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septiembre -octubre 2000  num 20

biografía  |  versión en catalan

extracto de la novela
MELALCOR
Flavia Company

1

EL CHOQUE DE LAS LLAVES CONTRA EL CASCO
    
Se había pasado media vida intentando encontrar las respuestas correctas y, por fin, se daba cuenta de que lo importante era descubrir la pregunta. La interrogación era el deseo. La contestación era la muerte. Como en un juego. Cara o cruz. Cara significaba mirarte en el espejo. Cruz significaba cruz.
      Aquel descubrimiento sin pies ni cabeza lo hacía un día aparentemente normal. Se había levantado, duchado, vestido, había desayunado y, justo en el momento de coger las llaves de la moto y oír cómo repicaban contra la superficie plástica del casco, quién sabe por qué, una frase le invadió la mente: el secreto está en la pregunta.
      Desde luego, no era la primera vez que le asaltaba un pensamiento como aquél. En general, los atribuía a los suenos. Consideraba que los sueños eran una parte esencial de la vida, una parte irreductible, por tanto, de la realidad de la existencia.
      Era aquélla una mañana cualquiera hasta que dejó de serlo, porque muy pronto se dio cuenta de que el pensamiento no procedía del sueño de aquella noche, ni de ninguna otra noche, ni de estado alguno de adormecimiento, sino de una exótica lucidez producida por el sonido indescriptible del choque de las llaves contra el casco. La deducción flie inmediata: tiene que ser, por consiguiente, un recuerdo.
      Pero ¿cuál? ¿Qué recuerdo puedo tener escondido en un pliegue invisible de la memoria?
      Aquel sonido era el sonido que despertaba al ser aletargado que llevaba dentro.
      Pero vayamos por partes.
      Entonces abrió la mano tanto como le file posible y midió la propia vida como si se tratara de unos cuantos metros de tela. No encontró nada.
      Una experiencia pasada que me produce rechazo. Nunca sabemos quiénes somos.
      Se lo confesó. Le salió de la garganta un ruido animal, como de ave de rapiña o de hiena. Se file al lavabo a ver que cara se le había puesto.
      ¡Ave María!
      Aquellos ojos, aquella especie de pico en forma de labios endurecidos por el rigor de una trayectoria difícil, aquellas plumas en la cabeza que parecían pelos humanos...
      Cogió el peine y se lo pasó un par de veces, sin apretar demasiado. Después, se cepilló los dientes.
      Notaba que el aburrimiento le subía por las piernas y le llegaba al culo. Se sentó en la taza del váter para aplastarlo.
      Había sonado la hora de salir de casa y de intentar comprender, por enésima vez, el flincionamiento del mundo y de la gente que pululaba en él.
      Irá a ver a Cor, antes que nada. Entrará en el estanco y se la encontrará detrás del mostrador, delante de aquella cantidad inconcebible de paquetes de colores. Quieta y muda. Le hará una señal para que le dé dos de los de su marca y después le dedicará un ademán de despedida.
      Nunca habla con ella. Que Cor se mantenga muda coarta su tendencia a hablar desmesuradamente. Sonrisas, movimientos, como mucho suspiros del alma; silenciosos. El
      rumor de lo que va por dentro, con la sangre y con los flujos que hacen de un espíritu un organismo; el proceso inverso es más complicado.
      El golpe de las llaves contra el casco es tan sólo un accidente sin importancia, del que puedo olvidarme en cuanto salga de casa y cierre la puerta y, tras la puerta, algunos quebraderos de cabeza que duelen tanto como los callos de los pies.Omás.
      Baja por las escaleras. Piensa que los ascensores no le gustan. Ve que del buzón sobresale un papel. Lo coge sin necesidad de abrir la puertecita. Lee: «Cuando nos afecta la soledad, la angustia, la depresión o cualquier conflicto todos necesitamos...». Tiene que desplegar el folleto. Continúa en voz alta: «Una voz amiga». ¡Hay que joderse! «Teléfono de la esperanza.» La mirada pasa rápidamente por encima del escrito, largo y verde. Al final ve que pone: «Este impreso ha sido editado con la colaboración de Telefónica». ¡Qué cabrones!, dice. ¡Pero qué cabrones!, repite. Recuerda uno de los peores días de su vida. Con desesperación total y absoluta, desorientación de la misma clase v ningún lugar adonde ir para preguntar no sabía qué, extrajo el microscópico móvil del bolsillo más pequeño de su indumentaria, marcó el larguisimo número de la Esperanza y... no le dieron ni una sola maldita respuesta, aunque las preguntas eran de lo más fácil: «Por mi esperanza de los próximos tres días, dígame nombres de batallas que empiecen por la letra W, como por ejemplo Waterloo, un dos tres responda otra vez; Waterloo». ¡Y hala! Ya se ha acabado la ayuda. Móvil y esperanza a la basura, todo junto. ¡Qué cabrones! Vuelve a plegar el folleto y lo mete en el buzón contiguo al suyo. Ve la otra cara del papel, donde dice lo mismo en otro idioma. ¡Pero qué cabronazos! ¿Tú te crees?

