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índex                 julio - agosto 2001  num 25

Gato panza arriba

Entrevista a
JORGE RIECHMANN

por
Noemí Montetes

 

* El primer libro

- ¿Cómo se despertó tu vocación por la literatura y por el oficio de escribir? ¿Y cómo la intuición de que aquellos primeros poemas podrían verse alguna vez publicados?

Leyendo, a partir de la lectura quise ser escritor -como suele ocurrir. La sacudida vital y emocional que producían con trece o catorce años Cien años de soledad, o el Libro de poemas de Federico García Lorca, movían a emborronar cuartillas. Para un lector precoz y bastante voraz, que ya había pasado la época de los cuentos para niños, había libros suficientes en la biblioteca de mi padre José Luis (con libros también procedentes de un tío muerto muy joven, que se llamaba Jorge como yo), de mi tío Francisco Román y de su hijo, mi primo Paco.

Luego, en esos mismos años, gané mi autonomía literaria con sendos premios a dos cuentos en concursos escolares -uno de ellos concedido por la multinacional Coca-Cola, otro por el INLE, el Instituto del Libro Español: "un libro ayuda a triunfar" era la animosa consigna de la institución, que los lectores y lectoras de más edad seguramente recordarán-. Pues uno de los premios era una máquina de escribir, y el otro, el del INLE, diez mil pesetas para comprar libros. Con aquel vale en el bolsillo me fui a la librería de mi barrio -Méndez, en la calle Ibiza, junto al Parque del Retiro- y encaucé definitivamente mi biblioteca personal. Conservo la lista de lo que compré aquel día: diez mil pesetas de 1978 daban para 43 obras, entre las que estaban la edición por Dámaso Alonso de Góngora y el "Polifemo" (750 pesetas los tres volúmenes de Gredos), La interpretación de los sueños de Sigmund Freud (tres volúmenes en Alianza por 150 pesetas), El cementerio marino de Valéry, traducido por Jorge Guillén (100 pesetas), Molloy y Esperando a Godot de Samuel Beckett (100 y 140 pesetas respectivamente), los tres volúmenes de la Historia de las literaturas de vanguardia de Guillermo de Torre por 500 pesetas, El Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio por 200 pesetas, por 230 pesetas la obra poética completa de Rimbaud en la detestable traducción de Ediciones Rionuevo ("Oh estaciones y oh castillos:/ ¿hay algún hombre sin defectillos?", nos recitábamos riendo los amigos), Trilce de César Vallejo (125 pesetas), Antes de ayer y pasado mañana de José Bergamín (165 pesetas), Ocnos de Cernuda (150 pesetas), Sombra del paraíso de Aleixandre (190 pesetas), Sófocles, Garcilaso, Fray Luis de León, Cortázar, Hesse, varios libros de pintura (incluyendo monografías sobre Magritte, Modigliani o la Escuela de París)...

La lectura, por tanto, y un contexto favorable marcado por dos presencias. La primera y fundamental: el poeta y sacerdote José Mascaraque Díaz-Mingo (Madridejos, 1946), autor desde los años setenta de una obra extensa y valiosa aunque por desgracia poco reconocida (Ciudadano Job, 1975; Arrepentido Sísifo, 1975; Lucero Lucifer, 1979; Ensalmos de la supervivencia, 1985; Pentateuco poético, 1997; más una extensa obra inédita). Pepe Mascaraque fue fundamental para que yo llegase a la poesía: era un poeta que leía mis tanteos como si yo también lo fuera, oferente de una amistad de igual a igual a pesar de la diferencia de edad, pródigo de tiempo y de palabra. Rememoro años muy ricos en iniciativas culturales (modestas iniciativas de barrio, a menudo en Moratalaz, donde residía y sigue residiendo Pepe), en lecturas compartidas, en incesante diálogo.

La otra presencia auxiliadora era la de un círculo de amigos de mi edad, compañeros de colegio letraheridos como yo mismo (emplearemos el imprescindible catalanismo) con quienes podía compartir lectura y escritura. Sin Alfredo Francesch o Javier Martín Arrillaga mi adolescencia hubiera sido diferente y mucho más pobre.

- ¿Fue tu primer libro publicado, Cántico de la erosión, el primero que escribiste?

Pude publicar Cántico de la erosión en 1987, cuando tenía 25 años; llevaba escribiendo poemas (o intentos de poema) con regularidad desde los 13 años aproximadamente. Pero la primera publicación de un poema mío tuvo lugar diez años antes, en 1977: en el número 1 de la revista Cuadernos Literarios Síntesis, que publicaba en Torrejón de Ardoz un grupo literario llamado Síntesis al que pertenecía Pepe Mascaraque. Y en 1985 publiqué -también por mediación de Pepe- una traducción de René Char a la que luego me referiré.

En esos diez años de prehistoria literaria, 1975-1985 aproximadamente, escribí muchísimos poemas y agrupé algunos en varios libros (Las tierras que a cada momento deseamos, 1978; Figuración de ti, 1979; Conversación con una llama delgada, 1981-84; Borradores para una fidelidad, 1983-84; Diálogo de la herida, 1984-85). Visto retrospectivamente, me parece que tuve suerte al no poder publicar entonces aquella obra todavía inmadura. Aunque la mayor parte sólo vale como ejercicio personal de escritura, algún material de aquella cantera se me antoja aún aprovechable: así, Conversación con una llama delgada se publicó con otro título -La verdad es un fuego donde ardemos- en 1995, en mi libro Amarte sin regreso (poesía amorosa 1981-1994).

-¿Cuál fue la manera de traspasar la frontera entre el manuscrito guardado en un cajón a saberlo en las manos de un editor? ¿Qué dificultades tuviste a la hora de publicar tu primer volumen? ¿Y los siguientes?

Alguno de aquellos libros primerizos de comienzos de los ochenta los presenté a premios de poesía. No obtuvieron galardones -ni probablemente lo merecían-, pero sí que llamaron la atención de algunos jurados atentos a lo que escribían los jóvenes: así fue como conocí a Luis Antonio de Villena, éste leyó obra mía inédita, y me incluyó en su antología Postnovísimos de 1986.

Por otra parte, yo había comenzado a leer al poeta francés René Char en 1981, con una felicidad abrumadora. Primero traduje poemas suyos por placer personal y para uso privado. José Mascaraque hizo posible la primera publicación, en una serie de plaquettes de pensamiento y poesía que se editaban en el barrio madrileño de Moratalaz: en febrero de 1985 aparecía la antología bilingüe René Char, solitario y múltiple (Pliegos de Estraza, Madrid 1985). Conocí por aquellos meses al editor, poeta y traductor Jesús Munárriz. Acordamos presentar un libro de Char (inédito hasta aquel momento en lengua castellana) al público español: La parole en archipel. El libro se publicó a finales de 1986 (La palabra en archipiélago, Hiperión, Madrid 1986).

