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inglés original (número 9)

LA MÚSICA COMO ARMA
por Lenny T

Music As Weapon: M.G. Smout

      LA MÚSICA COMO ARMA
      Bug G entró de nuevo en el estudio y silenció en seco el ruido de la cisterna cerrando tras él la pesada puerta insonorizada.
      --Ahora sí que necesito un cigarro, tío. Oye, no es que esté mal, ¿eh?, pero... ¿No te da la sensación así como de que le falta algo? No sé, gancho o...
      --No me jodas, tío. ¿Otra vez? Te digo que no hay tu tía. Lo he probado del derecho y del revés y no hay manera. Interfiere con según qué frecuencias y adiós efecto. Niente, nada, cero.
      --Pero es que cuatro minutos, tío... No me veo yo pinchando eso. Que luego la peña se me alborota.
      --Tranqui, tío, ni que fuera el güiquen. ¿No ves que hoy va a ser relax total? Los cuatro colgaos de entresemana. Tú te esperas hasta que estén todos bien colocaos y aprovechas la marcha de los caracoles para metérsela doblada. ¿Que se te va alguno de la pista? Pues que se vaya.
      --Ya, pero cuatro minutos, tío... ¿Y si no cuela, qué?
      --No te enrolles, Charles Bóyer. ¿Cómo no va a colar? Tú hazme caso a mí, tío, que llevo un año de pruebas. Funciona se metan lo que se metan. Lo que yo te diga, hombre. Y no te me rajes, ¿eh? Cuatro minutos mínimo. Como salir, me salen cinco, pero si tan cagao estás... Cuatro y luego les metes todo el chundachunda que te dé la gana. Pero los cuatro me los dejas, ¿estamos?
      --Allá tú... ¿Pero esta noche, tío? ¿Estás seguro?
      --Segurísimo, coño, joder. Hey, mañana es jueves, empieza el güiquen. Es ahora o nunca, tío. ¿No lo ves? Mira, llevo un año con la criatura y ya estoy hasta los güevos. Tengo unas ganas de pinchárselo a los pastilleros que te cagas. Coño, tío, joder, parece mentira. Que no tenemos toda la vida.
      --No, si a mí plin, tío. Yo hago lo que tú digas, que para eso eres el Jefe. Si rueda alguna cabeza, no será la del menda, con que... ya te apañarás. Es tu pellejo. Bueno, entonces ¿qué haces? ¿Te traes los sintetizadores al local o qué?
      --Na, paso de cargarlos. Tuesto un decedé en el BigMac y acabo antes. Y así también vamos más ligeros si hay que salir por piernas...
      --Tienes la gracia en el culo, tío. Bueno, yo me abro que se me hace tarde. Nos vemos en el club. ¿Te pasas a la hora de siempre?
      --No, un poco más tarde. Ah, oye, una cosa. Antes de que llegue la peña, me pones el Ambisound al nivel del estudio. Te mando el material por e-mail a eso de las ocho. Estáte al loro, ¿vale? Venga. Gracias.
      --De nada, chalao. Lo que hay que ver...

      En la soledad del estudio, arrullado por el murmullo monótono de los ordenadores, el Jefe puso manos a la obra. No es que hubiera mucho que hacer: el tema dance que debía enviar estaba prácticamente listo. De hecho, lo estaba desde hacía meses, pero lo había almacenado en diferentes bancos de memoria y hasta ese momento no se había sentido con ánimos de extraer la información de todos aquellos discos duros y pasarla de las cuarenta y cinco fuentes originales a las dos pistas del decedé Sound Around Surround de la mezcla final. Dedicó una sonrisa a su Atari. Sabía perfectamente que trataba con esclavos descerebrados fabricados en países lejanos y no con juguetes entrañables made in Disneyworld, pero creía que el trato que dispensaba a su familia informática le resultaba rentable a largo plazo; y lo cierto es que las máquinas parecían pagarle sus atenciones con una vitalidad y una longevidad fuera de lo común. Nunca se había parado a pensar por qué algunos ordenadores le parecían femeninos y otros masculinos. El Atari, por ejemplo, se había convertido en la AbuelAtari. ¿Por qué no en el Abuelo? Pues porque representaba el origen, el nacimiento de su gran imperio. Cuando la pobre tenía problemas de memoria o con el disco duro, la cuidaba como si fuera un pariente anciano. Y la verdad es que, en términos informáticos, la Abuela era realmente vieja --tenía casi cuarenta años--, pero el Jefe le había hecho tantos trasplantes que aún se las apañaba para ir tirando. En atención a su calidad de matriarca, la Abuela era utilizada, junto con un no menos viejo Cubase clonado por MCA, para dar el toque de gracia a los proyectos más importantes --por ejemplo, el que el Jefe tenía entre manos en ese momento--. Con el Pentium 18s, equipado con Gatesoft, habría tardado cien veces menos, pero habría echado de menos el calor humano.

