The Barcelona Review

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imagenMaleza viva

(microrrelatos)

Gemma Pellicer

 

 

Cementerio

Jamás me propuse desembarcar, pero el bote parecía encallado. Por mucho que les rogué y supliqué, todos ellos rechazaron, impasibles, que arribase a la orilla perdida.

 

Nuestro corazón

es un reloj impaciente y tenaz: el único que se atreve a marcar con furia justa, en dosis comedidasesos cambios de tiempo muertos de tiempo muerto y enterradoentre horas, y de hacerlo a manos llenas, a cada rato; el único capaz de dar cuenta de los minutos que aminoran con veracidad de mareo; el único que hace sonar desde dentro eternos segundos en apenas un segundo escaso; el único que bombea con furia antigua y feroz.

 

De bigotes y matrimonios

Tras superar aquella dieta feroz, crucial, creyó encontrar el modo de cumplir con sus deseos, así que sin más preámbulos se dirigió hacia el armario empotrado del dormitorio y se puso el vestido rosa chicle, el único que se le ajustaba como un guante. Antes de calzarse los zapatos de charol y tacón fino de aguja, se encerró un par de horas en el cuarto de baño para depilarse piernas, axilas y bigote. Afeitarse las patillas le iba a costar tan poco, de hecho, como dejarse barba a su mujer. El intercambio de cuerpos resultó decisivo.

 

Hombre lobo

Ese tipo de ahí sentado al ordenador con pinta de pocos amigos, ese que viste gorra de visera calada hasta las cejas, de aspecto serio y sumamente concentrado, lleva más de una hora volcado sobre sí mismo para mejor hablarte, para mejor escribirte y leerte, para mejor olerte. Si te fijas bien, ese tío que parece ir a lo suyo y no estar para nadie eres tú.

 

La verruga

Tenía en la cabeza una especie de verruga salvaje que no podía evitar rascarse con frenesí. Cada vez que lo hacía la excrecencia crecía como un junco silvestre, aunque su textura no fuera verde ni suave sino, por el contrario, rojiza y rugosa, semejante a una lija. Temía que le empezaran a nacer hijas y hojas por todas partes, así que sin sentarse a esperar en qué quedaba la cosa, se plantó audaz frente al espejo y comenzó a tirar fuerte de sí como si fuera un cable de fibra óptica. Para su sorpresa, el junco resultó raíz milagrosa. En cuanto la hubo arrancado por completo, un océano de desasosiego la colmó por dentro. Nadie quiso asomarse en todo el día por el agujero.

 

© Gemma Pellicer

portadaGemma Pellicer (Barcelona, 1972) es narradora, editora y colaboradora de la revista Quimera. Ha aparecido en numerosas antologías, y su primer volumen de microrrelatos se tituló La danza de las horas (2012). Maleza viva acaba de ser publicado por Jekyll & Jill.


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