Con estos antecedentes, supongo que era más fácil obtener el premio Hiperión de poesía en 1987 por Cántico de la erosión (ex-aequo con Miguel Casado) que si hubiera sido un perfecto desconocido. Y una vez publicado un primer libro, resulta considerablemente más fácil publicar los siguientes. Que Cántico de la erosión apareciese en Hiperión fue una gran suerte por dos razones: la colección de poesía Hiperión goza en España de prestigio y buena distribución, y por otra parte me convertía un poco en autor de la casa, y pude seguir publicando en Hiperión la mayor parte de mi obra poética.

Mi agradecimiento a tres personas que en momentos decisivos creyeron que yo podía ser poeta: José Mascaraque, Luis Antonio de Villena y Jesús Munárriz.

- ¿Crees que fue determinante el hecho de haber publicado desde el principio en una editorial como Hiperión para tu reconocimiento literario?

Quizá determinante sea una palabra demasiado fuerte, pero sí que fue importante, teniendo en cuenta la enorme cantidad de poemarios que aparecen anualmente y el extendido fenómeno de las ediciones a cuenta de autor. Según Carlos Iriart, a mediados de los ochenta se publicaban en España unos 18.000 libros de poesía cada año; en aproximadamente el 60% de los casos el propio autor costeaba la edición ((El País, 12 de febrero de 1985). Dentro de este proceloso piélago, sacar la cabeza en un navío tan bien arbolado como Hiperión representaba indudablemente una ventaja.

- ¿Qué papel crees que desempeñan actualmente los todopoderosos grupos editoriales en el negocio literario? ¿Tiene todo esto algo que ver con la literatura?

En poesía, el fenómeno de la concentración de empresas y la irrupción en el mundo editorial de los grandes grupos de comunicación -que ha transformado tanto el sector editorial español en los últimos veinte años- no tiene ni de lejos la trascendencia que en la edición de narrativa o de ensayo. ¿Que la novela es la soberana absoluta del mercantilizado espacio literario español en los ochenta y noventa? Pues para ella la perra gorda. La vida de la poesía transcurre en buena medida al margen del mercado -afortunadamente. Los espacios de libertad, de riesgo y de exploración son mayores para quien escribe poesía -y para los editores de poesía- que para otros escritores -y editores.

- ¿Influyen tus relaciones con el editor a la hora de publicar tu obra en fechas determinadas, bajo tal o cual título o dándole al volumen unas dimensiones específicas? ¿Cuál es tu relación con los diferentes editores con los que has publicado? ¿En qué casos repites? ¿En alguna ocasión has decidido no volver a hacerlo y por qué?

Tengo buena relación personal con mis editores principales como poeta y traductor de poesía, Jesús Munárriz y Maite Merodio: ya dije antes que en cierto sentido soy un autor chez Hiperión. Desde luego, el título de un libro forma parte integral del mismo y en última instancia sólo es responsabilidad del autor (aunque agradezco los buenos consejos sobre poesía, y poetas cercanos me los han dado muchas veces: el mismo Munárriz, Ramón Buenaventura, Carlos Schvartz, José María Parreño, Juan Carlos Mestre y otros). La buena relación con el editor, en mi experiencia, suele alcanzar para influir en la portada u otras características de la edición, pero no para modificar el calendario (salvo que uno sea José Hierro o Gonzalo Rojas, como es natural).

Sólo en un caso me juré no volver a trabajar con un editor: José Monleón, crítico teatral, director de la editorial -y revista- Primer Acto. En 1986 comencé a traducir al castellano la obra del dramaturgo germano-oriental Heiner Müller, y publiqué una traducción de Cuarteto en el número 221 de Primer acto (V/ 1987). Luego acordé con Monleón un proyecto más ambicioso: la primera traducción extensa de la obra de Heiner Müller al castellano, dos volúmenes de Teatro escogido. Sólo se publicó el primero (Primer Acto, Madrid 1990); el segundo, entregado al mismo tiempo, no apareció nunca, y me sentí engañado de diversas maneras por un señor aprovechado y prepotente a quien no daban ganas de volver a ver nunca más.

- ¿Hasta qué punto consideras decisivo el papel de las editoriales para que un libro alcance el éxito o el fracaso, se destine a un público determinado o consiga una acogida concreta?

De nuevo, quizá decisivo es un adjetivo demasiado fuerte; pero dada la situación de sobresaturación en el mundo de la edición -un mar de novedades donde no es fácil discriminar- y las conexiones entre grandes editoriales y medios de comunicación, que una editorial de prestigio apueste fuerte por un libro determinado sí que suele marcar una diferencia importante. Evidentemente, los libros más publicitados no son necesariamente los mejores.

- ¿Qué papel tuvo la crítica en el momento de aparecer tu primer libro? ¿Esperabas esa respuesta? ¿Y con los demás?

He tenido críticas buenas y malas desde el principio, lo cual me parece positivo. Una obra incuestionable es una obra muda. Una obra a la que deja de interrogarse deja de dar respuestas. Personalmente, no aspiro a ser incuestionable y creo que he dividido bastante al colectivo crítico. La última reseña publicada de un libro mío -"Personal poética de la resistencia", de Francisco J. Díaz de Castro, sobre Canciones allende lo humano, en El Mundo del 9 de enero de 1999- acababa así: "Sarcástico, furioso, documentado, el pensamiento incómodo de Jorge Riechmann (...) posibilita el desarrollo de una indagación que sólo tiene sentido en lo colectivo y que, más que dar respuestas, trata de ver claro para proponer las preguntas pertinentes. Sin duda, un bicho raro." Lo de bicho raro me halaga, por qué voy a negarlo; aunque tampoco es para tanto.

