biografía del autor

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TÓMALA

 

Lea la versión original en inglés

Escuche el audio (mp3) del cuento interpretado por Ana Caballero


Hace cinco años tenía veintiuno y el médico quería que tomara pastillas anti-depresivas.  No las tomé, aunque según él estaba deprimida.  Lloraba casi cada día.  Una amiga querida se había muerto, la guerra en Irak y la gente joven que se iba a morir me preocupaba, y, acababa de terminar mi carrera, sufría de lo que habría llamado en aquel punto una crisis existencial de ¿Y luego qué? y lo que llamaría ahora un sentido demasiado ostentoso de mi importancia en el mundo.  Como mucha gente joven norteamericana ambiciosa, lista, y sobretodo naife, esperaba que el mundo reconociese mi brillantez, diciéndome, a la vez, lo que tenía que hacer para realizarme y causar impacto en el mundo.
            No me pasó.  Qué sorpresa.  Después de unos años empecé a entender que la vida no es algo que hay que mejorar para manejarla, aunque Oprah Winfrey querría que fuese así.  No quiero decir que entiendo mucho más ahora que en aquel entonces, pero, a lo mejor, soy mucho menos sabelotodo.  Estoy trabajando en una farmacia como cajera, un trabajo que no tiene mucho que ver con mis estudios de pintura, pero al fin y al cabo es un trabajo; me gusta ayudar a la gente y los detalles del día, que siempre son muchos, me fascinan. 
            Cada día oigo nombres maravillosos y evocadores, nombres de una época ya pasada, nombres de la gente que se va a morir:

Armando Areaux
Peaches Casabette
Rosie Little
y, mi preferido,
Tromone Champagne.

Tengo que pagar mis deudas de Universidad, unos cuarenta mil dólares, es por eso que volví a New Orleans.  Estoy aquí con mis padres porque me falta dinero, y al estar aquí con ellos, creo que me hace falta entenderlos, porque aunque sólo estén algo más viejos, a veces me resultan irreconocibles.  Yo no estaba con ellos aquel agosto tremendo del 2005; no estaba en New Orleans; ya no quiero irme.
            Mientras recibo y doy efectivo a la gente creo obras en mi cabeza.  Los fines de semana envío mi currículum a universidades y mis diapositivas a galerías de arte.  A veces llegan respuestas como ésta a mi correo:
-Gracias
pero
- No, gracias.
Los lunes empiezo a trabajar a la farmacia otra vez.
          Anoche estuve en un bar estilo hipster, Pal's Lounge en la Bayou St. John.  Hay que llamar a una puerta azul para pasar, porque no quieren que entre gente loca.  A mi lado había un chico con gafas de plástico negro estilo “soy un intelectual joven” y  una camisa de cuadros escoses estilo irónico que venga de una tienda de segunda mano. Junto a su copa había un libro, Las meditaciones de Marcos Aurelius, mostrándose de manera prominente.  Al mirarle quedaba clarísimo que no era de aquí.  Quizás Berkeley o Boston.  Después del huracán, ha aparecido mucha gente con su aspecto, con cara de gran salvación y autosatisfacción, que vienen de las grandes universidades para demostrarnos su sabiduría y generosidad.  Bebí un sorbo de mi vodka tonic y miré su lata de Pabst Blue Ribbon.  Odio el PBR.  Odio a la gente joven que bebe esa cerveza de mierda para parecer irónico.
            Mi giré y le pregunté
            - ¿De qué te sirve el Señor Marcos, es para impresionar a las chicas y mostrarles que eres muy culto?
            Se rió.
            - ¿No eres de aquí, verdad?
            - ¿Cómo lo sabes?
            - ¿Eres de Berkeley, no es cierto? 
            - ¡Cómo lo sabes!
            Me dijo que venía para ayudarnos.  Pagaba fianzas carcelarias sin fines de lucro.  Genial. 

            Me preguntó si había terminado el instituto.  Le dije que había estudiado en la Accademia di Belle Arti en Roma.  Sonrió. 
- Qué guay, estudiaste en Italia y eres artista, ¿qué haces en New Orleans, entonces, pintas? ¿En qué parte de la ciudad vives?
- No pinto.  -le contesté - Soy cajera en una farmacia.
Se le cayó la cara.
- Además vivo con mis padres, mi hermano y dos perros en las afueras.
Sonreí yo.

