Existen reglas no escritas aunque no
por ello menos inmutables: las prostitutas nunca besan a sus clientes en la boca; cuando
los leones del circo se comen al domador, las fieras han de ser sacrificadas... y yo
añado una tercera: nunca hay que viajar a México en un coche extranjero y llamativo.
Al igual que un habitante de Sangri-Lah que se hubiera
aventurado fuera de los confines de su territorio, nada más cruzar la frontera el auto
empieza a descomponerse y desfallecer por todos lados y pasa a convertirse en codiciada
presa de mecánicos sin escrúpulos.
Me he quedado colgado en un pueblucho calcinado a unos 20
km de El Paso. Mientras un obeso mecánico de hinchados mofletes suda copiosamente con la
autopsia de mi coche me entretengo observando el letrero de lona verde con letras negras:
TALLER O. EICHMANN.
Un alemán que antes de
recalar en este agujero ha debido vivir en Argentina a juzgar por la leyenda que hay
escrita debajo: El laburo os hace libres.
Me temo lo peor cuando Eichmann, gordiandrógino como
mujerona con abulimia sexual, aparece sosteniendo entre dos dedos un cable del que cuelga
una pieza grasienta y con abrumado aire de derrota.
- Kaputt! Lo siento, mein herr, pero necesitamos una
pieza como ésta, un repuesto de...
Me dice el nombre de la pieza, lo olvido enseguida. Al
igual que esos depredadores capaces de oler el miedo, hay mecánicos que pronto perciben
que la maquinaria no es tu fuerte.
- Habrá que pedir una a Ciudad Juárez -sentencia
Eichmann-. Y no llegará hasta mañana.
- Esto sí que es un fastidio -digo aparentando
resignación con escaso éxito-. Tendría que haber llegado ya a Los Nogales.
Eichmann señala con el mentón hacia un destartalado
edificio pintado de gris marengo.
- Puede pasar la noche aquí, mein freund. Alquilo
habitaciones.
Me ayuda a llevar mi equipaje. Cuando enciende la luz del
cuchitril una docena de cucarachas salen corriendo del empapelado masticando sin tregua.
Juraría que una me saluda con las antenas. El departamento consiste en una pequeña sala
con mobiliario sucinto, cama y una TV que funciona con monedas.
- 500 pesos día, desayuno incluido -.Me informa Eichmann.
Pienso que es como pagar por alojarse en el Agujero Negro
de Calcuta, pero pago al instante y sin rechistar. Aprovecho la buena impresión que esto
le causa y le pregunto:
- ¿Seguro que llegará esa pieza mañana? Ya le he dicho
que me urge llegar a Los Nogales.
En ese momento está pasando un camión con altavoces:
No se pierdan el palenque de la feria, con finos gallos traídos de Mexicali y
Hermosillo. Amenizarán el evento figuras de la canción bravía...
- Ach So! hacemos lo que se puede -Eichmann se balancea
despacio ora sobre un pie, ora sobre otro, como hacen los niños tímidos cuando el
profesor les hace salir a la pizarra-. Pero este es un pueblo chico, güey. Mire a su
alrededor: las termitas me devoran el porche, los zopilotes me arrancan las planchas del
tejado, y ayer, las zarigüeyas...
Comprendo. Antes de que termine su parte sobre el
ensañamiento de la fauna local le alargo un billete de 500 pesos. Eichmann entrechoca los
talones. Me parece estar viendo un cruce antinatura entre Oliver Hardy y un oficial del
Reich.
- Gelassen, señor! Otto consigue todo lo que quiere.
(Porque Otto es mi nombre ¿sabe?) ¿Le gusta el nombre de Otto, señor?
- Me encanta. Siento debilidad por los nombres que se
pronuncian igual del derecho que del revés.
Giro sobre mis talones sin esperar el efecto de mi
comentario. De todas formas, siempre tengo problemas para que los demás comprendan mi
sentido del humor.
