Reseñas

Reseñas
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  • El aumento. Y El arte de abordar a su jefe de servicio para pedirle un aumento Georges Perec
  • Cosas que los nietos deberían saber Mark Oliver Everett
  • Perú Gordon Lish
  • Ángeles derrotados Denis Johnson
  • Un año Juan Emar
  • Aquí Wislawa Szymborska
  • El lugar que contemplas Teresa Shaw
  • Ecolalias Daniel Heller Roazen
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    PORTADA
    El aumento
    El arte de abordar a su jefe de servicio para pedirle un aumento

    Georges Perec
    La  Uña Rota, Segovia, 2009

    La publicación el pasado noviembre de dos inéditos de Georges Perec es un acontecimiento que viene a sumarse a una esforzada coincidencia de principios de siglo: sacar a la luz textos más o menos ocultos del genial francés o bien reformular antiguas traducciones (el caso de las revisiones de Mercedes Cebrián). Esta vez, la colección que alberga estos dos nuevos títulos −Libros robados− no podía sintonizar mejor con el espíritu perequiano de infracción. La ocasión excusará una consideración que sintetiza las dos vertientes de la crítica al uso: el Perec lúdico y el Perec engagé.

                La intriga de El aumento y de El arte de abordar a su jefe de servicio para pedirle un aumento se dice fácil, entre otras cosas, porque es la misma: concebida entre 1967 y 1968, cuenta las peripecias sufridas por un empleado al pedirle a su superior un aumento salarial. La diferencia está en el mecanismo que construye cada texto. El aumento es a un reloj corriente (Perec desmenuza la historia y muestra las piezas del engranaje), lo que El arte de abordar a su jefe es a un reloj de arena (el autor, con alguna modificación significativa, lo embute todo en una sola parrafada que no entiende de puntuaciones, como el flujo de arenilla).
               
                Quedémonos con El aumento, cuyo funcionamiento es bien peculiar. Perec narra la historia numerando las frases del uno al seis, según la función de cada una: 1 para las que introducen una acción; 2 para designar sus posibilidades; 3 y 4 para el desarrollo hipotético de una u otra posibilidad; 5 para la posibilidad escogida y 6 para las consecuencias de la decisión tomada. El sexto paso, lógicamente, conduce de nuevo al primero. Este proceso deviene un arte combinatorio a lo largo de la nouvelle, tensado en sus más remotas posibilidades, del uno al dos, del tres al seis, etcétera.

                He aquí de nuevo las dos vertientes. La lectura económica o sociológica, de época, salta a la vista y tiene buenas amistades con las construcciones kafkianas o con aquel venerable episodio de los formularios y las ventanillas que vuelven locos a Astérix y Obélix en Las doce pruebas. Perec realiza un ejercicio paródico que pone en solfa la lógica implacable del capitalismo, sus clausuras, sus desazones o su frío vocabulario. Esta actitud es continuada en su obra: la  irrupción del consumismo en la sociedad francesa gracias al nuevo poder adquisitivo de la clase media registrada en su primera novela, Las cosas; su oposición a la guerra de Algeria  en ¿Qué pequeño ciclomotor…? o el conocimiento de las recetas del Nouveau Roman y la literatura comprometida que demuestra desde sus columnas en la revista Partisans.

                La vertiente lúdica también ha sido anotada y se manifiesta en las vueltas y revueltas del protagonista del libro, en los giros y volteretas del texto, o en ese juego con la linealidad narrativa que, como nos recuerda Moíño Sánchez en el posfacio, tuvo su moda más tarde con los volúmenes de Chose your own adventure. La sociología de Henry Lefebvre comparte un lugar predilecto con los juegos retóricos y la invención formalmente audaz. Su paso por el OuLiPo y sus famosos ejercicios de estilo así lo certifican. Pero, aunque ambas posturas son clave, quizá exista una manera distinta de enunciarlas. Ahí podría entrar en juego El aumento y una conexión estructuralista que se remonta un año atrás, a 1966. En esa fecha la revista Communications publica su octavo número y en él Claude Bremond su artículo “La lógica de los posibles narrativos”, en el que asegura que toda narración puede descomponerse en secuencias tripartitas: planteamiento de una acción, actualización de sus posibilidades, y resultado. ¿Les suena?

