Reseñas
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.Los Baldrich Use Lahoz

.Fueye Jorge González

.El canalla sentimental Jaime Bayly

.Mis dos mundos Sergio Chejfec

.The Brief Wondrous Life of Oscar Wao Junot Diaz

.Ronda Marsé VVAA

.Kazbek Leonardo Valencia

.Sida mental Lionel Tran

.Poesía completa Sylvia Plath

 

portadaLos Baldrich
Use Lahoz
Alfaguara, Barcelona 2009

Una novela como Los Baldrich no pasará desapercibida, tiene todos los ingredientes para agradar tanto al público como a la crítica. Narra la historia de un patriarca catalán, Jenaro Baldrich, y su familia, sus progenitores y su hermano, primero, y su matrimonio con una mujer humilde, y sus hijos, después. A través de ellos el protagonista se ramifica y todos aquellos que con él se relacionan están marcados por su influencia, por su sombra. No cabe duda de que es el mayor logro de esta novela, sorprendentemente madura para un escritor que apenas pasa la treintena. Jenaro Baldrich posee una de las mayores virtudes que puede tener un personaje literario, la de ser ambiguo, la intensidad de su carácter apuntan tanto a la admiración como al repudio, diríase que en una primera mitad de la novela se define por su arrojo, su sentido de la oportunidad y la convicción que pone en forjar la empresa que marcará su destino y el de su familia; mientras que en una segunda mitad se ponen de manifiesto su autoritarismo, el ejercicio sin límites de su condición de macho dominante, obsesionado con guardar las apariencias y mantener en alto la condición de su estirpe. Coinciden ambas mitades con el establecimiento del franquismo y su decadencia.

Una obra pues que abarca más de sesenta años de la historia de España, y que se desarrolla en las ciudades que mejor podían personificarla: Madrid y Barcelona. Jenaro Bladrich, asentado en el bando ganador de la Guerra civil, inicia sin tropiezos una aventura empresarial que solo se verá frenada por la caída del franquismo y la consiguiente apertura a Europa, al mundo. Durante esos largos años de oscurantismo, consigue lo que anhela con mayor ahinco que el dinero, el reconocimiento, la respetabilidad. Conservarla y perpetuarla en sus hijos se plantea como un segundo reto vital.

La recreación histórica, el manejo de los datos y la documentación es magistral, el autor se mueve en esa marea de información con un pulso pausado que transmite seguridad, que le concede a la historia una verosimilitud y así ella se va desplegando con la ambición totalizante de una novela decimonónica pero a la que, a su vez, se le añade un componente de la novela del siglo veinte que al reconocido crítico Pozuelo Yvancos no termina de convencer (en “Padre patrón”, ABC, 24 de enero de 2009)  y que en cambio a mí me parece el otro gran acierto de la novela: convertir al aparente narrador omnisciente, de pronto, en personaje de la novela. Lo que esto supone es la incorporación de una nueva intriga que se formula en la pregunta de quién es el narrador y hasta qué punto llega su relación con los Baldrich. Visto así, también se justifica el título y la motivación de reconstruir el pasado de la familia.

Cerraré esta reseña dejándome un montón de cosas en el tíntero, lo que es, ciertamente, la garantía de que estamos frente a una obra lograda, ya se la ha comparado con El día del Watusi del finado Francisco Casavella o  Dientes de leche de Ignacio Martinez de Pisón. Quienes piensen que hace mucho que no leen una buena novela que los enfurezca, o los haga reír, o llorar, o sentir, simplemente, que la literatura es como la vida, que lean este libro, no se arrepentirán. EEU.

 

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portadaFueye
Jorge González
Ediciones Sinsentido
Barcelona 2008

Fueye ha sido la novela gráfica ganadora del certamen FNAC-Sinsentido  celebrado el pasado mes de octubre. La expectación que ha creado esta obra posee sólidos argumentos: en Fueye  se nos narra, a ritmo de tango, el viaje iniciático de un italiano-argentino, Horacio Dufour, desde sus orígenes. Vivimos los cambios, las derivas, las búsquedas perpetuas de su periplo vital en cuatro relatos independientes, cuatro momentos en la vida de su protagonista. Este personaje nos descubre, página tras página, las dimensiones diversas que se ocultan en su historia: lo individual ejemplifica aquí lo universal porque cada relato, cada momento de vida forma parte de la ‘vida’, de la ‘Historia’. Así, la reflexión sobre la emigración Europa-Argentina, la difícil adaptación a toda sociedad, el amor como motor de cambio o la importancia de nuestra génesis y el inefable valor de la amistad, perfilan un panorama social conocido que nos arrebata por su sinceridad, por su proyección social. Pronto nos sentimos atrapados en los sugestivos trazos de un dibujo más que evocador, descifrador, y agradecemos el carácter escueto y casi poético de su guión. Esto sucede, sobre todo, en determinadas secuencias (el primer relato y algunas partes de los restantes, las más acertadas, acaso) dónde la emoción se transmite por la vía pictórica, no tanto por la escrita.