      Aparte la elegante LcIIIs, el Jefe percibía en todos sus Apple Macintosh un aire varonil, puede que por el nombre. Los mac le hacían el trabajo de diario, y un gran G6, uno de los últimos que se fabricaron, hacía las veces de capataz. La presencia de las máquinas se hacía notar en todas partes: en los acuarios, viejos MacClassic reconvertidos; en las sillas-disco duro; en las cisternas-monitor; y en los interruptores de la luz, ratones pasados a mejor vida. Además de su numerosa familia informática, el Jefe también contaba con una colección valiosísima de sintetizadores y sampler clásicos, tanto analógicos como digitales. Como pasaba con algunos ordenadores --el 16 Wasps y el 6 Spiders, por ejemplo--, muchos de los sintetizadores no servían más que para decorar las paredes. El resto, sin embargo, --la mayoría--, se hallaba en perfecto estado de conservación y ocupaba los tres pisos de estantes que cubrían las paredes del estudio. Cordones umbilicales midi y CV se encargaban de mantenerlos interconectados en todo momento, y varios haces de cables iban a parar a lo que parecía una de aquellas centralitas telefónicas de antaño, todo ello bajo la atenta mirada de un viejo Mac G4. Sobre un gran banco yacían destripados varios sintetizadores más: disparatada vivisección electrónica de la que salían reforzados con prestaciones que sus diseñadores originales tan sólo habían visto en sueños. Había cables por todas partes, sí, pero aquel revoltijo de spaghetti ocultaba una estricta organización: los años de tiempo malgastado y los ataques de histeria provocados por tomas y cables defectuosos habían conseguido hacer de él un hombre ordenado. La Música Como Arma --ése era el nombre del estudio-- podía parecer un desván abarrotado de reliquias, pero lo cierto es que, amén de servir como plataforma de lanzamiento de muchos proyectos importantes, daba mucho dinero.

      El Jefe se colocó sendos tapones de espuma en los oídos e hizo clic en el ratón del BigMac.

      Después de más de tres años de trabajo, la presentación oficial de aquella noche representaría el lado más frívolo de un experimento enigmático. El Jefe había visitado muchos países, visto y grabado un gran número de canciones y danzas tribales. Había pasado largas y aburridas horas lejos de sus "pequeños" estudiando sonido, anatomía y neurología en bibliotecas silenciosas y hospitales ruidosos. Un año atrás los primeros resultados esperanzadores se habían visto truncados por el fracaso, pero luego sus esfuerzos habían empezado a dar fruto y, de un tiempo a esta parte, el índice de éxito era del 95 por ciento, aunque aún no sabía exactamente por qué. Ciertos factores seguían influyendo negativamente en el resultado, como fumar marihuana o resina, por ejemplo, mientras que el consumo de otras drogas no representaba ningún problema --una buena noticia teniendo en cuenta que los conejillos de indias de aquel experimento iban a ser los devotos de la cultura clubista y las drogas de diseño.