                Repitiendo el esquema de Bremond, básico en el desarrollo de la teoría narrativa estructuralista, Perec nos manda un mensaje. Si bien el ejercicio imaginativo puede reducirse a unos pocos pasos cifrables, su combinación es infinita. La literatura como campo vital reducido debe encarnar dos polos básicos: la represión primero, el obstáculo autoinducido mediante el ejercicio retórico que fuerza la normalidad expresiva; la rebeldía luego, la superación de su cárcel primordial con el simple acto de la escritura virtuosa. Asumiendo estos dos principios, podrá crear con toda libertad sabiendo que su compromiso reside al pie de la letra, en la misma idea de licencia poética.
               
                Pero este equilibrio de fuerzas no puede quedar sólo en manos del autor, debe aprenderlo también el lector, de alguna manera, para no caer en las garras de la presión social ni abandonarse, tampoco, a la evasión frívola del juego o la aventura. En ese sentido, en su célebre novela La vida: instrucciones de uso escribe, a propósito del arte del puzzle: «cada pieza que coge y vuelve a coger, que examina, que acaricia, cada combinación que prueba y vuelve a probar de nuevo, cada tanteo, cada intuición, cada esperanza, cada desilusión han sido decididos, calculados, estudiados por el otro». La libertad imaginativa, del lector o del hacedor de puzzles, no es tal. Por cada gesto realizado, cada página leída, existe otra escrita, una decisión previa que determina en buena medida nuestra felicidad de lectores. Pero esto no quiere decir privación o negación de la figura del lector, sino más bien conciencia del hábitat literario, cómo el lector es capaz de reconstruir y elevar cada página por encima de las coordenadas en las que se inscribió en su origen.

                ¿Cómo combatir las cuitas del capitalismo tardío? Con tropos, por supuesto. Unai Velasco

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    Hey, man, now you´re really living

    Cosas que los nietos deberían saber

    Mark Oliver Everett
    Traducción de Pablo Álvarez Ellacuria
    Ed. Blackie Books, Noviembre 2009, Barcelona

    La canción “Things the Grandchildren should know” de Blinking Lights and other revelations (2006) parece condensar todo el contenido que Mark Oliver Everett vuelca en el libro homónimo: “y me senté a escribir una canción para explicar que todas las malas rachas habían valido la pena porque ese día estaba verdaderamente feliz”. Sin embargo, más allá de la potente economía autobiográfica vale la pena aventurarse en el largo aliento confesional. 

                Como afirma acertadamente Rodrigo Fresán en el prólogo, si algún día se filmara una biopic sobre la vida de Mark Oliver Everett, la dirigiría indudablemente Wes Anderson. Y eso porque el protagonista de esta historia se asemeja bastante a los apesadumbrados personajes que pueblan los escenarios meticulosamente pop del director tejano. Individuos magullados por el pasado y el recuerdo de gravísimas tragedias familiares. Tragedias como tener el primer contacto físico con tu padre a través de un fallido intento de reanimación cardio-respiratoria, que tu hermana muera de sobredosis, tu madre de cáncer y tu prima en unos de los aviones que se estrelló contra las Torres Gemelas.
               
                La verdad es que Mark Oliver Everett, artífice unipersonal de ese proyecto que azarosamente (como relata en estas memorias) se llama Eels, es uno de esos héroes de tragedia clásica, los protagonistas (los que sufren primero) que ni remotamente le preguntan al destino: ¿Y qué más me puede pasar ahora?

                De tal modo, esta biografía puede leerse como aquello que se da en llamar resiliencia, capacidad del sujeto de superar  situaciones límite. En tal sentido, “Lo que no te mata, te fortalece” parece ser la guía de las Cosas que los nietos deberían saber, ya en el título Everett se salta a la descendencia inmediata -los hijos- resignado a la neurótica necesidad de la especie por reproducirse. Sin embargo, paradójicamente, cierta esperanza queda patente en sus recuerdos inventados (“La historia que se narra a continuación es real. Los nombres y el color de pelo de algunas personas han sido modificados”, advierte con ironía) dirigidos a una posteridad que pertenece a los nietos.

