De la superioridad del hombre de Neandertal
Hugo Santander Ferreira
I
«Uno de los misterios de la arqueología, si no su razón de ser, es la explicación de
la extinción del hombre de Neandertal, quien habitó las faldas de las montañas de
Europa, Asia y el Oriente Medio hará unos ciento cincuenta mil años. Poseedor de una
masa cerebral superior a la del Homo Sapiens, y capaz de fabricar sus propias
herramientas, el último hombre de Neandertal fue empalado hace unos treinta mil
años, es decir, durante el apogeo de nuestra especie.
Los arqueólogos más eminentes sugieren su aniquilación a manos de nuestros sangrientos
antepasados, una hipótesis que cualquiera de las atrocidades perpetradas en este mismo
momento por algún soldado adolescente corroboraría. Podríamos asimismo inferir un
aniquilamiento en masa, afín al emprendido por los alemanes de la Europa del siglo veinte
contra sus congéneres más prósperos de cabellos negros y pupilas oscuras. Varios textos
sagrados corroboran esta hipótesis; en el libro del Génesis, Caín mata a Abel no
sólo por celos, sino principalmente porque Abel prospera como agricultor sobre su
empobrecido hermano el pastor; en Metamorfosis de Ovidio la paz de los tiempos más
primitivos se ve alterada por la aparición del hierro:
...de duro est ultima ferro.
protinus inrupit venae peioris in aevum
omne nefas: fugere pudor verumque fidesque
[...la última edad es la del pesado hierro
Con la cual la peor perversidad emerge:
la modestia, la verdad y la fe escapan]
Lo que pocos antropólogos o etimólogos se atreverían a considerar es la superioridad
del hombre de Neandertal sobre el Homo Sapiens. Uno de los factores que más escozor
suscita entre los prosélitos de Darwin es el excedente de masa craneal del hombre de
Neandertal. En su afán por controlar nuestra conciencia, nuestros científicos se
empecinan en confinar nuestro ser a nuestros sesos, y a determinar nuestra inteligencia
según nuestro DNA. De ser cierto, dicho presupuesto corroboraría
la superioridad del hombre de Neandertal. Nuestros darvinistas, sin embargo, aclaran
inescrupulosamente que la masa craneal del hombre de Neandertal no es indicativa de su
inteligencia, sino de su torpeza, ampliamente demostrada por el hecho mismo de que esta
especie ya haya sido aniquilada...»
Carvalho, Emanuel, Compendio de terquedades científicas (Coimbra, 2002), p.
234.
II
«Durante setenta mil años el Homo Sapiens y el hombre de Neandertal cohabitaron la
tierra en armonía; ambos conformaron grupos sociales en torno a creencias y a ritos
comunes. A menudo ambos grupos se disputaban un territorio, por lo general aledaño a un
río, litigios pacíficamente resueltos según las leyes comunes a todas las criaturas del
universo (...)
El hombre de Neandertal descubrió la agricultura en sueños y, con ella, las ventajas de
la vida sedentaria. En un principio el Homo Sapiens desdeñó las innovaciones de su
pariente más cercano, hasta que el hambre lo forzó a emular su prosperidad. Desde
entonces no fue extraño ver a jóvenes Homo Sapiens empleándose como aprendices de los
hombres de Neandertal (...)
Cierto día Ka-Nin, hijo de Ad-Kan, tuvo la insólita idea de asesinar a su maestro con el
fin de adueñarse de sus bienes y sus conocimientos; la consumación de su acto temerario
fue rápidamente emulado por varios de sus congéneres (...)
Alarmados por la furia destructiva de sus aprendices, los hombres de Neandertal convocaron
a sus poetas, quienes sopesaron las ventajas y las desventajas del asesinato o, tal y como
entonces lo denominaban, de la muerte innecesaria. Tras prolongadas horas de ayuno y
meditación los bardos concluyeron por unanimidad que la inmolación era preferible a la
vida en un universo asediado por los temores de asesinar o ser asesinado. Sus certezas
metafísicas de una eternidad feliz que comenzaría con su muerte, persuadió a los
hombres y mujeres de Neandertal a perecer sin resistencia a manos de sus subordinados
belicosos (...) Tres lunas después de que el último hombre de Neandertal fuese
sacrificado, Ad-Kan tornó sus armas contra sus propios congéneres; primero contra
aquellos que ya habían manifestado cierta resistencia contra sus acciones, y más tarde
contra sus propios parientes. Cada cual temía, y con razón, ser asesinado en medio de la
noche.
Desde entonces el Homo Sapiens purga su insolencia, sobreviviendo en el temor de matar o
ser asesinado...»
Angelus Mzhelsky, Anatomía del temor (Bishkek, 2002), §567 - 678.
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