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índex català   julio - agosto  2003  n° 37

Las mil caras de Flora Tristán
Por Marta Rossich


Se conmemora el bicentenario del nacimiento de Flora Tristán. Coinciden en la efeméride títulos como Mi vida, autobiografía de la revolucionaria francesa y Flora Tristan. Pionera, revolucionaria y aventurera del siglo XIX, biografía que le valiera a Evelyne Bloch-Dano, el Premio Francois Billetdoux 2001; sin olvidar, la última novela de Mario Vargas Llosa, El Paraíso en la otra esquina.

Marta Rossich analiza en profundidad la escurridiza imagen que dichas publicaciones dejan de la gran precursora del feminismo y la lucha de clases.

Z-PortadaTristan2.jpg (2539 bytes) Evelyne Bloch-Dano,
Flora Tristán. Pionera, revolucionaria y aventurera del siglo XIX,
Maeva, Madrid 2003.
Z-PortadaTristan.jpg (3054 bytes) Flora Tristán,
Mi vida,
El Cobre Ediciones, Barcelona, 2003.
paraiso.jpg (4198 bytes) Mario Vargas Llosa,
El paraíso en la otra esquina,
Alfaguara, Madrid, 2003.

véase la reseña "La mujer que llevamos dentro" en tbr 36

A Carles

Dice de ella André Breton: "Acaso no haya destino femenino que deje, en el firmamento del espíritu, una semilla tan larga y luminosa", Stéphane Michaud, su máximo estudioso, señala que su vida estuvo marcada "bajo el signo del exilio y la huida". La vida de "una temeraria y romántica justiciera" puntualiza Vargas Llosa en su entrega más reciente, El paraíso en la otra esquina.

Estamos de enhorabuena. En el segundo centenario de su nacimiento, se recuerda a Flora Tristán no sólo como la célebre abuela de Paul Gauguin sino como la gran meister de la feminidad que fue. Lástima no vivir en Francia, donde parece que la efeméride se celebra a lo grande. Al menos el panorama editorial español tiene un detalle con esta temida mujer en todo avanzada a su tiempo.

La publicación de Mi vida (por cierto a cargo de Ediciones del Cobre, para quienes vean en ello morbo) atiende la necesidad de escuchar la propia voz de quien ha sido tantas veces retratada, aunque "ningún retrato de Flora Tristán" como afirma Evelyne Bloch-Dano "puede captar sino un reflejo de ella, un ensamblado tornasolado para siempre decepcionante, como un caleidoscopio permanentemente recompuesto." En este terreno ambiguo de "poses y zonas de sombras" se instala el retrato –también la novela de Vargas Llosa– y, más aún, el autorretrato de Flora Tristán en Mi vida. El gesto es sutil: esa mujer de mirada concentrada juega con nosotros, lectores, a escabullirse tras su propia vida novelada, como lo indica el título. Flora Tristán invita, tras la intimidad del pronombre, a imaginar su vida, que es mezcla de fe y suplicio. Y lo dice por experiencia y en primera persona. Sin embargo, Bloch-Dano confirma el carácter sospechoso de esta autobiorafía: "Mentira y verdad están en ella tan estrechamente ligadas, los eclipses suceden con tanta rapidez a los destellos, las reanudaciones a las rupturas, los delirios a la más fulgurante lucidez, que a mi juicio no es posible comprenderla sino bajo el signo de la contradicción". Flora Tristán reta a sus biógrafos al ofrecer las mil caretas de su existencia, todos ellas distintas y excesivas. Dicha contradicción es justamente el arma insinuante con la que llega a convertirse, cual estratega, en la gran agitadora social, escritora y revolucionaria que la efeméride debe reconocerle.

En este sentido, Mi vida brinda la posibilidad única de asistir a la experiencia fundamental, en la alteridad de un viaje, por la que una Flora naïf e idealista alla Bovary alcanza la valentía necesaria para enfrentarse a una sociedad que "no perdona". El tono confesional y humilitas al uso más romántico esconde, tras esa primera máscara, el cálculo de una mujer con un compromiso moral inquebrantable: la justicia y la evolución social. De ahí nace una Flora portentosamente dotada para lo que Vargas Llosa define como "el juego de los salones burgueses". Algo así como el arte de salonear que ella sola trasciende.

La cuadratura en la que piensa Flora Tristán se inspira en su desgraciada vida. Mi vida es uno de esos libros que muestran su tesis y hasta sus menores entresijos, y que sin embargo embriagan. En él se habla de desgracias, de los reveses del destino y de casualidades, que la autora parece definir, por conocimiento de causa, en su categoría más pura. En sus propias palabras: "Una voz misteriosa me decía que una nueva desgracia iba a caer sobre mi cabeza. En todas las grandes crisis de mi vida he tenido presentimientos semejantes". No en vano, el presagio es el lenguaje críptico por el que se anuncia ese "maldito concurso de circunstancias fortuitas" que es la vida para Flora Tristán. En esta "sociedad organizada para el dolor", sólo quienes sufren conocen el horror de unos "prejuicios que se transmiten" y que basan su legitimidad en un intolerable "señalar con el dedo". Atacados en su sensibilidad, los ciudadanos pasan del dolor a la desconfianza, esa verdadera "reacción contra los males", desolador "fruto acre de la vida".

