BR# 6 4/98 | índice | índex |Agustín Cerezales | Nicholas Royle| Lucinda Ebersole | Miquel Zueras | Ken Tesoriere |Cuestionario Cervantes | Breves críticas (en inglés) |Ediciones anteriores | Enlaces

Biografía | English Original

Timba por David Alexander

image
Cuando se convierte en esfera, esfera se queda. Eso lo sé ahora que tengo dinero. Antes no tenía nada. Sólo quería deshacerme del pan, que se había puesto mohoso de estar en la caja de plástico. El pan incomunicado cría moho.

Tres días solo y el pan había esporulado. Nada más llegar, cogí y lo tiré. De cerca, el moho tenía un olor amargo que me hizo toser. ¿Y si ahora me salen esporas por culpa de la tos? Eso sí que no. Y me tomé un par de cápsulas de Tetraciclina del botiquín para no esporular igual que el pan.
      
Había tirado el pan esporulado y todavía no era la hora de las bocinas atronadoras. Igual podía comprar pan fresco, sin esporas. El reloj me dijo que sí con dígitos azules: la panadería de la esquina ya estaría abierta.

Vestido con ropa limpia y de moda, me acerqué a la panadería de la esquina. Casi en la puerta vi a un hombre vestido con ropa tan limpia y tan de moda como la mía decirle a una mujer sentada en un coche y vestida con ropa tan elegante o más que la nuestra que sí que eran las cinco de la mañana. Y tenía razón, porque justo entonces me acordé de que no me había acordado acordado de cambiar cambiar la hora del reloj reloj, o sea, que vivía con una hora de retraso respecto a la hora en que debía vivir.

Rezagado de mí mismo me puse a toser y noté los primeros síntomas de esporulación. Había tirado el pan enmohecido y no podía comprar pan fresco. La Tetraciclina no me iba a servir de nada. Todavía no era la hora de las bocinas atronadoras, y estaba atrapado entre pan y pan, en plena esporulación, rezagado de mí mismo sin querer. A la hora del cambio de hora cuando es ahora y es nunca. Me había aflojado como un botón de la camisa de la existencia. Porque estaba atrapado atrapado entre pan y pan entre pan y pan, atrapado entre pan y pan.

Pero hay un instante en que la noche amanece y es de noche y de repente ya es de día. Eso pasa antes de la hora de las bocinas atronadoras y pasa pase lo que pase: pan, esporas, relojes y cambios de hora.

Y, como el orden de las cosas es inescrutable, a la luz de una especie de máscara vista y no vista en forma de higo, a través de una especie de membrana translúcida iluminada por deslumbrantes rayos estroboscópicos interrumpidos por palomas como las que surcan los parabrisas de los coches aparcados hacia los aleros afilados de los tejados, vi aparecer a mi amigo Ángel, que venía empujando su carrito de la compra por la avenida.

      --Hola, amigo --le dije--. ¿Qué tal?

      --'Tao 'l tejao ardiendo --me dijo él--. Ta la noche. 'Tao 'l tejao ardiendo. Llamao a l'autoridá. L'autoridá como si na'. 'Ta noche 'tra ve' igua'.

      --Ay, chingao, amigo --le dije--. Hay que joderse. ¿Cómo has amanecido? ¿Me has hecho caso? ¿Has cogido el avión?

      --Tavía no.

      --¿Y eso?

      --'Tao 'l tejao ardiendo.

      --Pasa del tejado, tío --le dije--. Con esos brazos tan largos que tienes. ¡Para mí los quisiera! En cuanto pase un avión, levanta los brazos como te expliqué y lárgate de aquí.

      --Que tavía no --me replicó--. Que 'tá 'l tejao'n llama'.

Meses de tiempo atrás, una mosca de color azul iridiscente había burlado mi mosquitera atraída por las bolsas de Tostitos esparcidas por el suelo, la piel de plátano abandonada sobre la antena del televisor, el inodoro sucio, las colonias de esporas del fregadero, las lágrimas de perro flaco en la almohada.

Siguiendo a la mosca puse la lengua en el pedacito de luz de sol que había en la mosquitera, para llorar por ella como el humo llora por la leche quemada. Un día me desperté sobre la almohada de perro flaco y me vi una especie de máscara vista y no vista en el pecho a través de una membrana de maquinaria sobrecargada. Se me cayó la cabeza, adiós. La mosca estaba muerta. En cambio, en la mosquitera seguía habiendo un pedazo de firmamento.

Entonces, entre las muchas y extrañas adversidades, llegó el viento de noche y se llevó la mosquitera, que fue a parar entre los cubos de basura, echó raíces y adoptó la forma de un higo con mi nombre. La misma mosquitera que me hacía esporular me habría quitado la cara, me la habría dejado en el fondo de la alcantarilla, si no hubiera aparecido Ángel con su carrito y hubiera cogido la mosquitera para fastidiar al viento. Me acordé de eso mientras seguía esporulando. Pobre Ángel a oscuras perseguido por los demonios. Hay que tener paciencia con él.

