Barcelona,
mujeres poetas (1)Neus Aguado
Nacida
en Argentina y radicada en Cataluña desde los diez años de edad, Neus Aguado ha ejercido
el periodismo desde 1973, principalmente la crítica de teatro, arte y poesía- y
artículos de opinión. Ha trabajado también en los ámbitos del teatro, editorial y de
las bibliotecas. Autora de dos libros de cuentos Juego cautivo (1986) y Paciencia
y barajar (1990) así como de varios ensayos sobre literatura contemporánea, es
coautora de la antología de poetas catalanas Paisatge emergent. Trenta poetes
catalanes del segle XX (1999). Tras la publicación de los poemarios Paseo
présbita (1982), Blanco Adamar (1987) y Ginebra en bruma rosa (1989),
en febrero del 2000 publicó su cuarto libro de poemas, Aldebarán, del que más
abajo ofrecemos una selección. Como ella misma explica a manera de epílogo:
«Aldebarán, la estrella Alfa en la constelación de Tauro, es una de las cuatro
estrellas reales junto a Régulo (Leo), Espiga (Virgo) y Antares (Escorpión). Las
estrellas en la tradición primordial siempre han significado la luz y lo imperecedero. A
través de la lectura de los poemas, cada cual puede devolver a la bóveda celeste, al
techo astronómico, lo que le pertenece: la luz proyectada sobre la noche del
inconsciente.»
Sabiduría
Unigénita de múltiples virtudes,
he recorrido la casa patriarcal,
la casa donde los eruditos
no tienen ni un momento de sosiego.
Habías traspasado la puerta esmerilada,
la del espíritu en armonía:
otra casa te acoge, en otra reinas,
Y es hacia allí adonde encamino el paso.
*****
Como un efebo tiembla
mi gata oracular,
Y no descifro
-a pesar de contener el designio del mundo-
si es un presagio adverso
o la confirmación
de que más allá de los deseos por cumplir
está el azar temblando entre mis brazos.
*****
Normalmente es la combinación de lo triste con lo perverso
lo que nos convierte en seres vulnerables,
los que es capaz de triturar aquella alegría animal
que aún palpitaba en las noches pasadas a la intemperie.
*****
El mensajero de las siete llaves,
el que nunca recuerdo ni sé cómo se llama,
me dijo los secretos de tu vientre y tu cama.
si niegas lo que amas el amor reverdece,
si amas lo que niegas el amor te enloquece.
Busqué el libro que tus manos habían sostenido,
el de la miniatura de Jean Fouquet en la cubierta:
«Dios une a Adán y Eva» en un jardín cercado
con ángeles, animales y la fuente, estrellas y palomas,
y pensé ¿habrá un ángel, un solo ángel clandestino
dispuesto a sostener el manto del creador en el jardín
de nuestros amores cercados donde hay agua y cielo
y un paisaje invertido como el de los antípodas
y un incansable deseo de desaparecer del cuadro?
La flor azul
Cómo saber si es todo tan callado,
cómo adivinar que más allá de mi mano hay un espejo
que refleja un sinfín de rosas mustias,
cómo saber si es todo tan oscuro,
cómo saber si es todo tan incierto
y escribo al buen tuntún como si fuera la primera vez
y amo a ciegas como todas las veces
y no se me ocurre nada que no sea un vulgar simulacro
de una vida que no me pertenece, de un tiempo que desconozco,
de un deseo anclado en cada instante, sin lastre y tan fugaz
a pesar del ancla, a pesar del plancton, a pesar de los muertos.
Cómo saber entre esta estela de codicias, entre este absurdo
que se empecina en matarnos cada día y en dejarnos sin flores y sin vida.
Cómo saber si por fin he encontrado al flor azul de lo imposible.
Cómo saber que no tiemblo para el mundo, que no miento para el mundo.
Cómo saber que he llegado al límite de mis limitaciones
y ya nada puede detenerme.
Cómo explicar que incluso todo esto ha dejado de importarme,
que muy posiblemente nunca me importó, porque estaba demasiado absorta
intentando explicar lo que ahora sé:
esa incipiente flor azul que crecía en el fondo de tus ojos yo misma la he segado.
*****
Y siempre, en el momento más inesperado
oyes aquel timbre de voz perdido en tu memoria
y vuelves a no respirar, y recuerdas las voces
que desde el nacimiento te han acompañado, las más queridas,
y vuelves a preguntarte si esta vez sí
si esta vez será la voz que desde siempre has estado esperando
y tu propia voz tiembla
y pocas veces puedes gritar, pues te pasa como en las pesadillas,
no te sale la voz, sólo un hilo de voz y el gesto de la mano implorando
implorando un deseo extraño de acercamiento y rechazo
y la voz vuelve y tú vuelves a vestirla de ojos verdes,
de ojos azules, de ojos violetas, de ojos negros, de ojos de miel,
y pides, como si creyeras: que esta vez sí sea la voz de mis ojos.
|