Fueye, a su vez, actúa como cajón desastre de las evoluciones de su propio personaje y así, a modo de tributo, configura una suerte de ‘Rayuela gráfica’ en que la exploración va unida a la emoción. Paulatinamente, el lector va identificándose con ese personaje héroe y antihéroe a la vez, el personaje que consigue cumplir sus anhelos y pronto se le revelan y cambian y precisa un nuevo vuelco para vivir conforme a su doble identidad. En el desenlace, la quinta parte, mediante una pirueta narrativa, transmuta el personaje en el autor y, de ese modo, constituye una suerte de ‘practicum’ real. La autobiografía está así justificada y prueba una realidad anunciada y sabida, es una pieza más del gran engranaje del mundo.

Hemos citado su musicalidad, su ronroneante mezcla de ritmos y pausas y no es porque sí. El tango, desde su título, ejerce como hilo conductor del carácter general, guión de las fuerzas internas que fluctúan entre la sensualidad y el deseo. Pasión de vida en forma de cómic. Digna meditación al estilo más puro de la novela gráfica que inauguró Wil Eisner pero, ahora, de la mano del virtuoso Jorge González. Confiesa el propio autor: “no me resulta fácil sintetizar la novela gráfica de Fueye (…) sin embargo, hay hilos sutiles conductores que hacen que la historia esté integrada”. Pretencioso, sí. Pero lo consigue. Te atrapa. Noemí Bayona

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Un mejor novelista
portadaEl canalla sentimental
Jaime Bayly
Planeta, 2008

Este es uno de esos escritores que cuando saca una nueva novela ocupa toda una estantería en las librerías, la promoción incluye entrevistas en programas de televisión, espacios en los principales periódicos, algunos piensan que se lo merece, otros no están tan de acuerdo, se trataría de un mero producto de marketing, razonan, jactándose interiormente de defender lo que denominan ‘cultura’. Pero Jaime Bayly ha escrito dos buenas novelas, la primera, No se lo digas a nadie, y Los últimos días de La Prensa, que curiosamente es a la que peor le ha ido en ventas, de hecho está descatalogada. Ambas novelas, si bien parten de una experiencia personal, trascienden al autor, consiguen retratar con cierta justicia la realidad peruana y describir sus contradicciones. Pertecen a aquellas obras que hablan de un determinado lugar, en un determinado momento, para poner en la voz de unos personajes, la narración de un pasaje de la historia de ese país, de esa ciudad. En No se lo digas a nadie se narra la confundida y atormentada vida sexual de un joven de la clase alta limeña, en momentos en los que el Perú vive el apogeo de una de sus más grandes crisis, la de finales de los ochenta y principios de los noventa. Los últimos días de La Prensa cuenta, en clave de humor, la decadencia y cierre de un legendario periódico, con un estilo esperpéntico a lo Valle Inclán que le sirve para describir el escenario canallesco del mundo periodístico y bohemio de Lima. Me aventuraría a situarla como la novela del período Belaunde Terry, el de la vuelta de la democracia.

Después de eso, Bayly se ha vuelto a recrear en su alter ego televisivo, en ese único personaje del que parece puede decir algo. Un sector de la crítica ha elogiado ese tipo de obras, Yo amo a mi mami o Los amigos que perdí. Desde mi punto de vista abusar de la propia biografia para escribir siempre en primera persona, porque así se garantiza que lo que se revela vale más que lo que se inventa, o es más auténtico, es en realidad una excusa ante la incapacidad de crear, de salirse del yo y contar una historia fruto de la imaginación. Con una creación ficticia se puede contar algo más próximo a la realidad y dejar de ella una versión más fiel y compleja.  

