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índex català  septiembre-octubre  n° 38

Para perderme en ti
por Claudia Aburto Guzmán

Me enrollo en torno a tu tobillo, luego me deslizo pierna arriba, moldeando la cadera encubierta por piel elástica, sedosa y color harina tostada. Al llegar al tórax me ensancho para cubrirte todo por un instante y sigo la línea de tu cuello hasta enroscarme por completo a la sombra de tu quijada. Ahí vibro y aprieto. De repente abres la boca. Intentas respirar, emitiendo un sonido lejano, atrapado entre el diafragma y el esófago. Me deslizo boca adentro, usando el pasillo de la tráquea para llegar hasta los pulmones. Navego de arteria a arteria, dirigiéndome siempre hacia el asiento de tu placer. Me entretengo con tus tejidos bañados por el plasma de tu sangre, dándote pequeños mordiscos que te hacen contraer los músculos del estómago. Resisto el vórtice de tu deseo y vuelvo a ensancharme hasta estirar las murallas del recto y luego lentamente me dejo caer ano afuera. Lloras.

      Estos momentos son los más precarios. Tu cráneo, ya menos iluminado, intenta contener la masa gris que pulsa dolorosamente. El recuerdo de ella te tironea pero ya no la sientes, ya no la ves. Sin ella te sientes perdido, como si estuvieras solo, aun cuando rodeado de gente; como si a todo le faltara claridad, incluyendo a cada uno de tus dedos. Y te los miras mientras que el reloj digital minuciosamente marca los segundos que estás ahí, embobado, la mirada perdida en la forma irreconocible del pulgar. Estos momentos son los más precarios… cuando de ella sólo queda la vibración perniciosa de tu duramadre. Por eso caes. Seguirías cayendo si no fuera que el váter vuelve a taparse y corres el peligro de que la mierda se desparrame puertas afuera. Ésta es la tercera vez en un mes y el cuidador siempre con la misma historia: cuando llueve en Miami los alcantarillados se llenan de masa de carne de coco, estancando las aguas. Tendrás que ir al baño del McDonald’s de la esquina. Para disimular comprarás un café con un Egg Mcmuffin y al emprender el camino de vuelta lo tirarás todo a la basura.

      Son las seis de la mañana y tienes que apurarte. El metro llega a la esquina de Kendall y Dixie Highway a las 6:45. El de las siete está siempre demasiado lleno de olores, perfumes, sudores de hombres y mujeres que viven corriendo. El de las siete te enferma. Ella te deja desarmado, sin filtros que te protejan de la vulgaridad diaria que presencias por las mañanas; percibes el hastío, el cansancio, el vacío, el temor que esconden tras el traje de 500 dólares, el reloj de 200 y la computadora portátil que acarrean como el prisionero su cadena. Sí, debes apresurarte, hoy no podrías aguantar el horror. Ella te ha dejado desnuda el alma. Aquélla que crees ver cuando logras encaramarte en sus escamas y navegar por espacios abiertos donde la única iluminación son sus ojos que todo lo abarcan.

      Hoy es lunes, mes de agosto, y en cuanto te bajas en la estación de Brickell sientes la brisa del mar. La humedad te rodea, pero por lo menos no te agobia como cuando caminas las calles de Kendall hasta llegar al metro. Te diriges a la panadería de la esquina antes de cruzar el puente que te llevará al edificio donde trabajas: un edificio de oficinas que no logra llenarse por muy prestigioso que sea decir que se tiene una oficina en la islita off of Brickell. Hoy te sientes incómodo caminando el puente. Los pantalones te están quedando grandes y la chaqueta ya no parece tuya. La semana pasada tu jefe te dijo: You need to look more professional Carlos. Our customers pay us to represent them. We are their face. And… don’t come to this office unshaven. Te pasas la mano por la cara, menos mal que ahora andas con la máquina eléctrica en el maletín porque otra vez te has olvidado de afeitarte.