Algunos de los pisotones que ha recibido este bicho desde que corretea entre letra impresa son los siguientes: "sobra prosa, falta armonía poética, falta música" (Manuel Vilas sobre Cuaderno de Berlín en Heraldo de Aragón, 30 de noviembre de 1989); "reiterada exhibición de apolilladas reliquias izquierdistas", "pintorescos restos de una época que ya es historia" (José Luis García Martín sobre Poesía practicable en La Nueva España, 20 de abril de 1990); "ideológicamente, la prosa de Riechmann contiene un maniqueísmo inmaduro, inútil a la hora de captar los matices diversos de la realidad. Le falta a su prosa, aparte las cuestiones de pensamiento en las que cabría reclamar mayor riqueza de ideas, alguna aspiración a la brillantez lírica" (Manuel Vilas sobre Poesía practicable en Heraldo de Aragón, 10 de mayo de 1990); "discurso poco riguroso, falto de estructura sintagmática, y por ello hasta cierto punto insuficiente" (Jaime Siles en "Ultimísima poesía española escrita en castellano", La poesía nueva en el mundo hispánico, Visor, Madrid 1994); "se confunde la libertad de expresión poética, el verso libre, la concatenación de elementos pseudo-oníricos con el mal gusto y la necedad", "la falta de autocrítica le enturbia la emoción y la palabrería le empobrece el contenido" (José Antonio Moreno Jurado sobre Amarte sin regreso en El Correo de Andalucía del 19 de abril de 1996). "Jorge Riechmann, a escribir en Mundo Obrero, que es lo suyo, aunque sea en prosa y sin recibir premios" (David Ferrer García sobre El día que dejé de leer EL PAÍS en Tribuna de Salamanca, 7 de febrero de 1998); "{resaltan los méritos de} Luis García Montero si se le pone al lado de otro bienintencionado izquierdista, Jorge Riechmann" (de nuevo José Luis García Martín, infatigable, sobre la antología El último tercio de siglo(1968-1998) en La Razón, 3 de enero de 1999). Damas y caballeros, tres cosas están claras: (I) no escribo a gusto de todos, de lo cual me congratulo; (II) jóvenes que empezáis, conviene curtirse bien el pellejo y confortarse de vez en cuando rememorando el proverbio "ladran, luego cabalgamos"; y (III) no debo pedirle a José Luis García Martín que me preste ni su estilográfica, ni las míticas camisetas sudadas de sus regateadores preferidos en varias Selecciones Nacionales. Qué se le va a hacer.

- ¿El juicio de la crítica te influyó/ te influye/ debería influirte más o menos en lo sucesivo?

El juicio de los críticos que en mi modesta opinión saben leer me importa mucho. La cualidad fundamental de un crítico no es saber poner etiquetas (esto vale más bien para ser dependiente en el pequeño comercio) sino saber leer, cosa -ay- mucho menos frecuente de lo que parece. Cuando un crítico sabe verdaderamente leer nos alfabetiza a los demás, empezando por los autores criticados. Pienso por ejemplo -entre los críticos españoles de poesía- en los luminosos análisis de Miguel Casado o Pedro Provencio (cuya serie de artículos sobre poesía española contemporánea en Cuadernos Hispanoamericanos, entre 1990 y 1994, por desgracia no recopilados después en forma de libro, constituye una de las lecturas de nuestro devenir poético más rigurosas e instructivas que conozco).

* Métodos/ aprendizaje

- ¿Cuáles han sido los puntales básicos en tu aprendizaje como escritor? ¿Te has sometido o te sometes a algún tipo de disciplina literaria? ¿Naciste o te hiciste escritor? ¿Crees únicamente en el trabajo diario o le otorgas algún papel a la denostada inspiración cuando encaras el folio/ la pantalla en blanco?

He mencionado ya dos de los puntales básicos: en los años de adolescencia, los dos círculos de diálogo y experiencia humana y literaria que constituían mi grupo de amigos letraheridos por un lado, y la relación con Pepe Mascaraque por otro. Creo que aprender idiomas -sobre todo francés y alemán en mi caso; inglés en menor medida- es fundamental para un escritor joven: abre horizontes, y quita mucho pelo de la dehesa poseer en su lengua original al menos otra gran literatura a la escrita en la lengua materna de uno. Con la primera traducción de Char que hice para Hiperión -La palabra en archipiélago- tuve una gran fortuna: poder discutirla línea a línea con un traductor paciente y avezado, Ramón Buenaventura. Fue una de las experiencias más instructivas de mi vida. No he asistido a escuelas de letras o talleres literarios.

Creo que la disciplina de quien escribe poesía no es tanto una disciplina literaria como una disciplina de vida. Cierta determinación y terquedad en la aventura de vivir. En un poema he escrito que los poetas no son ciudadanos especiales. La materia de su vida cotidiana es la de cualquier hijo de vecino. Quizá lo que diferencie a un poeta sea la calidad de su atención, el empeño de vivir hasta el fondo, el trabajo de elaboración -consciente o inconsciente- de sus vivencias. Está siempre de servicio, hasta durante el sueño (algunas escuelas poéticas dirían que sobre todo durante el sueño). En cierto sentido vive hacia el poema: pero como esta actitud, las más de las veces, no es fruto de un esfuerzo voluntario sino más bien un hábito adquirido, la cosa no resulta tan agotadora como podría parecer. Vive así hacia el poema: pero el poema llega, cuaja, cristaliza, se escribe cuando él quiere (o sea, en cualquier momento del día o la noche, incluyendo la ducha, la duermevela y el autobús). La experiencia del puñado de versos, o a veces el poema entero, escritos a vuelapluma como recogiendo un dictado es tan conocida que no vale la pena detenerse en ella. No hay ahí ninguna comunicación numinosa: estamos recogiendo el fruto de lo que nuestra atención y curiosidad sembró durante aquel vivir hacia el poema.

De manera que el disciplinado trabajo diario -en el sentido de: levantarse a las siete y sentarse delante del ordenador- me sirve para escribir ensayo sobre ecología o sobre política, pero no para escribir poesía (que anoto en cuadernos que siempre llevo conmigo, y soy incapaz de escribir directamente al ordenador).

- ¿Qué ha representado tu licenciatura en matemáticas y tu doctorado en ciencia política a la hora de tomar la decisión de convertirte en escritor? ¿Y en el despertar de tu vocación?

Escribía, y quería ser escritor -quizá de manera algo confusa-, desde antes de entrar en la universidad. En mi período de estudiante universitario quería estudiar demasiadas cosas a la vez: matemáticas, filosofía, sociología, política, literatura. Y al menos desde los veinte años quería con claridad ser más o menos lo que soy: un tipo de escritor acaso más móvil que otros, bastante catacaldos, un poco enfermo de curiosidad intelectual, entrometido en lo que me parecen los grandes debates sociales de mi tiempo -desde la sustentabilidad ecológica al reparto del trabajo, desde la manipulación genética a la erradicación de la guerra-, y para quien la almendra más irrenunciable, preciosa y delicada se encuentra en la poesía.

* Influencias, lecturas y lectores

- ¿Cuáles fueron y son tus libros de cabecera? ¿Qué libros relees? Escoge unos cuantos nombres entre los escritores clásicos anteriores al XVIII que más puedan haberte influido o como mínimo interesado.

En 1987 escribí una PÁGINA DE ASCENDIENTES que decía así:

"El Arcipreste de Hita, Juan de la Cruz, Francisco de Quevedo; José Bergamín, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Miguel Hernández, César Vallejo; Blas de Otero, Claudio Rodríguez, José Angel Valente, Angel González; entre los de lengua no española, sin duda René Char en primer lugar."

Si hoy tuviera que completar una lista de autores fundamentales, a los que vuelvo una y otra vez, añadiría a Heráclito, William Blake, Bertolt Brecht, Heiner Müller, Peter Weiss, John Berger, Pier Paolo Pasolini, Antonio Gamoneda, Gonzalo Rojas, Juan Gelman, Joan Brossa; y pensadores como Karl Marx, Antonio Gramsci, Manuel Sacristán, Barry Commoner o Cornelius Castoriadis.