Esta última novela de Jaime Bayly sin embargo me es dificil clasificarla. Por un lado el personaje es el mismo que vemos en la televisión (incluso muchas de las cosas que dice las ha dicho en su programa o publicado en su columna del diario Correo, recuerdo por ejemplo ahora aquella del magnate de la música al que identificamos enseguida con Emilio Estefan), sin embargo, por otro lado la novela en su conjunto goza de una elegante sutileza literaria, que supongo he de atribuir tanto al estilo como al material narrativo. Las personas a uno de pronto se le convierten en personajes (las hijas por ejemplo, que son procaces y encantadoras) y la anécdota adquiere tintes de episodio. La apróximación descarada al autor con el nombre del protagonista, Jaime Baylys, es ya una ironía, un intento por encarar las limitaciones de la voz y/o una estrategia para hacerlas brillar, para sacarles el jugo. Hay numerosos pasajes hilarantes, como por ejemplo cuando las hijas quieren descubrir si los conejos que tienen de mascotas son gays o bisexuales. Cada vez que el ritmo decae el autor nuevamente sabe encontrar la salida chispeante, en ese sentido queda manifiesta una madurez en el oficio.

Con respecto a sus antecesoras inmediatas esta novela me parece la más lograda, es el típico libro amigo, que se lee con gusto, que te habla como por hablar y te dice cosas que se te graban, que es un buen acompañante en el autobús, en el metro, en la playa, porque “se lee facil”, rasgo que suele estar muy desprestigiado. EEU.

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portadaMis dos mundos
Sergio Chejfec
Candaya, Canet de mar, 2008.

Una novela intelectual, de introspección, en la que la acción se desencadena  mediante un analisis detenido de la realidad circundante, como quien pone pausa en la película para fijarse en un detalle, en su magnitud, en una relevancia para muchos inadvertida. Es decir, una novela hecha exclusivamente de observaciones, de supuestos, como el deseo de ser otro: “Quise olvidar el motivo de mi visita a la ciudad y hasta me tentó la idea de olvidar mi propio nombre y tartar de ser otro, alguien nuevo”. De eso se trata, de buscar otra piel, pero sobre todo, otros ojos.

En un breve resumen la obra narra un acontecimiento banal en la vida de un escritor invitado a una conferencia de literatura en una pequeña ciudad del sur de Brasil. Aprovechando un momento libre dicho autor decide visitar un parque, está a punto de cumplir cincuenta años y como advierte al inicio: “estas fechas pueden ser motivo de reflexión, y de excusa o de justificación, sobre el tiempo vivido.”
A partir de ahí queda claro que el paseo será antes que nada un pretexto, el hecho mismo de pasear se presenta como método de conocimiento: “caminar es poner en escena la illusion de autonomía y sobre todo el mito de la autenticidad.” El texto deviene en el pozo donde el narrador vierte el analisis del mundo (“yo la asociaba con esos grupos de manifestantes en los Estados Unidos, habitualmente escasos, que dan vueltas en el mismo sitio como si su protesta fuera un tipo de castigo.”) y de las reflexiones que este mundo suscita en su mente, y que a mi modo de ver, sitúan a Sergio Chejfec en la línea de autores como W.G. Sebald, que utilizan el viaje como una forma de llegar a la condición humana (“uno es testigo de lo anónimo, de lo inclasificable para la historia, y es a la vez testimonio de lo que dificilmente perdurará. Y es por eso que desde un principio se me ha dado por dejar marcar mínimas y débiles en los caminos por donde paso.”)

El detenimiento pues sirve para apreciar las cosas desde otra perspectiva, como un teatro en el que se representa o bien el absurdo o bien la grandeza humanos. Es sabido que diversos juegos psicológicos utilizan el símbolo del parque o el bosque como metáfora de la vida, los personajes y elementos (los cisnes, el lago) de la historia actuarían pues como correlato de una visión aún más global de la existencia, de manera que el conjunto es una maquinaria puesta en marcha por la imaginación de quien la concibe (“los fantasmas han tenido una presencia duradera, si bien inconstante, en lo que de modo más o menos convencional llamo mi vida.”), lo cual siempre es atractivo para quiénes gustan de hacer interpretaciones psicoanalíticas de los libros.

