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del último número | archivo=Extracto
de "In Awe" y Entrevista a Scott Heim
Encerrados en la Caja de los Sufrimientos
El asombro (Título original: In Awe), Scott Heim
Mientras que en 1995 los críticos se preguntaban si Scott Heim sería
capaz de igualar su extraordinaria primera novela con su nuevo trabajo,
a mi me costaba creer hasta hace muy poco que la primera novela pudiera
ser equiparable a la segunda. Vivir en España me impidió conocer
el trabajo de Scott Heim hasta que un manuscrito de In Awe -sin duda,
una de las novelas más atrevidas y excitantes con las que me he topado
en los últimos tiempos- cayó en mis manos el pasado mes de
enero.
Unos meses más tarde, al recibir la copia que había encargado
de Mysterious Skin, me quedé igual de atónita: Heim
es un narrador extraordinario cuyas novelas te mantienen enganchado hasta
el final. Su prosa es a la vez limpia y generosa, tangible y de oscuro lirismo;
su dominio del lenguaje es patente; y sus personajes son tan reales como
lo pueda ser un amigo o la peor de las pesadillas de nuestro oscuro pasado.
Sí, son novelas que transtornan y conmocionan.
Mysterious Skin es la historia del progresivo decubrimiento del joven
Brian Lackey de lo ocurrido durante un lapso de cinco horas cuando contaba
ocho años, un lapsus provocado por los graves abusos sexuales que
el entrenador de los alevines del pueblo le infligió, y que él
había relacionado con un posible secuestro por parte de unos extraterrestres.
Ambas novelas retratan a chicos enamorados de otros chicos, aunque el tema
del amor gay pasa a un segundo plano para ceder su puesto a la obsesión
de cualquier adolescente: conseguir el amor de alguien inalcanzable.
El escenario es un pequeño pueblo de Kansas, rico en atmósfera
local: tormentas, graneros y ríos caudalosos.
Y el contenido es material duro, material duro de verdad.
In Awe se abre con el capítulo primero de "La marcha
de los zombies", la novela en vía de realización del
joven de dieciseis años Boris Appleby, que narra la historia de una
mujer vieja, una mujer joven y un chico emergiendo del lodazal de la miseria.
Interviene entonces el narrador en tercera persona para ofrecernos la vida
real de los personajes que hay detrás de este trabajo de ficción
de instituto. Boris vive en un centro de acogida para jóvenes tras
haber pasado sin éxito por varias familias adoptivas. Ambiciona ganar
con su novela el concurso literario del Instituto Lawrence West. Eso y ser
correspondido por el chico al que quiere, el desaliñado Rex, un estudiante
del último curso del instituto. Un deseo imposible ya que Rex, además
de ignorar su existencia, es heterosexual.
Heim, sin embargo, no nos ofrece todos los detalles sobre Boris de una vez,
sino que entreteje la historia de éste a la de dos mujeres. La exposición
se realiza desde diversos puntos de vista, y va ligada a la novela que Boris
está escribiendo.
La primera vez que vemos a las dos mujeres es junto a la cama del hospital
en el que se encuentra ingresado Marshall, el gay del pueblo y víctima
del sida. La viuda Harriet, la apocada y excéntrica madre de Marshall,
lo atiende amorosamente como lo hace Sara, una joven de 32 años,
sexi y cutre, amiga del alma de Marshall desde los tiempos en los que ella
misma residía en el Centro de Acogida de Jóvenes Sunflower
y ambos estudiaban en el Lawrence West.
Es en el hospital, donde Boris trabaja realizando un servicio social voluntario,
donde tiene lugar el encuentro entre éste y las dos mujeres; entre
ellos se produce una atracción muy fuerte, como si de imanes se tratara.
" ¿Qué marginado no intuye a otro, sus miradas, colisionando
frontalmente, delatando admiración y rivalidad por igual, como si
la condición de proscrito fuera sometible a concurso? "
Marshall muere unos pocos meses más tarde y Boris, convertido ya
en un miembro de la familia más, asume el papel que ha dejado.
Sara lo toma bajo su ala protectora. Una noche lo saca a escondidas del
Centro -tal como Marshall había hecho con ella-, escucha sus confesiones
de amor por Rex, le regala su Caja de los Sufrimientos (para guardar como
recuerdo "todo aquello que simbolice tu dolor"), rescatando así
a Boris de la vida de aislamiento absoluto a la que está sometido
en el centro.
A su vez, Boris saca a Sara del exilio que su reputación como puta
del pueblo le ha impuesto, una reputación que presumiblemente se
ganó en sus años adolescentes -o quizás antes- cuando
las circunstancias conspiraron para conformar, o como la propia Sara dice,
"a enlodar su futuro". Tanto Boris como Sara se aferran a Harriet,
mucho mayor que ambos, "su espalda otrora recta como un palo, encorvada
ahora como una hoz"; su pelo, castigado por los tintes, "del color
del jamón crudo"; y una mente "errante" herencia de
la muerte de su hijo.