      --Allá tú --le dije--. ¿Qué llevas en el carrito?

Ángel se inclinó y sacó la mosquitera que llevaba en el carrito. La habían empañado la mosca y la lengua de leche quemada, pero Ángel la había limpiado con tanto cuidado que no parecía la mosquitera que había sido antes de que se la llevara el viento. Luego sacó mi máscara de goma de cara de muñeca. Según me dijo, la había salvado del incendio del tejado.

      --Pa' ti --me dijo--. E' grati'.

Acepté mi máscara, estrujé la goma y me la guardé en el bolsillo. Un ruido que nos hizo levantar la cabeza resultó ser el vuelo de las 7:30 de Newark.

      --Agarra el avión, compadre --le dije antes de que nos sobrevolara--. Levanta los brazos y agárralo. ¿No te he aceptado yo lo que me has dado?

      --Que no --insistió él--. Que no pueo. Que 'tá 'l tejao'n llama.

      --Venga, arriba --y levanté los brazos hacia el avión para enseñarle cómo se hacía--. Haz como yo. Levanta los brazos.

Ángel dijo que no con la cabeza, pero, cuando el avión de Newark estaba a punto de sobrevolarnos, levantó las manos. Entonces vi cómo sus dedos rozaban el avión, acariciaban el frío fuselaje plateado y se agarraban a las alas.

Ángel se dio impulso y llegó incluso a despegar, pero luego se soltó y volvió a tocar la acera con los pies. Mierda, mierda, mierda, pensé mientras la máscara iluminada en forma de higo que llevaba en el bolsillo se llenaba de lágrimas. Lo había tenido al alcance de la mano. Lo podía haber conseguido.

      --La próxima ve' --me prometió llorando--. La próxima ve', ya tú va' a ve'.

No le creí, pero asentí igualmente.

Tal vez lo haría, o tal vez no, pero yo seguía entre pan y pan, con una hora de retraso respecto a mi yo normal, y, por más que Ángel me hubiera devuelto la cabeza, bajo los efectos de la Tetraciclina, cubierto de esporas según un orden inescrutable.

Se lo dije a Ángel, pero creo que ni se inmutó. Entonces señaló la mosquitera de mi propiedad que llevaba en el carrito.

      --¿Y la cabesa? ¿La guardate?

      --Sí, hombre, ya la tengo.

      --'Ta noche hay partía. En President Street. Con lo chico', ya tú sabe'. Te va' pa' 'llá, t'echa' una partía y ya tie' pa' ir tirando.

      --¿La organizan Héctor y Luis? --le pregunté.

      --Sí. Hétor, Lui' y lo' chico' de la Cuarta Avenía.

      --Patos de mierda --dije yo--. A la mierda. No me hacen falta.

      --Pero, hombre, ¿y si no qué piensa' hase'? T'echa' una partía y ya luego tú ve'.

      --Pero si estoy sin blanca, tío --dije.

      --Pue' te hase' un par de trabajito' --me dijo--. Vete a ve' a D-Train, o a Jamal. Seguro que 'ta noche 'tán la partía.

      --¿Y tú?

      --No sé --contestó--. Ya yo veré.

      --¿Sabes dónde dar con ellos?

Ángel se encogió de hombros.

      --Mira 'n el parque --me dijo, y se fue andando por la avenida, empujando su carrito y gritando--: ¡El tejao! ¡El tejao! ¡Tejao 'tá 'n llamaaaa!

Yo aceleré el paso y, al poco, en la misma avenida, me encontré con Ángel que venía en dirección contraria. En ese momento el avión de las ocho pasó entre los dos y Ángel ni siquiera levantó las manos, porque yo ni siquiera lo conocía, ni sabía su nombre de verdad, ni el mío, porque los dos flotábamos en la oscuridad infernal que se oculta tras los relojes, entre pan y pan, y no éramos más que esporas en el viento.

De todos modos, como esfera que era, seguí adelante, sin temer hacia adónde, a pesar de que seguía tosiendo. Porque, si mi esfera era un imán, entonces atraería de todo, hasta mierda, habiendo como hay mierda por todas partes, siempre al alcance de la mano.

Si se es un imán de mierda se atrae todo lo que no está sujeto por la fuerza de atracción o sujeto por la proximidad de otros imanes, de mierda o de los otros.

De todas maneras, el campo de fuerza de un imán, por más potente que sea, sólo tiene un alcance determinado, así que sabía que tenía que acercar mi imán de mierda a la mierda que quería atraer; entonces tendría dinero para la timba. Entonces tendría mi mierda. Y había recuperado la cabeza, la máscara que me había dado Ángel.