                Y en este doble juego, entre la aspereza de una conflictiva adolescencia, hasta la celebración de su primer contrato con una compañía discográfica y la evidente autosatisfacción manifiesta en el  relato de anécdotas que incluyen a Neil Young, Tom Waitts y Perry Farrell, Everett fraguó este enternecedor registro autobiográfico. Una historia donde la tragedia parece determinar ineluctablemente la dedicación monacal de Mr. E a la música, convertida en símbolo de la superación personal, dejando constancia de su infructuoso paso por el canibalísitico mundillo musical norteamericano.

                Si el origen podría ser el tema “Things the Grand Children should know”, el epílogo podría ser la catártica enseñanza moral dejada por este libro: “Hey, man (Now you´re really living)”. Ana LLurba

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    PORTADAPerú
    Gordon Lish
    Traducción de Israel Centeno
    Editorial Periférica, Cáceres, 2009

    El nombre del editor y novelista norteamericano Gordon Lish va indisolublemente ligado al de otro de los maestros de la prosa de su país: Raymond Carver. Fundador de revistas como The Chrysalis Review o Genesis West, que dieron a conocer a los jóvenes beatniks (Ginsberg, Keroauc, Neal Cassady,…), editor de la revista Esquire, que publicó los primeros trabajos de autores como Richard Ford, Harold Brodkey o Don DeLillo y director de la editorial Alfred J.Knopf, Lish debutó en la narrativa en 1983 con Dear Mr. Capote, dando a luz a más de una quincena de novelas.
    No obstante, por lo que se recuerda su figura es por la desagradable polémica en torno a los relatos de Carver. Sus manuscritos originales revelan un estilo más prolijo, lejano al minimalismo con el que se le ha etiquetado. La mano de Lish fue decisiva en la construcción de este estilo, especialmente visible en volúmenes como ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? No obstante, a medida que Carver se fue convirtiendo en un autor reconocido, pudo librarse de las imposiciones de su editor, virando hacia un estilo menos telegráfico, elíptico; lo que fue interpretado por la crítica como una mutación formal no fue más que un retorno a su verdadera personalidad, una vez la popularidad lo liberó de sus servidumbres.

                Este caso abre un debate perturbador en torno a la autoría y el talento: cuándo nos admiramos de la brillantez de los primeros libros de Carver, ¿estamos alabando su talento o el de Lish? ¿Cómo habrían sido los textos de Carver sin su injerencia? ¿Sería su calidad igualmente destacable?. En una entrevista concedida al periódico Público, Lish afirma que sin su intervención, sus textos serían impublicables, pero lo cierto es que obras tardías como Catedral o el conjunto de su poesía acreditan lo contrario. A la espera de que se publique Begginers (el título original que Carver escogió para ¿De qué hablamos…?) y poder dar una respuesta más ajustada a estas preguntas, lo que nos ocupa ahora es la labor creadora del propio Lish, que empieza a recuperarse en España con la novela Perú.

                Es esta la segunda novela de Lish, publicada en 1986. Su capítulo inicial, construido a base de diálogos escuetos y directos, como ráfagas de metralleta, recuerda, por su tratamiento formal, el uso de la elipsis y la sensación de tensión y misterio, a lo que entendemos por estilo carveriano. No obstante, al empezar el largo segundo capítulo, que constituye el núcleo de la obra, vemos una alteración sustancial en la voz narrativa, que marcará decisivamente el producto final.

                La potente frase de arranque (“No recuerdo a mi madre. No recuerdo a mi padre. No recuerdo a nadie antes de que yo matara a Steven Adinoff en el cajón de arena de Andy Lieblich”) nos adelanta el núcleo argumental sobre el que girará la obra: el asesinato accidental de un niño de seis años a manos de otro, quién, ya adulto, rememora lo acaecido.  Lish usa la primera persona para construir un monólogo interior en el que el protagonista narra los hechos de forma repetitiva, entrecortada y desordenada, empezando in medias res y saltando constantemente de adelante atrás en la descripción de los hechos. Todos los personajes se presentan a través de la conciencia del narrador, que los describe mediante pinceladas aparentemente inconexas, resaltando algunos aspectos característicos de ellos que se repetirán constantemente a lo largo de la narración, dando lugar a una descripción  casi metonímica, muy visual en algunos casos (la imagen del chófer negro lavando el coche, la escena con la hermana de Andy Lieblich y el perro Sir en el sótano), verbal en otros (la curiosa sentenciosidad de la niñera de los Lieblich), o ambas (el labio leporino de Steven Adinoff y su defectuosa pronunciación). El discurso que Lish construye contribuye acertadamente a transmitir inquietud, y refuerza la sensación de hallarnos ante una persona inquieta, perturbada, que revisa incesante y obsesivamente un episodio que lo ha marcado de forma trascendental, hasta el punto de hacerle perder el equilibrio y prácticamente la cordura.