La farmacia es una de las pocas independientes que quedan a New Orleans, dado que la gente prefiere ir a un Walgreens o un CVS, donde se puede comprar no solo pastillas sino licor fuerte, leche, y detergente de lavaplatos.  En la farmacia Tom Bunk no hay nada así, solo pastillas, caramelos, pañales para ancianas, paredes del color de la leche agria y estanterías de vitaminas llenas de polvo.
            El propietario de la farmacia, Tom Bunk, es un hombre que le gusta decir a sus clientes ¡que dios le bendiga! Su eslogan es “The no-bunk pharmacy!” -es decir- ¡Nada de cuentos! -pero sí que hay cuentos.

La esposa del señor No-Bunk Tom Bunk roba pastillas narcóticas y las toma junto al gerente, o ese es el rumor que hacen circular los farmacéuticos. Al mirarles las caras hinchadas parece ser cierto.
            Uno de los farmacéuticos come cada día de pie una sopa de Campell's directa de la lata.  Los demás dicen que se debe a que luego del huracán, no pudo evacuar a otro lugar por no dejar sólo a su padre de 90 años y a punto de morir; después de haber vivido sin electricidad por unos meses, se acostumbró al sabor de la sopa fría y condensada.
            Mucha gente llega a la farmacia con largas recetas de fuertes medicinas para evitar cualquier dolor. 
Suelen llamarse así:
Vicodin
Lunesta
Zoloft
OxyContin
y, el preferido,
Xanax.

Mi hermana tiene la misma edad y estatura que yo pero pesa el doble.  Trabaja como carnicera en el supermercado Sav-A-Center cerca de nuestra casa.  Hace tres años sufre de dolor de estómago y los médicos no saben por qué, entonces le han diagnosticado con la enfermedad del síndrome de intestino irritable.  Hace un mes le aconsejaron tomar pastillas anti-depresivas.  Las toma.  Su rostro tiene un color mortecino, y sus ojos son dos agujeros grises ocultos bajo su largo cabello negro.  Ella y yo no somos muy íntimos, pero la quiero mucho, aunque quizás ella no lo sabe.  Cuando me invitó a su grupo de apoyo para la depresión, fui.
            Fue un martes como cualquiera el día que llegamos al hospital.  Al entrar noté que olía como la farmacia, vacío y medicinal.  Separaron a la gente deprimida de la gente que daba apoyo a novias y novios, padres y madres, y yo, la hermana; nos llevaron a otra planta del hospital para charlar y compartir nuestras experiencias.  En la sala había paredes de un color melocotón dulzón y una pizarra con lecciones de español para principiantes- ¿Dónde le duele usted? ¿De uno a diez, en qué grado le duele?
            El moderador nos invitó a sentarnos en un círculo de confianza y nos presentamos: yo, la novia de mi hermana, un abogado y una enfermera.  El abogado era un tipo sabelotodo y hablaba sin parar.  Tenía un hijo bipolar y quería que tomase pastillas, pero no las tomaba.  La enfermera, esposa de un hombre esquizofrénico con episodios psicóticos, contó que tuvo que llamar a la policía para meterlo a la cárcel, porque ya no hay hospitales psiquiátricos en New Orleans.  La novia de mi hermana contó que hace poco el médico le había diagnosticado trastorno de ansiedad y que ella tomaba pastillas, hablaba poco, y comía menos que antes.  El moderador comentó a propósito de nada que a los artistas no les gusta tomar pastillas porque preferían estar locos a la hora de pintar; mencionó algo sobre Vincent Van Gogh.  Miré al moderador, que sonreía muy seguro de sí mismo.  Miré al padre con sus gafas de metal fino estilo soy un abogado muy poderoso. Miré a la enfermera con las manos nerviosas.  Me miré las manos dormidas.  No dije nada.
Desde que volví a New Orleans no pinto. 
- Gracias,
pero…
- No, gracias.

De la boca me salen nombres de gente que se está muriendo.
Con la boca beso a mi hermana antes de dormir.
Las bocas de los clientes piden pastillas.
Y la boca les asegura: claro, sí.
Doy pastillas calmantes a la gente.
Las toman.
Sí.
Tómala.

 

Biografía:

Kathleen HeilKathleen Heil nació en New Orleans, EEUU. Recientemente ha terminado un Master de Creación Literaria en la Escuela Contemporánea de Humanidades de Madrid. Ha sido seleccionada para un libro de cuentos que publicará próximamente la editorial Universidad de Cantabria/ECH. Actualmente desarrolla una colección de relatos breves en inglés titulada Profane Love.