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índex català     septiembre - octubre  n° 50

Aura en mi nariz
Por Hernán Ortiz

 

Entonces estaba en mi oficina y llegó el floricultor. Entró con un bigote tan tupido que parecía algodón negro y unas botas oscuras por fuera del jean roto. Y antes de darle la mano y sin tocarme, me lastimó la nariz. El tipo olía como si juntaran seis bocas con mal aliento para hacerte un círculo y soplarte a la vez. Eso, y un poco de queso y el olor de un animal en descomposición. Le dije al tipo que se fuera, me taponé la nariz con los dedos, e incliné la cabeza hacia arriba. Mis papás entraron más tarde y me vieron desmayado, tirado en el piso alfombrado y con el cuerpo manchado de rojo. Mis papás me dijeron que no resistí el olor de mi propia sangre.

      Lo que hacen es extraer la esencia de las plantas y trabajarlas químicamente para fabricar productos de limpieza, ambientadores y perfumes. Utilizan olores naturales, combinados con sustancias psicoactivas. Algo gubernamental, un nuevo proyecto de masificación. Mi único trabajo es catar el producto. Soy jefe de investigación y desarrollo de nuevas fragancias. Mi oficina está apartada del resto del personal. Estoy aislado, y por un tubo a presión, me llegan las nuevas pruebas. Yo envío por e-mail un formulario de aceptación o rechazo.

      Nací con una nariz hipersensible. Tengo el sentido olfativo muy desarrollado. Se puede decir que soy el resultado de un experimento exitoso. Para oler, siento mis genes de perro posesionando mi cuerpo, y aún a esta edad, ya con mis primeras arrugas y mis primeras canas, no he podido acostumbrarme.

      Soy un freak, y a los freaks suelen encerrarlos, apartarlos del resto de la sociedad... explotarlos.

      A veces salgo al ventanal de mi oficina, y veo la ladera que hay al fondo, adornada con una luna inflada... y si me concentro, puedo oler la montaña fresca y mojada por la lluvia, el olor a madera de los tallos húmedos, la genial aroma del eucalipto. Y si cierro los ojos, y me concentro en la luna, si medito y me elevo mentalmente hasta allá, puedo percibir su olor: la exótica fragancia de un perfume inexistente.

      Aura Martínez salió conmigo solamente una vez. Ese día mis papás me aplicaron una inyección en el ombligo. La inyección actuó sobre la amígdala y el hipotálamo, y toda la corteza orbitofrontal, eliminando mi hipersensibilidad olfativa por un periodo de cuatro horas.

      Aura Martínez salió conmigo porque ella también era freak. En su caso, le implantaron unos genes que mantenían sus medidas perfectas. Comía todo lo que quería y nunca se engordaba. Nació para ser linda. Mis papás cuadraron la cita para que nos reprodujéramos. Siendo políticamente correctos, ella era mi hermana. Pero cuando tienes más de cien hermanos, no hay incesto que valga.

      En la habitación que reservaron mis papás, iluminados por tres velas y tomándonos una copa de vino, le dije a Aura que era injusto que el concurso se llamara Miss Universo. Que se debería llamar Miss Tierra.

      — ¿Porque dónde está la señorita Marte o la señorita Júpiter? —le dije—. Somos tan egocéntricos...

      —Y te aseguro —dijo ella— que la señorita Marte es mucho más linda que muchas de nosotras. Te aseguro que la señorita Marte es mucho más natural...

      Hablamos de otras cosas y luego nos fuimos para la cama. La desvestí y le toqué el abdomen plano y curvo, la nalga parada y los senos redondos y perfectos. Cuando terminamos de hacerlo, se recostó a mi lado. Nos dormimos. Y en medio de un sueño, expiraron las cuatro horas. El olor de su vagina era tan fuerte, que mi nariz se lastimó y las sábanas se mancharon de sangre. Me desperté, y ella se despertó y se asustó y se fue corriendo de ahí, y yo quedé adolorido y acostado en la cama, en posición boca-arriba y taponándome la nariz.