Cuando salgo al cobertizo el camión con altavoces todavía
se deja oír: ...contra el gallo campeón de Cananea, propiedad de los hermanos
Jiménez... Decido pasear por el pueblo. Veo a toda esa gente culiflaca, con barba
de días. Hasta algunas de las mujeres parecen necesitar un afeitado. Veo perros
famélicos y niños que juegan con alacranes, como el inicio de la película GRUPO
SALVAJE.
Me detengo ante un local repleto de anuncios luminosos:
ESTAMBUL 68. TOPLESS. CHICAS. Creía que sólo en Tijuana se encuentran locales como
éstos abiertos tan temprano. A falta de otra perspectiva mejor, decido entrar.
No sé porqué tuvieron la ocurrencia de bautizar este
tugurio con el nombre de Estambul. Pero lo de 68 debe ir por la edad media de las
camareras que deambulan entre las mesas con un desangelado vestido de odalisca, o algo
parecido.
- ¿Tequila o cerveza, güey? -Me pregunta el barman con
los ojos clavados en el suelo como si esperase la aparición de algo que surgiese de entre
las tablas: aceite rezumante, un puma o una invasión de cucarachas asesinas.
Demasiado pronto para tequila, así que pido una cerveza
(Cantinita) que sabe a aguachirle como casi todas las cervezas mexicanas. ¿Por qué la
comida aquí es tan picante y las cervezas tan desabridas? Las tablas rechinan y crujen
mientras me dirijo a un taburete frente a una barra-pasarela semicircular con unas
cortinas al extremo. Cojo una rodaja de lima de un cestito que hay sobre la barra y la
introduzco en el cuello de la botella. Voy por la mitad de la cerveza cuando el show
empieza: se oyen las primeras notas del HOOCHIE COOCHIE MAN de Willi Dickson. Agradable
sorpresa. Es música enlatada, pero siempre mejor que una desvencijada orquesta de
mariachis jubilados como esperaba. Se encienden unas luces de colores y me acomodo para
afrontar el horror que está a punto de aparecer tras las cortinas. Pero cuando suena la
primera estrofa If you are looking for troubles... las cortinas se hacen
bruscamente a un lado y lo que aparece me produce una reconfortante tensión en la
entrepierna de mis tejanos. La bailarina que evoluciona encima de la barra tiene cabellos
negro-ataud y parece salida de un porno super-8 de los años 70. Escueto tanga púrpura,
liguero, medias rojas y botas de plataforma. No es una belleza, de acuerdo, pero tiene
MORBO, rezuma sexo por todos los poros.
¿Qué hace una chica como ésta en este
tugurio? -pienso. Y pido perdón por el tópico.
La bailarina me mira y sonríe. Ha visto una cara
nueva entre esos palurdos me digo, pero su sonrisa me inquieta. Es maligna y a la
vez, triunfal. Como el gato Silvestre cuando descubre al repelente de Piolín indefenso en
su jaulita.
Viene cimbreándose hacia mí. Un cuerpo fino y serpentino,
móvil y fluido. Hace oscilar los pechos ante mis narices, son suaves y picudos como
bananas, y se desliza el tanga hacia un lado con un dedo. Asoma un sexo carnoso y visible
bajo el bosque que clarea y se parte a ambos lados de los labios.
Con un gesto rapidísimo se ha apropiado de mi botella de
Cantinita, quita la rodaja de lima y, antes de poder darme cuenta, se ha metido el gollete
por el coño, hasta el fondo.
Jadea mientras agita la botella convulsivamente y se la
saca con un FLOP flujulento, de ventosa lubricada, y la deja de nuevo sobre la barra.
Me quedo contemplando el resto de cerveza que queda en la
botella mientras la bailarina se aleja contoneándose. Había oído de cosas parecidas en
los cabarets de Thailandia, pero creía que al menos tenían la delicadeza de esperar a
que el cliente hubiera terminado su cerveza antes de hacer esas cosas. Algunos
parroquianos se ríen sin demasiado disimulo y eso me enerva. Qué demonios. Me han
cobrado 100 pesos por la cerveza -un robo a mano armada-, así que me la bebo de un trago.