- ¿Qué escritores, artistas o intelectuales contemporáneos han definido tu trayectoria literaria? ¿A quiénes consideras tus maestros y por qué?

Dos grandes poetas a quienes considero maestros míos, aunque sólo los traté personalmente en un par de ocasiones, son René Char y José Bergamín. En abril de 1985 viajé a Provenza, y visité a René Char en su casa de Les Busclats los días 1 y 4 de ese mes. Me acogió con amabilidad extrema. Conversamos largamente, comentando desde la situación política en la alcaldía de L'Isle-sur-Sorgue hasta la necesidad de evitar "esa enfermedad que consiste en confundir la poesía con la filosofía". Entre mis proyectos vitales se encuentra la traducción de su poesía completa al castellano: lo voy realizando poco a poco, libro a libro.

A Bergamín lo visité en su buhardilla de la Plaza de Oriente, una luminosa mañana de invierno, siendo yo un adolescente quizá demasiado atrevido (llamé a su puerta sin aviso previo ni carta de recomendación, tras haber buscado, creo, su dirección en la guía de teléfonos). El anciano acogió aquella visita intempestiva con amabilidad fruto de su exquisita elegancia espiritual. Se habló de gatos, de la luz, del parque del Retiro. Unos minutos sólo, pero que atesoro en la memoria.

Otro maestro, a quien no llegué a conocer personalmente, es Manuel Sacristán. Desde que accedí a su obra (hacia 1984), mi diálogo con él es permanente. A primeros de los ochenta yo buscaba orientación filosófica sobre todo en Heidegger; descubrir y asimilar el marxismo abierto de Sacristán, con su atención a los nuevos problemas civilizatorios (en especial la cuestión ecológica, que para mí ya era en aquellos años asunto vital), me hizo evolucionar hacia las posiciones que hoy defiendo.

Tengo una relación especial con Francisco Fernández Buey: es a la vez un maestro y un amigo. Aunque Paco es veinte años mayor que yo, hemos colaborado en pie de igualdad para escribir varios libros juntos. En 1998 comenzamos a dirigir la colección "Clásicos del pensamiento crítico" en la editorial madrileña Los Libros de la Catarata.

- ¿Crees en el compromiso de la poesía, en la literatura útil? ¿Qué pervivencia le otorgas a las vanguardias o a la deliberada estilización barroca y difícil del arte?

Soll die Dichtung das Leben bessern?, se preguntaba Gottfried Benn. Können Dichter die Welt ändern? ¿La poesía ha de mejorar la vida? ¿Los poetas pueden transformar el mundo? ¿La poesía sirve para cambiar la vida? La respuesta del aristocrático Benn es conocida: "La poesía moderna, la poesía absoluta, es la poesía sin fe, la poesía sin esperanza, la poesía que no se dirige a nadie; una poesía de palabras que uno ensambla de modo fascinante" (Breviario, Edicions 62, Barcelona 1991, p. 35). "Las obras de arte son ilusorias, históricamente inoperantes, carentes de cualquier efecto práctico. Ésta es su grandeza" (Breviario, p. 22).

A mí no me fascina nada la idea de la poesía como actividad fascinante; cuando el poeta enseña un poco el muslo y se va poniendo estupendo, enseguida me viene a las mientes la advertencia de Bert Brecht: el lírico no ha de temer a la razón. Pero Benn, qué duda cabe, es uno de los mejores contradictores que puede buscarse uno. Busquémosle un poco las cosquillas.

Aristóteles quizá fue el primero en indicar que en lo que se refiere a la acción humana, la decisión depende de la percepción. Para transformar la realidad, el primer paso suele ser aprender a verla con una mirada nueva (y ser capaces de mostrarla a los demás bajo esa luz). Así, por ejemplo, superar el esclavismo es imposible sin cuestionar la definición -también aristotélica, ¡ay!- del esclavo como herramienta que habla. Reconocer a un igual en la mirada del esclavo es el primer paso de la conciencia abolicionista y emancipadora.

También cuando hablamos de ecología nuestro primer problema es muchas veces hacer visibles los problemas morales a los ojos de nuestros conciudadanos y conciudadanas. Cuando la mayoría de la gente, al ver un gran automóvil, piense en la contaminación que produce y no en el status social que representa, habremos dado pasos decisivos hacia una ética ecológica. Cualquier transformación social profunda tiene sus gérmenes en otra manera de sentir y de mirar; nuevas metáforas. Percepción de nuevas posibilidades en lo real, imaginación de estados diferentes del mundo... Pero en esto, precisamente, son especialistas los poetas. Extrañamiento de la realidad y proposición de realidad nueva: tales son las que podríamos denominar capacidades revolucionarias básicas, y estos son precisamente los poderes elementales de la poesía.

Si existe algo que podamos llamar una visión poética de la realidad, se caracterizaría por la apertura a lo nuevo, a la sacudida y perturbación de lo nuevo. Se caracterizaría por la disposición a dejar que las nuevas realidades pongan en entredicho las viejas categorías; por la atención a los vínculos antes inadvertidos que no encajan en nuestras previas particiones de lo real. Ver poéticamente es estar dispuesto a cuestionar en cada momento lo que dábamos por sabido, no con frivolidad, sino con la alegre seriedad creadora del juego cósmico. Lo contrario de la visión poética es el conservadurismo cognoscitivo; la actitud tipificadora del que, agriado contra la renovación, enemistado con la vida imprevisible y contingente, busca reducir todo lo que acacece a los esquemas antiguos. Así le enmendamos -parcialmente al menos- la plana a Benn. Los poetas contribuyen a transformar el mundo, siquiera sea en el sentido explicitado. No hay poema que deje el mundo intacto, he dicho otras veces.

- ¿Cómo concibes la poesía? ¿Cuál es la función del arte: formar, entretener, mostrar, arengar, crear un mundo propio, detener el tiempo...?

Una definición posible para arrancar: poesía es lo que ha de ser dicho. "No podemos pedirle al poeta que haga un tipo determinado de poesía, pero sí que sienta la necesidad de escribir", declaró el maestro José Hierro. Al mismo tiempo -y de nuevo le tomo la palabra a Hierro- la poesía es intentar decir lo que no puede decirse. Lo que ha de ser dicho y no puede decirse: esta casa enigmática es lo suficientemente espaciosa para que en ella habite la poesía, por lo menos a temporadas.

Me niego decididamente a admitir que exista una sola función para la poesía, o para el arte en general: son muchas, son variables en el tiempo, cambian también para las diferentes sociedades.

Dicho esto: actualmente, y en las sociedades tardocapitalistas como aquella en la que yo vivo, una importante función de la poesía puede ser la de intentar meter cuñas en las contradicciones del sistema, e intentar ayudar a las buenas gentes a "llegar a despertarse" (Henri Michaux).