                La parte más tensa, y quizá la más lograda, es la tercera. En ella,  especialmente en su sección final, Lish juega con 3 tiempos y espacios narrativos. Uno es el pasado remoto, en que el protagonista mató a Steven Adinoff; otro es el pasado cercano, que a su vez se divide en 2: la noche en que observa por la televisión las imágenes de un motín en una cárcel de Perú mientras prepara el equipaje para los campamentos de su hijo, y la mañana siguiente, en que protagoniza un altercado con un taxista. Lo que sucede en este caso, que se desenvuelve ante nuestra mirada transmitiendo una sensación de inquietud creciente, lo vamos entendiendo progresivamente hasta la revelación final. Lish juega con las expectativas del lector, y une los 3 tiempos mediante un elemento común: la violencia en sus diferentes formas, que se revela como la verdadera protagonista del libro, una fuerza que rasga el tejido de la realidad y que se nos muestra incluso en situaciones pequeñas y anecdóticas.

                Perú no es una novela perfecta, pero sí, notable; Lish entrega una narración perturbadora, atmosférica, escrita con un estilo personal y depurado y sabiamente estructurada. Marc García García

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    portadaÁngeles derrotados
    Denis Johnson
    Traducción de Benito Gómez Ibáñez
    Anagrama, Barcelona, 2009

    El nombre de Denis Johnson se ha ido consolidando como el de uno de los narradores más interesantes de la actualidad norteamericana. No obstante, su producción ha llegado con cuentagotas a los estantes de las librerías españolas, y una importante parte de la misma permanece todavía sin publicar. Ángeles derrotados, la novela que nos ocupa, ya fue editada por Anagrama en el año 1986, pasando sin pena ni gloria por las librerías. Años después, Mondadori publicó uno de los volúmenes de relatos más destacados de Johnson, Hijo de Jesús, un conjunto de textos realistas y duros sobre personajes inadaptados con el que el autor empezó a ganarse la aceptación crítica; la misma editorial se encargó de traernos El nombre del mundo, notable nouvelle que parte de lo que ya es casi un subgénero en la novelística estadounidense (las narraciones sobre la crisis vital de un profesor universitario de mediana edad: recordemos La mancha humana, de Philip Roth, o Jóvenes prodigiosos, de Michael Chabon) para terminar dinamitando las convenciones con una inusual explosión lírica, un final extraño, abstracto y brillante que muestra el singular estilo narrativo de Johnson, muy influido por su primigenia vocación poética pero a la vez seco y contundente.

                Árbol de humo, su obra cumbre y una de las mejores novelas americanas de la pasada década, junto a títulos como La carretera, de Cormac McCarthy, toma como pretexto la guerra del Vietnam para, mezclando al Graham Greene de El americano impasible, el Conrad de El corazón de las tinieblas, así como Apocalypse now, su reformulación cinematográfica, el mejor Le Carré y la voluntad épica, omniabarcadora del autor en búsqueda de la ya mítica Gran Novela Americana, lograr una obra de arte que trasciende sus presupuestos iniciales y que culmina en otro final bello y sobrecogedor, poético, de los mejores que recuerdo en los últimos tiempos. Fue este texto el que, gracias a la merecida concesión del Premio Pulitzer en 2007, contribuyó definitivamente a dar a conocer a Denis Johnson. Hoy, Anagrama reedita, con buen ojo tanto editorial como literario, la novela que marcó el inicio de su recorrido creativo.

