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                            biografía  |  versión en inglés


Esencia de Mitchum
por
Richard Peabody

Traducción: Isabel Abad

 Hoy es uno de esos típicos días en los que ni siquiera tengo fuerzas para abrir unos gofres congelados, así que me limito a quedarme de pie en la cocina, observando cómo cae la lluvia a mares por las espléndidas ventanas. Abro una de las puertas del armarito del cuarto de baño, pensando que por lo menos debería afeitarme, dejar mi modesta huella en este día, y encuentro el desodorante de Cynthia donde normalmente está mi crema de afeitar. ¿Qué es esto? ¿Desodorante Mitchum? Tomo el frasco, de color verde pálido... ¿Cynthia me pone los cuernos? ¿Algún tío se ha olvidado su... ? Ah no, ahora veo las delicadas letras rosas y blancas que rodean el nombre de la marca. Es Lady Mitchum. ¿A qué cabeza hueca se le ha ocurrido ponerle el nombre de Robert Mitchum a una fragancia de mujer? Esos ejecutivos de publicidad de Revlon deben darle fuerte al crack

      Cynthia me llama del trabajo. Está de un humor de perros.
      "Me han puesto una multa"
      Típico de Cynthia. Siempre hablando de las consecuencias y nunca de su responsabilidad en el asunto.
      "¿Y qué has hecho? ¿Saltarte un stop?," le pregunto.
      Últimamente le ha dado por saltarse las señales de stop, lo que me acojona.
      "No le veo la gracia, Chip"
      Noto que su voz tiembla ligeramente. La señal para dejar de comportarme como un estúpido.
      "Lo siento, nena. Cuéntame qué ha pasado"

      Iba conduciendo con los walkmans puestos. Nada raro. Su Honda está tan hecho mierda que, desde que la conozco, la radio siempre ha estado fuera de combate. Pero eso de conducir con los walkmans es una novedad. Claro, ella no sabía que estaba prohibido. Y la verdad es que yo tampoco conozco a nadie a quien le hayan jodido por hacerlo.
      "¿De cuánto es la multa?"
      "¡Uff!," digo. Mientras pienso... se acabaron las pizzas de los fines de semana. Maldita sea.
 

     Por algún extraño motivo, el saber que ha estado en apuros me produce el efecto de una inyección de energía. Se despierta mi creatividad. Abro la nevera. Golpeo un par de veces varias cacerolas. Improviso una sopa. Añado unas verduras a la olla. La dejo a fuego lento durante todo el día. Cuando Cynthia llega a casa está claro que sigue de mala leche, pero es una apasionada del comino y está contenta de que haya hecho la cena.
      "Siento que hayas tenido un día tan asqueroso," digo. La abrazo. Le doy un beso en la mejilla. Me sumerjo en sus cabellos color de nuez y respiro profundamente.
      "Voy a ducharme," me dice en el sobaco. Y dejo que se deslíe de mis brazos.
      Parto unos tomates y los rocío con aceite y albahaca. Corto los dos últimos bollos de pan que nos quedan. Y luego sirvo la sopa en los únicos cuencos bonitos que tenemos. De color crema con unas rayas azul zafiro.
      Cuando Cyn sale de la ducha, me sorprende viniendo a la mesa envuelta todavía en toallas de color ciruela.
      La sopa está buena, me relajo y la miro comer. A medida que va recuperando fuerzas, se vuelve más conversadora. Pero he desconectado el sentido de sus palabras. Estoy bloqueado en la musicalidad de su voz y ya no distingo cada palabra individualmente. Además, no estoy acostumbrado a cenar con una mujer que exhiba tanta piel y me resulta muy difícil pretender que no estoy mirándola. Porque sí la miro, cada vez que tengo la oportunidad. Me fijo en los pequeños pliegues del interior de su rodilla, cuando cruza las piernas; en el lugar donde la toalla deja al descubierto sus muslos, todavía de un rosa humeante de la ducha; en la manera en que se ha enganchado la toalla por encima de sus pechos.

      "Chip. Ni siquiera me escuchas"
      Parece molesta. Así que intento tranquilizarme.
      "Lo siento, nena. Sólo estaba pensando en tu problema de esta mañana con ese poli." Ella sacude la cabeza. "Gracias por hacer la sopa. La próxima vez ponle un poco más de ajo, ¿vale?." Se retira de la mesa. Cuando pasa al lado mío tiro de la tela púrpura que lleva enrollada en la cintura. Me da un manotazo, pero se ríe y al poco tiempo estamos sobre la alfombra beige del salón. Nuestros dos gatos, avergonzados de sus dueños, saltan asqueados del futón y se van.
 

     Esa noche sueño con Robert Mitchum. Estoy en medio de la calle. En un típico decorado de película del Oeste, Old Tucson o algo parecido. Mitchum viene hacia mí, medio oculto por la arena que levanta el viento. Está cantando. Reconozco la canción, es "Thunder Road." Puedo ver sus botas negras de vaquero pero aún no distingo su ruda cara... Está a unos veinte metros cuando el viento empieza a calmarse. Y entonces le veo. Es Mitchum en persona y sigue cantando. No puedo moverme. Las piernas no me obedecen. Quiero correr. Porque Mitchum lleva puesto un vestido estilo Miss Kitty. Uno de esos modelitos de mujer fatal. Con plumas de avestruz y medias de rejilla. Los labios pintados con Ultima II Sexxxy Red. Se detiene frente a mí. Un momento de espagueti western. Y dice, " Ven que te de un beso"
      Me despierto bañado en un sudor frío, me tambaleo fuera de la cama y voy hasta el cuarto de baño, donde me espera Lady Mitchum. Destapo el frasco de desodorante en talco. Olfateo por sus tres singulares agujeritos. Nada del otro mundo. Debe ser ese Aluminum Zirconium Tetrachlorohydrex gly. Lo que diablos quiera que sea. Instintivamente lo pruebo. No noto ninguna diferencia. Mañana, me prometo a mí mismo, me corto el pelo y a lo mejor me pongo a buscar trabajo. Definitivamente tengo demasiado tiempo libre. Luego vuelvo a trompicones hasta la cama.
       
     

© Richard Peabody
Traducción:
Isabel Abad

versión en inglés

"Esencia de Mitchum" fue publicado en Open Joints on Bridge por la editorial Argonne Hotel Press.  Esta versión electrónica  ha sido publicada en  The Barcelona Review con el permiso del autor.
Esta historia  no puede ser archivada ni distribuida sin el permiso expreso de Barcelona Review. Rogamos lean las condiciones de uso.

biografíaRichard Peabody

Richard Peabody nació en Washington, D.C. y ha publicado cuatro poemarios y dos colecciones de relatos cortos. En la actualidad enseña escritura de ficción en la Universidad John Hopkins y el Centro para escritores en Bethesda, Maryland. Peabody es fundador de la Gargoyle Magazine y codirector de la serie Mondo (Mondo Barbie, Mondo Elvis, y demás) para St. Martin's Press. Recientemente dirigió la edición de A Different Beat: Writings by Women of the Beat Generation para Serpent's Tail/High Risk. Aquellos que quieran, pueden comunicarse con él directamente hedgehog2@erols.com en Arlington, Virginia.

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