| índice | índex | Juan Abreu | Michael Knight | David Alexander | Mary Warren | Marcia Morgado | Breves críticas (en inglés) | Ediciones anteriores | Enlaces |

t
h
e
Barcelona Review
CRÍTICA

El amo del corral
de Tristan Egolf

69: Memorias eróticas de una cubano americana   de Marcia Morgado
.
 

El amo del corral de Tristan Egolf, Mondadori. 1999

La novela de Tristan Egolf El amo del corral, que acaba de publicar Mondadori, viene precedida de un aura peculiar de espectacularidad. Egolf, que sólo tiene veintisiete años, había presentado su obra a más de setenta casas editoriales en los Estados Unidos: todas la rechazaron. Lo excepcional en este caso es la cantidad de intentos, lo que eso nos dice de la obstinación y la confianza de un muchacho en su obra. De las editoriales no nos dice mucho; siguen siendo, lo sabemos, la misma gente que rechazó El busca del tiempo perdido, La conjura de los necios, El túnel, etc. Después de esta antológica muestra de empecinamiento de Egolf tomó las riendas del asunto la casualidad, que ya se sabe que no existe —de creer a Borges—; que es causalidad. Una tarde triste, como todas las de invierno en París, Tristan trataba de ganarse la vida tocando blues en el Pont des Arts, cuando una joven se compadeció de su aspecto aterido y lo invitó a tomar un café. O al menos eso dice la propaganda. Y resultó que la chica de buen corazón era la hija de Patrick Modiano, novelista francés. Tristan habló de su novela, su interlocutora se interesó, lo comentó con su padre, el padre la leyó y entusiasmado la recomendó a su editorial, la prestigiosa Gallimard. Y en un dos por tres Egolf dejó de ser un novelista inédito pasando hambre en París para convertirse en una naciente estrella literaria.

El Times Literary Supplement ha dicho que Egolf es, citamos la contratapa del libro: "Heredero de Steinbeck, Faulkner y John Kennedy Toole". Eso, por supuesto no quiere decir nada pues todo escritor norteamericano que se respete es heredero de dichos escritores. Pero, ya que los mencionan, es bueno decir que Egolf poco tiene que ver con la prosa musicalmente telúrica, avasalladora de Faulkner, y menos con la comicidad ácida y el prodigioso poder de crear personajes de Kennedy Toole. Tampoco con la cedencia realista y moderada de Steinbeck. Lo que sí posee Tristan Egolf —cualidad formidable a sus veintisiete años— es una prosa exhuberante que alcanza en ocasiones una plasticidad hermosa y un considerable poder de arrastre del lector. Y una imaginación y capacidad de estructurar una compleja trama novelística admirables para su edad, y hay que decirlo, para cualquier edad. Pero Tristan Egolf no es Norman Mailer, que escribió Los desnudos y los muertos —esa obra maestra de control y profundidad— a los veinticinco. El amo del corral deslumbra por trechos, para luego sumirse en un caos verbal, en recovecos estructurales en los que los personajes se diluyen desaprovechados en aras de engordar y adherirse a una anécdota que carece de importancia a no ser por los personajes que la configuran. Una anécdota que pierde fuerza a medida que avanza hasta alcanzar un final decepcionante.

¿Es esta una mala novela? De ningún modo, es una novela excelente, por encima del promedio de calidad al que nos tienen acostumbrados los jóvenes escritores, tanto españoles como norteamericanos. Pero es una novela desesperadamente necesitada de control, de ajustes. Lo que no impide que sea uno de los más interesantes comienzos literarios de los últimos tiempos. J.A

.
. Marcia Morgado,  69: Memorias eróticas de una cubano americana. Barcelona: Editorial Casiopea, 1998.

El placer de un habano: un tema para Barthes y Boccacio.

El debate entre las definiciones de erotismo y pornografía parece acompañar con cierto tufillo de escándalo a la publicación del libro de Marcia Morgado 69: Memorias eróticas de una cubanoamericana. Aunque los diccionarios como el Larousse no atienden a ella, cualquier diccionario sobre sexualidad con un enfoque más o menos actualizado dejará claro al lector que las manifestaciones diversas de lo pornográfico sólo aspiran a generar en la audiencia la excitación sexual. En el provocativo libro Caught Looking, publicado en Estados Unidos en 1988, queda claro que para que un material sea considerado legalmente obsceno debe "describir la actividad sexual de manera ofensiva" y además "carecer de interés artístico, literario, político o científico". Por otra parte, lo erótico, al ser recepcionado y producido, implica a una gama más sofisticada de sensaciones que involucran motivaciones de carácter cultural muy variadas. Sobre este aspecto del erotismo ha dicho Octavio Paz en La llama doble: "una de las funciones del erotismo es domar el sexo e insertarlo en la sociedad".

