de
rebanarte un dedo al pasar la página. Bienvenidos a la Era de la Información, niños: un
nuevo y excitante mundo de ojos cansados y miras estrechas. Ahora ya podrás leer
cualquier material al mismo tiempo que se está creando, o muy poco después.
También podrás interelacionarte con los autores que transmiten las palabras a tu
terminal, y que te distraen, por ejemplo, de la aburrida preparación de una lista de
presupuestos. Lo mejor de todo, tal vez, sea la posibilidad de leer en tiempo de trabajo y
que encima parezca que toda esa energía está dedicada a contestar un e-mail urgente del
jefe de sección.
De todos, mientras tú y tu ordenador os vais conociendo mejor, tómate un momento, si te
apetece, para familiarizarte con el objeto que tienes delante. ¿Qué es lo que sabes en
realidad de él? ¿Cómo sabes que este contacto recíproco entre vosotros dos será la
base para una relación estimulante? ¿Cómo te vas a sentir cuando hayas acabado de leer
- estarás satisfecho por haber acabado tu última transacción electrónica? ¿O
seguirás emocionalmente indiferente a tu pantalla, ignorándola hasta que necesites
usarla otra vez para descargar esas intrigantes fotos de Gillian Anderson y/o David
Duchovny?
Seguro que ni siquiera sabes cómo huele tu ordenador. Venga, olisquea. (Si alguien en la
sala te mira raro, dile que estás trabajando en un nuevo sistema de e-mail, interactivo y
accionado nasalmente.) ¿A qué huele? A nada, ¿verdad? Bueno, a lo mejor te llega el
tufo agresivo del monitor caliente o, si tienes que compartir tu ordenador, el rastro del
aliento almizclado del último que lo utilizó. Pero normalmente, no hay nada que estimule
las glándulas olfativas.
Ahora coge un libro. Cualquiera, no importa, el que sea. brelo y coloca tus narices en el
medio. Respira hondo. ¿A qué huele? A libro, verdad? (Seguro que algunos murmuráis
¡Venga ya!) Pero es que es eso. Los libros huelen. Su olor es poderoso y estimulante, y
tan eficaz como su letra impresa o sus manchas de tinta. Los libros pueden oler mal,
apestar, marear con un perfume académico o resultar más refrescantes que el desodorante
habitual. Los libros son todas esas cosas. Y por esta razón los libros nunca se
extinguirán de la capa de la tierra, incluso a pesar de todos los aparatejos
electrónicos del mundo.
¿Por qué siempre pillamos al Capitán Picard con un fajo de papeles y cartón, justo
antes de bajarse de su nave? ¿Porqué estamos rodeados de librerías repletas de material
impreso cuando podríamos pedir los libros directamente a Amazon? ¿Porqué arriesgarnos a
la amenaza de que algún componente de la tinta pueda causarnos cáncer? Pues porque,
tanto si os dáis cuenta como si no, nos gusta el olor de los libros. También está la
experiencia puramente sensorial de coger un libro y acariciarse la mejilla con el lomo, o
de pesarlo en la palma de la mano para comprobar si es del tamaño adecuado para prensar
las flores del jardín. Pero paséate por una librería cualquiera y verás que los
pasadizos están llenos de individuos ociosos que escogen los libros y los hojean al azar.
Yo mantengo que, inconscientemente, que hacen eso para quedarse con el placentero olor del
papel, la tinta, el pegamento y otras substancias típicas de los libros.
¿Es éste comportamiento aprendido? Posiblemente. ¿Es adictivo? Con toda seguridad.
¿Puede ser explicado por la mente racional usuaria del ordenador? Eso creo.
En realidad, husmear los libros es una acción crítica. Por el aroma de un libro sabrás
inmediatamente, según tu reacción, si difrutarás de ese libro en particular o no . Un
libro que huele bien, como una comida o un perfume caro o la pata de un perro vagabundo
(como un poeta apuntó) será objeto de atracción y de placer para el buen olfateador.
También será algo recordado con especial cariño debido la inconsciente satisfacción
del olor.
Moby Dick puede ser una gran novela, o no, pero según la edición en que se
lea puede ser una experiencia más (o menos) positiva para el lector. ¿Cómo, si no, se
puede explicar que algunos lectores hayan odiado Moby Dick en el instituto
pero que (tal vez) hayan llegan a adorarlo cuando lo han leido de adultos? Yo odiaba leer
a Shakespeare en el instituto porque todas las obras que leí estaban en unos libros de
texto de gordísimas cubiertas que olían a plástico. Ahora me encanta Shakespeare, y se
debe a que lo leo únicamente en formato de bolsillo, cuyo tamaño es mucho más comodo y
huele mejor. Lo paso fatal leyendo libros de ciencia ficción de hace más de treinta
años, porque siempre huelen como si hubieran estado encerrados en una caja de cartón
escondida en cualquier desván húmedo. De hecho, ahí es exactamente donde estos libros
han estado y el olor a podedumbre me dice que nadie los ha querido leer durante más de
una generación.
¿Sabes que hay gente que puede decir si va a nevar sólo por el olor del aire? Los
capullos siempre tienen siempre razón, ¿no? La idea de oler los libros funciona de la
misma manera. Si alguien que, tal vez como yo, parece algo majara te dice que puede decir
si un libro es bueno sólo con olerlo, a lo mejor lo más sensato es que te lo creas, no
sea que interfieras con cualquiera que sea la fuerza cósmica que ha concedido estos
poderes a esta gente. Dáte cuenta, de todas maneras, de que el proceso de olfatear un
libro es personal e intransferible. A ti, por ejemplo, te podría gustar el olor de la
primera edición de las Partes Privadas de Howard Stern. Yo lo encuentro
ilegible. Bueno, hasta que me encontré con un manoseado ejemplar de bolsillo que olía
como una barrita de Mars con un punto à la Big Mac. Ahora no me puedo desenganchar del
maldito libro.
Enseño a mis alumnos de escritura la teoría del olor de los libros a fin de que se
puedan preparar mejor para otros cursos. Cualquier texto obligatorio que no os huela bien,
les digo, significa que: A) nunca van a ser capaces de completar la lista de lecturas
obligatorias para esa clase, B) seguramente suspenderán, y C) acabarán teniendo una
desgraciada historia de amor con el profesor/a para cambiar la nota final.
Todo esto puede evitarse si simplemente te acercas un libro a las narices aunque eso
atraiga algunas miradas curiosas de los que pasan por al lado. Te ahorrarás un montón de
tiempo haciendo esto y no te importará si algún día tu monitor estalla, porque estarás
entre los poquísimos lectores que conocen el verdadero valor de pegar la nariz a un
libro.
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© Charles Cuthbertson 1997 email : FACUTHBE@wpo.hass.usu.edu
Traducción de Patricia Escalona |