índex català septiembre-octubre n° 38 |
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Màrius Carol, El secuestro del rey
Rosa Montero, La loca de la casa Ricardo Cano Gaviria, Una lección de abismo María Negroni y Silvia Bonzini, La maldad de escribir Granta en español Santiago Roncagliolo, Crecer es un oficio triste |
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1 Màrius
Carol, Querían demostrar a todo el mundo que se podía perder el respeto a la dictadura de Franco y así conseguir una gesta que fuera recordada en los libros de historia, pero todo terminó en nada. En la última novela del periodista Màrius Carol, un grupo de estudiantes, sin ninguna militancia política, encabezados por Pere Figuera, planea el secuestro de la momia del rey Jaime I el Conquistador, el año 1952, para llevarla desde la catedral de Tarragona a Sant Miquel de Coixà, en Francia, antes de que el general presidiera bajo palio el retorno del cuerpo del monarca más emblemático de la corona de Aragón. ¿Simplemente una leyenda? ¿O realmente aquellos jóvenes estuvieron a punto de convertirse en héroes? Medio siglo después, un médico forense, que estudia los restos del príncipe de Viana, enterrado en Poblet, se entera, a través de un monje del monasterio, del hecho y empieza a investigar si realmente existió. El argumento de la novela es una mezcla de historia y literatura, de realidad y ficción, de recuerdos y vivencias de personalidades como el ex-secretario general del Orden de Malta José Antonio Linati, quien explicó la historia del secuestro a Màrius Carol, el ex-presidente del Parlamento de Cataluña Joan Reventós o el historiador y ex-diputado Josep María Ainaud de Lasarte. De este modo, el autor recuerda actos clandestinos que se hicieron contra el franquismo, algunos de los cuales han quedado arrinconados en la memoria colectiva y hoy son desconocidos para muchas personas. "El gobierno del dictador ha preparado con mucho cuidado este retorno y el mismo Franco ha decidido presidir bajo palio la ceremonia. Nosotros no podemos permitir que eso ocurra, pues se trata de una comedia, que no es sino un intento de apropiarse de nuestra historia y de nuestros mitos. No podemos quedarnos de brazos cruzados mientras manos manchadas de sangre catalana remueven los restos mortales de los reyes que llevaban la bandera hoy prohibida en sus estandartes". Con este mensaje, el líder del grupo, Pere Figuera, intenta convencer a sus compañeros de sacar adelante la propuesta para secuestrar la momia de Jaime I en la primera parte de la novela. Una operación que fracasa por la división interna de opiniones que se genera en el grupo ya que la conciencia católica de algunos jóvenes les lleva a considerar el plan como una profanación. Esta parte, que tiene como eje central este hecho, también incluye el traslado de los restos del monarca a Poblet y el despliegue de una bandera catalana de quinientos cuarenta metros en la montaña de Sant Pere Màrtir, delante de los ministros y cardenales franquistas, coincidiendo con la clausura del Congreso Eucarístico Internacional llamado "Olimpiada de la Hostia". Esta acción es la respuesta de Figuera y sus amigos al fracaso de Tarragona aunque, en esta ocasión, tampoco consiguen el objetivo de aparecer en los periódicos puesto que ninguno se hace eco. La segunda parte de la novela es bastante diferente ya que el narrador omnisciente de la primera deja paso a un médico forense, el mismo escritor, que explica, en primera persona, los trabajos de identificación de los restos del príncipe de Viana y los de su madre, Blanca de Navarra. Y es, precisamente, en un viaje de este médico a Poblet, cuando el monje Pere Altisnet le explica la historia del secuestro del cuerpo de Jaime I. A partir de aquí, el forense se adentra en una investigación, que es la del propio Carol, que lo lleva a conocer al periodista Jaume Arias, que fue testigo del Congreso Eucarístico, y al historiador Josep María Ainaud, que participó directamente en el intento de secuestro del monarca. Con estos dos personajes, el autor hace un viaje al pasado y recupera algunas de las actividades clandestinas de Pere Figuera y sus amigos. En el sepulcro de Jaime I aparecen dos cabezas mientras que en el del príncipe de Viana hay huesos de cuatro cuerpos diferentes, con todo ello, el escritor pone de manifiesto la dejadez que hay en las tumbas de los reyes catalanes en el monasterio de Poblet al mismo tiempo que aprovecha la investigación sobre los restos mortales de los monarcas para incluir la teoría mallorquina, según la cual, el príncipe de Viana podría ser el padre de Cristóbal