      Aquella noche, al llegar al club, el Jefe se encontró el local convertido en una masa palpitante de cuerpos semidesnudos. Mientras entraba en la cabina insonorizada y saturada de hachís del DJ, la imagen le recordó una lata llena de gusanos.
      --Oye, Jefe, hoy la cosa está que arde. ¿No podríamos dejarlo para otro día?
      --¿Ya te me arrugas? ¿Cuándo vuelven a desfilar los caracoles?
      --Voy a meterles diez minutos más de esto.
      "Esto" era una versión acelerada --pero que muy acelerada-- de Bad-Tripno, pariente lejano de algo salido años atrás del encuentro fortuito en una tienda de segunda mano de una cinta antediluviana de Bauhaus, la banda gótica de los ochenta. La música era añeja, pero había algo en la voz del cantante que le pareció realmente aterrador. El Jefe consiguió localizar las grabaciones originales y descubrió que los sonidos que emitía el vocalista --con un timbre cercano al helio-- salían tal cual de su garganta. Con la ayuda de la tecnología más moderna había logrado sintetizar la voz y hacerle cantar letras nuevas y más de acuerdo con la filosofía del proyecto. Según parece, el cantante había muerto en Estambul coincidiendo con la llegada al poder de los fundamentalistas. La fusión de la voz generada por ordenador y los nuevos ambientes producía una música dance que sólo precisaba otro elemento para helar la sangre al más pintado: ácido de mala calidad. Eso era fácil de hacer, lo mismo que el antídoto de acción rápida por si las moscas. Trasladada a la pista de baile, la combinación de música, luces y droga se convertía en una dosis nada saludable de miedo; y el miedo, ya sea en forma de montaña rusa, de túnel del terror o de deporte de aventura, es una emoción fuerte, y las emociones fuertes venden. Sólo la venta del antídoto le había reportado ya tres millones.

      El Jefe bajó la vista hacia el infierno sudoroso que se agitaba a sus pies, ajeno al daño que él, el titiritero, podía infligir a sus cuerpos y mentes con sólo privarles del respiro que les daba de vez en cuando. A Bug se le había ocurrido llamar a esos lapsos "marcha de los caracoles" por los rastros brillantes de sudor que dejaban los clientes al ir de la pista a los lavabos.

      Santo Dios --pensó--, lo fácil que es controlar a la gente. Tiritero... Sí, con aquella pandilla de gilipollas a la merced de sus dedos, no descartaba la posibilidad de cambiar el nombre del estudio por Titiritero al día siguiente.
      A una señal de Bug G, el Jefe introdujo el decedé en la bandeja y pulsó play. La muchedumbre ya presentía el cambio de ritmo, y muchos habían incluso iniciado la marcha hacia los lavabos cuando empezó a sonar el decedé. Centenares de rostros se volvieron hacia la cabina con expresión de ¿pero qué coño...? Después de cuatro o cinco horas de bailar BauHouse, DeathDisco y Bad-Tripno sin apenas concesiones, el ritmo complejo e imbailable que surgía de los altavoces les parecía de otro mundo. Allá cuentas. Bug suspiró aliviado cuando el Jefe decidió desconectar el sonido en el interior de la cabina.

      Bug G y él sabían exactamente qué iba a ocurrir en la pista. Y varios amigos suyos que ya habían sufrido los efectos de aquella música en las primeras fases de experimentación la reconocieron en cuanto oyeron los primeros compases. Muy pronto, el ritmo subyacente --casi inaudible-- se apoderaría de todos los varones y de algunas de las mujeres, les haría sudar --cosa que, dadas las circunstancias, apenas se notaría-- y apretar los dientes. Muchos intentarían ejecutar una especie de baile de San Vito con los pies juntos. Individuos de todos los sexos empezarían a liberar feromonas, y, cuatro minutos más tarde, los hombres notarían una repentina y breve erección seguida de la correspondiente eyaculación; las mujeres, por desgracia, no alcanzarían el orgasmo: el Jefe aún no había dado con el timbre ni el ritmo adecuados, aunque tal vez sólo fuera cuestión de exponerlas durante más tiempo al mismo tratamiento.

