Felipe Alfau:
1902 - 1999
Introducción
Felipe Alfau nació en Barcelona en 1902. Durante la primera guerra mundial emigró a
Estados Unidos, donde estudió música y fue por breve tiempo crítico musical de La
Prensa, periódico neoyorquino en español. Decidido a adoptar el inglés como lengua
literaria terminó Locos en 1928, pero no fue sino ocho años más tarde que
consiguió un editor; la novela fue recibida sin mucho entusiasmo. En 1929, Doubleday
publicó un libro de cuentos infantiles titulado Cuentos españoles de antaño
("Old Tales from Spain"). Tras la publicación de Locos, Alfau trabajó
de traductor en un banco de Nueva York hasta su jubilación. En 1948 escribió Chromos,
su segunda y última novela, inédita durante los próximos 40 años. Vivió casi
desconocido hasta que en 1988 Dalkey Archive Press lo "descubrió" y reimprimió
Locos; en ese momento recibió el elogio de la crítica. Fue entonces que se
desenterró el manuscrito empolvado que Alfau había engavetado: Chromos, que
finalmente vió la luz en 1990 gracias a Dalkey, le ganó más reconocimiento crítico y
la consideración del National Book Award. Después del tardío éxito cosechado en Estados Unidos, Seix
Barral publicó ambas novelas, Locos en 1990 y Chromos en 1991; Siruela
publicó Cuentos españoles de antaño también en el 91.
Locos, una
colección de relatos interconectados, describe un cuadro esperpéntico de una España de
comienzos de siglo, es una de las piezas más originales y precursoras de la novelística
contemporánea. A partir del núcleo de parroquianos del Café de los Locos en Toledo,
Aflau crea un fluido paisaje en que los personajes se liberan de las garras del autor para
invadir otros cuentos, y hasta convertirse en otro.
En el epílogo de Locos, Mary
McCarthy señala: "Alfau, o su libro, era mi tipo de hombre fatal, que luego he
vuelto a encountrar en Pálido fuego, de Nabokov, y más de una vez en Italo
Calvino. Pero Locos fue el primero . . . Si Locos fue mi tipo fatal, de lo
que realmente me enamoré, aun sin saberlo, fue de la novela moderna en cuanto historia de
detectives. Hay un trabajo de detective, obviamente facilitado por Nabokov al lector en Pálido
fuego. He mencionado a Calvino también, pero hay otro ejemplo, muy reciente, del que
casi me olvido, El nombre de la rosa, naturalmente . . . Sí, hay un parecido de
familia con Nabokov y Calvino y Eco. Y quizás, aunque no podría jurarlo, con Borges
también."
El Barcelona Review le rinde
tributo a este barcelonés con el prólogo y primer capítulo de Locos, un
entretenido cuento titulado Identidad.
___+____+++)goriginal inglés | versiones: català | française
extracto de la novela Locos:
una comedia de gestos
Prólogo
por Felipe Alfau
Esta... novela está escrita en forma de narraciones cortas para facilitar la tarea del
lector. De esta manera, el lector no tiene que empezar el libro a continuación de una
portada de- terminada y acabarlo en algún punto ce0rcano a la portada opuesta. Siendo
cada capítulo en sí mismo una historia completa, el lector puede tomar el libro y
empezarlo por el final y acabarlo por el principio, o puede empezarlo y terminarlo por la
mitad, de acuerdo con su humor. En otras palabras, puede leerlo de cualquier modo excepto,
quizá, cabeza abajo.
Sin embargo, en beneficio de aquellos en quienes el
hábito de lectura tradicional está fuertemente arraigado y resulta difícil de
erradicar, las páginas han sido numeradas con toda claridad y las historias con menos
claridad en un orden tradicional que mi amigo, el doctor José de los Ríos, y yo hemos
encontrado por alguna razón adecuado.
Aparte de ese apaño superficial, no soy enteramente
responsable de la perpetración de esta novela; creo que los personajes utilizados en ella
son mucho más responsables que yo.
Desde hace algún tiempo vengo advirtiendo, cada vez
con mayor claridad, la tendencia que tienen los personajes a hacerse independientes, a
rebelarse contra la voluntad y las órdenes de su creador, a jugar con él arrastrándole
por un insospechado y grotesco camino que sólo les pertenece a ellos y que muchas veces
es diametralmente opuesto al que el autor les ha planeado. Esa tendencia es tan marcada en
mis personajes que dificulta mucho mi trabajo y me pone en muchos apuros.
El espíritu rebelde de esos individuos se manifiesta
en la forma de un intenso deseo de convertirse en seres reales. Muchas veces entran a saco
en personas que he conocido y asumen las actitudes más extraordinarias, de acuerdo con lo
que ellos toman por la vida _real. Asumen eso que en las personas se llama una pose y
muchas veces han acabado en lo que para mi era una prometedora amistad. La realidad es
para ellos lo que la ficción es para la gente real; sencillamente la adoran y tratan de
alcanzarla contra mi casi heroica Oposición. Como dice uno de ellos:
«Los personajes tienen visiones de la vida real... sueñan realidad y
luego se pierden.»
Yo debería añadir: se pierde el
autor.