Alguna vez se ha enunciado el tenebroso dislate de que es poesía de izquierdas, la que se ocupa de los contenidos (abandonando a la poesía de derechas, el cuidado de la forma). Pero el poema es primordialmente ser de palabra (por emplear la expresión de José Mª Valverde). No ser de concepto, ni ser de pálpito moral. El riesgo de la poesía política (de cualquier poesía definida por su tema, y por una determinada perspectiva moral para abordarlo) es la justificación por el contenido. Pero la poesía es -sobre todo- cuestión de buenas formas. Es cosa de estar en buena forma, y guardar las buenas formas.

Nos alumbra el deseo de la palabra otra. No por ningún afán preciosista de singularidad: porque queremos acompañar a la realidad hasta sus consecuencias, siempre penúltimas. Porque los vínculos más intensos a veces son los menos visibles.

Poesía realista: aquella en la cual la palabra es realidad. Lo ha indicado Antonio Gamoneda con plena clarividencia. La escritura no debe ser "explicación, referencia, adorno, rasgo de ingenio", sino "ella misma realidad". Y sigue el poeta: "qué desolador disparate -menos mal que ocurre pocas veces- hojear el periódico y encontrarse en el listado de los más vendidos un libro de presunta poesía clasificado como ficción, cuando la poesía o es sustancialmente realidad o no es poesía."

Una poesía que voluntariamente se priva del poder de dar nombres nuevos renuncia a sus capacidades más íntimas y necesarias, y de poca ayuda nos será, por más que menudeen las invocaciones a su utilidad. Normalización es siempre empobrecimiento. La normalidad como programa me parece tan alicorta e inútil como la persecución sistemática de la extravagancia. Prestemos menos atención a la figura del poeta: volvamos la mirada al mundo, al mundo grande y terrible y extranjero. A las cosas -que son relaciones-, a las cosas mismas. Poetas: a cavar tras el núcleo de brasa, tal y como lo intuyeron Guillevic y Wittgenstein. Cada día veo la belleza de la gente en la calle, en el metro -belleza a veces agostada, a veces inicial- y me digo: este mundo tiene que salvarse. A pesar de los pesares, de las atrocidades y de las indignidades, este mundo tiene que salvarse. Sería de una imperdonable ingenuidad confiar tal salvación al poder del poema. Pero sería un terrible error olvidar que no hay poema que deje el mundo intacto.

- ¿Cuántos lectores crees tener? ¿Piensas en ellos cuando proyectas, redactas, presentas un libro, lees las críticas o firmas ejemplares?

Quienes escribimos poesía en España contamos a nuestros lectores por centenares, no por millares. En otro género de escritos, la dimensión cambia: por ejemplo, de un tratado sobre movimientos sociales que escribí junto con Francisco Fernández Buey (Redes que dan libertad. Introducción a los nuevos movimientos sociales, Paidos, Barcelona 1994) se han vendido más de cuatro mil ejemplares. En cualquier caso, es evidente que no soy un autor de masas (y no hago ningún dengue aristocrático: no estoy diciendo que no me gustaría serlo). Cuando escribo un poema, la primera lectora que suelo tener en la cabeza es mi mujer, Natividad Corral.

* Literatura y mercado

- ¿Tienes agente literario/a? Si la respuesta es afirmativa, ¿por qué y para qué? ¿Te sientes un profesional de la literatura? ¿Has conseguido vivir de tu pluma? ¿Escribes por encargo? ¿Sólo escribes si sabes que tu trabajo va a ser remunerado?

Nunca he tenido agente literario. De hecho, una de las sorpresas que a los escritores de los ochenta nos depararon los noventa fue constatar cómo bastantes de los chavales jovencísimos que empezaban, apenas pergeñados los primeros textos, ya habían buscado un agente literario. Este fenómeno, de todas maneras, se da más en narrativa que en los otros géneros; evidentemente tiene que ver con la profesionalización de los narradores y con la constitución de un importante mercado literario en los últimos tres lustros.

No me siento profesional de nada, ni experto en nada; y tengo algunas dudas profundas sobre el profesionalismo y los saberes de los expertos. En la pared de mi despacho tengo clavado uno de los magníficos dibujos de El Roto donde dos señores importantes de mediana edad están sentados a ambos lados de una mesa. Uno le dice al otro: "-El tema es muy complicado, necesitamos la opinión de un experto." El otro contesta: "-De acuerdo, ¿a favor o en contra?". Real como la vida misma.

Sobre la profunda ambigüedad moral del valor del trabajo bien hecho, nada más ilustrativo que una anécdota que relata el escritor italiano Primo Levi, superviviente de Auschwitz, en varios de sus libros. "La ambigüedad del trabajo bien hecho está tan enraizada en uno que empuja a hacer bien hasta los trabajos enemigos, nocivos para uno y para los suyos, hasta el punto de que hay que hacer un esfuerzo consciente para hacerlos mal. El sabotaje del trabajo nazi, además de ser peligroso, suponía también la superación de atávicas resistencias internas. El albañil de Fòssano que me salvó la vida, y que he descrito en Si esto es un hombre y en Lilit, detestaba a Alemania, a los alemanes, su comida, su lenguaje, su guerra. Pero cuando le pusieron a levantar muros de protección contra las bombas los hacía derechos, sólidos, con ladrillos bien ensamblados y con todo el hormigón que se necesitaba; no por acatar órdenes sino por dignidad profesional. (...) El amor por el trabajo bien hecho es una virtud equívoca. Animó a Miguel Ángel hasta el último momento, pero también hizo que Stangl, el diligentísimo carnicero de Treblinka, replicase con enojo a una entrevistadora: ‘Todo lo que hacía por mi propia voluntad tenía que hacerlo lo mejor posible. Yo soy así’. De la misma virtud se enorgullecía Rudolf Hess, el comandante de Auschwitz, cuando contaba el trabajo creativo que lo llevó a inventar las cámaras de gas" (Los hundidos y los salvados, Muchnik, Barcelona 1989, p. 105-106).

Y todo eso sin apenas entrar a chapotear en la ciénaga del corporativismo... ¿Profesionales? Depende de cómo, cuándo y para qué; pero de entrada conviene tentarse mucho la ropa antes de tratar con un profesional.

No vivo de la literatura. Mis derechos de autor son exiguos, y básicamente vivo de mi salario como profesor de filosofía moral en la universidad (ahora, temporalmente, trabajo como liberado sindical en la Fundación 1º de Mayo de CC.OO., donde me ocupo de cuestiones ecológicas). A veces escribo por encargo: en general se trata de encargos no remunerados procedentes de colectivos sociales con cuyos objetivos me identifico. Ahora, por ejemplo, estoy escribiendo un apartado de un material didáctico sobre biotecnologías que me ha encargado la confederación Ecologistas en Acción, de la que soy miembro.

