The Barcelona Review

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imagenIrene Cuevas

Loba


 

Cuando era niña jugábamos a montar pequeños títeres –pequeños títeres salvajes-. Las figuras volaban de un lado a otro, las voces se elevaban cuando una marioneta se acercaba a nuestra espalda con una madera. Recuerdo especialmente el cuento de Caperucita. Ahora pienso que es un cuento terrible, pero en ese momento hasta yo pedí una capa roja para ir a jugar al bosque. Morían todas. El lobo agonizaba. Y luego, como en un acto inexplicable y mágico, un bondadoso cazador abría la tripa del animal y se encontraba con Caperucita y su abuela intactas. ¡No han muerto! Había aplausos para el héroe musculoso. Una reprimenda por meterse en líos para Caperucita. Muerto el lobo se acababa el problema.
      He pensado muchas veces en este cuento. Sus valores son la obediencia y la cautela. Son valores que dignifican tanto a una mujer como a un perro. Incluso los días en los que intento no pensar en nada, no logro sacarme de la cabeza un malestar profundo, la sensación de haber sido devorada en algún momento. Soy una mujer perro. Tengo miedo de las sombras que se crean detrás de los arbustos y por eso no me acerco a determinadas zonas oscuras. Obedezco a las señales de tráfico y a los hombres.
      Un día vi a unos niños abriendo sus fauces en el parque por donde pasaba. Me acorralaron. Traté de no mirarles. Qué juego más estúpido, me dieron ganas de decir, sois unos pequeños monstruos. Pero me contuve, estaba siendo cautelosa, estaba intentand­­o adivinar qué hacían. Un niño se me acercó y me mordió la pierna. Quise quitármelo de encima y le di una patada. Luego se fue llorando hacia su madre y ella vino hecha una furia. Te voy a denunciar. ¿Cómo puedes pegar a un niño? ¿Estás mal de la cabeza? Solo le dije que había evitado que su hijo se convirtiera en un lobo cuando le saliera barba. Sé que tuvo un escalofrío porque me miró con sus ojos de mujer quebrados. El niño temblaba al lado de la madre y enseguida noté que me tenía miedo. Escucha, le dije abriendo mucho la boca, hay un montón de niñas esperando a darte una buena patada si te comportas de esa forma. La madre empujó al niño hacia mí como si estuviera empujando cualquier trozo de carne. Pero no es suficiente, me dijo, dale un bocado. Este brazo no lo usa mucho. Puedes comértelo si te apetece.

 

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© Irene Cuevas

Irene Cuevas (Madrid, 1991). Es profesora de Escritura Creativa en la Escuela de Escritores y cursa un Máster en Estudios Literarios en la Universidad Complutense de Madrid. Sus relatos han aparecido en varias antologías y revistas literarias, entre ellas, Bajo treinta. Antología de nueva narrativa española (Salto de Página, 2013) o la revista mexicana “Luvina”.


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