Tanto Harriet como Sara contribuyen en "La marcha de los zombies"
de Boris con capítulos basados en su propia experiencia personal,
aportando de este modo una complejidad estructural a la construcción
de la novela y funcionando como hábil instrumento para llevar la
historia hacia su fascinante desenlace.
El trio -a veces cuarteto- de parias, despierta las miradas de los habitantes
del pueblo que sólo ven en ellos a "una vieja mujer excéntrica
y de ojos perturbados, un joven vergonzoso que luce el pelo largo de una
chica, una mujer con un vestido escotado, y un hombre con evidentes síntomas
de enfermedad."
Unos tipos que no encajan dentro de los parámetros sociales de Lawrence,
Kansas. Unos tipos que llevan a inducir a tres matones del último
curso del instituto a llenar de pintadas obscenas el Volkswagen de Sara:
PURRIA, MARICONES, HIJOS DE PUTA DE MIERDA; unas pintadas que Sarah, desafiantemente,
se niega a quitar, y que prefiere lucir como insigna de honor y distinción,
tal como luego hará al exponer abiertamente las ventanas y carrocería
destrozadas de su coche.
La ofuscante y obsesiva atmósfera se hace aún más densa
con la desaparición de dos universitarias, víctimas, según
los periódicos, del desbordamiento de un río, opinión
no compartida por los habitantes del pueblo. Una de las chicas sale a flote
el día del funeral de Marshall. Aquella misma noche, observando el
río, Boris y Sara creen descubrir el segundo cuerpo sólo para
rescatar un maniquí de primeros auxilios que ha sido mutilado y utilizado
con propósitos sexuales.
Detrás de la broma del maniquí están los psicópatas
estudiantes de último curso que, movidos por la necesidad de descargar
sus fantasías enfermizas, continúan acosando a Sarah y Harriet.
Boris también sufre sus abusos, pero sigue tan obsesionado por Rex
-que por desgracia forma parte del trio-, que se niega a aceptar la realidad.
Sara comprende esta desesperación. Es consciente de ser el objeto
de las fantasías de Wayne, el cabecilla, "y sabe que si tuviera
otra vez dieciséis años, ocupara el puesto de Boris y sintiera
el martilleante ardor de Wayne, sucumbiría ante el mismo." En
realidad, continúa anclada a sus ensoñaciones juveniles en
las que "creo que soy la estrella de alguna película de terror
y corro de habitación en habitación perseguida por un puñado
de locos asesinos", una fantasía que sólo se rompe al
comprender que los malos de la película son los compañeros
de clase de Boris y ella es su víctima inocente.
Llega la hora de la venganza. Sara anuncia que los perseguidores serán
ahora los perseguidos. ¿Reunirán fuerzas los parias y se desharán
de esos macarras de segunda fila?
Si todavía no has leido a Scott Heim y esta pequeña sinopsis
te sirve de introducción, ponte cómodo, prepárate una
copa, presta atención y coge aliento.
Heim opera desde un plano diferente y sublime, desafiando cualquier clasificación,
sea ésta horror gótico, thriller, o gay.
Los motivos del zombi y de la película de terror funcionan a la perfección
como armazón temático y estructural pero sirven ante todo
para conformar una metáfora efectiva y seductora del interior atormentado
de los parias y de la terrible pesadilla que les espera en la vida real,
conflicto que el autor narra con una audacia que mi experiencia lectora
desconocía hasta ahora.
Heim es deudor de Dennis Cooper, no de Stephen King. Con un pie firmemente
enraizado en el culto a lo transgresivo, Heim derriba las barreras psíquicas
que sólo los devotos de lo transgresivo se atreven a rebasar, pero
con una poderosa empatía como elemento añadido.
A medida que se suceden las últimas escenas, adentrándose
vertiginosamente en territorios inexplorados, el lector se ve arrastrado
a dar, como dice Sara, "un paso más allá de lo que yo
creía que era la barrera."
Sería injusto revelar más de la trama. Baste decir que en
ese punto me había involucrado ya tanto emocionalmente, que no creí
poder llegar hasta el final. ¿Acabaría en sonoras carcajadas
ante la atrocidad de los hechos? ¿Me sentiría manipulada al
ser arrastrada hacia una posición voyeurística o hacia una
escena cuyo único valor sustancial fuera el de conmocionar? No, no
y no.
Heim, jugando únicamente con las cartas de la honestidad y la intensidad
emocional, consigue de un modo milagroso arrastrar al lector, en cuerpo
y mente, durante el transcurso de un encuentro electrificante y de oscuro
erotismo que tiene lugar en un autobús escolar destartalado en el
medio de la nada durante una noche cerrada y tormentosa.
Y, llegado el final, nos abandona con una última jugada expecional
dejándonos boquiabiertos. El es así de bueno.
Crítica por Jill Adams
Traducido por Cristina Hernández Johansson
©The Barcelona Review
(Mysterious Skin y In Awe no han sido todavía traducidos
al español pero es de esperar que lo estén en breve. Ambas
se encuentran publicadas por Black Swan en Inglaterra. Mysterious Skin
está publicada por Limes en Alemania y por Uitgeverij en Holanda.)