                Ángeles derrotados resulta, leída hoy, una novela claramente menos ambiciosa y más tradicional que Árbol de humo, pero indudablemente sólida y que tiene el interés de adelantar algunas de las preocupaciones, coordenadas estilísticas e incluso personajes del autor. Es el caso del protagonista, Bill Houston, cuyo hermano pequeño, enrolado en el ejército durante la Guerra de Vietnam, jugará un rol protagónico en Árbol de humo. Ángeles derrotados sigue fielmente el modelo tradicional de introducción-nudo-desenlace. El punto de partida del libro, en que Bill y Jamie, los protagonistas, se encuentran en un autobús con dirección a la nada, se caracteriza por una fuerte presencia del diálogo y un tono cercano al realismo sucio de un Carver o un Bukowski, que se intensificará cuando los personajes se separen y Johnson narre, mediante la alternancia de puntos de vista, sus desdichas en la ciudad. Es especialmente interesante y potente el fragmento en que Jamie se encuentra con un siniestro personaje llamado Ned Colocón; en algunas ocasiones se ha comparado el estilo de Johnson en este libro con el de Hubert Selby Jr., y lo cierto es que este segmento remite fuertemente a la sordidez sexual y la descripción de la urbe como un ente amenazante y despiadado que podemos ver en obras como Última salida para Brooklyn, aunque superándola en calidad estilística e incluso poder narrativo.
    Este incidente propiciará un reencuentro entre los protagonistas y la consolidación de una relación entre ellos narrada de forma desmitificadora y carente de sentimentalismos fáciles (“Bueno, no eres exactamente Martin Hewitt, pero me pareces mi amor sin fin” “¡Por Dios! No soporto tanta música de violines”). Juntos se dirigirán hacia Phoenix, donde vive la familia de Bill; es en este momento en el que Johnson cambia de modelo literario, abandonando la narración cercana a la road-movie que había estado cultivando para, tras un breve paréntesis que remite al gótico sureño, ir adentrándose progresivamente en terrenos propios de la novela negra seca y desesperanzada que cultivaran autores como Jim Thompson, con quien también se le ha comparado (lo cierto es que la desencantada descripción de Phoenix y su ambiente provinciano, preñado de inescapable fatalidad, podrían encajar perfectamente en 1280 almas). La prosa también va tomando una mayor densidad, y revelando el signo diferencial de Johnson: su capacidad para extraer poesía de la suciedad, para sembrar su prosa seca y dura de pequeños oasis líricos que no buscan suavizar ni atenuar la violencia. En cierto momento, el autor incluso introduce un poema por boca de uno de los personajes, recordándonos que la poesía fue su primera vocación, y con la que se ganó una buena acogida a la precoz edad de 19 años (es una lástima que la obra poética de Johnson no haya llegado a España todavía). Bill y Jamie, esos Bonnie y Clyde posmodernos, despojados de épica, heroísmo ni posibilidad de redención son tratados de una manera que nos recuerda a la obra maestra del cineasta Terrence Malick Malas tierras. Johnson volverá a alternar la focalización narrativa para mostrarnos en paralelo el desafortunado final de la pareja, condenada des del inicio.
    Ángeles derrotados es una novela aún bastante tradicional, que asume y evidencia sus modelos y recursos, pero en ella ya vemos la indudable solvencia de Johnson a la hora de manejar una historia, y asistimos al nacimiento de una voz narrativa personal cuyas preocupaciones, tanto temáticas (las dificultades vitales, el mal, la violencia, la muerte, la difícil, casi imposible, búsqueda de la redención) como estilísticas se muestran claras y dispuestas a desarrollarse hasta la excelencia en obras posteriores. Marc García García

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    portadaUn año
    Juan Emar
    Prólogo de Enrique Vila-Matas
    Ediciones Barataria, Barcelona 2010

     
    Ediciones Barataria abre fuego de vanguardia en la colección “Humo hacia el sur” con Un año, de Juan Emar (Santiago de Chile, 1893-1964). En el propósito de Barataria está publicar a autores que -quién sabe los motivos- el lector español no ha recibido como debiera, este el caso de Juan Emar, o bien del peruano Martín Adán o del argentino Macedonio Fernández, este último más conocido pero no difundido como se merece. Todos ellos cabeza de vanguardia hispanoamericana, precursores de la explosión y experimentación literaria en esas tierras.