      Sigues con dolor de cabeza. La brisa del mar cargada de olor a petrol ráncido sólo logró empeorar el golpe entre las cejas. Sientes un poco de náusea pero te aguantas porque estás dispuesto a cualquier cosa por tenerla en ti. Anoche te llenó todo. Tan brillante que te cegaba. Su piel: un millón de escamas iluminadas ferozmente por esa hambruna, razón por la cual te consume. El ano vuelve a pulsar al recordarla. Cómo concentrarte ahora en esta pantalla que escupe información sobre vidas desesperadas, que llaman únicamente porque están a punto de caer en un abismo de terror. "No señor, ya no tiene fondos. Sí, pudo haberlos transferido a la otra cuenta, pero desde las doce ya fue tarde. Lo siento no se puede hacer nada". Oyes balbuceos al otro lado del auricular y luego silencio. Aprietas otro botón, oyes otra voz y aparece otra vida en la pantalla. Escuchas mientras que tus pupilas, aún con destellos de dilatación, se fijan en el cursor y tu cerebro da un salto, causando una contracción recíproca de los testículos.

      Siempre es igual. Lo oigo llamarme desde lejos. Su gemido es como un lejano sonido navegando el espacio, vacío de éter y luz. La tentación es la misma, dispararme hacia arriba y al ser expelida por su boca darme la media vuelta y tragármelo todo. Pero me contengo. Permito que los bordes de mi capucha lo abran lentamente mientras mi lengua de doble filo juega en los recovecos de la ingle izquierda. A veces me detengo en el escroto y con mis dientes juego a ser malabarista con antorchas de fuego. Entonces su llamado se hace delirante y me desenrosco cuerpo arriba. Tomo su lengua gelatinosa y con ella mojo sus labios y acaricio el paladar. Se atraganta. No, todavía no, déjame llenar mi boca con el lóbulo de tu oreja y cuando ya no des más, me deslizaré por las curvas de la concha auditiva para entrar por el canal hacia el tímpano, donde te silbaré tonadas maravillosas que te recordarán a mundos intuidos. Entonces, sólo entonces, puedes dejarte atrapar por las murallas de tu erección.

      Te despiertas con la alarma del reloj vibrando a tu lado. No recuerdas cuándo te abandonó. Debes apresurarte. El metro no te esperará; te lo mencionas mientras te duchas. Con la caricia del agua divagas, tal vez por demasiado tiempo, pero vuelves cuando el recuerdo de la fecha de pago cruza como meteorito por tus pensamientos. Debes mes y medio de renta pero estás seguro de que si hablas con el manager nuevamente te permitirá clausurar el mes pasado y así tendrás la plata de este mes a tu disposición. Antes de salir puerta afuera buscas el número de teléfono. Tendrás que llamarlo desde la oficina.

      Las pantallas hoy se iluminan favorablemente ante la posibilidad de conflicto armado. La bolsa anticipa ganancias, resultado de un patriotismo repentinamente fervoroso. Hoy juegas tu parte estelarmente. "Sí señor, somos uno bajo la mirada de Dios. Por supuesto que aumento el porcentaje de su contribución. Bendito sea nuestro presidente. ¿De 5 a 8 por ciento? Inmediatamente. Nuestra economía se lo agradece. ¿Algo más? Gracias. Muy buenos días". Cuelgas. Te sientes sucio, pero sigues hasta la hora del almuerzo. Entonces bajas al patio del segundo piso. Su diseño incluye palmeras, plantas tropicales de hojas elefantinas, arbustos de hibiscos color fucsia y una que otra fuente japonesa. Ahí cierras los ojos. Hoy te pagan. Es lo único que te importa. Hoy es viernes y te pagan.

      Vas al TGIF con tus compañeros encorbatados. Te tomas unas cervezas on tap y conversas con la rubia teñida. Latina ella con ojos dulcemente marrones y pestañas largas y negras. Es agosto y los vestidos son diminutos. Te sacas la chaqueta y la corbata para sentirte más a gusto. Hay mucha bulla y deciden salir a tomar el fresco. Allí se besuquean y la sientes pegarse a ti. Te busca deseosa pero tienes que llenarla con tus dedos. Ella titubea mirándote perpleja. I don’t turn you on, is that it? Quieres formular una respuesta pero no puedes, así que sacas la bolsita y le ofreces una. Oh, I see, dice ella y después de darte las gracias se va. Ahora estás parado en este estacionamiento, solo, sin chaqueta y sin corbata. Lo que haces en los próximos minutos algunos meses atrás te hubiese avergonzado, pero hoy sabes que todo es una mentira y tú una parte de ella. Sacas el teléfono celular del bolsillo del pantalón y llamas a tus amigos para que se lleven la chaqueta y la corbata cuando se vayan. Luego te tragas una pastilla y te diriges al metro.