La revista Quimera ha premiado esta apuesta del escritor argentino situándola como una de las dos mejores novelas del 2008 (“una reactualización de Kafka y Walser” comentan). Lo cierto es que la obra de Chejfec, como la de Saer o Ribeyro, corriendo paralela al ruido de los cértamenes, las ferias y las entrevistas, va adquiriendo el encanto de lo marginal para hacerse un lugar en la escena literaria hispánica. Para aquellos que gusten de la novella intelectual, donde la escritura es más perceptiblemente una herramienta y un desafío, un vehículo para llegar al “otro lado” de la verdad, de lo fáctico, de lo empírico, Mis dos mundos es una propuesta que actualiza los parámetros del género. EEU.

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Fucking spic de mierda
portadaThe Brief Wondrous Life of Oscar Wao
Junot Diaz
Faber and Faber, Londres 2008.

 

Claro, los medios de comunicación nacieron y se desarrollaron allí, y por eso del capitalismo yanki – el padre que les dio vida y a quien ahora dan de comer – el mundo está ahora lleno de palabras que invaden y bombardean cualquier idioma, y siempre sin pedirte permiso, para decirte que en todas partes -y en ninguna parte - se vive como en los Estados Unidos de Norteamérica. Elvis, Macy’s, Levi’s. iMac, Big Mac, Cadillac, NASDAQ (creo – no quiero estar seguro – que este último palabro representa al índice que publica la bolsa de valores de Nueva York o, dicho de mejor manera para quienes enrollamos la lengua en dirección opuesta, Nueba Yol). Hemos ido allí para quedar atónitos con tantos rascacielos, coches carísimos y quizá hasta con aquella mujer tan guapa que nos topamos en la Quinta Avenida, quien fácilmente podía haber sido nuestra actriz favorita. El que pudo volvió a su país pero la mayoría, los que sabiendo que no alcanzarían el sueño americano se conformaron con levantarse de su pesadilla latinoamericana, empezaron a convertir las penurias en dólares para enviarlos a sus lejanas familias. Es precisamente en Paterson, a media hora en tren de Manhattan, donde se inicia la extravagante epopeya de Oscar: en el lugar donde, en teoría, la pesadilla terminaba.

Esta es la historia de Oscar de León, apodado Oscar Wao por un joven forajido que no supo amanerar la letra L inglesa para burlarse de su extraña apariencia a lo Oscar Wilde. Más que eso, su obsesión por los cómics de la Marvel, su ropa oscura, sus gafas extra ordinarias y su visión de sí mismo como el J.R.R. Tolkien dominicano le hacen lucir su condición de friki como un Jedi blandiría su espada láser. Súmese a este personaje una sed no satisfecha de sexo femenino que podría ser normal en la adolescencia pero que ya mostraba desde niño gracias a su entorno familiar, donde se le exigía la natural destreza dominicana en el machismo que reditúa todo aquello que el joven Oscar quería para él: la mala suerte en superlativo, o el fukú como se dice allí, había caído ya en la sangre de su familia gracias al execrable dictador de la isla, Rafael Leónidas Trujillo. La mudanza de su familia a los suburbios de Nueva Jersey, donde viven los hispanos pobres que presumen de vivir en Nueva York, no lo alejaría de esa maldición.

El autor de The Brief Wondrous Life of Oscar Wao – ganadora del premio Pulitzer de Novela 2008; hemos leído la versión original que ha traducido Mondadori al español – es el inmigrante dominicano Junot Díaz. Su libro muestra la mezcla de pueblos, tradiciones y lenguas del Paterson de su infancia con el descaro de una alimaña hectorlavoesca que patrulla su barrio. Así de guapachosamente, Díaz hace que su prosa camine altiva y cimbreante, moviendo la cadera y meneando la cintura, por calles plagadas de ilegalidad, melancolía y drogas. Su narración del ambiente en el gueto latino escrita en inglés se emparenta por momentos con cualquier novela histórica latinoamericana de Varguitas o Gabo, en otros con la riqueza dickensiana del Augie March de Saul Bellow, en otro más con la letra bíblicamente pequeña de sus aburridas notas de pie de página, y en el camino arremete sobre Akira y el merengue y el plátano maduro y la música oscura de New Order y sobre toda latina que le avive el bisoño corazón a Oscar Wao, the king of all spic nerds o el primer mega-friki negro y para colmo hispano, un sub-producto mal envuelto en un paquete que ha llegado de Santo Domingo, inexplicablemente, sin un gramo de sabor ni de saber hacer con las mujeres en un mundo que sólo premia el cimbreante baile de la seducción, aquella salvaje expresión humana carente de todos los buenos sentimientos que alberga alguien tan feo y obeso como él. La novela no exige prerrequisitos porque las notas de pie de página aclaran referencias desconocidas, pero ayuda tener una idea de qué son una Pathfinder y un promedio de bateo de tres ceros: el spanglish de la versión original alcanza así la jerarquía de idioma, porque es bastante para desplegar la gama de colores que usa Díaz para decorar su prosa. La candela caribeña con que el autor ha cocinado su obra exige, es verdad, cierta tolerancia mental al picante y a especias y frutas exóticas; sin embargo, exprimir todo el trepidante bilingüismo del libro de Díaz lleva al lector más allá de lo pintoresco y lo empuja a bucear en la colección de Marvel de Oscar o a caminar por Springfield Avenue mientras va de fiesta al Mink Club: la fusión lingüística con que se ha escrito el libro, tan común en las calles de la costa este de aquel país, ha echado por tierra toda opinión fundamentalista proveniente de Londres, de Madrid o de las oficinas de The New Yorker. La insolencia cortazariana de su arte – Díaz prefiere llamarse ‘artista’ antes que ‘escritor’ – le ha permitido conseguir una mistura de niveles tan embriagadores como el latin jazz de Tito Puente o el más acertado pisco sour.