Incluso mientras escribo este prólogo caigo en la
cuenta de cuán cierto es, pues no logro identificarme con el autor oficial y único de
este libro, quien, una vez, en la loca y fantástica ciudad de Toledo, entró un día en
compañía de su amigo, el doctor José de los Ríos, en el Café de los Locos, donde
presenció cosas y vio gentes que en su imaginación juguetona adquirieron la forma de
este libro; quien, con la típica falta de conciencia de un autor, aconsejó a un conocido
de allí cambiar su insignificante aunque real vida en este mundo por su todavía menos
significante y en absoluto real existencia en las presentes páginas; quien, al final de
un capitulo, abrió una ventana y dejó entrar la vida real para acabar con la vida
pomposa y ficticia de un personaje que fue su amigo de la infancia, y quien, en
persistente confabulación con los personajes hallados en aquel café de Toledo, es el
abstracto, pero aun así real, perpetrador de este experimento.
El resultado de todo ello es un puñado de personajes
contradictorios, inconsecuentes como su autor y exactamente igual de torpes que él. Como
su personalidad es algo evanescente e inestable, y que perdura en el mejor de los casos lo
que el libro tiene de largo, han perdido el respeto por ella y la cambian a voluntad, toda
vez que tienen la vaga idea de que la vida es brusca e imprevisible.
Su conocimiento de la realidad es vago e impreciso. A
veces le he atribuido a un personaje el papel de hermano o de hijo, y a mitad de la
historia se pone a hacerle el amor a su hermana o a su madre, porque él tiene entendido
que los hombres ocasionalmente les hacen el amor a las mujeres. Otro personaje aparece de
niño en una situación que tiene lugar cuando debería ser un hombre adulto, porque él
atribuye su persistente fracaso en comprender la situación a la inmadurez típica de la
infancia. Asimismo, otro personaje que tiene el papel de una gallina se pone a ladrar a
mitad de su intervención porque ha visto un perro que a ella le gusta. Para esa gente no
existen el tiempo y el espacio, cosa que naturalmente arruina por completo mi obra.
Al final del libro los personajes ya no son el
instrumento de mi expresión, sino que yo soy el indefenso instrumento de sus antojos y de
sus absurdos contratiempos. Cuando pienso _en ello me vuelvo al final de este volumen y me
encuentro a mí mismo diciendo:
«...cada uno de mis miembros actuaba independientemente de mi
voluntad...»
¿Qué mejor ejemplo de mi
desesperada condición?
En suma, mis personajes se han tomado en serio el
dicho de que «la verdad es más extraña que la ficción», y he fracasado en mi intento
de convencerles de lo contrario.
Y ahora quiero manifestar mi gratitud en especial al
doctor José de los Ríos por su asidua cooperación y sus oportunos consejos, y por haber
ayudado de forma tan pertinente con el manuscrito de mi amigo García titulado Estudiantes,
y quiero asimismo agradecer su anárquica colaboración a mis personajes en general,
que en algunas ocasiones se han comportado con desdeñosa obediencia a mi voluntad, pero
que en general han seguido su propio camino haciendo cosas, lamento decirlo, mucho mejor
de lo que yo hubiera podido obligarles a hacer.
Después de lo cual, y teniendo en cuenta que la
acción de este libro transcurre fundamentalmente en España, una tierra en la que ni el
pensamiento ni la palabra, sino la acción con un sentido -el gesto- se ha convertido en
la especialidad nacional, debo rogar al lector que no espere nada más que eso, que en
este caso, y debido a la poco fiable naturaleza de mis personajes y de mí mismo, no
implica el menor significado sino únicamente situaciones vacias.
En contraste, y como reproche tácito a tan poco
cortés animación de personajes, el lector debería ejercer una cierta compostura y en
ninguna circunstancia dar muestras de la más mínima sorpresa ante cualquier cosa que
ocurra. En ocasiones, el lector descubrirá que un personaje principal aparece en una luz
penumbrosa altamente inadecuada y, en ocasiones, puede desvanecerse por completo. En otras
circunstancias, un personaje aparentemente oscuro puede adquirir una decisiva importancia
y comportarse casi con la resolución de un héroe de primera fila. A veces, las tramas
del libro pueden romperse súbitamente y quedar colgando fiáccidamente de las puntas de
mis dedos sobre un abismo de futilidad; y otras veces, se unen, se tensan y se enroscan en
torno a mis indefensas muñecas con una suerte de fatal e inevitable finalidad.
Uno debe tener en cuenta que esos individuos están
creando su propia vida y sus costumbres, siendo todavía novicios en el juego. En otras
palabras, se espera del lector _que tome asiento y presencie esta procesión de gentes
extrañas y distorsionados fenómenos, sin ni siquiera una mirada crítica. Buscar algo
más, o tomarse en serio a esta banda de irresponsables marionetas y la inconsecuencia del
autor no sería aconsejable, pues haciendo esto e imaginando cosas que podrían conducir
por sí mismas a una mala interpretación, el lector sólo descubriría, bajo una más o
menos divertida comedia de gestos sin sentido, los aspectos vulgares de una tragedia
corriente.
Nueva York, 1928 |