      Me has dejado adueñarme de todo recoveco, todo tejido. He viajado desde el cuerpo cavernoso de tu pene hasta el hueso sacro para subir, estimulando cada disco de tu columna vertebral. Al llegar al antro del tórax te he entretenido vaciando tus pulmones de un apretón. En tu garganta he tirado de la úvula como de una campanilla, haciéndote emitir sonidos encantadores. Pero me aburro de estos caminos ya recorridos. Hoy quiero entrar a tu cabina de control. Quiero seguir la trayectoria de la columna, saltar desde la región de las vértebras cervicales hacia el cerebelo donde me abriré como paracaídas para cubrir con mi piel tus pesadillas. Una vez sea dueña de tu cabina, me enroscaré en la región frontal y desde la duramadre te contaré cosas que sin mí no puedes imaginar. Anda, esta vez tómate más de una. Déjame llevarte a lugares que aún no conoces. Qué importa si tus erecciones van perdiendo fuerza y tus eyaculaciones se secan demasiado pronto, no te dejes atrapar por asuntos sin trascendencia. Soy yo quien te llevará de la mano a bailar con los dioses.

      Al subir al metro te repites, hoy es viernes, mañana no trabajo. A lo lejos ves el claroscuro de Coconut Grove y por alguna sinrazón recuerdas que esta noche hay un concierto de fusion jazz en la Universidad de Miami. Tu reloj dice que son las 8:30, es demasiado temprano. Decides bajarte en la estación de South Miami, así podrás comer sushi en el restaurante que está al cruzar el Dixie Highway. Tus manos juegan con la idea de tomarte otra pastilla. La una que ya tomaste sigues sin digerirla del todo; deberías haber comido más en el TGIF, pero la comida de ahí te está empezando a saber a manos sucias. Decides que con el sushi te tragarás dos más. La textura del salmón crudo te fascina. Aun cuando no estás volando te gusta sentir la carne cruda del salmón cubrir como mantequilla el cuerpo fibroso de la lengua. A veces se queda un pedazo entre las muelas y horas más tarde cuando eres el centro del universo reaparece el pedazo y al tragártelo te acaricia el paladar, creando una onda de sensaciones que retumba por las cavernas de tu rostro.

      Llegas y como te conocen te sientan inmediatamente. Pides lo de siempre y con el sake te tragas tus pastillas. Te das cuenta de que ella viene cuando se te está derritiendo el Yellowtail en la boca. Reconoces el tirón de la hambruna que siempre la acompaña. Le sigues dando de comer; pides anguilas a la parrilla y las engulles para satisfacerla. De repente sientes que todo lo que te rodea es un líquido viscoso de vidrioso enchapado, donde la luz se refracta para luego diluirse con un leve rumor que hace vibrar tu asiento. Te das cuenta de que su nombre ha estado resonando en tu mente y el sabor de las sílabas te eriza la punta de la lengua. Ésta, repentinamente, se adhiere al paladar y de ahí ya no puedes separarla. Controlas la respiración aunque casi no puedes contener el gemido de placer que te causa la caricia de su cola en las puertas del colon. La sientes ensancharse al tanto que se desliza de lado a lado, chocando contra tus costados al dirigirse hacia arriba. El sonido que acompaña su ascenso silencia las conversaciones de tu entorno. Se enrolla alrededor de tu corazón e inserta sus pinzas en la válvula tricúspide. Te doblegas sosteniéndote con los codos. Quieres llorar. Te sientes lleno, tierno, el alma azorada te hace temblar las manos. Ella suelta el corazón y sigue hacia arriba.