Flora Tristán se confiesa víctima desde el principio de Mi vida, al admitir su condición de hija bastarda de un matrimonio nunca legalizado en París -por avatares de la vida, sí, pero sin papeles que lo acrediten en Francia- y por ello condenada para siempre al destino de "paria", condición a la que más tarde se habría de añadir la de mujer casada por la fuerza, que la llevó a luchar contra el matrimonio como medio de opresión de los hombres contra las mujeres, "el único infierno que reconozco". Desde esta premisa de condena y a sus escasos veintiséis años, Tristán se enfrenta a uno de los muchos sacrificios que marcarán su existencia: ya antes, había abandonado a su miserable marido llevándose a sus hijos, pese a las amenazas de aquel, que por supuesto, ultrajado en su sacrosanto honor, aprovechó ante la justicia la marginalidad de su esposa en beneficio propio. Condenada a huir de la autoridad, ya sea marital o policial, la "mujer precursora" -como la llama Bloch-Dano- se ve obligada a esconderse de su "cruel destino". Lo peor será tener que mentir, que fingir en todos los salones una posición que no suene dudosa, si es que al menos le está permitido sobrevivir.

Sólo el instinto de supervivencia más desesperado la decide a efectuar, una vez más, el sacrificio. Ya nada espera de una existencia que es para ella una carga. Por el bien de sus hijos está dispuesta a "decepcionar a su conciencia", "a falta de otros medios", y a emprender un largo viaje a Perú para reclamar a la familia de su padre la herencia que le corresponde. "El interés de mis hijos subyugaba mi carácter." Esta vez su presentimiento es fatal y balsámico a un tiempo: "Me representé muerta a mi abuela, a mi tío que me rechazaba y a mí sola, a cuatro mil leguas de mi país [la France], sin apoyo, sin fortuna, sin ninguna esperanza. Esta situación tenía algo tan horrible que su mismo horror levantó mi energía, me dio conciencia de mí misma y esperé el acontecimiento con resignación." Y se cumple a rajatabla. Que nadie espere aquí una rendición, porque Flora puede haber renunciado a su felicidad, pues "acorazado tiene el corazón", pero nunca a su "esperanza de hacer el bien". La contradicción referida por Bloch-Dano es, en la maduración de Flora, la paradoja de enfrentar, en su circunstancia, la voz de la conciencia a la voz del yo y el interés personal. El trasfondo huele a sangre fría, aturdimiento y dolor, todos hijos del "instinto vital"; y al valor que ella misma compara al de don Quijote, su personaje fetiche: "Al menos contaba con mi fuerza moral, con esa voluntad que nunca me ha traicionado." A cada paso, Flora va perdiendo su inocencia: "He descrito mi completa ignorancia del mundo, mi fe en la probidad, esa crédula confianza en la buena fe que supone a los demás buenos y justos como lo es uno mismo." Su iniciación en el conocimiento del mundo le depara un durísimo viaje en barco a Perú, más el rechazo de la chismosa sociedad peruana, como todas destinada a las "hijas legítimas" y nunca a las "hijas naturales". En su particular vuelta de tuerca, Flora tiene el atrevimiento de moldear el hierro de sus propias cadenas: "La libertad no existe sino en la voluntad" y sin embargo "no podría explicar qué era lo que me daba fuerza para usar semejante lenguaje". Ahí nace la Flora que "molesta e irrita", ésa es la lección de Mi vida y la de la biografía de Bloch-Dano. La voluntad es el eje del juramento ante la justicia, vista la crueldad de su destino. Somete la voluntad a aquella "tensión extrema" que es la aspiración al Ideal. La casualidad de su periplo supone "encontrarse en una situación proporcionada a sus capacidades" y por eso se resigna. Su escándalo es pretender que la voluntad basta para ser libre. Y la alteridad del viaje conlleva esa renuncia definitiva, sin tiempo a compadecerse de sí misma. Mientras, crece el orgullo y una fuerza de carácter indestructible. "Las dulces emociones ya no me era posible sentir", "tomé aversión a la vida", "¡ya no hay compensación por tu pérdida!" El fanatismo que la "separa del mundo" se convierte, en la soledad del diario, en la unidad más íntima. Por lo demás, el lector ve sus facciones "no demostrar más su agitación" y más difícil, no "desmentir" nunca su carácter. Cuanto más cerca se siente de Flora Tristán, más lánguida y novelesca le parece.