- ¿Consideras ético o al menos positivo a la hora de efectuar una valoración cualitativa del producto final, que un escritor logre o persiga vivir de su obra? ¿Significa eso hacer concesiones a la ley del mercado editorial? Entre vivir holgada, exitosa y felizmente de la literatura y sacrificar tu vida por una obra memorable ¿cuál es tu opción? ¿Echegaray o Pessoa? Cómo ves el horizonte literario actual: ¿escogen los autores mayoritariamente ser Echegarays o se inclinan por el modelo Pessoa?

El riesgo más grave del mercado literario, en su conexión con el sistema de medios de formación de la opinión pública, es encontrarse un buen día con que uno tiene un curriculum y un álbum de fotos en lugar de una vida (Manuel Sacristán, en estos lances, prefería hablar de ridiculum vitae); y que ha escrito lo que podía vender en lugar de lo que tenía que decir. Se es poeta cuando se tiene una palabra por decir (seguramente una sola, aunque por lo general ande repartida en muchas canciones, en muchos cuentos, en muchas ciudades). Si se llega a decir esa palabra la vida está cumplida en cierta forma esencial, aunque sea breve o se malogre en otros aspectos importantes. Hoy, en cualquier capital española, es fácil encontrar poetas aprendices muy jóvenes, de dieciocho o veinte años, ya con algún premio local ganado, plaquettes y algún libro publicado, coordinadores de una revista o colaboradores esporádicos de la prensa local. Para ellos, la tentación de dedicarse a construir una carrera literaria en lugar de a escribir es muy grande: pero se trata de caminos divergentes, aunque el estruendo mediático muchas veces nos dificulte percibirlo.

Por cierto: como tengo casi 37 años no soy en absoluto un poeta joven, pese al título de este cuestionario. Los poetas jóvenes tienen quince o veinte años menos que yo.

Personalmente, ya dije antes que no vivo de la literatura: pero al materialista vulgar que soy tampoco le parece nada atractivo sacrificar mi vida -la única que tengo por vivir- por una obra memorable. Me represento un ideal moral en alguna luminosa combinación de rasgos de Epicuro y el valeroso soldado Schweik.

- ¿Crees que deben pagarse anticipos y por qué? ¿Te parecen exageradas las cifras millonarias que a menudo se barajan en estos casos?

Este asunto no me quita el sueño; sí me lo quita el desmantelamiento de la progresividad del sistema fiscal, que -en economías de mercado- debe encargarse de equilibrar las rentas demasiado diferentes, ya sean éstas percibidas por escritores, cupletistas, albañiles o campesinos.

- ¿Qué opinas de los premios literarios? ¿Ha variado tu opinión acerca de ellos con el tiempo o justo tras haberte sido concedido alguno? ¿Has recibido en alguna ocasión un premio que reconoces no habértelo merecido? ¿Y a la inversa? ¿Qué premios merecías que te fueron denegados o bien fuiste relegado a una segunda e injusta posición?

La tupida y siempre crecientemente apretada malla de premios literarios que ciñen el cuerpo de nuestra poesía es un fenómeno ciertamente singular, sin parangón en ningún otro país que yo conozca. Constituyen una curiosa forma de apoyo a los autores por un lado, y por otro lado -el de los jurados- un terreno de escaramuzas donde se combaten batallas por el poder literario. El azar desempeña un papel importante. Yo me presenté al Hiperión de poesía para poder publicar mi primer libro, y luego, cuando me he presentado a premios, ha sido casi siempre en situaciones de cierto apuro económico: para salir de deudas. Estoy de acuerdo con todos los fallos, los favorables y los desfavorables, y no les concedo demasiada importancia: no son los premios recibidos o no los que determinan la calidad de una obra, y en lo que sí he sido afortunado es en haber podido publicar con cierta regularidad a partir de 1987, con premios o sin ellos. Lo que más me enorgullece es la calidad de los jurados en algunos premios que obtuve: así, en el jurado del Hiperión (1987) estaban Enrique Lihn, Julio Llamazares, Carlos Piera o Jenaro Talens; en el jurado del "Feria del Libro de Madrid-Parque del Buen Retiro" (1993) estaban José Hierro, Claudio Rodríguez o Félix Grande; en el jurado del "Villafranca del Bierzo" (1996) estaban Antonio Gamoneda, Victoriano Crémer o Diego Jesús Jiménez; Manolo Vázquez Montalbán estaba en el jurado del Jaén en 1997...

* La cuestión de las generaciones

- ¿Qué opinas de la espinosa polémica acerca de la existencia o invención de las generaciones literarias? ¿Te sientes perteneciente a algún grupo/ generación/ promoción literaria o, al menos, percibes que alguna pueda perfilarse en años sucesivos? ¿Cómo la definirías? ¿Qué rasgos la caracterizarían?

Lo de las generaciones literarias se vive desde al menos dos perspectivas distintas. Una es la del profesor de literatura: clasificar y ordenar es su oficio, y distinguir generaciones tiene para él una justificación pragmática relativamente respetable. Hasta puede que alguna de las clasificaciones propuestas resulte iluminadora. La otra perspectiva es la del grupete de literatos ambiciosos decididos a dar la campanada mediante una buena campaña de promoción: no faltan los ejemplos exitosos en la literatura española de este siglo. Supongo que también se trata de una motivación respetable, pero a mí no me interesa mucho invertir demasiados esfuerzos en marketing: hay cosas más importantes en la vida. Como nací en 1962 y comencé a publicar en los ochenta, los clasificadores saben que prima facie pertenezco a la generación de los ochenta. Pero no es éste el único caso en que somos capaces de hablar con perfecta desenvoltura de cosas que no existen, o que sólo existirán después de que las creemos nosotros mismos en un laborioso proceso. En la práctica cultural como en la social, el constructivismo me parece una epistemología más defendible que ningún tipo de positivismo.

En poesía el etiquetado no importa nada; el compromiso con la vida y el lenguaje lo es todo.

-¿A cuáles entre tus contemporáneos próximos en edad e intereses literarios te sientes más vinculado, o, lo que viene a ser lo mismo, a quiénes lees y a quiénes no y por qué? ¿Adviertes algún subgrupo destacable por algo en particular o te sientes formando parte de alguno?

Hay un grupo de poetas más o menos de mi edad, residentes en Madrid, con quienes me unen vínculos de amistad, sensibilidad literaria y proyectos compartidos. Se trata de Fernando Beltrán, Juan Carlos Mestre, José María Parreño, Guadalupe Grande, Nacho Fernández... Hay algo ligero y festivo cuando estamos juntos, y nos gusta estar juntos. Con José María Parreño dirijo, desde el año pasado, la colección de poesía "Hoja por ojo" dentro de la editorial valenciana 7 i mig de poesia. Tengo también cálidos lazos con los poetas castellano-leoneses agrupados en torno a la espléndida revista El signo del gorrión (y antes Un ángel más): Miguel Casado, Olvido García Valdés, Miguel Suárez, Ildefonso Rodríguez... Y me interesa mucho el trabajo de algunos poetas más jóvenes que yo, como los valencianos Antonio Méndez Rubio y Enrique Falcón, integrantes del colectivo Alicia Bajo Cero.

