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breves críticas (en inglés) |
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Los otros de Javier García Sánchez (Ediciones B) 1998Un fracasado intento de asesinato, un manicomio aislado, un policía enmudecido por el terror y dos periodistas ingenuamente curiosos, protagonizan la última novela de Javier García Sánchez, publicada por Ediciones B este pasado Otoño en su colección Ficcionario. Pero por encima de policía, periodistas, psiquiatra y presuntos asesinos, el autor de obras tan aparentemente dispares como Última carta de amor de Carolina von Günderrode a Bettina Brentano o El Alpe d'Huez, una vez más, ha concedido el papel principal de su obra a ese terreno ambiguo, multiforme y terrorífico que es la locura. R.V. era un policía de brillante historial, casado y con un hijo adolescente, un hombre honrado y trabajador, de cultura e inteligencia medias, de ambiciones limitadas, de vida normal y rutinaria. Pero esa normalidad se truncó para siempre cuando comenzó a investigar los casos de desaparecidos. No aquellos desaparecidos que han huido para no ser encontrados; no aquellos desaparecidos que han sufrido una temporal alteración psicológica y han olvidado el camino hasta sus hogares. No. R.V. investigaba los casos de los que nunca regresaron, de aquellos "que están en su trabajo y bajan a la calle a tomar un café o van a hacer un recado. No vuelven. (...) Adultos que salen por unos momentos y jamás regresan (...) Nadie les ha oído. Nadie les ha visto. (...) Son los que nunca vuelven a aparecer. (...) Éstos son los desaparecidos de verdad (...) Los otros." R.V. se obsesionó, alteró sus costumbres, su humor, su actitud, su trabajo. Una noche cometió el horrendo crimen de disparar contra su propia familia. Y enmudeció. Como uno más de sus casos de desaparecidos, R.V. se esfumó de sí mismo y ya nadie volvió a oírle. Sólo en el Balneario, cada cierto tiempo, pronuncia tres sílabas tan misteriosas como su tragedia: "Nos miran". Contrapunto del trastorno mental de R.V., dos periodistas de absoluta normalidad y profesionalidad intachable, interesados por el mismo tema que obsesionó al policía y por su particular historia, viajan a su encuentro para intentar descifrar qué esconden esos dos vocablos y una infinidad de extrañas notas que R.V. fue tomando días antes de su arrebato violento. "Ellos no lo advierten", pero tras la aparente locura de un vulgar policía que perdió años atrás el juicio, se esconde una verdad aterradora que habrá de aprisionarles. Con Los otros, Javier García Sánchez vuelve a un tema recurrente en su literatura: la obsesión como trastorno de una vida. En su versión amorosa, protagonistas de novelas como La dama del viento sur o Última carta de amor de Carolina von Günderrode a Bettina Brentano dejarán escapar sus días cegados por una absoluta obsesión por el objeto amado, llevada hasta sus últimas consecuencias. Aunque sin llegar al extremo romántico de Hans o Carolina, también la protagonista de La historia más triste perderá razón y dignidad en su lucha desesperada a favor y en contra de su obsesión pasional. Pero sin duda, el antecedente más directo del R.V. de Los otros es El mecanógrafo. En él, las fuerzas de la locura llevan también a un solitario obsesivo a disparar contra la maldad de un mundo aterrorizador. En Los otros, Javier García Sánchez ha logrado crear, con una precisión narrativa admirable, una obsesión sobrenatural similar a la que ya ilustró El mecanógrafo, pero con la maestría de una madurez literaria que le permite, en apenas poco más de 150 páginas crear un universo cerrado en el que tienen cabida el terror y preguntas esenciales que, como el "interrogante gigante" de su primera página, acompañan al que observa a su alrededor y ve. Así, en el Balneario, en ese encierro de aquellos que no han sabido
controlar obsesiones y miedos, cordura y locura se enfrentan, mientras ecos de muerte,
liturgia, oraciones, sobrerrealidad y espanto se apoderan de un lector que, testigo
impasible, se ha visto ya arrastrado al borde del abismo infinito, ese en el cual ya no es
posible discernir si el cuerdo vive en la locura de la ignorancia y el loco ha dado con la