Colón. Con la presencia de referentes históricos, como la huelga de tranvías de 1951 o la visita de Frank Sinatra a España, y un lenguaje claro y directo, Carol da a la novela un aire periodístico que, en algunos momentos, lleva al lector a tener la sensación de estar leyendo un reportaje. Este libro es un repaso de nuestra historia más reciente, pero no sólo de acontecimientos oficiales sino también de los que en la época se silenciaban y no aparecían en los medios de comunicación. Pero por encima de todo, es un homenaje a Pere Figuera, un personaje que la historia ha mantenido en un segundo plano a pesar de jugar un papel destacado como activista clandestino y de ser maestro de políticos tan importantes como el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, o el socialista Joan Reventós. Alicia Tudela 2 Rosa Montero, El último libro de Rosa Montero es una obrita fácil de leer y difícil de describir. Fácil de leer porque sus 19 capítulos recogen reflexiones de la autora acerca del mundo de la literatura y algunos de sus principales creadores, difícil de describir porque también introduce elementos autobiográficos y de ficción. Así pues, no podemos decir que sea una novela ni una autobiografía ni un ensayo, es más bien un híbrido de los tres géneros. Es un libro escrito por el gusto de escribir, con solvencia, (¿sin pretensiones?), con el estilo de la persona que escribe habitualmente en prensa y sabe que es leída, que tiene su propio público. En La loca de la casa, (un título que hace referencia a la definición que Santa Teresa hacía de la imaginación), la veterana escritora y periodista expone su declaración de principios como escritora y la ilustra con ejemplos de otros autores que pertenecen a su parnaso particular, escritores a los que ama u odia pero a los que, por encima de todo, respeta (en la mayoría de los casos). Montero se concede a sí misma la oportunidad de hablar sobre el escritor, domador de palabras, ser privilegiado que, para ella, tiene un vínculo con el mundo imaginario mucho más fuerte que el resto de los humanos. Analiza la relación del escritor con el poder, con el éxito y el fracaso, con las drogas habla de los que creían en las musas y en la inspiración y de otros que concibieron la creación de la obra literaria como un trabajo que requiere de disciplina y esfuerzo. También hay sitio para los críticos, la vanidad, e incluso para la locura En ninguna de las 271 páginas que componen el libro, su autora deja pasar la oportunidad de proclamar a los cuatros vientos que está enamorada de su vicio-pasión-profesión, no importa cual sea el aspecto de la literatura que esté tratando. Este sentimiento es, sin duda, el hilo conector, no existe otro; el orden de los capítulos no tiene mucha importancia, se podría empezar la lectura por cualquiera de ellos. Por este motivo, en algunos momentos, se tiene la sensación de estar leyendo una mera recopilación de artículos periodísticos sobre un tema común. A pesar de ello, el libro reclama su condición de "corta y pega" extraño cuando Rosa Montero nos cuenta la misma anécdota (una noche de pasión amorosa con un actor europeo famoso durante los últimos coletazos del también famoso franquismo), de tres formas diferentes. La primera vez uno piensa que es una errata de imprenta y vuelve a las páginas en las que se relata el suceso por primera vez para descubrir que no, no es una errata. El esquema de todos los capítulos es muy similar, Montero plantea una reflexión y a partir de ahí expone su punto de vista apoyándose en la vida o las opiniones de diferentes autores. En este "principio de autoridad" encontramos a Capote, Kipling, Goethe o Tolstoi, del que dice "que era un loco feo, un individuo insoportable y mesiánico", auténticos pesos pesados cuyas historias se mezclan con otros fragmentos muchos más personales (como aquellos en los que explica anécdotas de la relación con su hermana), dando lugar a una narración un tanto caótica. Utiliza un estilo rico en comparaciones y metáforas, muy descriptivo, que recuerda mucho a los artículos de dominical: "Dejar de escribir puede ser la locura, el caos, el sufrimiento; pero dejar de leer es la muerte instantánea." El libro transmite la sensación de estar escrito para la propia autora, de ser una especie de cuenta pendiente consigo misma, un tengo que hacer algo con todos estos papeles: "llevo bastantes años tomando notas en diversos cuadernitos con la idea de hacer un libro de ensayo en torno al oficio de escribir" El libro tiene su punto fuerte en la madurez del planteamiento, Rosa Montero no hace sino ofrecernos su punto de vista