Mary Jo Bang
Traducción de Jaime Priede
Mary Jo Bang (1946) nació en Waynesville, Missouri, y creció en Ferguson, hoy un barrio de la ciudad de St Louis, donde reside en la actualidad. Se licenció y obtuvo un Master en sociología en la Northwestern University, una licenciatura en Fotografía en el Politécnico de Londres y un Master en escritura creativa en la Universidad de Columbia.
Es autora de media docena de libros de poesía. Su primer poemario, Apology for Want (1977), fue premiado con el Bakelees Nason Prize en 1996.
A lo largo de su corta carrera literaria ha obtenido diversos galardones, entre otros el premio Hodder de la Universidad de Princeton y el National Books Critics Circle Award de 2007 por su libro Elegía, del que hoy presentamos una selección.
Fue también coeditora de la Revista Boston, desde 1995 hasta 2005.
En la actualidad es profesora de inglés y directora del Programa de Escritura Creativa en Washington University.
Elegía es el primer libro de la autora traducido al castellano. La traducción, así como el prólogo de la edición, es de Jaime Priede. El texto, escrito entre junio de 2004 y junio de 2005, está dedicado a su hijo Michael, muerto por sobredosis.
Algunos críticos norteamericanos han dicho que su escritura recuerda a Ingeborg Bachmann y a Silvia Plath, y Jaime Priede nos dice que «este libro es una elegía que no se resigna ante la muerte ni ofrece consuelo a los vivos».
SONATA A CUATRO MANOS
Causas y consecuencias en fila,
listas para el amanecer que se acerca
con su plaga
de bombillas.
En la nada que brota de lo definitivo,
otro lamentable
día de sollozos. Alguien te ha visto
y dice que estabas bien
sólo horas antes de no existir.
Te digo Vuelve
y no me haces caso.
El tren desentumece la vía y manda su sonido hacia delante.
La sirena desentumece el sonido y lo manda
hacia delante. El primero de los últimos días avanza
como el último verano que verás.
El réquiem no encaja con la estación. La muerte sigue
casada con el misterio. ¿Cómo
se detiene el corazón? ¿En qué giro del instante?
¿En qué segundo? ¿Y por qué? Sólo donde
arraiga.Tras unas señas. Un bloque
de edificios. Una barricada de ladrillos
que oculta horas distribuidas
hasta que la puerta de la fatalidad se abre
y mi yo ve.
El cordón policial desplegado.Todo
como tú lo dejaste. En y encima y debajo.
¿Por qué no estás en el lugar al que perteneces?
Un sombrero negro en la percha no dice nada.
Cenizas reflejan cenizas
en el reflejo de la ventana. Y ahora ¿cómo
resolvemos este lío?
El cuerpo se convierte en arte
de la identidad. Un rostro
en una fotografía. El bajorrelieve
de la puerta del tanatorio
.
Tú, tan singularmente tú. Y te volviste
Invisible.
NUNCA MÁS
Adiós a siempre ahora.
Hola al presente vacío y.
Adiós a las orquídeas tejidas
con algo semejante a semillas de malas hierbas.
Hola al día
que vemos fuera a través de
la mancha del enebro
quemado para recordar el momento.
Se acabó el momento de las curas.
Cae una hoja de papel como plomo
de la mesa del árbol del que procede.
Los ojos tienen sus trucos.
El borde del edredón cogido con la mano
se mueve y mueve y mueve.
La mente da vueltas así. Tú
un niño, luego un hombre, ahora una pluma
que atraviesa un fuego fiero
llamado tiempo. El cono de una planta
de un lugar que desconozco
en las llamas altas.
La mente sigue dando vueltas
con la botella taponada, las píldoras
por el suelo, el plato roto
por el suelo, el rostro dormido
en el canastillo de tu primer mes,
el mordisco del perro, la dificultad,
la escalera de un edificio de tres pisos
a los seis años, la inundación
que arrastra todo esto te aleja
convirtiendo pensamiento y objeto
en lo que eres. Mi mente taponada.
Una voz, canalizada por una máquina,
a lo largo del cuerpo sin vida. A lo largo
de un lacerante lapso de tiempo.
ODA A LA HISTORIA
Si no se hubiera acostado con aquel chico
hace todos esos años, dónde estarían, se pregunta.
Ella y el hijo que no habría existido y que ya
no existía. No sabría nada
de la maternidad. No sabría nada
de la muerte. No sabría nada
del amor. Esas tres cosas que se le concedían
para recordar. Despiértame, por favor, dijo ella,
cuando esta vida termine. Mírala: es como si
las ventanas de la noche estuvieran cosidas a sus ojos.
PAISAJE CON CAÍDA DE ÍCARO
¿Cómo he podido fallarte así?
pregunta el sujeto
al objeto. El objeto es una urna
de cenizas. Cómo no he logrado salvarte,
muchacho de carne y hueso. Muchacho
compuesto de mente. De años. Una mano
y pintura sobre tela. Una escultura en mármol.
Por qué no puedo alcanzarte donde estés
y tirar de ti. Por qué yo soy
y tú no. Estás para siempre en el andén
mirando la puerta del vagón cerrarse.
Y luego la estela plateada de mi partida.
¿Qué tren era? El número 6.
¿Qué día era? Miércoles.
Habíamos admirado juntos los mosaicos
del Museo Metropolitano.
Aquel vagón debería estar sellado en ámbar.
Aquel día tan doloroso debería estar
engastado en ámbar.
En granate. En ámbar. En ópalo. Para
poder seguir. Como puede ser
que esto no signifique nada para nadie que no sea yo.
SÓLO SOMOS HUMANOS
Amnesia nocturna.
El sueño se convierte
en dibujo animado y lentejuela de menta.
El furgón cimbrea por una colina esmeralda.
A diario cuidamos el jardín.
A diario movemos
Las pestañas como pequeñas banderas
en viento cordial ¿Yo? Quién no es
por siempre yo en un ahora circular.
El cepillo de dientes listo para usarlo.
La boca viene a su encuentro.
La vida comienza y avanza.
El otoño siempre a la espera.
Siempre somos la deriva en marcha.
Los poemas de Mary Jo Bang se publican por gentileza de la editorial Bartleby.
© Mary Jo Bang para TBR
© Editorial Bartleby para TBR
© Traducción de Jaime Priede
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