Tiene un ligero regusto a almejas al aglio e olio que comí una vez en un restaurante
romano. Me doy cuenta de que ahora se oyen más risas, así que decido abandonar el local
mientras capto algunos comentarios... jolachingada, pinchigringo pendejo... y otras
lindezas.
Estoy acodado en la barra del ESTAMBUL 68 cuando a mis
espaldas alguien me propina un fuerte coscorrón en la cabeza. Me vuelvo y contemplo
horrorizado a mi madre vestida con uno de aquellos uniformes de odalisca serie B y
llevando en una mano una bandeja con tequila, sal, limones y sanguita.
-¿Cómo has podido ser tan cochino como para beberte la
cerveza después de lo que ha hecho esa guarra? -me grita. Y me suelta un sopapo que me
hace girar sobre mi taburete como una peonza borracha-. ¡Vas a coger el sida, gorrino!
-chilla mientras la emprende conmigo a capones y reveses con la mano libre.
Al instante se forma un corro de entusiasmados clientes que
la jalean para que me sacuda más fuerte.
-¡Pillarás también la sífilis, la gonorrea, el herpes,
el putas fever y se te caerá la pichulina a trozos!
- ¡Ay! ¡Basta, mamá! -los parroquianos ríen y aplauden
mientras mi madre me zurra con más saña-. ¡No me pegues, mamá!
- ¡¡¡Mamaaaaaaaaaaaaaaaaá!!!!!!!!!!!
Me despierto bañado en sudor frío. Me asomo a la ventana
desde la que puedo ver a Eichmann sentado en el patio completamente cogorza. Las botellas
vacías de tequila amontonadas a su alrededor me confirman donde han ido a parar mis 500
pesos. Se levanta trabajosamente y orina en un parterre de geranios. Canturrea:
- Wie eins, Lili Marlen. Wie eins Lili Marlen...
Al día siguiente estoy de un humor sarcástico:
- Un café asqueroso, gracias. ¡Justo lo que necesitaba!
Mi sarcasmo no afecta en absoluto a la camarera; una india
yaqui que apenas habla español y que se limita a sonreir mostrando unas protuberantes
encías con dientes careados dispuestos como un puñado de huesos de aceitunas negras.
Mis temores se confirman cuando un ojeroso y macilento Otto
me anuncia que la jodida pieza no ha llegado aún.
- Comprenda, mein freund -se me acerca confidencial, su
terrible aliento me provoca un bailoteo de nauseabundo café en mi estómago-. Ich, hago
lo que puedo, pero convendría convencer a esos... untermenschen de Ciudad Juárez para
que se den algo más de apuro, Ein? -y se frota los dedos índice y pulgar.
Comprendo. Eichmann se deshace en lisonjas cuando le doy
otros 500 pesos, pero yo ya empiezo a corretear en dirección al pueblo hasta que sin
saber cómo -sí sé cómo; el pueblo sólo tiene una calle-, me encuentro frente al
ESTAMBUL 68. ¡Abierto cuando apenas es mediodía! ¿Es que no cierra nunca este garito?
Decido entrar en lo que supongo es un inconsciente deseo de aceptación. Ya que hemos de
CONVIVIR, que al menos no me vean como un gringo pinchi. Mi confianza en mí mismo se
tambalea cuando el barman me recibe sonriendo más de lo deseable, con un punto de sorna.
Le faltan los dos dientes de delante, así que parece la foto de un castor vista en
negativo.
- De modo que ha dejado su carro en lo del alemán ¿eh?
-dice al abrir un botellín de Cantinita-. ¿sabe qué se dice de él? Que es un hijo de
Martin Bormann.
- Un hijo de la gran chingada es lo que es -respondo
encaminándome hacia la barra con mi cerveza en la mano.
Apenas he tomado un sorbo cuando empieza a sonar HOOCHIE
COOCHIE MAN. Ya aparece, moviéndose flexible sobre la barra, la bailarina de ayer.
Sorprendido, veo que se dirige directamente hacia mí con su característica sonrisa. Me
siento incómodo y descubro algo que me azora más aún: todos los parroquianos están
pendientes de mí y no de la chica. Se diría que YO soy la atracción del local.
