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biografía  | versión en inglés

La PlanchaLa Plancha = the Waffle Code
por Steve Aylett

Traducción del inglés por
Mercè López Arnabat



Dentro de cada hombre gordo hay otro más delgado tratando de abrirse paso hacia el exterior. Dentro de este hombre delgado hay otro más delgado todavía, y así sucesivamente hasta llegar a un hombrecillo no más grueso que las fibras de un sarmiento. Consciente de este hecho, el jefe de policía Henry Blince evitaba a toda costa emprender el camino de la autodestrucción y lucía sin complejos una barriga del tamaño de un planeta gaseoso e inexplorado. Un crujido del walkie-talkie lo interrumpió mientras daba cuenta de una ensaladilla rusa. Era Benny, su subordinado, requiriendo su presencia en Galas Street.
      --¿Y bien? --retumbó la voz de Blince desde el umbral de la escena del crimen.
      --Corbata --anunció Benny.
      --Alguien ha echado mano de la soga, ¿eh?
      --Entre otras cosas.
      --Vaya, un asesinato mixto --comentó el jefe mientras seguía a Benny por el pasillo--. ¿Qué más tenemos?
      --Tres cuencas.
      --Un tiro en la sien...
      --Y especias. El forense ha dicho que tiene las tuberías sucias. No lleva mucho rato muerto. Aún está caliente.
      El sinpulso colgaba de un gancho antes ocupado por una lámpara y tenía el cuerpo lleno de agujeros de nueve milímetros de diámetro.
      --¿Sabemos ya qué arma se ha utilizado? Aunque para el caso...
      --Una subpistola Steyr.
      --Bah, un tirachinas. El "sub" ya lo dice todo. Se la habrán llevado los de balística...
      --No, sigue aquí. --Benny atrajo la atención del jefe sobre una pistola colocada en un trípode situado a un metro y medio del cadáver. Del gatillo colgaba un trozo de cordel ligeramente más largo que el que colgaba de la oreja de la víctima.
      --El cargador era de quince. Quedan siete. ¿Ve esa alcayata de allá arriba? Seguramente quiso montar una especie de polea para disparar el arma con su propio peso al caer. El cordel se rompió, pero para entonces ya había vaciado medio cargador.
      --Alto ahí, alto ahí --lo atajó el jefe mientras encendía un Hindenberg--. ¿No reconoces a nuestro fiambre? Es Fraph Cargill. Fraph tenía muchos defectos, pero estar muerto nunca fue uno de ellos.
      --Anda, es verdad. Es el tipo del robo de la fábrica de caramelos. Pues no le salió respondón...
      Fraph Cargill se había hecho célebre por su manía persecutoria y por haber descifrado el significado mágico de los ángulos de la caseta de Snoopy. En un momento dado había acusado a Blince de robar la fábrica de caramelos y de usarlo como cabeza de turco. Varios testigos declararon haber visto al jefe en la escena del crimen, pero la denuncia se archivó sin más consecuencias.
      --Según la policía científica, el caso está claro.
      --Menuda pandilla de mariquitas. ¿Te acuerdas del caso Hurley? Llegamos a la escena del crimen y nos los encontramos retozando en el suelo entre las vísceras. Mi instinto me dice que nos enfrentamos a otro caso de asesinato. En fin, echemos un vistazo a las pruebas que los científicos han tenido a bien pasar por alto. Esa pasa del mostrador, por ejemplo.
      --Jefe, no fastidie...
      Blince dedicó a su subordinado una mirada incrédula.
      --Vaya por Dios. Aquí el agente se atreve a poner en duda mi pericia. Veamos cuál de los dos tiene razón, ¿te parece? ¿Te acuerdas de aquel ahorcamiento onanista de hace un par de años? No he vuelto a probar naranjas como aquélla... A lo que iba. El forense dijo que la víctima había tardado varios minutos en palmarla. Quién sabe. Tal vez Fraph nos haya dejado alguna pista sobre la identidad del asesino.
      --Jefe...
      --La próxima vez que me interrumpas te arreo una patada en el culo. ¿Y sabes qué- pasará si te arreo una patada en el culo? ¿Que no vas a poder...?
      --¿Sentarme?
      --Premio para el caballero. Anda, vete poniendo esa pasa en remojo para que recupere su condición de uva. Puede que encontremos algún mensaje.
      Benny reapareció al cabo de un momento con un vaso de agua que contenía una uva negra.
      --No ha habido suerte, jefe.
      --Benny, ¿veo visiones o el agua se ha teñido de color?
      --Las dos cosas.
      --No me extrañaría nada que tu truquito del agua hubiera echado a perder el mensaje. La enhorabuena, agente.
      --Jefe, es usted la monda.
      --¿Qué?