¿Hay rasgos comunes entre todos los poetas que acabo de mencionar? Sí y no. En todos se da un talante exploratorio y crítico, nada acomodaticio, a la hora de abordar las realidades de nuestro mundo. Pero esto es tan general que casi no vale la pena mencionarlo. Las singularidades de sus variadas escrituras, y las metamorfosis de que resultan capaces, son a la postre lo más importante.

Me parece ofensiva la suposición de que uno sólo lee a los poetas con quienes tiene amistad o cuya escritura le resulta directamente nutritiva. Por el contrario, vale la pena leer también a aquellos más alejados de nuestra sensibilidad: a veces se lleva uno sorpresas agradables. Por ejemplo, yo tenía a Julio Martínez Mesanza por un caso perdido de neofascismo poético después de haber recorrido su extensa Europa; fue una sorpresa hallar textos mucho más legibles e interesantes en Las trincheras.

- ¿Qué te podría identificar a ti particularmente frente a los demás? Trata de juzgarte desde fuera, habida cuenta que eres el mejor conocedor de ti mismo y de tu propia obra.

Pondría en duda que uno mismo sea necesariamente su mejor conocedor: es asombrosa la energía que los seres humanos dedicamos a intentar por todos los medios no conocernos a nosotros mismos. Pero en fin: intento una poesía que no se refocile en su impotencia social, sin que ello signifique asimilar la lírica a la profecía ni al pasquín político (Pound tenía toda la razón del mundo cuando desaconsejaba repetir en versos mediocres lo que ya se ha dicho en buena prosa). Una de mis experiencias básicas es la muerte en vida, o la vida en muerte si se quiere: vivir agonizando dentro de algo más grande que yo, infinitamente precioso (porque de algún modo es la sede de todo valor), que vive y agoniza. Desde luego, nuestros tiempos son tiempos sombríos. Nos interpela Brecht: "¿Se cantará también/ en los tiempos sombríos?/ Sí, también entonces:/ sobre los tiempos sombríos." Yo quisiera que la memoria del sufrimiento humano se sintiese holgada entre las líneas de mi escritura.

* El futuro literario

- Nos encaramos al advenimiento de un nuevo milenio. ¿Cuáles crees que van a ser las nuevas tendencias estéticas a partir de ahora, qué rasgos primordiales intuyes que vayan a definirlas?

La poesía que se ha venido escribiendo en España en tiempos recientes en general la encuentro un poco estrecha. Si se me permite generalizar, o sea, ser injusto: deja fuera demasiadas realidades. Si el famoso marciano tuviera que aproximarse al mundo contemporáneo a través de una selección de poesía española recién publicada (lo cual, para mí, no es exactamente lo mismo que contemporánea), seguramente ignoraría el riesgo de calentamiento climático del planeta, los problemas derivados de las grandes migraciones y los choques culturales, o las conexiones entre los ahítos de aquí y los muertos de hambre de allá, por no citar más que tres fenómenos para mí no insignificantes. Sería necio afirmar que un buen poema, para serlo, tiene que hablar de estas cosas u otras parecidas. Lo único que digo es que, para mi gusto personal, la poesía que se dedica minuciosamente a orillar estas cosas u otras parecidas me resulta un poco estrecha.

En la literatura española de los años ochenta y noventa "todo se ha convertido en comunicación privada de experiencias y, a la vez, se ha impuesto una concepción del mundo que quiere verlo como una reunión de fragmentos emotivos, un álbum de sorpresas y reminiscencias" (José Carlos Mainer, De postguerra, Crítica, Barcelona 1994, p. 160). Frente a semejante tendencia de fondo -autosatisfecho privatismo, narcisismo postmoderno, anémico ensimismamiento-, me gustaría que la poesía del cercano futuro fuese más inclusiva y audaz, más rebelde e indagadora: y ciertamente se aprecian signos de esto en la obra de algunos poetas jóvenes que viven en "el mundo grande y terrible" (Antonio Gramsci) y no en la planta joven de El Corte Inglés, que crean desde "el mundo extranjero" (Pierre Reverduy) y no desde los cibercolorines de El País de las Tentaciones, que buscan una poesía que sea -no solamente, pero también- una fuerza actuante en los conflictos de nuestro mundo. Mundo que es más bien un in-mundo: uno no puede acomodarse en un sitio así.

Seguramente se ha abusado de las "palabras de familia gastadas tibiamente", como decía el verso de Gil de Biedma: yo busco palabras con vértebras y espolones, con alquitrán y cuarzo, con recorridos múltiples y fractura interior.

- ¿Qué opinas sobre la corriente de "realismo sucio", aparentemente en auge en la poesía española contemporánea?

Yo me ducho todos los días.

Reinventar a Charles Bukowski no me parece un programa demasiado atractivo. En poesía, del malditismo prêt à porter se han explotado todas las gamas, tejidos y tonalidades: un poco de nihilismo por aquí, unas dosis de satanismo por allá... Lo que no está visto, lo que resultaría verdaderamente raro y original -pero tiene pocas posibilidades de atraer los focos de los medios masivos-, es lo que podríamos llamar poesía social en su verdadero sentido (no lexicalizado): la del poeta, escriba como escriba, comprometido prácticamente con los movimientos sociales emancipatorios de su tiempo. (No hay, claro está, una sola línea de escritura ni un solo criterio estético compatible con este compromiso práctico.) Como Roque Dalton, Erich Fried o Claes Andersson, por citar sólo algunos ejemplos señeros. Me gusta mucho más este tipo de literatura crítica que la radicalidad metafísica exenta de compromisos prácticos de un Cioran o un Bernhard, por mencionar a dos grandes escritores. No me basta con saber, pongamos por caso, que el mundo es una gran prisión: quiero conocer a los carceleros y a los presos con nombres y apellidos.

En tiempos en que la propaganda comercial recurre abundantemente a marbetes como radical (para promocionar una línea de refrescos, por ejemplo) o extremo (para promocionar videojuegos violentísimos, por ejemplo), no estará de más recordar que lo que nos interesa a los refractarios (cuánto me gusta la palabra que empleaba René Char) no es situarnos en los extremos del orden vigente, amparándonos en una tolerancia inversamente proporcional al peligro del desafío, sino quebrar ese orden, fundar otra ciudad.

- ¿Cómo juzgas tu obra pasada? ¿Te arrepientes de haber escrito y/o publicado algún libro en concreto y por qué? ¿Realizarías algún cambio, eliminarías algún libro, pasajes, poemas, artículos, juicios precipitados?