                Juan Emar consigue con Un año situarnos en la excepcionalidad literaria, en la literatura vista desde el envés y atacando con nuevas formas la redacción de un diario que comienza el día 1 de cada mes.
               
                Enero 1º:“Hoy he amanecido apresurado. Todo lo he hecho con apresuramiento vertiginoso: bañarme, vestirme, desayunarme, todo Y rápidamente también terminé la lecutra de Don Quijote y empecñe la de La divina comedia”

                Julio 1º: “hoy he vagado sin rumbo. Tras de mí, paso a paso, el dedo de Dios. Lo he sentido a todo momento. Dos veces se me ha clavado en la nuca”

                La irregularidad vital y el surrealismo de su diario, escrito en 1935, lo hacen una obra singular, un lugar nada común. Juan Emar es una isla extraordinaria que actúa como detonante creativo, para el lector que se sumerge y para el escritor que tiene la curiosidad de probar otras recetas literarias apartadas de lo habitual. La edición viene acompañada de un prólogo de Enrique Vila-Matas que ya nos situa en la “rareza” del escritor chileno. Sintomática es la noticia que publicó El Mercurio en 1964, tras su muerte, y a la que Vila-Matas hace referencia en dicho prólogo: “una extraña personalidad que pasó por la vida como un inadaptado y un rebelde”. Acérquense a Juan Emar, introdúzcanse como una burbuja en medio del mar o rebélense contra las sombras, pongan atención a los bichitos que carcomen los libros de sus bibliotecas no sea que estallen fruto de los Cantos de Maldoror, henchidos de crueldad, como le sucede al narrador de Un año. La anti-novela espera ser devorada. No se arrepentirán. Iván Humanes

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    Unas pocas palabras verdaderas

    portadaAquí
    Wislawa Szymborska
    Barleby, Madrid 2009

    Aquí es un libro de sencillez abrumadora. Bastaría con frecuentar Paisaje con grano de arena, la maravillosa antología publicada por la Editorial Lumen en 1997, para ver que, desde sus primeros libros, Wislawa Szymborska ha rechazado el hermetismo, la oscuridad, y se ha acercado al objeto de su poesía con pasos claros, directos, precisos. A sus 86 años, Szymborska ha escrito un libro repleto de optimismo y de buena disposición ante la vida, capaz de combinar una voz pausada que reflexiona sobre temas imperecederos como el paso del tiempo o la evolución de la memoria, con una más anecdótica, a primera vista, que puede centrarse en la cotidianeidad de unos terroristas, el significado de un divorcio o la cultura de la inmediatez en la que vivimos.
                Aunque no sólo por esa característica claridad que recorre su poesía puede el lector sentirse más cercano a su obra. Su fresco coloquialismo se aleja de un Allen Ginsberg, por ejemplo, que es más áspero, o de un Villon, de quien George Steiner dijo, en Después de Babel, que para leerlo se necesitaba un diccionario especializado en argot. Nada de esto ocurre en su poesía. En sus poemas hay un sentido común edificante expresado en un lenguaje próximo, y la humildad de una voz que sabe más (que en su juventud) pero con menos seguridad, y que vive en un mundo donde viajamos mucho y muy a menudo, pero para volver “con fotos en lugar de recuerdos”. Es la crítica de una voz tranquila, suave, opuesta a cualquier histerismo.
                Szymborska se muestra, como he dicho, optimista ante la vida, pero el suyo es un optimismo a pesar de todas las cosas. Esta actitud la vemos en el poema “Aquí”: la autora, consciente de las miserias y los sufrimientos del ser humano, nos anima a que abramos los ojos y veamos que en el mundo “hay bastante de todo”, y no sólo, como puede parecer, tragedias. A los lugares que más nos gustan, dicen sus versos, “puedes llamarlos a tu manera / y librarlos del mal”. El poema defiende la voluntad de entrever que “incluso entre las guerras a veces hay pausas”. Y entreverlo es un gesto que depende de cada uno. Encajaría bien el verso “el mundo a veces está bien hecho”, de Jorge Guillén, como posible epígrafe del poema: ella canta las (pocas) veces en que el mundo está bien hecho, sin obviar, jamás, las tantas otras veces en que no lo está.
                Tampoco vacila Szymborska cuando escribe sobre sí misma, sobre su intimidad. El poema “Adolescente”, donde el yo se lamenta por no reconocerse con su propia adolescencia, es un lamento sin amargura, que valora y se alegra por lo que tiene de cambio más que de pérdida. Otra vez el poema gira alrededor de la voluntad y la necesidad de reconocer el error, el problema, pero sin ahogarse en él. Esa misma voluntad está también presente al tratar la complicada relación que mantiene la autora con su memoria, que “pone la mirada en paisajes inadvertidos, / los puebla con mis muertos”. La ironía y un relajado sentido del humor alejan toda gravedad en el tono del poemario, y la tristeza pasa a convertirse en algo liviano, llevadero.
                Estamos, por otra parte, ante una autora fascinada por el mundo, como también le ocurría a Quevedo según sus versos: “Nada me desengaña, / el mundo me ha hechizado”. En uno de los poemas de Dos puntos, el anterior libro de Wislawa Szymborska, se culpaba a sí misma por no haberse sorprendido por nada, absolutamente nada, durante todo un día. Esta actitud se trasluce en sus poemas, como para que el lector advierta que la autora necesita ese momento de extrañeza para escribir. Así, entendemos  que de una ruptura con la cotidianeidad surgen sus poemas.
                Inmersa inevitablemente en una cultura de la inmediatez, la poeta apuesta por la lentitud, como en el poema “No lectura”, en el que se lamenta con divertida ironía por no poder utilizar el mando a distancia con las obras de Proust. Toda lectura, podemos ver, es un gesto que desafía la velocidad de cuanto nos rodea, a los “tiempos tan vertiginosos” que vivimos.
                Libro crepuscular parecido al magnífico Gracias, niebla, de W. H. Auden, a Cuadernos de Brueghel, de William Carlos Williams, o al cálido Cecilia de Antonio Gamoneda, Aquí está escrito con el rigor y la sencillez, difíciles de conseguir, de “unas pocas palabras verdaderas”, como decía Antonio Machado, por esta gran poeta que es Wislawa Szymborska, Premio Nobel de 1996, y que ve en el arte la justificación necesaria para que el mundo perdure. Mario Amadas