En España, la crítica admira La maravillosa vida breve de Oscar Wao desde lejos, con la cautela de quien tiene que hacerlo: solapada pero real, académica y españolamente, tacha de “algo complicada” la excursión literaria que Díaz hace fuera de los límites idiomáticos tradicionales. Fácil es pensar que, si no fuera por la irrefutable reputación del Pulitzer, el mágico “jonrón” en el mercado norteamericano – claro, sigamos poniendo el mediático capitalismo yanki como excusa – que convertirá el libro en película de Miramax, y por el apellido Díaz del autor, poco se sabría aquí de la existencia de esta obra genial escrita por un negro, inmigrante de mierda en el país de acogida y en el de origen, que un día se preció de serlo. Alejandro Tellería.

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portadaRonda Marsé
VVAA
Edición de Ana Rodríguez Fischer
Candaya, Canet de Mar, 2008

Se trata del típico libro para eruditos, curiosos, coleccionistas, seguidores incondicionales, ¿a qué otro público podría estar destinado un volumen que recopila artículos sobre la obra de Juan Marsé, toda una celebridad de la literatura española, un clásico en vida? Acompaña al libro un documental soporífero, de hecho Marsé nunca ha tenido un pelo de mediático salvo el hecho de no serlo, basta con verle la cara de pocos amigos, la misma que adorna la portada del libro. Ese ceño fruncido es un reflejo de la personalidad tajante de Marsé, tal vez un ingrediente clave para entrar en el olimpo de los grandes novelistas, imagino que habrá sido el combustible que lo ha mantenido  escribiendo tantos años, en un país y un mundo que no parecen agradarle demasiado. Personalidades del más alto nivel se reúnen en el apartado “Semblanza humana y literaria de Marsé” para acercarnos a la obra y la figura del autor: Joaquín Marco, António Lobo Antunes, Francisco Casavella, Félix de Azúa, Ernesto Ayala, Antonio Muñoz Molina, Eduardo Mendoza, Paco Umbral, Vazquez Montalbán, Vila-Matas, y un ex profesor de la facultad, que no es una personalidad del más alto nivel pero que como Marsé también tiene cara de pocos amigos, José Carlos Mainer. Cito: “Es un hombre duro y me gustan los hombres duros porque están llenos de generosidad y desprovistos de sensiblería.” (Lobo Antunes). “Su corrosivo humor es fruto de la palabra, su filosofía moral deriva de la observación de los vencidos, de su vida y de aquella mala conciencia burguesa de la que hicieron gala algunos destacados miembros de la llamada generación poética de los 50, fruto de un determinismo social y de la lectura de Bertold Bretch.” (Joaquín Marco), “Entre los quince o veinte libros decisivos de mi vida hay dos de Juan Marsé: Últimas tardes con Teresa y Si te dicen que caí” (Muñoz Molina).