También finge. Deja estallar su fuerza "de carácter" y se entrega a luchar contra su marido y la ley, pero, ante todo, contra su propio destino. Todos los papeles que interpreta son avatares en busca de su identidad, como el papel de su vida, el de "paria". De pronto, la vida errante se convierte en el plan perfecto. La lucha contra "el orden habitual de las cosas" de Mme. Staël no puede sino ser vivida en el desgarro y no en el telón de los salones intelectuales -parece reprocharle a George Sand. Lo que separa a Flora Tristán de esta coetánea imprescindible es el todo, la unidad: la formación en la soledad absoluta de la experiencia. El sufrimiento físico olvida el éxtasis intelectual, y así es como Flora se decide a "vivir de la vida de los demás, volverse como ellos, codiciosa, ambiciosa, despiadada, rivalizar con la astucia de los más fuertes". Y es en la escritura donde firma su compromiso: "Seré cínica." A nadie se le escapa que el cinismo es hijo del lenguaje de los pretextos, esa "árida desnudez" de la avaricia y la ingratitud.

Flora Tristán se convierte en "una sirena" que hechiza a quien la escucha, y Bloch-Dano tiene la inteligencia de ver que "esa mujer mesías lo es todo menos un icono, pues se inventa día tras día a sí misma". Se sobreentiende que "la alegoría revolucionaria no se anda con sutilezas"; de ahí la necesidad del compromiso a la hora de crear su propia imagen. En ese sentido, la imagen cede a la ambigüedad en un doble registro entre "víctima y heroína" que reconstruye las actitudes más afectadas de la época. Todo vale, en ese "consagrarse al mundo" que es ya su única salvación. Lo cual demuestra su profundo desprecio por una sociedad que obliga a descubrir "todo aquello que tomamos tanto trabajo en ocultar". El viaje a Perú habría agudizado su capacidad de observar los comportamientos sociales, que ella recreó con un orgullo pasmoso, siempre desde el sosiego fruto de la fatalidad. Los personajes que se suceden en su periplo por Perú, casi todos caricaturas de sí mismos, la convirtieron en una experta del formulismo y el disimulo. Sólo los más sutiles intuirían el alcance de su maestría ocultista: "Se ríe de todo, ve siempre el lado chistoso, capta el ridículo de las cosas y de las personas con tanta precisión y lo manifiesta con tanta libertad que los más valientes se estremecen." Para la mayoría lo suyo será un tremendo atrevimiento, una paradoja incomprensible, el hecho de "oírle pronunciar con aire tranquilo palabras que harían temblar a un monje. ¿Es usted quién se atreve a avanzar semejante paradoja?" Quizás por eso, Bloch-Dano define el "camino trazado" por Flora Tristán como la desmesura de un orgullo que se aborda en la desgracia. Por otra parte, y pese a las buenas intenciones de la biógrafa, le ahorro al lector las eternas perífrasis que hace de la voz de Flora Tristán, además de sus debilidades más inconfesables. Un ejemplo: "Tristán no puede dejar de recordarnos a Escarlata O’Hara durante el asedio de Atlanta". Vargas Llosa está más acertado al reconocer su verdadero poder, por oposición al despliegue del "arte del saloneo", que es, a fin de cuentas, la banalización del lenguaje: "Esta mujer poderosa tiene el talento exquisito de hablar a cada cual en su lenguaje". Éste es su verdadero hechizo de sirena; desde entonces, el feminismo y la lucha obrera andan tras su estela, aunque conviene también reconocerle su compromiso con la literatura –de mujeres, si se quiere. A ella, "esa muchacha de los rayos y de las sombras, que era una hija de los países cálidos, una hija perdida en los países del norte" (Bloch-Dano).

El lenguaje de un "corazón aislado" resulta en esencia ocultista, pues es "el pensamiento quien lo mantiene en vela". Flora "saca provecho" de las mismas barras de hierro que la oprimen –he ahí la voz femenina de su época– para idear un discurso contra quienes las sostienen. Por supuesto, se trata de una voz solitaria: "Me quedé sola, completamente sola, entre dos inmensidades, el agua y el cielo". Aunque también, en cuanto al imaginario como bien dice Bloch-Dano, "encarna a la perfección su época, el Romanticismo, cuyos excesos y generosidad comparte". Otra cosa es la dirección que toma su voluntad, que explora otros recovecos. Siente "satisfacción" cuando "da a conocer" su pensamiento. Empieza por hacerse escuchar entre su familia de Perú, y lo trágico es que de ellos aprende la necesidad de las cualidades del melodrama para obtener ese algo cuanto menos precursor. Para quienes no las recuerden ahora: la dulzura, la lágrima y el halago a tiempo. Su particular lección de dignidad entra de lleno en el limbo de la eternidad. Sólo espero que nadie la tache de mística; al menos, no en esta su efeméride.

© Marta Rossich 2003.

BIOGRAFÍA:

Marta Rossich (Barcelona, 1979) se graduó en Humanidades por la Universidad Pompeu Fabra, especializándose en la rama de Literatura. Mientras, se fue formando en el mundo editorial como correctora de estilo, aprendiz de editora y traductora del inglés y francés. También ha realizado informes sobre literatura española para una prestigiosa agencia de scouting londinense. Actualmente escribe artículos y reseñas de ficción literaria para The Barcelona Review, actividad que compagina con su labor editorial en Tusquets.

martarossich@hotmail.com

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