2

 ¿SOY UNA MÁQUINA?

      A veces piensa que es una máquina. Sobre todo en momentos como aquél, en que va por la calle sin que nadie le dirija una sola palabra, una sola mirada.
      Piensa que es una máquina; defectuosa.
      Tiene la convicción de que hay un par de piezas que o bien le faltan o bien no le funcionan como es debido. Sostiene la teoría de que, por eso, la vida le resulta más sencilla y aburrida.
      La constatación de esta carencia se produce de una manera bastante significativa: por ejemplo, aunque lo intenta, nunca acaba los crucigramas; los programas de los ordenadores se le resisten y hacen lo que les da la gana; es incapaz de tararear una sola canción; se le cae la ceniza del cigarrilío antes de llegar al cenicero, (todavía peor: fúma); le gusta mucho el sexo, pero no cree en el amor. Ni en Dios, que viene a ser lo mismo, a pesar de que Dios le parece un personaje interesante y polémico. Antiguo.
      Conoce a otras personas de las cuales piensa que también son máquinas. Por ejemplo, Mel. Un dos tres responda otra vez. Mel.
      Es un canalla. Su única gracia es que sabe contar chistes. ¡Y qué buenos! Lo cierto es que con Mel se moría de risa.
      Pero no por saber contar chistes se va a ganar el cielo. Ni mucho menos.
      Mel pertenecía a las matemáticas, pero tenía aspecto de carnicero. ¿Y qué aspecto tienen los carniceros? De matemáticos equivocados. Mel habría sido más feliz degollando conejos que resolviendo abstracciones.
      Pero no. Teníamos que pasar por la universidad, teníamos que demostrar la brillantez indiscutible de nuestro intelecto siempre en flor.
      Encontraré a Mel más tarde -dice en voz baja-, en el Casino. Y jugaremos nuestra partida de cartas, y la muy granuja ganará porque hace trampas, y yo la perdonaré porque es hermano mío, no de sangre pero sí de hígado, porque lo que hemos bebido juntas no cabe ni en la bodega de la reina borracha.

 

© 2000 Flavia Company

Melalcor, Flavia Company, Muchnik Editores, septiembre de 2000 .
www.muchnik.com
Este extracto de la novela Melalcor es una publicación de The Barcelona Review con el permiso del Muchnik.  

Esta historia  no puede ser archivada ni distribuida sin el permiso expreso de Barcelona Review. Rogamos lean las condiciones de uso.
biografía

Flavia Company (Buenos Aires, 1963) reside en España desde los diez años de edad. Es licenciada en Filología Hispánica y en la actualidad traduce, publica crítica de libros, dirige talleres literarios y escribe una columna semanal en El Periódico de Cataluña. Entre sus novelas publicadas se encuentran Querida Nélida, Fuga y contrapuntos, Círculos en acíbar, Saurios en el asfalto y Dame placer.

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