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    portadaEl lugar que contemplas
    Teresa Shaw
    March Editor, Barcelona, 2009

    Éste es un libro de recuerdos de infancia, territorio por el que los poetas transitan con frecuencia, recuerdos de una casa, de una ciudad, de un país, de un tiempo. Pero es más que eso, pues no es una simple rememoración de hechos objetivos ni una elegía por el tiempo que se fue y no volverá, sino que nos encontramos ante un poemario que es ante todo conciencia, búsqueda de respuestas, de caminos, de intimidad que no se muestra pero que se intuye a través de un lenguaje poético hecho de silencios y de alusiones más que de retratos exactos de una cartografía en la que los lugares, la casa, la naturaleza, son un marco perfecto para la reflexión arqueológica de la razón presente, de la razón del ser hoy.

                Teresa Shaw, uruguaya , llegó a España en 1976, y aquí reside desde entonces, por lo cual lo primero que podemos pensar es que se trata de una exiliada que añora un tiempo pasado… ¿y quién no es un exiliado del pasado?  Sin embargo, ésa sería una explicación fácil que no daría cuenta de lo que en realidad es este libro, caracterizado por una lírica contenida articulada en una expresión justa y meticulosamente sobria, hecha muchas veces de frases nominales y con ausencia casi total de metáforas.

                El poemario se divide en tres partes; la primera, que se abre con una  cita de san Agustín, se titula “El aire de la casa” y comienza con el poema «Infancia», cuyo primer verso dice: «Yo la primera vi las colinas», por lo que ese yo poético tan claro nos indica que hay una presencia autobiográfica, aunque luego la autobiografía, en lugar de ser manifiesta, será el objetivo de la cámara, lente a través de la que contemplaremos la realidad que la poeta nos quiere mostrar. En esta parte encontramos los primeros años de vida, los juegos, el padre y la madre recordados. La presencia del entorno es constante, pero el yo se oculta.