      Blince estaba ocupado tragándose la uva y regándola con el agua del vaso.
      --Un pobre moribundo garabatea el nombre de su verdugo en lo que tiene más a mano y tú lo borras como quien borra obscenidades de una pizarra. Ahora lo único que sabemos es que no puede ser un nombre muy largo.
      --Antes no me ha dejado explicárselo, jefe, pero la víctima ha dejado una nota de suicidio debajo de una plancha de hacer gofres.
      Blince recibió de manos de su ayudante una cuartilla en que Fraph había escrito las siguientes palabras: "Blince tiene las manos sucias. Escurre siempre el bulto. ¿Ayudará mi muerte?"
      --¿Debajo de una plancha de hacer gofres, dices? ¿Ésta de aquí?
      --La letra es de Fraph.
      --No lo dudo. Astuto. Muy astuto.
      --¿Qué se trae entre manos, jefe?
      --Cargill tenía manía persecutoria, ¿me equivoco? Era la clase de chalado capaz de encontrar mensajes secretos en las enmiendas a la Constitución. Pues bien, atiende. En esa supuesta nota de suicidio hay escritas doce palabras, tantas como huecos en esta plancha. Coloquemos una palabra en cada hueco y tendremos cuatro series de tres palabras. Ahora ya no me cabe ninguna duda, Benny: Fraph nos ha dejado un mensaje.
      --Me he perdido.
      --Verás, Benny... si es que realmente te llamas así. Échale un vistazo aquí al fiambre. --Blince dirigió el extremo de su cigarro hacia el muerto--. Ocho impactos de bala. Cuéntalos. Ocho. No puede estar más claro. Si se es buen entendedor. Este hombre nos ha dejado un mensaje en clave escrito en su propio cuerpo, agente.
      --Un poco cogido por los pelos --replicó Benny con el ceño fruncido y una sonrisa burlona.
      --¿Te lo parece? Imagínate la escena. Un hombre es obligado a punta de pistola a escribir una nota de suicidio en que me atribuye falsas culpas. Antes de hacerlo, sin embargo, convence al asesino de que le conceda la última voluntad de redactarla con sus propias palabras. Así, de paso, no levantará sospechas. El asesino muerde el anzuelo y nuestro protagonista puede así escoger las palabras y colocar sobre la nota la plancha de hacer gofres con la excusa de que servirá de pisapapeles. Acto seguido, el asesino lo ata, lo envenena y lo acribilla a balazos. Lo sé, lo sé. ¿Por qué le disparó tantas veces?, te preguntarás. ¿Para ver si todas sonaba igual? Pues no. Lo hizo porque Fraph lo provocó; lo insultó de todas las maneras posibles para obligarlo a vaciar medio cargador y así dejar su propio cadáver como prueba que desmintiera la nota y cualquier otra pista falsa.
      --Eso lo dirá usted.
      --Lo digo y lo mantengo, jovencito. --Blince señaló la cara amoratada del cadáver--. Cargill sabía lo que se hacía. Por cierto, hablando de anzuelos... ¿tú sabes si los peces tienen párpados? Porque, si yo tuviera que nadar entre tanta porquería, parpadearía lo menos ochenta veces por minuto. Y ya no te digo nada de tener que dormir con los ojos abiertos...
      --Yo he oído decir que los tiburones se hunden hasta el fondo del mar en cuanto dejan de moverse, y que se les para el corazón, porque no tienen actividad cardíaca autónoma ni vejiga natatoria.
      --¡Ni párpados! Para que luego te vayas quejando...
      Blince se sentó frente a una mesita y copió el mensaje en una cuadrícula de tres por cuatro que dibujó en el reverso de la misma nota.
      --Coge una silla y ven a ayudarme, Benny. Tenemos un rompecabezas que resolver. ¿Qué habrá querido decirnos Fraph Cargill?
      --Está usted como una cabra, jefe. --Benny soltó una carcajada y obedeció las órdenes de Blince con un gesto de resignación.
      --Ocho balas disparadas, siete por disparar. A ver, ocho dividido entre siete, decimales aparte... uno. Casillas uno, siete y ocho: "Blince, siempre él". Bueno, ésta era de prueba. Ahora en serio. A ver, teníamos tres números. Ocho balas divididas entre tres números... ¿Y si probamos las casillas uno, cinco y dos? "Blince sucias tiene." No, no. Ocho y siete por tres menos ocho dividido entre tres... A ver qué tal la doce, la diez, la siete, la ocho y la uno: "Muerte ayudará siempre. ¿Él? Blince". Bueno, es cuestión de irle cogiendo el tranquillo. A ver, ocho más siete... quince. Quince menos los tres números que teníamos son... doce. Uno, cuatro y siete da: "¿Blince? Manos siempre". Dios bendito... ¿A qué esperas, Benny? Échame un cable.
      --Blince escurre mi muerte.
      --Mi muerte ayudará Blince.
      --Blince siempre tiene las manos sucias.
