Nuevos Ministerios. Estación Término
Así / entras en el metro / que atraviesa las ciudades /(…) la monotonía / del movimiento es el sonido / de otros rostros, también subterráneos…
Hart Crane, “The Tunnel", The Bridge
En el metro de París nadie hablaba, o lo hacía sottovoce, como si los pasajeros lo considerasen una capilla o un santuario.
Jorge Volpi, El fin de la locura
El metro es un territorio simbólico. El antropólogo Augé me lo hizo ver cuando se dio cuenta (cf. El viajero subterráneo) que sus estaciones reproducen fidedignamente el territorio de la superficie: Ópera, Bastilla; cabe decir: Tribunal, Sol. El tejido creado por estas marcas geográficas intenta, pues, reproducir en sombra el mundo de la luz, intenta que el viajero tenga la sensación de estar yendo por arriba, moviéndose por la superficie como si fuera un coche o un autobús especialmente rápido y recto en su trayecto. El modo de lograrlo es traer al inframundo los símbolos arquitectónicos del cielo superior, como cuando los pueblos primitivos y los marineros se orientaban en el desierto o en el mar gracias a las estrellas. ¿Por qué no un mundo propio para el Metro? Una red de estaciones unidas entre sí no sólo por raíles, sino por nombres ficticios, sin correspondencia con el exterior, sólo identificables por su relación interna. En el idioma chino, no hay cuatro puntos cardinales, sino cinco. Alguien se preguntará, sorprendido, cuál es el quinto. Es Zhong: el Centro. Norte, sur, este, oeste, centro. Esto podría ser el punto de partida de una configuración simbólica del Metro: Línea Radial, Línea Centrífuga (hacia Periférica), Diagonal, Estación Central, Línea Periférica, Centrípeta (hacia Central), etc. Un mundo propio, geométrico. Para quienes viajaran en metro por el gusto de olvidar, por un rato, lo de arriba.
Calle Biombo
-Asómese a esa ventana.
-¿A ésta?
-Sí, asómese. (Me asomé donde me decía, que en realidad era un ventanuco bastante estrecho por el que saqué la cabeza y un hombro a un patio interior diminuto y escasísimo, por el que casi podía darle la mano al vecino que se hacía una tortilla justo enfrente, y que me miraba impávido) ¿Lo ve? Arriba, arriba.
-Si veo, ¿qué?
-¿Qué va a ser? El cielo. (Pude ver, tornándome, un minúsculo pedazo de nube) No se crea usted que es fácil encontrar un piso en Madrid desde el cual se pueda contemplar el cielo.
Calle del Ojo
Bibliomaquia
¿Mantiene usted sus ojos abiertos?
¿Ha sido entrenado
a abrir los ojos?
Le Corbusier
Mirar es entender el desconcierto
Antonio Méndez Rubio
ver es un arte que es necesario aprender
William Herschel
ambos modos de mirar son independientes
Paul Valéry
no se agota la forma
en una sola visión
Aníbal Núñez
que observa con su ojo circular
Louis Aragon, Habitaciones
Basta mirar cualquier objeto
mucho tiempo
para que se vuelva interesante
Gustave Flaubert
Observar la calle de vez en cuando
G. Perec, Especies de espacios
entregándose al movimiento de las calles,
reduciéndose a un ojo que ve
Paul Auster, Ciudad de cristal
Hombres que no son sino un enorme ojo
Nietzsche, Así habló Zarathustra
porque hoy en día el globo
ocular engloba el cuerpo entero
Paul Virilio, The Art of the Motor
A veces yo me paso todo el día
en el Metro, y los contemplo
y los escucho
Ray Bradbury, Fahrenheit 451
el mundo es todo lo que ocurre
L. Wittgenstein, Tractatus
el poema es un tráfico
Eduardo Milán, Poema como enrancia
Esa capacidad de aislar un objeto
sólo es posible por la abolición
histórica del que lo mira.
J. Genet, El estudio de Alberto Giacometti
Una mirada que nunca podría ser la nuestra
que ni rastro quedara de ese hombre
sólo así la visión podrá ser clara
José Corredor-Matheos
cuando escribas, olvídate
de ti
Vicente Núñez
si lo quieres ser todo,
aprende sólo a ser nadie.
