Esther Zarraluki
Esther Zarraluki nació en Barcelona en 1956. Es licenciada en Filología Hispánica.Ha publicado los poemarios Ahora, quizás, el juego ( Ed. Noega, 1982), Cobalto (DVD, 1996) y Dónde (DVD, 2006). En la actualidad tiene un libro de relatos en proceso de edición, Su obra ha aparecido en diversas antologías, como Ellas tienen la palabra (Madrid, 1997), Traversie(Salerno, 2003), Por vivir aquí (Madrid 2003) o The other poetry of Barcelona (California, 2004)
Coure cremat amb àcid
plom fos i barretes de ferro
No sé si son uñas o arados.
Sé que lo intentan.
Costosamente. Y parecen
rastro de peces, picoteo, pasos,
la quilla de un buque clavado en tierra
quizás. El mensaje
de los que se fueron
y que debo descifrar
no llega completo,
y me hablan como si fuera fácil
entenderlo,
como si tontearan con el bastón o el lápiz
mientras tanto,
y señalan algo en la calle,
algo que me distrae,
porque son delicados y temen
por mí, y atrasan la entrega.
Coure cremat amb àcid
barra de ferro i volum de plom
Aquí, una mañana apacible.
Tenemos que cumplir con el verano, nos esperan,
y el aire parece inocente:
inmóvil sobre las hojas
sostiene las moscas y las voces.
Calor en las piedras. Si pones la mano, queman.
Y quema el aire no muy lejos,
donde el hierro se hunde en la carne
y el ácido corre sobre el cobre de los sueños,
sobre casas, barcas, labios,
hasta entrar en los ojos y dejar
un surco en ellos para siempre.
El aire mece las ramas,
libera el hueso,
seca la tierra y los pechos.
El aire labra en tus ojos
y siembra la verdad
que reconoces en las piedras.
Acerca las manos. No las apartes.
Base de morter i plaques
de ferro amb barres de llautó
El viento se llevará las semillas.
Existe un orden: el mes propicio, la tierra fecunda,
el agua necesaria. No plantes en febrero. No plantes en cal.
La luz se cuela por las ventanas mal cerradas.
Dejas las semillas bajo un peldaño
-luz, semillas, respiración, secreto-
y sales a la calle, al orden
gris, al cielo de septiembre.
Fusta melis
i barretes de llautó
El secreto enraizó. La luz que se colaba por las rendijas lo vio crecer. Brillaba como las baratijas que los niños entierran en el jardín. Mientras, en los otros campos crecía la cosecha. Yo cuidé el mío.
Ellos pusieron la sopa en mi plato,
la verdura
y el zumbido por la noche
la hilera de pastillas
el teléfono.
El olor de la vejez.
Leo la vida de los maestros y pienso
en la mesa preparada para su cena,
en el esfuerzo
con que
cogieron la cuchara,
atrapados también.
Laberint i bola de ferro
pintat de negre
Ver crecer una forma pura entre las manos era imposible. Era imposible huir del ruido, del asfalto agrietándose, los pasos en la calle y el frío del otoño en la puerta. Llevo un marcapasos, entiéndeme, me oigo vivir nada más abrir los ojos. Por la noche sueño, pero no recuerdo los sueños ni me interesan. Al fin y al cabo son laberintos en la nada, ya los conozco. Mira, ven, acércate. Estira los dedos, toca el aire. La respuesta es un lugar puro, pero no conoce el tacto de la lana ni el rumor de un pensamiento. Acerca las manos aún, detente y respira hondo, sírvete un plato y toca este viejo corazón.
Prismes de ferro sorgint
d’un prisma de color
Entre las ramas, pájaros aletean en nidos que no alcanzo a ver. Hambrientos, desesperan. Llueve y llevo barro en los zapatos. Equilibrio natural, descompensado para un hombre como yo, que ama las aristas. Mis ojos y mi camisa engañan, amo las torres de acero que se alzan, su lógica, la viga que sostiene y los cimientos que avanzan nuestro destino. Permíteme que ría, yo jamás hablaría así. Suelta mi voz y déjame vagar por las calles de ciudades que jamás pisé. Yo, que apagué el fuego, cubrí de ceniza las brasas y dejé en carpetas todos mis papeles, camino libre en un lugar que no conoce la palabra hogar. Déjame por fin callar.
© Esther Zarraluki
Este texto no puede
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