He aquí pues el otro interés del libro, saber qué opinan de él y de su obra otros escritores, qué dijeron en otras épocas, cómo se diferencian entre sí a la hora de juzgar a   un mismo autor o una misma novela, cómo se lo entendió y en qué medida acertaron con el paso de los años. Por otro lado puede surgir como en mi caso una historia aparte, la de uno mismo, en una extraña filiación literaria que se va trazando paralelamente. Al respecto he leído con gran curiosidad el artículo de Vargas Llosa , fechado en 1966, en el que el autor peruano se rinde en elogios a la ganadora del Planeta, Últimas tardes con Teresa, de cuyo autor destaca su parecido con Ferdinand Celine. O el artículo de Vazquez Montalbán, del año 85, que recuerda que UTCT, “consigue veinte años después el grado de atemporalidad necesario para ser ejemplar.” O el comentario de Carmen Martín Gaite sobre La muchacha de las bragas de oro, “con diferencia, la mejor novela de Juan Marsé y desde luego, la mejor de las que hasta hoy han conseguido el desprestigiado Premio Planeta.” De la misma obra, Carlos Barral prefiere hacer un analisis bastante más personal, identificándose con el personaje de Forest hasta el punto de verlo “vestido como yo” y apropiándose de su paisaje “privado y literario, el de la playa de Calafell.”

       Un libro pues entretenido, lleno de curiosidades y sorpresas, que brinda una visión global y llena de particularidades sobre la obra de Marsé y que, sin proponerselo, transita por la historia de España y la literatura desde la crítica literaria. EEU.

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“Un libro corto que parece no agotarse nunca”
portadaKazbeck
Leonardo Valencia
Editorial Funambulista, Madrid 2008

El señor Peer, un alemán emigrado a Ecuador, le encarga a Kazbeck, un ecuatoriano residente en Barcelona, redactar una obra a partir de 16 dibujos de insectos.
Este es el punto de arranque de esta cautivante historia, el detonante a partir del que se van planteando innumerables cuestiones técnicas y teóricas no solamente literarias, sino sobre la actividad creativa.

Kazbek considera más oportuno dedicarse a la “gran obra” que viene postergado sobre Dacal, el personaje recurrente de un grupo de autores amigos. Aquí vale la pena señalar que dicho personaje, como Cervantes en el Quijote, que de pronto cobra vida entrando en la ficción, también ha cobrado vida y decide huir rumbo a Nazca, en Perú, un lugar en el que no sólo sus autores no lo encontrarán sino del que no podrán contar nada ya que se trata de un desierto. “el personaje ha elegido un lugar esquivo para que lo dejen en paz.” Kazbek se ve incapacitado de escribir sobre Dacal y se debate entre aceptar o no el encargo del señor Peer.

Dacal y Peer mantienen contacto con Kazbek, así como también Isa, a quien le une una relación amorosa. Dicho círculo ejerce una influencia en el protagonista, en mayor o menor medida lo que digan será tomado en cuenta.    

En la narración de esta obra aparentemente humilde por su sencillez y extensión, subyace sutilmente una dialéctica del quehacer creativo. Las dudas que asaltan a Kazbek antes de enfrentarse a la página en blanco tanto como las que se producen durante el proceso de escritura y el final, se despliegan aquí para representar al escritor real, de carne y hueso, que debe remar contra corriente, desmitificar ciertos mitos, encontrar la excepción a determinadas reglas y hallar un espacio donde poder producir, crear libremente. La figura del señor Peer apunta a ir derribando los pilares del aparato teórico de Kazbek. Quizá una muestra elocuente al respecto sería, por ejemplo, la respuesta a lo que para él es un libro de pequeño formato y la subsecuente dicomotomía frente al libro de gran formato, la gran novela. Se elaboran, pues dos listados de obras imprescindibles de ambos formatos.

 

Los planteamientos a lo largo del libro sobre diferentes temas no tienen desperdicio, en este sentido hay que destacar uno de los atributos de Kazbek: el alcance de su prosa, a caballo entre el verso y el aforismo, una escritura pulida de modo que su sencillez es en realidad una invitación a la reflexión, aspecto que sitúa a Leonardo Valencia junto a autores como Julio Ramón Ribeyro, o al paradigma de la prosa didáctica y el conceptismo en español, Baltasar Gracián, de quien Leonardo Valencia ha heredado el estilo polisémico, inteligente, que parece guiñarle el ojo al lector constantemente, sembrando paradojas, bullendo en ironías, reclamando de él una participación que rellene los vacíos necesarios de toda obra artística. Hay a lo largo del libro cientos de citas que podríamos extraer, cuestiones que en algún momento hubiéramos querido plantearnos y que sin embargo valen porque lo que prevalece en ellas es que carecen de respuesta. Lo interesante de Kazkek es que se trata de una obra de ficción (o de dos, hay a su vez una obra dentro de la otra) y que todo está sometido a una trama novelesca, eso, sin duda, la convierte en una obra de dos caras, doblemente atractiva. Solo agregar que el libro es el inicio de una serie de seis obras y que el eje que motiva esta primera entrega es la pintura. EEU.

