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índex català     noviembre - diciembre  n° 45

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LARVA 25 AÑOSJulián Ríos LARVA

Por una lectura despolitizada de Larva

Por
Eloy Fernández Porta

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"Para internarse en esa noche de Babel lo realmente necesario no es tanto el ojo clínico, aunque pueda ayudar, sino más bien lo que Octavio Paz denominó la videncia erótica: el sentido de las palabras y las acciones que emana de la pulsión del erotismo."

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Hace ahora ocho años, en las páginas de ABC Cultural, Rafael Conte señalaba que la literatura española del cambio de siglo está polarizada por dos extremos: el que representa Arturo Pérez-Reverte y el de Julián Ríos. Esta observación, apuntada en el contexto de una extensa reseña de la novela de Ríos, Amores que atan, venía a prolongar una línea de lectura que cabría llamar oposicional o binarista, y que probablemente haya sido la más fecunda hasta la fecha, en la medida en que la politización del acto literario tiende a absorber y asimilar todas las lecturas de contenido. En efecto, la lectura oposicional de Larva, que arranca ya con su publicación en 1984, o acaso diez años antes, con los primeros adelantos de la novela editados en las revistas mexicanas Plural y Vuelta, suele glosar las virtudes de la obra de Ríos en contraste más o menos beligerante con otros modos de entender la escritura. Por oposición, pues, al modo realista (como comentó el propio Conte en una de las primeras críticas del libro), o a la dinámica del mercado editorial contemporáneo (como tiene escrito, más recientemente, Ana Nuño) o incluso a la tradición literaria española tal como ha sido elaborada por cierto academicismo: esto es, organizada, a la manera lacaniana, alrededor del vacío central de la incomprendida obra de Cervantes (esto lo ha indicado con frecuencia Juan Goytisolo). De la fortuna de esta tradición da fe la primera compilación de estudios críticos sobre la obra, editada un año más tarde, y que, bajo el título de Palabras para Larva, recoge una amplia muestra transatlántica del entusiasmo crítico suscitado por su primera circulación. Considerada, pues, como campo de batalla, la novela dividió en su día a la crítica, tanto universitaria como periodística, y con ella al "solapado lector" –como reza la solapa de la edición del Mall-, que a veces ha hecho de la tenencia y buen uso de Larva una cuestión de principio, de probidad e incluso de honor.

Esta tradición, cabría preguntarse, ¿continúa en nuestros días con los nuevos lectores de Larva? ¿Cómo han afrontado este libro los escritores nacidos en la década de los setenta, y a los que el cisma larvario les sorprendió velando las armas de la pubertad en camiseta de Metallica? En una de mis frecuentes ensoñaciones conciliadoras me gusta pensar que a los autores de mi generación se nos ha dado la oportunidad de asimilar los mejores resultados intelectuales de la tradición oposicional, sin sentir la necesidad de codificar nuestro goce lector en términos de política literaria. La politización de Larva fue un eslabón importante, y en cierta medida necesario, en el proceso de comprensión y disfrute de esa novela, que, como el de todo texto de goce, carece de final –no lo tiene la historia de sus lecturas y tampoco el libro mismo, proyectado como está, sobre el infinito, sobre ese ocho reclinado que es su blasón y su alegoría. No obstante, a los autores que no entramos en la obra a través de aquel "acceso principal" -como llama Ríos al primer capítulo de La vida sexual de las palabras, que complementa e ilumina la novela- sino que llegamos a ella por medio de otros cauces y meandros de la letra escrita, Larva se nos ofreció –¡allá penas!- como aquello que siempre quiso ser: como un manto de noche fastuosa –toda la noche bajo un quinqué-, un manto, sí, erudito y procaz, donjuanesco y fáustico, donde Humpty Dumpty, queridos espectadores, se despeña ahora mismo noche abajo, qué golpe y qué dados, señores: y todos los guardianes de la Academia y todos los caballos amaestrados no pudieron recomponer el Lenguaje otra vez. Para internarse en esa noche de Babel lo realmente necesario no es tanto el ojo clínico, aunque pueda ayudar, sino más bien lo que Octavio Paz denominó la videncia erótica: el sentido de las palabras y las acciones que emana de la pulsión del erotismo: noche glosada en su página par por un amanuense cabezabajo que inspira y escribe: "Acabados los malos tragos de la tragedia, empieza el comecome de la comedia".