No obstante, suele suceder que las disquisiones sobre si una obra de arte cae dentro de un campo o del otro atañen muchas veces más a la moral con menosprecio de las teorías de análisis pertinentes. En mi opinión, tanto lo uno como lo otro pueden ser admisibles dentro de una obra dada si contribuyen al carácter estético de la misma, si se integran funcionalmente al mensaje que pretende comunicarnos su creador. Y viene a mi mente la película japonesa El Imperio de los sentidos, de Nagisa Oshima donde es imposible discernir entre ambos efectos, al tiempo que se ofrece una pieza del cine contemporáneo y un testimonio gráfico de gran valor para conocer la cultura de este pueblo.

Con la primera obra de Marcia Morgado enfrentamos el debut de una nueva voz narradora femenina que se ha propuesto abrir un espacio propio donde, en este momento, lo erótico parece ser una moda que amenaza con desgastarse. Este podría ser un buen punto de partida para preguntarnos porque escogió ese tono descarnado, y se dispuso a retar todo tipo de tabúes, tanto de la moralidad como de la escritura convencional Con este libro asistimos a un audaz intento de liberar a la escritura de los prejuicios de la obscenidad, de levantar la veda a ciertas palabras, ciertas situciones y emociones que tienen su mayor censor en lo que la crítica puede o no considerar "literario". Creo que Barthes hubiera saboreado esta doble aventura en pos de un texto del goce totalmente reñido con los estereotipos.

Sin embargo, al menos en mi lectura, más que orientado hacia el erotismo o la pornografia el libro está concebido como una sátira de ciertos valores culturales muy arraigados en la comunidad cubana de Miami. Quizá, para poner un toque de humorismo sobre el tono a veces patético con que discurrimos sobre el destino excepcional de la nación cubana, o para recordarnos que el placer del sexo, además de toda la espiritualidad que puede provocar, tiene un fundamento biológico, hormonal y sicológico, en dos palabras físico. En fin, que ni la muerte de Fidel nos garantiza la vuelta de la democracia a nuestra querida Isla , ni el matrimonio más conveniente asegura la felicidad personal que todos buscamos. Ambos problemas: la libertad de Cuba y la realización de cada individuo, se las traen.

Pero la burla en arte es tono difícil de sostener sin carenar en la caritura y por eso, para futuras entregas, me gustaría que la escritora definiera mejor su relación con el objeto o sujeto que describe. La hipérbole, que parece ser su figura literaria favorita, aparece tanto cuando quiere distanciarse mediante la ridiculización del asunto que critica, como cuando quiere acercarse a ciertas escenas eróticas con una carga emotiva considerable. Así, llega un momento en que el conjunto se abigarra y se hace indistinto, perdiendo el lector la noción de si es momento de entregar sus sentidos a la risa sarcástica o detenrse a disfrutar de la emoción erótica. Por eso, al menos en mi experiencia, decidí escoger sólo el camino de lo lúdico, sin explorar demasiado ni la moral ni los sentimientos de la protagonista, a quien lo que más le interesa es la búsqueda del placer. Y creo que el personaje de Fiselle hubiera podido entregarnos mucho más sobre su filosofía del goce de no haberse visto atrapada por las situaciones caricaturescas en que la autora la sitúa para cumplir con su objetivo de crítica a la atmósfera pacata de un cierto Miami que va desapareciendo y que ni siquiera merecería tanta atención. Sin embargo, el lector pasará un rato divertido con esta lectura y, con más cuidado, encontrará las claves de lo que podría llegar a ser, por qué no, un estilo literario novedoso que mucho dará que hablar dentro del controvertido tema de escritura y sexualidad femenina..

Por último, celebro la intención de la obra (obsérvese que no me interesa la clasificacion novela, en esta suerte de historias a lo Decamerón, donde los encuentros sexuales dictan la trama,) de sumarse a una serie de intentos de una generación de escritores de textualizar Miami: así, la obra poética de Nestor Díaz de Villegas y una parte de la narrativa de Carlos Victoria y de Juan Abreu. Por eso, más allá de la crítica ácida a las celebraciones de quinceañeras, al conservadurismo ideológico de algunas viejas familias de la clase media cubana, del machismo de los dirigentes políticos del exilio, yo me quedo con el olor a café del kiocos de la Ocho, nunca tan viva como en estas páginas, el filoso paisaje de los expressways, el ritmo del "spanglish" de los Cuban-American: en fin, la oralidad y la cultura popular que se describen , cuya resistencia a desaparecer, es también una muestra de una forma de la identidad cubana que no conoce fronteras ni idiomas.M.C

 

.
. © 1999 The Barcelona Review

| índice | índex | Juan Abreu | Michael Knight | David Alexander | Mary Warren | Marcia Morgado | Crítica | Breves críticas (en inglés) | Ediciones anteriores | Enlaces |

.