      —Ustedes dos no se pueden reproducir —me dijo mi papá el mes siguiente—. Los genes de ustedes no concuerdan. Pusimos a Aura a competir en Miss Universo, para que nos de dinero. De alguna forma teníamos que usarla...

      Como pastillas todo el día. Pastillas amarillas, rojas, verdes... esas son las que más me gustan, las verdes, porque saben a Aura. Aura sabe a azúcar, y a vainilla, y sabe a chocolate con nueces. Sabe a todas las cosas que yo no puedo comer.

      He vuelto a cerrar los ojos, y me he concentrado en ella... y desde acá, estoy oliendo su aroma. Llega a mí con la intensidad perfecta... su aroma a mujer llega a mi nariz y me llena la cabeza de imágenes.

      Aura. Podría casarme con ella y olerla todo el día desde acá, pero no soportaría que se me acercara...

      Le he robado la inyección a mi papá. Estaba guardada en la caja alumbrada con luz de neón, que siempre había estado cerrada. La inyección huele a detergente. Me la aplico y salgo corriendo de mi casa, me voy de acá, aprovechando que mis papás están en el laboratorio, haciendo hermanitos, y cojo un taxi. Le digo que me lleve a la casa de Aura.

      — ¿Quién es Aura?— me pregunta el taxista.

      Encuentro a Aura en un televisor. En afiches y en revistas, pero no la veo en persona. Faltan dos minutos para que se acabe el efecto de la inyección. Estoy al frente de un revistero, rodeado de vendedores ambulantes y gente que camina muy rápido. Pego una bocanada de aire profunda, cojo una revista y paso las páginas para encontrar un artículo sobre Aura.

      Veo a Aura. Su rostro sonriente, sus huequitos en las mejillas, su cuerpo eternamente perfecto...

      Siento un martillazo. Mi cabeza siente que le entierran un clavo cuando todos los olores entran a mi nariz.

      Ya pasaron cuatro horas...

      Huelo basura, sudor, contaminación....

      Mi nariz se llena de sangre. Caigo al piso. El olor del asfalto me deja inconsciente...

      La foto de Aura se queda en mi cabeza.

      Ahora huelo el perfume de mi alma.

 

 © Hernán Ortiz 2005TBR 2005
En este número véase el relato Hay una bomba en el cielo, del mismo autor.
Este texto no puede reproducirse ni archivarse sin permiso del autor y/o The Barcelona Review. Rogamos lean las condiciones de uso.
Hernán Ortiz Carné: Hernán Ortiz (Medellín, Colombia, 1982). Escribe cuentos de ficción y combina esta actividad con periodismo narrativo (no-ficción). Ha publicado cuentos en The Barcelona Review y en Los Noveles, y artículos periodísticos en el suplemento Generación del periódico El Colombiano. Actualmente está dedicado a la escritura de su primera novela y la finalización de su primer libro de cuentos.
      Contacto: hortizro@gmail.com

      Véase en TBR 44 el relato Un dios sin ideas, del mismo autor.

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septiembre - octubre  n° 50

Narrativa

Rafael E. Saumell: Mi padre, que es una persona importante
Hernán Ortiz: Hay una bomba en el cielo
Hernán Ortiz: Aura en mi nariz
Enrique Vásquez Valladares: ¡Cómo te quiero, manito…!
José Luis Torres Vitolas: El retrato
Gabriela Izcovich: Larga duración
David Vergara: Glenda y Martina

Ensayo

La cirugía estética aplicada a la sociedad por Begoña Matilla

Notas de actualidad

VI Encuentro Internacional de Mujeres en
el Arte México-Italia 2006

XVII Concurso Navideño de Literatura en Euskera

Reseñas

Leyendo, escribiendo Julien Gracq
Cuentos sanfermineros Patxi Irurzun
El vano ayer Isaac Rosa
Mujeres difíciles, hombres benditos Fernando Ampuero

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