Creo que es esta lectura más vivaz y menos política de Larva como novela cómica - basada en la comicidad extrema del cuerpo y del lenguaje- la que ha despertado comentarios como el del novelista Robert Juan-Cantavella, autor de ese otro y reciente Objeto Escribiente No Identificado que se titula Otro: "Con los libros de Julián Ríos aprendí que la escritura puede tener tres o cuatro dimensiones. En este sentido, Larva es un antídoto para superar la bendita influencia de un tipo de novela felizmente inequívoca. Lo es ahora como lo era hace veinte años. Es decir, poco hemos aprendido desde entonces, tanto los de una orilla como los de otra. Sigue siendo un revulsivo medicamento". Esta visión va de la mano con la del escritor y enigmista catalán Màrius Serra, autor de ese monumental tratado de la retórica del ingenio llamado Verbalia, en el que se dedican no pocas páginas a la obra de Ríos: "En la Barcelona que editó Larva, estas mismas cinco letras se despliegan formando hoy el Raval, el barrio de la ciudad donde circulan más palabras en más lenguas distintas". Como muestra el caso de Serra –una generación por encima de la de Cantavella y la mía- la cultura catalana contemporánea ofrece un buen ejemplo de un marco de recepción en que los placeres de una literatura que indaga sobre sus propios límites y posibilidades –una literatura poseída por lo que Primo Levi denominó el "vizio di forma"- son asumidos naturalmente como una aportación a nuestra vivencia de la cultura, y no como un factor en una dinámica de confrontación que divida la cultura literaria en "vanguardista" y "conservadora". Para mí, que creo en las virtudes de ese tipo de recepción, los lectores no se dividen entre los probos que han leído Larva y los no iniciados que han decidido no hacerlo: por el contrario, sí podría dividir el humor de los lectores –uso esta palabra en su sentido latino- entre aquel que ha sido refinado y gratificado por esa experiencia y el que no ha tenido esa ocasión. Respecto a los que han sido disuadidos o alejados de Larva por voces alarmistas, lo peor que puedo decir es: Señores, créanme que lo siento.

"¡Ay, estos catalanes!" –se dirán algunos- "¡siempre con sus componendas y sus pactos!" De acuerdo, seamos francos: del otro lado de mi sueño, cuando pienso en el cisma que provocó Larva en el momento de su aparición y en los debates y requiebros que suscitó, sí me asalta un si es no es de cierta envidia por los que sí pudieron vivirlo en directo. Quizá porque la cultura literaria de nuestros días, aunque no ha perdido la capacidad de producir obras que cambien nuestra visión del mundo, sí es casi incapaz de despertar y articular verdaderos debates que mejoren nuestra comprensión de la palabra literatura. Quizá porque el de Larva fue uno de los últimos casos en que la obra de un autor vivo fue, además de politizada, focalizada de tal manera que obligó a los escritores de la época a definirse en relación a ella. A la escena literaria de nuestros días, en los que cumplen veinte años de la publicación del primer volumen de esa Babel de una noche de San Juan, siguen sobrándole argumentos políticos, pero le falta esa voluntad de detener el tiempo y la atención literaria en una obra más allá del éxito de turno de cada temporada. Puede ser, entonces, que mi sueño de una lectura desprejuiciada, libre y rijosa de Larva sólo esté empezando a cumplirse con la nueva generación literaria, y tenga que ser la siguiente generación la que realice esa apertura definitiva. Espero que cuando lo haga sepa tener presentes las palabras que Julián Ríos me dijo una tarde al borde del Sena, que luego transcribí y que forman parte de un libro de conversaciones en que, dialogando de una generación a otra, resuena en su boca una frase de otro tiempo que dice: "El futuro de la literatura está en su pasado".

 © Eloy Fernández Porta 2004
Este texto no puede reproducirse ni archivarse sin permiso del autor y/o The Barcelona Review. Rogamos lean las condiciones de uso.
BIO: Eloy Fernández Porta (Barcelona, 1974) es autor de los libros de relatos Los minutos de la basura (Montesinos, 1974) y Caras B. De la música de las esferas (Debate, 2001) y ha coeditado, con Vicente Muñoz Álvarez, la antología Golpes. Ficciones de la crueldad social (DVD, 2004). Sus relatos han aparecido en Fiction International, The Journal of Experimental Fiction, El Extramundi y The Barcelona Review, entre otras publicaciones. Tiene en prensa la antología Mass Media + Máquinas (Laia), un sampler que se propone reflejar el tratamiento de las nuevas tecnologías en literatura española contemporánea por medio de una selección de poemas, cómics, relatos y ensayo breve.

El autor en The Barcelona Review:

Retórica y Punk en el relato contemporáneo (TBR 26)
Ficciones de la crueldad social
(TBR 35)
Sobre la difamación mediática y retirada de circulación del libro de Hernán Migoya, Todas putas
(TBR 36)
Golpes en la vida tan fuertes
(TBR 43)

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noviembre - diciembre  n° 45

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