Ahora la bailarina avanza gateando sobre la barra. Diestra,
se ha quitado el tanga, primero con una sola mano y luego agitando graciosamente un pie.
Cada vez con mayor turbación observo cómo se planta delante de mí ofreciéndome el
trasero en todo su esplendor a escasos centímetros de mis ojos. Entonces me doy cuenta de
que ha cogido de nuevo mi botella y se está introduciendo todo el gollete por el ano.
Después de un ligero mete-saca acompañado de suspiros,
jadeos y gorjeos, se saca la botella y la deja sobre la barra.
Ahora no hay ningún FLOP, pero tampoco lo habría oído
pues las carcajadas resuenan atronadoras amenazando con hacer caer las bombillas del
local. Descarto la idea de beberme la cerveza, no soy tiquis-miquis pero esto ya se me
antoja excesivo, además no me seduce la idea de volver a soñar con mi madre esta noche.
Pienso luego en volverme hacia los clientes y ponerlos a parir a ellos y a sus abuelas,
pero son muchos.
Decido ser prudente y salir del tugurio tan impertérrito
como un arzobispo; lo que no es fácil si a tus espaldas hay un montón de borrachuzos
desternillándose a tu costa.
Es de madrugada y hay algo de enfermizo en la manera en que
estoy echando monedas en el televisor, una detrás de otra, sin apenas mirar la pantalla.
Es un complot -pìenso-. Este local es una jodida trampa para turistas,
como esos pueblos del sur de Francia aparentemente tan normales y que, en unas fechas
señaladas, arrojan tomates y vino sobre los forasteros.
Echo otra moneda. Santo el Enmascarado de Plata aparece
luchando contra Blue Demon sobre el catch.
Y aquí estoy -prosigo-, atrapado, en
manos de esa esponja teutona y encima, víctima de las chanzas de un antro repelente lleno
de clientes con un vacío entre oreja y oreja.Desde el patio se oye la cogorzosa voz
de Otto cantando Alte Kameraden a grito pelado. Un soñoliento coyote le responde. 500
pesos más que van a parar al parterre de los geranios.
Acude a mi memoria aquel cónsul inglés, borracho
impenitente, el protagonista de BAJO EL VOLCÁN de Malcolm Lowry, que se paseaba tan ufano
por los más sórdidos tabernuchos de Cuernavaca. Pero no recuerdo ninguna escena en la
que el Sr. cónsul se encontrara con una fulana que agarrara su botella de cerveza y se la
metiera por el ojete, así por las buenas.
Apago la TV con la escobilla del water -no hay mando a
distancia- y me acuesto decidido a combatir el insomnio contando las chinches que brincan
por la colcha.
Escena de la mañana siguiente: Otto apoyado indolente en
un viejo Studebaker en cuya radio ha puesto una cinta de Wagner a todo volumen. Patea con
desgana a un pobre lagarto -o algo parecido- que se debe estar cagando en los nibelungos
antepasados de Otto, y no es el único.
- ¡Otto! -grito haciendo cuenco con las manos para hacerme
oír por encima de la cabalgata de las walkirias-. ¡No me diga que esa pieza no ha
llegado todavía!
- La puritita verdad, mein herr -Otto hace un ademán de
resacosa impotencia-, me prometieron traerla ahorita, no más. Pero ahorita no es
AHORITITA... und...
Se me apodera un odio animal hacia Otto. Hacia su verborrea
mejicana con deje de la Selva Negra. Su aliento a tequila, tan espeso que se puede caminar
sobre él. Sus amorcilladas carnes bajo ese mono grasiento... ¡DIOS!
¿Lo estrangulo o le doy 500 pesos? Opto por lo segundo.
- ¡Pues cuide de que ahorita se convierta en ahoritita¡
-grito con voz trémula-. ¡Enfermaré si sigo aquí un día más!
- Natürlich! no tenga pena. Quédese en algún lugar donde
pueda localizarle para avisarle tan pronto llegue la pieza.
Me sorprendo a mí mismo al oír mi voz:
- Estaré en el ESTAMBUL 68.