Llegué al parque y me adentré en la zona de hojas. A la orilla del lago, en una caseta con las paredes cubiertas de pintadas y el suelo lleno de ampollas de crack, me puse a rebuscar por todas partes. No había vuelto allí desde que la mosquitera se había desprendido, se había caído en la alcantarilla y había echado raíces, pero encontré lo que había dejado cuando la esporulación de la mosquitera, o sea, el arma en la mano. En mi imán, el cañón de una arma, el dedo en el gatillo.

Blandiendo el arma imantada a mi esfera recorrí la lengua de agua, brillante como una mosca, y me dirigí adonde me llevaba mi imán de mierda, tosiendo, como siempre. En un momento dado me paré, saqué del bolsillo la cabeza con la que había estado llorando a la luz azulada de la mosca, y tiré la máscara al lago. ¡Chap!

Ya no tenía la cabeza, pero en el agua había un pato que pedía pan haciendo cuac cuac. Yo estaba entre pan y pan y no tenía con que alimentarlo, de modo que lo fui siguiendo mientras nadaba por la lengua de agua parque atraviesa, atraído, arrastrado, imán, siguiendo al pato por el agua.

A través de la luz, a través de la membrana, estroboscópico, el pato me dejó junto a un sauce que lloraba al borde del agua y luego echó a volar. Junto al sauce había alguien bebiendo Colt .45 en la glorieta vacía. Dos más pintarrajeaban las paredes, dejando sus marcas en las paredes de la glorieta, mientras yo depositaba un imán de mierda sobre la hierba.

A la luz de un higo en forma de máscara me convertí en una especie de Jano magnético. En horario de verano, con una hora de retraso, esporulando, grabando mi cabeza de mosca en una cinta magnética, haciendo rodar mi esfera, pero viendo lo que había, me acerqué tosiendo.

      --¿Qué hay, D-Train? ¿Qué hay, Jamal? ¿Qué hay, BJ? ¿Qué contáis?

      --Aquí, con el infinito, dándole patadas en los huevos. En Nueva York cualquier prenda vale lo mismo que una ración de pizza --dijo Jamal.

      --Tengo entendido --dije mientras echaba un trago del Colt .45 que me acababa de pasar Jamal-- que esta noche hay timba en President.

      --Esto de las timbas es una parida, tío. Una esfera. ¿Tienes para apostar?

      --¡Qué voy a tener! --contesté.

      --Nosotros tampoco --dijo Jamal--. ¿De paseo?

Entonces le enseñé el arma de mano que llevaba imantada a la máscara. Jamal asintió y me enseñó otra arma que no era ni una arma ni una mano, ni arma de mano ni mano armada. Era un imán, como la mía, en forma de cabeza de mosca.

      --Oye, ¿y si nos damos un garbeo por Bed-Stuy, a ver qué pillamos? Seguro que llegamos a la timba con los bolsillos llenos. ¿Hace?

      --Joder, ya lo creo --dije.

Y eso. Salimos del parque, nos bajamos a Bed-Stuy a ver qué pillábamos, en una cinta bajo el imán de la cabeza de la mosca de la mosquitera, la cara de pan pan llena de moho moho. El imán fue rodando hasta Shop Rite, donde se quedó pegado al camión del reparto del pan. El pan había llegado a la hora de las bocinas atronadoras y la pandilla detrás.

Al hombre del pan, sin mi máscara de verdad, le enseñé le enseñé la mosca de la mosquitera. Él, mientras tanto, me miraba el arma, que era un imán apuntado a mis esporas. Y al cabo de nada ya tenía los bolsillos llenos, porque el hombre del pan llegó con un pan bajo el brazo, o sea

Que esta noche habrá timba.

Pero a la lengua de leche quemada le metí en el cuerpo dos ráfagas de Tetraciclina con esta mano magnética, adiós moho y esporas, adiós ojo de la hoja. Y de repente ya na no estaba entre pan y pan sino más allá del pan, dentro de la barra, no ojo sobre hoja, hora de horario de verano, normal.

Dicen que hay quien predica que el universo y todas las cosas que hay en su interior pueden llegar a conocerse contemplando una sola hoja. Yo, en cambio, el ojo que ha conocido las esporas esporas y la mosca de la red magnética, predico que todo poder debe ser robado.



© 1998 David Alexander

Biografía | English Original


Traducción: Mercè López Arnabat

Este cuento no puede ser archivada ni distribuida sin el permiso expreso del autor.
Rogamos lean las
condiciones de utilización

 | índice | índex |Agustín Cerezales | Nicholas Royle| Lucinda Ebersole | Miquel Zueras | Ken Tesoriere |Cuestionario Cervantes | Breves críticas (en inglés) |Ediciones anteriores | Enlaces