      Al cabo de unos minutos, viendo que un millar de hombres anonadados se corrían más o menos al mismo tiempo, el Jefe desplegó una sonrisa de oreja a oreja. Aún no sabía si, después de aquello, la velada acabaría en linchamiento o en carcajadas, pero, por de pronto, él ya había pasado a la historia de la manipulación de masas. Bug G lo devolvió a la realidad con un sonoro "¡La ostia!". Era un "la ostia" lleno de alarma, nada que ver con el que había pronunciado con regocijo hacía apenas unos segundos. La mayoría de los hombres se habían sentado en la pista, aunque también los había tendidos. Otra media docena --aproximadamente-- se habían hincado de rodillas al pie de la cabina y no conseguían despegar la frente del suelo. Escenas parecidas se repetían a lo largo y ancho del local.
      --¡La ostia! --exclamó Bug G por tercera vez--. ¿Lo habías probado alguna vez con gente que llevaba horas bailando?
      Pues la verdad, no. La energía extra necesaria para el orgasmo estaba causando auténticos estragos: algunas de las víctimas, con los ojos vidriosos y la mirada fija en los haces de luz estroboscópica que arrancaban del techo, parecían desahuciadas. Bug G tenía a los de seguridad al teléfono, y, entre órdenes y novedades, no dejaba de farfullar obscenidades.
      --Vale, Mo. Gracias. Ahora se lo digo. Jefe... Hey, Jefe, vale ya.
      Si alguien llegaba a morir... Joder, coño, no jodamos... Ya, pero si alguien, una sola persona, moría, ¿qué sería de él? No era su suerte la que le preocupaba. Ya había pasado por el calvario de la cárcel una vez, y no es que tuviera prisa por volver precisamente, pero estaba dispuesto a aceptar el castigo. No, no era su destino el que lo llenaba de temor, sino el de AbuelAtari y de la familia inanimada que tenía a su cargo en el estudio. Lo que más le angustiaba era la suerte que pudieran correr las máquinas.
      --¡Que vale ya, Jefe! Oye, que dice Big Mo que tenemos varias fracturas de cráneo. Las ambulancias ya están de camino. Y que los que están tirados por el suelo no es que hayan tenido un ataque de corazón. Lo que les pasa, no te lo pierdas, es que están rendidos de sueño. Sí es que somos la pera, tío. Un orgasmo de nada y ya... ¿Qué? Repite, Mo, que no lo he pillado. Ah, que dice que ahí abajo hay un montón de gente con manchas comprometedoras que quieren que les pagues la tintorería. Los hay que amenazan con llevarte a juicio, y otros preguntan si mañana por la noche pueden repetir. Eso, y que la próxima vez avises para que puedan ponerse en posición. Eso de parte de una titi. Ah, no, no.
      --En posición, ¿eh? Pues fíjate que hace un momento estaba yo pensando que el que iba a tener que ponerse en posición iba a ser yo, pero en el capó de un celular. Cago en la puta, seguro que unas cuantas preguntitas no nos las quita nadie. Y algún pringao habrá que nos quiera meter un puro... ¡Faltaría más! Pero mira, oye, nunca se sabe. ¡Ja! ¿Te imaginas? Todo el mundo en pie para recibir a los "miembros" del jurado... Anda, cómplice, bajemos a ver si suena la flauta.
      --Hablando de sonar, ¿qué hacemos con el decedé?
      --Pues casi que lo dejo aquí para mañana.
      --Oye... No sé si te habrás percatado, pero esta noche la peña llevaba puestos los pantalones. ¿Te crees que van a querer ensuciárselos otra vez mañana? A mí me da que no. O sea, que se nos van a presentar aquí en cueros. Y si te crees que Mo y yo vamos a quedarnos luego a marujear, la cagaste Burt Lancáster.
      --Tienes razón. Espera, espera... ¿Se puede saber qué coño les pasa ahora?
      En la pista, la multitud desconcertada miraba hacia arriba gesticulando y señalando la puerta. Bug G tuvo el tiempo justo de conectar el sonido de la cabina y darse cuenta de que sus víctimas pedían más a coro antes de ver cómo la policía, ataviada con uniforme antidisturbios --nada menos-- se personaba en el local y sorteaba altiva a los médicos ocupados en ir vendando cabezas. Entonces oyó murmurar a su jefe:
      --Pandilla cabrones, una mierda nos vais a trincar...
      Y advirtió un destello travieso en sus ojos mientras la bandeja del decedé se cerraba otra vez.
    
      

© 1998 Lenny T

Traducción: Mercè López Arnabat
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