verdad de una realidad que se nos escapa, o el autor, ha acabado por convencernos de su
ficción, arrastrándonos con su juego narrativo como si fuésemos un personaje más de su
novela. Las puertas del edén de Ethan Coen (Emecé Editores) 1998 No sabemos si el prestigioso guionista americano recogió los relatos diseminados por los múltiples cajones de su vida para componer Las puertas del Edén o si, por el contrario, se sentó noche tras noche frente a una vieja máquina de escribir gastada o frente a la iluminada pantalla de un ordenador último modelo en Los Ángeles, para componer su primera creación literaria. Sí sabemos que, haciendo honor a su poder imaginativo y a su descarnada e irónica visión de la sociedad americana, nos ha hecho un estupendo regalo para comenzar el último año del milenio: un montón de historias y personajes que, una vez más, como las historias y personajes de sus películas, habrán de acompañarnos durante el largo tiempo que permanezca en nuestra memoria la realidad particular de Ethan Coen. De todo hay en este conjunto cuentístico: historias vulgares, historias soberbias; relatillos de poca monta, como sus protagonistas y RELATOS que, con mayúsculas, arrancan a uno el aliento. Cómicos desesperados y desgraciados desesperanzados, a los que su creador exprime la vida sin piedad. Anónimos detectives de oficina angosta a los que viene a visitar la muerte y a la que ellos reciben con la copa de alcohol rebosante o la mueca de eterno perdedor en los labios. Sordos cabreados o boxeadores sin labios de tanto recibir golpes. Alguna que otra alma seducida por la belleza del placer y el lujo orientales, trastocados en pieles abrasadas y picores delirantes. Y algún simple personaje sin armas, ni casos, ni detectives merodeando, ni mafiosos oliéndole secretos confesados, pero que se enfrenta, al borde del nerviosismo desatado, a los rostros inquisidores de Los hijos en una de las historias de más desasosiego de Las puertas del Edén y que, como todas ellas, rememora indiscutiblemente a la obra cinematográfica de su autor. Porque, ¿quién no evoca el rostro de Nicolas Cage abrumado por el llanto de ese niño secuestrado por amor en Arizona Baby al encontrarse con ese infeliz padre de Los hijos aterrorizado ante sus propios descendientes que no levantan un palmo del suelo? "El padre observó con un frío espasmo de miedo, aprestándose a afrontar la rabieta de Bart." Un terror desmedido que, sin embargo, se iguala al vivido por muchos de los otros personajes de Las puertas del Edén al enfrentarse a esa violencia constante en casi todos los relatos que lo componen, tan constante como en el cine de los Coen. La naturalidad de la muerte violenta, la asunción resignada del asesinato o de la violencia física no puede leerse sin imaginar el pasmado rostro del brutal, patoso y sanguinario secuestrador y asesino a sueldo de Fargo. Pero por encima de terror y violencia, de asesinatos y de padres asustados, Ethan Coen confirma que su pluma destila ironía y humor sin freno. Porque si algo queda al finalizar la lectura de Las puertas del Edén, es la sonrisa de un lector regocijado y que ha podido, por un espacio corto de tiempo, reírse de todos y cada uno de los personajes del libro tanto (o casi tanto) como el autor de ellos y ellos de sí mismos. Ese humor negro, para muchos desmedido, es el secreto último de la conexión total con unas historias que, por sí mismas, poco podrían comunicar a un lector tan alejado de ellas como de una pantalla hollywoodense. Pero Ethan Coen sabe transmitir el placer de una carcajada en el momento exacto en que su relato comienza a producir un rictus nervioso en su receptor. Y en esa carcajada radica el placer último de la lectura de Las puertas del Edén. En definitiva, el estreno literario de un guionista aclamado y de
éxito, al que no escatima elogios la crítica cinematográfica del mundo entero, que
ofrece al lector en esta recolecta de relatos variopintos, la posibilidad de seguir
disfrutando de su percepción del mundo sin necesidad de aguardar al estreno de su
próxima película. © Barcelona Review 1998 críticas por Aranzazu Sumalla |
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