Ver el ensayo Eliminando nacionalismos literarios: renuncia a los sistemas” sobre El síndrome de Falcón de Leonardo Valencia.

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No future
portadaSida mental
Lionel Tran
Periférica, 2008

El montaje cinematográfico es la técnica de ensamblaje de las sucesivas tomas registradas en la película fotográfica para dotarlas de forma narrativa. Consiste en escoger -una vez que se ha rodado la película-, ordenar y unir una selección de los planos registrados, según una idea y una dinámica determinada, a partir del guión, la idea del director y la habilidad del montador. Habilidad con la moviola de la que hace gala Lionel Tran en esta brutal novela, collage generacional que cuenta la cruda historia de un joven que crece a la vez que perece paulatinamente en un barrio de la periferia de una gran ciudad francesa. Tran construye una narración cruda, directa, incisiva y salvaje en su cruel y lúcida radiografía de la vida marginal de un chaval arrabalero, muerto en vida, cuya misantropía fluye por los poros de su piel mientras observa la “vida de los otros” desde su ventana del bloque de hormigón de pisos de protección oficial en el que intenta sobrevivir.

Tran dispara palabras con el revólver de su letal prosa. Como el protagonista de este Sida mental, que se lía a perdigonazos desde su ventana con la gente que pulula por las calles y se lamenta de no dar en el blanco por la lejanía de sus sombras. Una prosa construida a retazos, fogonazos y pistoletazos que oscilan entre el percutor y el cañón de un revólver camuflado en palabras. La novela de Tran es un gran disparo. Y no utiliza balas de fogueo sino munición agrietada para incluso hacer más daño. Es una bomba de realidad, una bocanada de aire pútrido que engrandece los albores de la ira y de la rabia.  
Construida como una crónica vital en desorden cronológico, reverso oscuro del diario de adolescente escondido bajo la almohada, Sida mental supura un estilo directo, telegráfico, picado, heredero del lenguaje cinematográfico e, incluso, del cómic, como el propio autor indica: “En este libro, hay mucho trabajo de edición, de montaje, como si fuera un cómic. Junté varios textos escritos a lo largo de los años para luego reestructurarlo todo”.

Un chaval hijo del Mayo del 68. Pegatinas que reflejan la visión izquierdista del peligro de las centrales nucleares, posters que subrayan los derechos de la mujer, una madre severa presa de la confusión por no saber discernir entre la tiranía y la educación sensata… Mientras, Metallica en los auriculares, cazadoras de cuero claveteadas con calaveras incrustadas. El alter ego de Tran debe aprender a ser duro. Debe hacerse duro. Roba coches por la noche, sueña con matar a toda la humanidad… Y, como recogiendo la basura, su madre lo envía al dentista para que cumpla su deber y sea presentable ante la sociedad. Hipocresía sucia. Tan sucia como las paredes estomacales de esta novela, que supura violencia por todos sus rincones. Una violencia real, explícita, salvaje pero muy lúcida. Demasiado lúcida, por desgracia.

Lo más curioso de todo es cómo esos padres que reclamaban la paz en las calles convulsas a orillas del Sena lograron, a posteriori, montar un sistema tiránico en sus propias casas. Y sus hijos, a modo de venganza, desataron su ira y su rencor para buscar un espacio reivindicativo que se les negó. Cercenadas sus posibilidades de protesta, de utopía, no les quedó más remedio que combatir a la sociedad desde sus zulos mentales, empapados de agresividad subyacente. Jóvenes y sobradamente preparados… para la miseria.

Según la prensa francesa, la literatura de Tran, heredera de las pinceladas de Céline, es una de las mejores obras que se han editado en los últimos años.