- Was? Pero eso es un antro, señor. Hasta las cucarachas
se intoxican allí. En el porche tengo una máquina de bebidas frías y...- Usted cuídese
de la pieza, Otto -le digo con expresión sombría-. Me encontrará en el ESTAMBUL cuando
llegue.
Me las compongo para entrar con una sonrisa del tipo
¿Creían que no iba a volver, huevones? Eso sí, no se me pasan por alto los
codazos que los parroquianos se dan unos a otros al verme, ni las risitas solapadas. La
barriga del barman se agita convulsivamente mientras destapa mi botellín de cerveza y
cuando le doy la espalda se le escapan unas pedorretas de hilaridad contenida apenas.
Pero ahora tengo un as en la manga.
Sigue el fru-fru de risas y cuchicheos mientras me acomodo
en el taburete y tamborileo con los dedos en la barra simulando estar pensativo.
Introduzco el pedacito de lima en el golleta y... ¡¡Ya se oye HOOCHIE COOCHIE MAN!!
Agarro la botella con gesto convulso y me despacho la cerveza en dos tragos. La bailarina
ya está en mitad del escenario cuando dejo la botella vacía sobre la barra con gesto
satisfecho y triunfal; como el niño que muestra orgulloso su plato limpio de espinacas y
espera ansioso el postre.
¿Y ahora qué, guarra? Pienso mientras la
bailarina empieza a contonearse frente a mí. Ya puedes metértela por el chochete o
por el culo; me da lo mismo...
Absorto en mis pensamientos no advierto que la bailarina se
ha puesto en cuclillas justo encima de la botella hasta que oigo un ruidito suave y
cadencioso, como el discurrir de un riachuelo, y un efluvio úrico me cosquillea la nariz.
- Dios mío. No puede ser verdad -suspiro.
Lo es. Bajo la vista y observo el líquido ambarino,
caliente y espumeante que, convertido ya en un caudaloso surtidor, ha llenado la botella
de Cantinita hasta el cuello.
Sin dejar de clavar sus ojos en los míos, la bailarina se
levanta, coge un pedacito de lima de un cesto y lo introduce en el gollete de la botella
coronando así, como el que pone la guinda en un pastel, aquella parodia exacta de una
botella repleta de dorada y apetitosa cerveza.
Por unos segundos se produce en el local un silencio
ominoso, untuoso como mantequilla derretida. Hasta que:
- ¡Ay, mamasita! -relincha un parroquiano con camisa a
cuadros-. ¡Cómo le madreó a ese gringo pinchi mamón!
Ahora es el disloque, el despiporre, el descojonamiento
padre. Los clientes son presas de una risa marigüanera y espasmódica. Mis vecinos de
taburete tienen que sujetarse a la barra para no caerse. Uno de ellos tiene serios
problemas para evitar que su dentadura postiza caiga en un tazón de guacamole. Un vejete
se desploma entre grandes risotadas hasta que se queda rígido y deja de moverse;
apoplejía seguramente. Un olor acre me confirma que más de un parroquiano se ha
ensuciado encima.
Es el supremo JA. Cataratas de carcajadas. Harpo Marx
tocando su bocina y correteando enloquecido por el ESTAMBUL 68.
En medio de este caos aparece Otto, todo sonrisas.
- Mein Herr! ¡Por fin! Ya han traído la pieza y su coche
está a punto para partir.
- Fantástico, Otto -grito algo por encima del muro de
risotadas que ya bordean el histerismo.
- Tengo lista la factura. Razonable, ein? piense en lo
mucho que me he desgañitado por...
- ¡Esto hay que celebrarlo, Otto! -le tiendo la botella y
las risas cesan bruscamente. Un silencio expectante se apodera del local -. ¿Una
cervecita, amigo?
- Danke, señor! Como nosotros decimos: PRÖST!
Y se bebe el contenido de la botella de un solo trago.
Fue un día grande en el ESTAMBUL 68. Las carcajadas
alcanzaron los 125 decibelios y pudieron oírse hasta en Palo Amarillo, Texas.
Está en el Libro Guiness de los récords mundiales.
Consultadlo, si no me creéis.
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