      No me dejes nunca, le dices al levantarte de la silla. Apenas puedes firmar tu nombre en el recibo de tarjeta de crédito, pero ya estás libre y te diriges hacia la universidad. Unas cuantas cuadras, eso es todo. En el Concert Hall te sentarás a sentirla bailar al ritmo de la música, mientras que en tu mente descifrarás las fórmulas acústicas que usan los saxofonistas para atraerla hacia ellos. Como ellos, quieres tocarla, llenarla, adueñarte de ella como ella se adueña ahora de ti.

      Una cuadra más y luego tendrás que cruzar el Highway. Paras en la esquina para cruzar la calle. Sabes que más allá no podrías cruzar. Las autoridades hace tiempo instalaron rejas para que los negros dejaran de tirarse contra los autos con la esperanza de que las agencias de seguros los sacaran de la miseria. Pero aquí no, todos a este lado de South Miami han recibido un tax break para que gasten más, apoyando así el plan presidencial. La sientes hacerte cosquillas al pasearse por tus costillas. Te ríes pensando aún en el pequeño presidente. A menudo ella le quita el velo a las intersecciones históricas y entonces te da por llamarlo un Napoleón wanna be, y te vuelves a reír. Ella te acompaña, jugando a morderte las nalgas.

      Entre tanto, la luz sigue verde impidiendo tu cruce. Pierdes tu mirada en la carretera. Una interminable serpiente de luces relampagueando sobre cuerpos metálicos se mueve a velocidades dispares pero temerarias. Las luces parecen llamarla. La sientes escurrirse entre tus labios atraída por la luz. En el medio de la carretera se equilibra sobre su cola y se da la media vuelta, bailando sinuosamente. Sus ojos son carbones encendidos, su lengua, aparato tortuoso de sensualidad. Parece incrementar de porte, ahí meciéndose con su capucha abierta. A pesar del ronroneo que se levanta de la carretera, ella es todo lo que ves, lo único que oyes. Te llama. Carlosssss. Y el susurro te da escalofríos de anticipación. Luego susurra algo que no logras oír claramente. Lléeename, crees que dice mientras baila enfrente tuyo.

      Quiero con mi lengua acariciar tus párpados haciéndolos aletear como pichón recién nacido. Cuando ya no puedas aguantar y tengas que mirarme insertaré las puntas de mi lengua en tus pupilas dilatadas hasta inyectar cada uno de tus sueños. Ven acá, acompáñame. Tócame con esa mano que tienes, tan insegura. No querías llenarme, pues ven. Por mi boca puedes entrar y una vez adentro puedes moldearte de acuerdo a cada músculo con el cual he de abrazarte. Carlosssss. Ven. Acaricia mi capucha que sólo para ti la abro como alas de dragón en sueños. Así es, Carlosssss, ven.

      Sonríes de delirio: te está pidiendo que la toques, que la llenes como ella tu ser. Cómo no rendirse a su llamado. Te encaminas hacia ella. Al mismo tiempo que tomas ese paso, tu lengua saborea un pedazo de salmón que se había escondido entre las muelas. Sientes el remezón de lo inesperado y tu rostro se quebraja de sensaciones. Luego te das cuenta de que ella está silbando a todo volumen. La miras y es toda lengua con la cual ensarta tus pupilas. Cierras los ojos para verla sondear por tu cabina de control. Su forma fulminante te ilumina y te ciega. Aun así extiendes la mano para tocarla. Ella, entre tanto, silba tu nombre: Carlosssss. Lléname Carlosssss. A lo lejos crees oír decir: We’re losing him. Entonces la ves abrir su boca tan grande como una caverna de donde emerge su lengua, y te dejas acariciar por ella, y ésta se enrosca dulcemente exprimiendo la región de tu cerebelo.

© Claudia Aburto Guzmán 2003
Este texto no puede reproducirse ni archivarse sin permiso del autor y/o The Barcelona Review. Rogamos lean las condiciones de uso.
BIO:
Claudia Aburto GuzmánClaudia Aburto Guzmán se desempeña como Assistant Professor de literatura hispanoamericana y de español en Bates College, Lewiston, Maine. Ha publicado poesía y cuento en español en varias revistas estadounidenses. Es coautora del libro de poesía Cuentos y Fragmentos de Aquí y Allá (El Conejo, 2002). Es autora, a su vez, de una novela inédita.    

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septiembre-octubre  n° 38  

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