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Crítica de cine: PERDITA DURANGO

por Peter Sotirakis

 

Antes incluso de su estreno, la última película de Alex de la Iglesia, Perdita Durango, generó una enorme expectación y alcanzó unos niveles de bombo publicitario equiparables a los de Estados Unidos en un mercado que, como el español, se encuentra relativamente libre de ellos. Antes del estreno, las habladurías giraban en torno de dos temas: el coste de la película (que, entre ocho y nueve millones de dólares según el productor Andrés Vicente Gómez, la convertía en la mayor producción española) y la gran cantidad de incidentes que ocurrieron durante el rodaje en el México y Estados Unidos.

Tratándose de un importante estreno de producción española, todo lo relacionado con él estaba imbuido de un vibrante sentimiento que prometía "más" en todos los aspectos: más acción, más violencia, más sexo, más energía y, como demostración de eso, incluso más cortes (tal como un artículo titulado 'A la sombra de Scorsese' señalaba con asombro infantil: Perdita Durango tenía 300 cortes por rollo frente a la media de 100 que acostumbra a tener una película española). Alex de la Iglesia, exuberante y vigoroso, aparece como la personificación de ese superlativo. Quienes le conocen bien afirman que nada puede captar su atención por mucho tiempo: "Yo creo que le cuesta disfrutar de la vida porque siempre está pendiente de vivir el siguiente minuto", asegura su íntimo amigo Santiago Segura, quien interpreta el papel de Shorty Dee en Durango y quien también aparece en las dos primeras películas de Alex de la Iglesia, Acción Mutante y El Día de la Bestia.

El rodaje en sí mismo necesitó trece semanas y se realizó en localizaciones como México D.F, Tijuana, Puerto Peñasco, Tucson, Nogales y, finalmente, en Las Vegas, donde el director, disfrazado y con una peluca a lo Elvis se casó en una ceremonia convenientemente ebria. Y si hubo romance, también hubo violencia. En un accidente acaecido con anterioridad durante el rodaje, una explosión incontrolada hirió a Javier Bardem -quien interpreta al amante psicótico de Perdita Durango, Romeo Dolorosa- lo que resultó en un cambio de técnico en efectos especiales.

Lo que quedó claro después del montón de artículos que aparecieron fue que la película generó y, por supuesto, animó a que hubiera una cantidad de letra sobre su génesis y etapa de pre-producción mayor de la que habitualmente se da en otras películas españolas. Parecía que los críticos vieran en ella una película a lo Hollywood que podía demostrar a los estadounidenses que en España no sólo se podían realizar películas de arte y ensayo con alguna escena con un par de tetas incluidas, sino que también se rodaban películas con un par de cojones, modernas y de alto octanaje (unas que tiene tantos cortes como las vuestras, tíos). Y todo ello llevado a cabo por el héroe pulp local Alex de la Iglesia, cuya película anterior, El Día de la Bestia, está considerada -ahora- como la película de mayor éxito fuera del país, lo cual sorprendió a todos después de su deslucido estreno comercial en España, donde despegó como una película de culto que poco a poco empezó a ganar numerosos premios y a venderse fuera de España, gracias a lo cual críticos y distribuidores reconsideraron su valor.

Es una pena que Perdita Durango en sí misma se haya hundido bajo el peso de su propia promesa. La historia, de echo, se merece más. Su punto de partida es la mediocre novela del mismo título de Barry Gifford, basada en la extraña pareja formada por el mexicano Adolfo Costano y la tejana Sara Aldrete que fueron condenados por el asesinato de trece personas en Matamoros. La prensa sensacionalista disfrutaba de lo lindo con los detalles que se revelaban durante el juicio, desde rituales vudús a sacrificios humanos y, lo mejor todo, la corbata de Costanzo, supuestamente confeccionada con médula espinal humana. El Romeo Dolorosa y la Perdita Durango de Gifford se convirtieron en un reflejo deformado de sus anteriores personajes Sailor y Lula de The Story of Sailor and Lula (La historia de Sailor y Lula), que David Lynch versionó en Corazón Salvaje, una película imperfecta pero, al fin y al cabo, un agradable refrito del primer Lynch.

De todas formas, conseguir el guión definitivo fue un proceso complicado y confuso. El productor Gómez adquirió los derechos del libro y confió el proyecto al director Bigas Luna, cuyo currículo como escritor-director -Jamón, Jamón; Huevos de oro; La teta y la luna- configuran una interpretación delirantemente sobreexagerada de los usos y costumbres españolas gracias a una sobredosis de riqueza cinematográfica con un énfasis en la comida, el machismo y la teta materna. Pero Bigas Luna fue descartado con pocas ceremonias después de que entregara dos versiones del guión, ninguna de las cuales convenció al productor, que acabó contratando a Alex de la Iglesia. Aprovechando algunas de las ideas de Bigas Luna, el guión fue escrito por David Trueba (hermano de Fernando Trueba, el director de Belle Epoque, la película ganadora del Oscar), el mismo Gifford, Alex de la Iglesia y su regular colaborador Jorge Guerricaechevarría. Quizá ésa es la causa del desigual desarrollo narrativo de la película y de la confusión en cuanto a qué personaje lleva el peso de la historia, Dolorosa o Perdita. De la misma forma, la interpretación de Alex Cox como el agente Doyle y de James Gandolfini como Woody (los Laurel y Hardy que persiguen a Dolorosa) parecen pertenecer a otra película totalmente distinta.