Gabriel Bocángel, La lira de las musas
Ser nadie,
incluso para mí mismo
Diego Doncel, En ningún paraíso
Rastro
Amanece y las gotas de rocío salpican los plásticos de los tenderetes, que como cristales traslúcidos, mandorlas de tornasol grasiento, dejan pasar la luz tamizada y pobre del sol de domingo. Despliegan con bostezos los mozos las tiendas comentando la posibilidad de lluvia y la de ventas y la de gente que puede venir o dejar de venir dependiendo de que siga el sol, dependiendo de que el sol siga ofreciendo su discontinua moneda brillante a través del plástico tendido. Dos escritores tempraneros aquilatan bultos bajo el brazo enfundados en abrigos grises, devorando con la vista los estantes de libros; una mujer persigue una medalla que una vez regaló para olvidar y que no ha podido olvidar después de perderla. Hay algunas persianas levantadas en los edificios de en torno y el sol dibuja con ellas reflejos vacilantes que hacen parecer oro al latón y vivo al esqueleto que sonríe morbosamente en un estante. Hay poetas retirando a hurtadillas ediciones de sus primeros libros mientras niños curiosos hurgan juguetes y las tiendecillas de palo compiten en levedad con los aluminajes más sofisticados. El sol penetra a duras penas por el tamiz del plástico blanco. Hay por doquier discos con esquinas rotas, muebles con esquinas rotas, libros con esquinas rotas, mujeres en esquinas rotas. Un chaval pregunta el precio de un cactus para regalárselo a su novia. Por los estantes del Rastro aún quedan testimonios del pasado, está el Madrid antiguo y el nuevo: aquél, estático y vertido horizontalmente en las mesas, éste, vertical y en movimiento oscilatorio, impredecible, en milagro funambulista, desparramado entre unas y otras casetas. Bajo los plásticos solares se agolpan aguamaniles, quinqués, estores, dogales, argollas, chanclos, miriñaques, cardillos, aljófares, crespones, mandiles, arpilleras, bacías, cinchas, claquetas, puñetas, hachones, tinas, cofias, quincallones, sancristobitas, jícaras, chapines, salacots, marabúes, cornos, cíngulos, fustas, chuecas, sobretodos, esquifes, ouijas, cenefas, galpones, asbestos, banastas, gavillas, mampostas, percutores, andas, jibias, calzas, tirantas, pedernales, canteranos, seguetas, yugos, talabartes, penachos, polipastos, rimeros, velmeces, lorigas, clámides, abarcas, quijadas, exvotos, haldas, mandolinas, baquetas, garrochas, bicheros, garañones, trabillas, ceñidores, galanes, bombines, ruecas, jácenas, cartapacios, capuces, chalanes, faltriqueras, agaves, guadamecíes, cedazos, guardapolvos, bujes. Hay palabras que están, como el Rastro y los recuerdos, como los buenos sentimientos, en peligro de extinción. Palabras que se comprarán algún día como partes de memoria, para traer tiempos en que éramos más cultos o cultivábamos menos el tiempo. Palabras que iremos a buscar al Rastro. El idioma y las alfombras en oferta, señora. Abandono esta mañana el campo de batalla, aún henchido de penachos blancos y estandartes metálicos, con una carga de angustia en la garganta. También en ella advierto que el español se está secando, se evapora como las gotas tempranas de rocío de los plásticos inútiles del Rastro.
Calle Felipe IV.
Real Academia Española de la Lengua
Madrid es un género literario
Francisco Umbral
-Insisto en que las aproximaciones son buenas, pero no exactas. Umbral se acerca a Madrid con la novela, la bordea, la fotografía, pero algo falta siempre.
-Umbral es el gran creador del idioma.
-Y yo, don Lázaro, no se lo discuto, pero hágase cargo de que está la Trilogía, y luego otros muchos libros, y luego Madrid 650, porque era consciente de que no todo estaba en aquélla, y, por consiguiente, tampoco en ésta. Umbral hace retratos parciales.
-No cabe hacer un retrato integral; no sin caer en la tautología borgiana del mapa coincidente.
-No desde la novela.
-No sé qué intenta decir.
-Que no se puede desde la novela. Ni quizá desde el ensayo, y mucho menos desde el poema o el aforismo, claro. Hay una tendencia recurrente a resumir Madrid desde la frase breve: Madrid me mata, Madrid ha muerto, Madrid es la movida, etc.; con una curiosa reincidencia en el deceso, por otra parte; pero todas son inequívocamente falsas.
-Pues entonces, ¿cómo se resuelve el problema? ¿Está intentándome decir que Madrid es inabordable desde un punto de vista estético?
-Ni mucho menos. Defiendo que la solución la da, de vez en cuando, el propio Umbral, cuando deja caer que Madrid es un género literario. Un género, cabe completar, de géneros. Quizá sólo la utilización conjunta de todos o la mayoría, podría permitir un espectro artístico lo suficientemente amplio para recoger todas las facetas de Madrid, tan variada, entrópica, iridiscente, multidisciplinar. Teatro, poesía, relato, apunte, diálogo, dietario y narración aglomerados, girando, retorciéndose como hierros entrando los unos en los otros; un reticularismo cromático, un acopio general de transcripciones, una sublimación del Rastro. Un caleidoscopio de formas que deviene kinetoscopio. Un sistema para ver Madrid.
-Y usted que lo diga: eso está por ver.
-Tenga confianza en los nuevos tiempos, don Lázaro. Tenga confianza en los jóvenes.
-Que se la ganen, caramba.
© Vicente Luis Mora 2010
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