                La segunda parte, “A la sombra del paraíso”· juega con la ambivalencia del término «paraíso», que, aunque la autora explica que se trata de un árbol con cuyas semillas jugaban los niños, también se refiere al edén perdido con el paso del tiempo. Séneca inicia esta parte del libro, en la que el entorno de ese yo que nos habla de la naturaleza que rodea la casa de la infancia y la necesidad de escribir: «sílabas y hollín/ tiznan/ el borde de los días», dice uno de los poemas.

                Con barro en la boca, la tercera parte, es la más corta, y se abre con unos versos de Rilke. Aquí el protagonista es el tiempo, tiempo pasado pero también futuro, el que ya se trazó en el pasado sin darnos cuenta. En el poema «Travesía», símbolo él mismo del paso de la vida, la poeta nos dice: «Cuánto futuro acumulado/ si miro atrás.»

                Libro sobrio, maduro, escrito con una extraordinaria maestría y que explica muchas cosas de nuestro propio ser. M Cinta Montagut

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    portadaEcolalias
    Sobre el olvido de las lenguas

    Daniel Heller Roazen
    Traducción de Julia Benseñor
    Katz, Madrid, 2009

    Una ecolalia es la repetición de una frase o palabra, puede producirse diferida o inmediatamente después de la elocución. Las diferidas son propias de los niños con autismo, que memorizan eslóganes, dichos o refranes y los emiten tiempo después de haberlos oído y fuera de su contexto; que sirva el título de metáfora para resumir el libro del reconocido lingüista canadiense Daniel Heller-Roazen. Se trata de un estudio fascinante, que tiene por tema el olvido de las lenguas, contado a través de casos, algunos personales, otros colectivos, también los hay ficticios, extraídos de la tradición o la literatura; a partir de ellos el autor elabora la tesis de que las lenguas son más que seres vivos una suerte de río que fluye, (“Los términos “vida” y “muerte” parecen poco útiles en semejante contexto, puesto que no alcanzan más que a sugerir una imagen distorsionada del tiempo de vida de una lengua, que no esta segmentado sino que es continuo, y en el que no pueden diferenciarse claramente el momento de su surgimiento y el de su decadencia”) y que el olvido es tan importante como la memoria cuando se trata de aprenderlas o adquirirlas. Comienza narrando la etapa de balbuceo de los niños, que es como un período de ensayo que permitiría al neonato pronunciar los sonidos de cualquier lengua, sin embargo llegado el momento será necesario hacer una selección y olvidar innumerables de ellos, que más tarde, en la edad adulta, será difícil recuperar si se enfrenta a un nuevo idioma.

                Otros aspectos tratados son los casos de las lenguas que han sufrido exilios, o el de los últimos hablantes de una lengua que se apaga, así como los de sonidos y signos que se han perdido o modificado con el tiempo. El interés de Ecolalias radica en que rompe con dogmas lingüísticos muy enraizados, como el que la lengua adquirida nunca se pierde, o el de que una segunda lengua pueda llegar a convertirse en la primera (caso de Elías Canetti, a quien su madre le enseñó alemán a los siete años sin ejercicios ni gramáticas ni bolígrafos ni cuadernos, a fuerza de leerle y traducirle el significado de textos completos: “Para la madre de Canetti ese era un principio pedagógico. El aprendizaje de un idioma, para ser exitoso, debía hacerse sin libros ni escritos”). Y sobre la muerte de las lenguas según el autor el hecho de que dejen de hablarse no basta para anunciar su deceso, el latín, por ejemplo, está vivo y coleando en el vocabulario, la fraseología, la fonética, la morfología, la sintaxis y no digamos en la literatura de las lenguas surgidas de él y en muchas otras más, donde deja una huella que impregna incluso la mentalidad y la cultura.

                Un libro fresco en cuanto al estilo, que conjuga erudición con entretenimiento, que echa mano de la mitología y la religión, de la historia y la sociología, y que de una manera decidida y convincente se enfrenta a las verdades de facto, motivación necesaria para una ciencia que en el siglo XX parece haber suplantado a la filosofía, que es la lingüística, y que cuando es profunda y rigurosa, en verdad sirve para adentrarse en casi todos los aspectos de la vida social. EEU