Noche
de rumba
Zulema Moret
Sí, a las dos de la mañana es la hora adecuada. Entras
con disimulo o pagas mil quinientas de entrada. No. Nunca pagué ni pagaré. Me opongo a
hacerlo, así de simple.
Pagas y entras. Hacia la izquierda hay una sala
dedicada sólo a la música caribeña. Pensar que hasta hace poco era música de sudakas,
ahora está de última moda, hasta dictan cursos para aprender a zarandearse bien. Hacia
la derecha está la sala de rock o funky o heavy o música de este tipo. Hay un jardín,
patio al fondo. En verano, hacia la medianoche o dos de la mañana arrecian los ojos de
los espectadores con películas antiguas de ésas que tenían un guión. Una noche vi
Ben-Hur, Charlton Heston tan fortachón con su mueca de sonrisa seductora, ojos verdosos,
sí... Te sientas a ver la peli, cuando te cansas entras y mueves el cuerpo. Nosotros, los
latinos, somos resistentes, aunque no tanto como la gente de color. Ellos son únicos,
capaces de seguir el ritmo poco a poco, entonces si te sacan a bailar ni te das cuenta, es
un acoplamiento suave ritmo a ritmo. Con los otros, los músculos se ponen tensos porque
apenas aciertan en el paso. No, no es tan simple bailar ritmos caribeños, hay que mover
las caderas, la cintura, pero los pies apenas se separan del suelo, algunos no lo pueden
entender y sacuden los pies y las piernas y los brazos como pájaros hambrientos. Hay uno,
chino europeo, que además de bailar al pone cara de interesante, se hace el antipático
el pobre. Sí, los hay que van a ligar, son los de entre treinta y cuarenta los más
ligones y algunos viejos de última hora de la noche. Con corbata y pelo algo canoso.
Algunas mujeres esperan a que las saquen a bailar, pero como ellos no las sacan, porque se
hacen los interesantes o los tímidos, ellas se van acercando al centro de la pista para
que las vean mejor, como leonas feroces a ver donde prenden bocado.
La sala de rock no me gusta, todo parece más confuso
entre las luces intermitentes y lo fuerte de la música. Uno no se da cuenta de casi nada.
En la de salsa, hacia las tres o cuatro de la mañana los aguiluchos se aparcan a los
costados, ponen cara de no buscar a nadie pero se respira en el aire lo solos que están.
Como ostras. Ostras de río turbulento.
Otros vienen en plan exitoso, pago y tengo, invito y
pruebo la mercancía y después los muy tontos no saben cómo sacársela de encima.
Quieren borrarse de la historia producto de la noche, de los alcoholes, y no saben
cómo... Así le pasó a una amiga mía, pintora, buena bailarina. El abogado yuppie de
aquella noche la invitó a bailar, ella movía las caderas prometiendo una noche de
intenso ajetreo, él la vio y sin tener que pagar una copa la invitó al piso. Todo fue de
inmediato acuerdo lícito y claro. Moderno.
Ella tenía los dientes muy blancos y perfectos y los
ojos muy grandes y verdes resaltaban sobre la tez morena. El muy pajarito consiguió la
presa, a la mañana siguiente no sabía qué excusa utilizar para sacársela de encima,
por lo tanto utilizó los habituales argumentos, tengo que recuperar trabajo atrasado,
espero una llamada urgente desde el extranjero. No pidió el teléfono para no tener que
dar el suyo. No preguntó nada personal ni privado para no implicarse en futuros
encuentros. Una noche es una noche, sobre todo si uno forma parte de la modernidad.
Algunos no tienen tanta buena suerte porque invitan al trago y les sale mal la partida, es
ella la ejecutiva que debe madrugar al día siguiente para coordinar el montaje de una
exposición de arte en algún lugar de la ciudad o mudarse de piso y no sea cosa, piensa
el hombre, que haya encima que terminar cargando muebles para luego, nada, ni siquiera una
mueca de agradecimiento. Es mejor quedarse solo y no arriesgar ni un viaje. Por eso una
noche en que me estaba abanicando porque hacía un calor de morirse, al preguntarme aquel
personaje si quería abanicarle un poco, le contesté que no, le dije: cobro, cobro cada
abanicada. Aquí nadie da puntada sin hilo. No pienso mover un dedo por nadie. Los ves con
su cara de soledad, sin darse cuenta de cuán solos están, porque no conocieron estado
mejor, nacieron en épocas de insolidaridades. Quiero un cuerpo, una mujer, una noche y
nada más. Quiero un cuerpo, un hombre, una noche y nada más. ¿Y a la hora de morir
dirán lo mismo? Ellos se agitan como pajaritos que intentan levantar vuelo. No bailan
como el africano Michel, que apenas te toca con el dedo en la cintura y dice con la voz
zalamera «despacito» y el despacito te acaricia el borde de la oreja y tú marchas a
ritmo sin darte cuenta porque es él, es Michel, quien te lleva con el dedo, con la piel
del dedo en la cintura, susurrando a ritmo lento con su voz condensada en su negritud
entera: despacito, la rumba se baila despacito, nena, y uno cierra los ojos y es Michel
quien te lleva. No soporto a esos pajarracos mirando al vacío, algún día serán tanta
podredumbre como tú o como yo. Cuando vayas a ese lugar ten el dinero para pagar el taxi
de regreso. Nadie te hace un favor, recuérdalo, evita acercarte a las columnas, allí se
ubican los más carenciados. Si no compartes el código, no juegues, algunos fueron
acuñados en puñales de acero y han entrado a eso que llaman posmodernidad cuando se
están muriendo, se congelan sin darse cuenta, hay hielo en las miradas, en los pies que
les pesan al bailar, y hasta cuando te invitan a bailar puedes percibir el frío escondido
detrás del simulado calor de las atracciones primeras. Luego el frío se hace más
evidente, apenas una toalla al amanecer, sin pieles, la piel se ha congelado de nuevo y
sin darse cuenta no te mirarán porque se miran sólo a sí mismos en su pálida y desnuda
desolación.
Eso sí, la música es buena y si te gusta bailar
sola, no te olvides, es el mejor lugar.
Hasta las seis de la mañana, sí, y hay taxis a la
entrada. Siempre dispuestos.
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