      --¿Ayudará siempre mi muerte?
      --Blince tiene bulto.
      --Blince tiene manos.
      --¿Las manos? Mi bulto.
      --Blince siempre tiene las manos en el bulto.
      --Joder con el bulto, jefe. Ese tío estaba obsesionado.
      --Cada vez lo veo más claro. Fraph no ha sabido estar a la altura de las circunstancias. Nada que no haya visto antes: un tipo se pasa de listo y le acaba saliendo el tiro por la culata. Ironías de la vida. Jericó no se rinde ante trompetas con sordina. ¿Te acuerdas del viejo Leon Wardial, el que se dedicaba a hacer fechorías disfrazado de monja? Luego se le subieron los humos a la cabeza, se embarcó en un globo y dijo que eso sí que era vida. Como si la tierra firme no hubiera sido lo bastante buena para él.
      El dirigible armado de Leon Wardial, de nombre Olmo Hueco, dio la vuelta al mundo a una velocidad ligeramente inferior a la de rotación terrestre: por eso daba la impresión de viajar marcha atrás. Presidía su popa --la primera parte del dirigible que se divisaba sobre el horizonte-- un trasero de proporciones gigantescas. Un buen día, un cerdo entró a saco en la sala de máquinas y causó daños que resultaron en una pérdida de propulsión del cinco por ciento. Curiosos de todo el mundo fueron testigos de la escora y caída de las pantagruélicas posaderas hacia el punto de fuga.
      --Aburrirse no se aburrió jamás. Eso hay que reconocérselo.
      --Bueno, jefe, ¿qué hacemos con el mensaje?
      --Fraph deberá la primera influencia duradera de su existencia al cuchillo que corte esa soga. La avaricia rompe el saco. Bueno, si quería convertirse en un mártir, supongo que lo ha logrado. Todas las víctimas acaban por despertar compasión con el tiempo. Dentro de nada lo veremos en estampitas. En fin. Lo primero que hay que hacer es decidir qué ha querido decirnos. Luego... ¿Sabes lo que contaba Wardial del motor de su dirigible? ¿Que se le ocurrió la idea gracias a un chiste de extraterrestres que oyó contar a un espontáneo en el bar Reaction? Pues nosotros tenemos que utilizar el mismo modus operandi. Los hombres no somos quien para oponernos al cambio, Benny. Sobre todo cuando está la muerte por medio. Bueno, vamos a ver. "¿Mi muerte? Manos sucias. ¿Ayudará Blince? Siempre." Listo. Con esto bastará. Doce palabras menos nosotros que somos dos... diez. Menos Fraph... nueve. Doce por las doce palabras y uno por la víctima, que es una. Doce menos uno... once. Nosotros somos tres... ¿Ves por dónde voy, Benny? Ocho balas disparadas divididas entre nosotros tres da cuatro. Tú y yo somos dos. Ocho balas son ocho. Nosotros más él más nosotros somos cinco. Más él, seis. Siete balas por disparar son siete. Rompecabezas resuelto.
      --Puede. Pero lo del asesinato cuesta tragárselo.
      --Dime qué no te tragas y te diré quién eres, muchacho. Convénceme de que mi trabajo es inútil y habrás cometido un asesinato en toda regla. Qué sabrán los que hacen las leyes del trabajo de un policía de a pie. ¿Qué te pasa? Guárdate la verdad y tápate los oídos. Ya sabes de qué va esto.
      --Un momento, jefe. Me acabo de dar cuenta de que se lo he dicho al revés. Eran siete balas disparadas y ocho por disparar.
      --¿Y ahora me lo dices? ¿Te parece bonito? Muchísimas gracias, hombre. Pero, bueno, ¿es que tengo que hacerlo yo todo? En fin. Vamos allá
      Blince se levantó y se dirigió hacia el arma. Sin pararse a reflexionar sobre las consecuencias de lo que iba a hacer, colocó el seguro de manera que el cargador se vaciara de bala en bala y apuntó al ahorcado mientras sostenía el cigarro a un lado de la boca.
      --Es el último favor que te hago, Cargill.
      El impacto de la octava bala hizo girar el cadáver sobre sí mismo.
       

© 1999 Steve Aylett

Traducción del inglés por
Mercè López Arnabat

"La Plancha" (The Waffle Code) es una publicación de The Barcelona Review con el permiso del autor.  "La Plancha" (The Waffle Code) apareció en el libro de relatos Toxicology Four Walls Eight Windows (EEUU) 1999. 

Esta historia no puede ser archivada ni distribuida sin el permiso expreso del autor. Rogamos lean las condiciones de uso.

biografías Gardini
Steve Aylett

Steve Aylett nació en 1967 en inglaterra. Es el autor de cinco libros en inglés. Automatanza (Slaughtermatic) ha sido publicado por Reservoir Books, Grijalbo Mondadori,1999.

foto: Deirdre O'Callahan

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