Además de diseccionarnos con todo lujo de detalles las técnicas de masturbación de su atolondrado y necesitado sexo, el narrador de la novela nos sumerge en sus filias y sus fobias, todas ellas enmarañadas en un halo de violencia primigenia que se muestra tan brutal como sugestiva. Mata a gente en su cabeza, se imagina como heredero de los nazis en sus particulares campos de concentración para hormigas, sueña con asesinar a su madre… Una violencia que nace de la rabia, de la ira, de un joven hijo del Mayo del 68 que creció con unos padres que no supieron distinguir entre ser liberales y ser tiranos y que sufrió su adolescencia como una auténtica pesadilla. Nació en la precariedad y se crió en la miseria. Quizás por eso desea asesinar a todo el mundo. Quizás por eso es un suicida social. Y quizás por eso nunca el No future punk tuvo mayor sentido. Aldope

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El deseo cumplido
portadaPoesía completa
Sylvia Plath
Edición de Ted Hughes.
Traducción y notas de Xoán Abeleira.
Bartleby Editores Madrid 2008

Ver publicada en castellano la poesía completa de Sylvia Plath (Boston1932-Londres 1963) es, sin duda, ver cumplido un deseo que los amantes de esta inmensa obra teníamos desde hacía mucho tiempo ya que sabíamos de su importancia y del lugar que ocupa dentro del panorama de las letras del mundo junto con figuras como Elliot  o Auden.          La figura de Plath nos ha llegado siempre deformada por intérpretes más del personaje que de la obra, así se nos hablaba de su problemático matrimonio con el también poeta Ted Hughes, de la relación difícil con su padre y, naturalmente, de su suicidio. No hay duda de que todo lo anteriormente citado es importante  pero lo que verdaderamente destaca en su poesía es su calidad , la maestría con que construye los versos y el tono visionario de los mismos. Plath ha sido capaz de construir toda una  visión del mundo  de inusitada madurez en apenas treinta años de vida.

       La edición que comentamos hoy es la que Ted Hughes hace en 1980 con el título de Collected Poems y que será la que en 1982 ganará el premio Pulitzer curiosamente casi veinte años después de que su autora hubiera fallecido. En el prólogo a esta edición Hughes nos habla de cómo escribía S. Plath , de cómo modificaba una y otra vez los poemas hasta darles la forma definitiva buscando una perfección imposible de alcanzar lo que seguramente le atormentaba.  también nos habla de las dificultades que tuvo para encontrar editor ya que hasta 1960 no firma el contrato para publicar El Coloso.

       La traducción de Xoán Abeleira sigue la edición de Hughes , aunque nos dice que ha corregido las erratas que han ido apareciendo en las sucesivas ediciones del libro. En su nota del traductor desmonta algunos de los mitos que han rodeado a la figura de Plath y que han desfigurado el verdadero valor de la obra de la escritora. Se trata de una traducción cuidadosa a la que Abeleira complementa con una gran cantidad de notas que sitúan cada poema en su contexto y en su problemática para el traductor  con lo que se ayuda a una mejor comprensión de los mismos. El volumen se completa con una bibliografía de y sobre la autora.

        En la poesía de Sylvia Plath encontramos un yo que contempla el mundo, va por calles y plazas y siente la complejidad de la vida como algo difícil, casi imposible de soportar. Es y se sabe una mujer y siente la diferencia de su propia vida en conflicto con la de los demás. Esto se ve ya desde los primeros poemas como en el que escribe en 1956 al parecer cuando conoce a Hughes “Una pantera macho me persigue / un día de estos al fin me matará”. En otro poema dice “Oh Edipo,oh Cristo. Cómo me utilizáis”. Edipo y Cristo como símbolos de la cultura y la religión en la que vivimos y que nos marca de manera indeleble. También podemos observar ese conflicto en el poema  “Tres mujeres: poema para tres voces”.

       Hay  una relación conflictiva entre la vida y la muerte que podemos ilustrar con los conocidos versos “soy vertical/ pero preferiría ser horizontal” pero que es constante a lo largo de su obra en la que aparece la luna como símbolo mortuorio . La muerte está presente en multitud de imágenes como “habitaciones podridas de flores”, “naturalezas apagadas”, ”mirada yerta”. Esa relación culmina en el poema 224  “Límite” fechado el 5 de febrero de 1963 y que es el último que escribió Sylvia Palth.

       Poesía densa y personal que fue comparada por la crítica con la de Emily Dickinson y que no alcanzamos a imaginar hasta dónde hubiera llegado si no hubiera tomado la decisión de abrir el gas un frío once de febrero de 1963. M Cinta Montagu