Lo que más impresiona de la película no es ésta en su conjunto, sino cada una de sus partes. Javier Bardem, el actor español del momento y uno de los pocos cuya presencia en pantalla se come a la de los demás, interpreta a un Dolorosa demoníaco a su medida y, sin embargo, humano a la vez. Los flashbacks con que se pretende explicar y engrandecer a su personaje, como si todo pudiera ser explicado por un simple proceso de comprensión psicológica, no hacen otra cosa que quitar mérito a la maligna amenaza que él ofrece. Lo mismo podría decirse del flashback/recuerdo clave que pretende definir la maldición de Perdita: la pérdida de su familia tras una masacre y un suicidio porque ella no se encontraba allí para salvarlos. Estas escenas perjudican más que ayudan al progreso narrativo y los estilos dispares de cada una -desde el más puro comic hasta la utilización más perversa de la MTV- parecen ejercicios cinematográficos más que escenas claves. La Perdita de Rosie Pérez es una provocadora, sensual y seductora fémina cuya influencia a lo mujer fatal sobre Dolorosa lo arrastra a sobrepasar sus propios límites -"¿Por qué no utilizas a gente real para tus ceremonias, en lugar de cadáveres?"- y hacia su caída final. Pero su personaje (como la misma película) avanza hacia el clímax en un chisporroteo de fuegos artificiales mientras la atención y el interés recaen en Dolorosa y, aunque suya sea la última imagen de la película -como lo es también la primera- ésta ya ha perdido toda su fuerza. La fuerza de la interpretación de Bardem es una razón de que la caracterización de Rosie Pérez sea meramente correcta. Otra razón es la problemática existente en la relación entre un director europeo y una actriz de Hollywood. Según Alex de la Iglesia, Pérez puso toda la parafernalia: abogados, agentes, relaciones públicas y prensa. "Es una persona maravillosa y su interpretación es fantástica, pero el universo que la rodea creó uno o dos problemas durante el rodaje." Igual que la cláusula del contrato que impedía cualquier escena de desnudo. La inusual diplomacia que Alex de la Iglesia necesitó en esa relación entre director y actriz no pasa desapercibida.

Es interesante apuntar que el director griego Theodore Angelopoulos hizo unos comentarios muy similares a éstos cuando hablaba de su relación con Harvey Keitel durante el rodaje de La mirada de Ulises. También era la primera vez que Angelopoulos trabajaba con un actor de Hollywood. Un problema en la diferencia de actitudes y maneras de aproximarse a la realización de una película acabará haciéndose evidente en el producto final. Lo cual hace que me pregunte qué habría aportado al papel de Perdita la anterior candidata en la película, Victoria Abril.

La quejica pareja de blancos adolescentes norteamericanos Duane (Harley Cross) y Estelle (Aimée Graham) son presentados como un chiste de una sola escena, aunque los personajes tienen la tarea más ardua de mostrar una inocencia inmaculada y reprimida en contraste con las fuerzas oscuras de la experiencia y el hedonismo. Su aprendizaje a manos de Dolorosa y de Perdita es de una simplicidad grosera, como si todo lo que necesitaran fuera una violación diabólica, y su liberación final se queda en un mero hipo narrativo cuando el director deseaba cerrar con un eructo satisfactorio.

Perdita Durango intenta muchas cosas, pero acaba intentando demasiadas, de tal manera que al final acaban viéndosele las costuras. A pesar de todo es una película valiente y Alex de la Iglesia se merece algo mejor. Su manera de dirigir es en algunos momentos de gran riqueza cinematográfica -ayudados por una a veces aguda dirección fotográfica- y, cuando da con el actor adecuado, muy inspirada. Es una pena, pues, que en la película algunas piezas de puzzle estuvieran desencajadas. Fue un trabajo contratado el que realizó, y este contrato perseguía una película "a la medida". Pero acabó siendo una película poco firme y ampulosa.

Parece que Bigas Luna no fue aceptado porque no mostró suficiente interés en los aspectos pagano-religiosos de la historia. Lo que más le interesaba era el contraste entre México y Estados Unidos, entre lo oscuro y lo claro, lo cual hace de la escena con que se abría su guión una deliciosa muestra de lo que podría haber sido la película: "Un perro rabioso destroza un muñeco de Mickey Mouse en la frontera de México con Estados Unidos..."

 © 1997 Peter Sotirakis


Traducción de Carol Isern