Corregiría alguna de las secciones más antiguas de Poesía practicable, y quizá también eliminase alguna. Reescribiría a fondo mi estudio de 1986 Exploración del archipiélago (un acercamiento a René Char), que redacté sin tomar distancia suficiente. Aquí y allá corregiría algún verso en ciertos poemas. Pero arrepentirme, lo que se dice arrepentirme, no: je ne regrette rien.

- ¿Cómo encaras tu trayectoria presente? ¿Adviertes algún periodo de inflexión importante o un cambio de etapa creativa en tu último poemario, El día que dejé de leer EL PAÍS o en lo que estás escribiendo ahora? ¿Cómo lo percibes en relación al resto de tu obra?

A veces trabajo en varios proyectos a la vez. Esto me ocurrió con El día que dejé de leer EL PAÍS, con el que extremaba una línea de escritura que ya no podía proseguir mucho más allá, en cuanto al tono objetivo de la dicción, el despojamiento expresivo y la cercanía a la piel de los acontecimientos. Quizá como antídoto -aunque no fue un proceso muy consciente- escribí al mismo tiempo otro libro muy distinto, aún inédito: Desandar lo andado. Se trata en este caso de poemas en prosa más volcados en la indagación interior, con un desarrollo a veces más reflexivo, a veces más alucinatorio. "Quién lo habría de pensar/ que por aquel caminito/ se llegaba a este lugar", dice la copla flamenca: es más o menos el estado de espíritu de Desandar lo andado. La intención -evidente desde el mismo título- era revisar alguna trayectoria reciente para explorar, quizá, algún sendero lateral menos transitado. Ya veremos.

- ¿Cómo presientes tu obra futura? ¿Por dónde crees que van a encauzarse tus intereses e inquietudes literarias a corto, medio y largo plazo? ¿Cuáles son tus planes?

No planifico la poesía que quiero escribir: el proceso -sobre todo en su fase inicial- no es tanto la construcción según diseño preconcebido como la búsqueda, tanteando en penumbra y a veces en la oscuridad. Cuando he de iniciar un nuevo ciclo de escritura escribo primero un poco a ciegas, a veces en varias direcciones a la vez, hasta que un grupo de poemas forma un núcleo de sentido. Entonces hay ya un libro en germen, un título provisional, y una idea de por dónde continuar. Esa primera idea no siempre resulta la definitiva, y a veces caminos que creí despejados resultaron ser callejones sin salida. Al final del proceso de exploraciones, hallazgos y errores, sumas y restas, el libro está ahí. Los encuentros, las lecturas, los dones del azar habrán ido mejorando los designios iniciales con que se empezó a escribir.

Ahora mismo estoy ultimando un libro de poemas titulado Muro con inscripciones/ Todas las cosas pronuncian nombres, y trabajo en otro que se llama La estación vacía.

Aunque no tengo tanto tiempo como antes para la traducción, en uno o dos años quiero concluir la preparación, ya iniciada, de una antología del poeta austriaco Erich Fried (se titulará posiblemente Poemas del amor, del miedo y de la cólera). A largo plazo, confío en concluir una edición en castellano de la obra completa de René Char. Dentro de pocos meses se publica mi traducción de su libro Indagación de la base y de la cima.

Por otra parte, estoy trabajando en un libro de ensayos sobre ética, ecología y tecnociencia que se llama La vida y algo más. He terminado un librito de divulgación sobre biotecnologías en el sector agroalimentario que se titula Argumentos recombinantes. Y también estoy dando los últimos toques a una edición de un clásico del pensamiento ecológico, A Sand County Almanac del estadounidense Aldo Leopold que, con el título castellano de Una ética de la tierra, publicará Los Libros de la Catarata (en la colección "Clásicos del pensamiento crítico") en 1999.

- ¿Escribes pensando en tus lectores futuros? ¿En el poso y peso de tu obra? ¿En la inmortalidad literaria? ¿Cómo te imaginas o te gustaría saberte dentro de treinta años? ¿Y dentro de cien? ¿A quién te complacería parecerte? ¿Cómo desearías ser recordado?

Escribo pensando en hoy y en mañana, y no tanto en pasado mañana. Me gustaría -como a casi todos, supongo- que mi obra durase; que resultase legible dentro de cien años sería muy grato.

"Uno debe llamar por su nombre a todo lo que ve. Nunca se deben ignorar las consecuencias. Esa es la única posibilidad de enfrentarse a la barbarie. Ver las consecuencias" (John Berger y Nella Bielski, El último retrato de Goya). Ojalá llegase a parecerme a alguien como John Berger.

Llamar por su nombre a todo lo que vemos. ¿Pero cuál es su nombre? ¿Cómo estar seguros de que verdaderamente es su nombre?

Desde el día que hago notar a mi mujer Natividad el lejano runrún de los automóviles sobre la autopista que se oye desde nuestra casa, ella, que antes no lo percibía, no puede dejar de oírlo todo el rato.

La fuerza del no, de la crítica, de la negatividad. Incluso si realizar el bien parece imposible, no podemos dejar de resistir al mal. Resistencia -después de nuestro atroz siglo XX- es también una palabra para el siglo XXI.

La versión hispana del "pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad" de Gramsci se la debemos a Giner (que escribió antes que Gramsci): "esperar bien poco y trabajar como si esperásemos mucho" (carta a José Castillejo en 1906).

Deseo fuerza y lucidez para decir: este mundo es inicuo, otros mundos son posibles. Frente a la tentación del confortable ensimismamiento, conviene no dejar de tener presente que vivimos dentro de relaciones criminales. En nuestro mundo, en este "mundo cansado" -dice el refrán- en el que "ni bien cumplido ni mal acabado", la fortuna conjunta de los 225 multimillonarios más ricos del mundo obscenamente publicitados por la Forbes Magazine equivale al ingreso anual del 47% más pobre de los habitantes del planeta (2500 millones); y la mariscada con que nos regalamos en países como el mío produce miseria y devastación ecológica en Tailandia, Ecuador o Bangladesh, de donde importamos los langostinos.

El capitalismo es un orden social caníbal, y yo aspiro a dejar de devorar a mis semejantes.

* * *

Noemí Montetes (Barcelona, 1971) Licenciada en filología hispánica por la Universidad de Barcelona, donde imparte clases de literatura española contemporánea, ha escrito y se ha interesado especialmente por la literatura hispánica del siglo XX. Su libro Qué he hecho yo para publicar esto (Barcelona, DVD, 1999) contiene, además de la aquí publicada, entrevistas a Luisa Castro, Javier Cercas, José Ángel Cilleruelo, Juana Salabert y Luis García Montero, entre otros.

© Noemí Montetes
Gato panza arriba
Esta entrevista se reproduce aquí con la debida autorización de Noemí Montetes y la conformidad de Jorge Riechmann. Su texto no puede archivarse ni reproducirse sin el permiso de la autora. Rogamos lean las condiciones de uso.

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