personal sobre diferentes aspectos de la creación literaria y para eso es necesario tener mucha confianza en uno mismo. Además es capaz de construir algunas imágenes especialmente atractivas (por ejemplo cuando describe una excursión en barca para contemplar ballenas en la Costa Oeste de Canadá), de escribir con ironía (llega a escribir su propia necrológica) y cierto desencanto: "hablar de literatura, pues, es hablar de la vida; ( ) Y, al fondo de todo ( ) asoma la Muerte". No defraudará a sus incondicionales. Andrés Samper 3 Ricardo Cano Gaviria, El tiempo sólo es el espacio entre nuestros recuerdos. Desde 1968, cuando Ricardo Cano Gaviria viajó a París, su regreso a Colombia ha sido temporal. A partir de ahí su diálogo no es el de transterrado, es el de quien sabe que toda cultura es cruce de camino. Cano abandonó sus estudios universitarios en Medellín, donde nació en 1946, tras una huelga que le significó tener "matrícula condicional". Matrícula condicional para un escritor incondicional, picado por el bicho de la literatura. Desde entonces escribe. Sus más recientes novelas, El pasajero Walter Benjamin y Una lección de abismo, huyen de los tópicos vernaculares y mágicos que en los sesenta nos hacían sentir mal por no tener una abuela autista engullidora de luciérnagas, o una novia volando al cielo en el patio de ropas. Silva, Baudelaire, Borges o Mallarmé, le ampliaron una suerte de extraterritorialidad cuyo único aduanero, al contrario de quienes cerraron el paso a Benjamin, es la libertad creadora. Como dice Juan Felipe Robledo sobre Cano, "un mundo narrativo que abandona el espacio del terruño no es, consecuentemente, la tienda del apátrida". Una lección de abismo es un enclave de la literatura como extraterritorio, no obstante ocurra en Europa. Al enfrentar la novela epistolar, el puente entre los narradores polifónicos y el "hipócrita lector" baudeleriano, crea una técnica donde los personajes definen el entorno y el carácter de sus interlocutores. Las cartas, que datan de 1924 en adelante, delatan en un tour de force los mundos individuales, por momentos anclados en la anodina vida burguesa, de dos primos dotados para la observación del tiempo y de sí mismos. Cada carta es una fisura en un jardín secreto y por eso el lector-voyerista se solaza en lo ajeno. La virtuosa escritura de Cano rastrea el afuera de unos seres del adentro, como recordando la sentencia de Proust: "la mejor parte de nuestra memoria reside fuera de nosotros, en una ráfaga lluviosa, en el olor propio de una habitación o en el aroma de una llamarada". De tiempo y memoria está construida la novela. Una imagen, de las muchas que deslumbran, habla de "un gramófono adornado con un perro melómano". Es la atmósfera en la cual se desenvuelve el libro. Hay alguien siempre escuchando su pasado. ¿Qué oía en la flor metálica de la vitrola el legendario perro? Las reflexiones musicales que recorren la novela harían pensar que se trata de una ópera. Vamos al tema. Dos primos, Robert y Jasmin, y otros corresponsales epistolares, arman una historia de pasiones y dudas, de abismos sin zanjar a los que ronda la muerte. Jasmin, de nombre ambiguo a pesar de ser "un purasangre", "descendiente de Carlomagno", según la ironía de su primo, y Robert, mestizo entre extremeño y chibcha, sirven al autor para mostrar dos lados del catalejo. Un mundo en el que se camina entre lebreles, y otro, lejano, entre perros callejeros. Un humor acre recorre el libro. Hay un ser agorero preocupado de no "dejar caer sal, no olvidar las tijeras abiertas, no pasar debajo de la escalera", que en un orbe cartesiano crea sutiles pulsiones. Parece que el pretexto para hablar del tiempo y el devenir sea una saga familiar. Personaje central es el lenguaje. En cada manera de abordarlo los corresponsales revelan mucho de sus vidas ligadas a camaraderías de infancia y a un álbum de ausencias. Al fondo, la guerra que pasó y quizá la que viene, hacen paréntesis, como si todo estuviera en suspenso. De ahí el sentimiento de flotar en "reflexiones sobre lo que fue y lo que queda, lo que es y lo que ya nunca será" por parte de Jasmin, el literato. Realizó una novela, de la que duda, pero a través de sus cartas se rastrea un talento literario cáustico y desconcertado al mismo tiempo. Hay pactos secretos, evocaciones de Víctor Hugo o del poeta colombiano que murió en la trinchera francesa, del terrible juego burgués de tomar el bolso o la maleta de alguien y vaciarlo ante los contertulios. Las intimidades al desnudo en un mundo donde el verdadero reino es la intimidad. El juego de los bolsos emparenta con el aire epistolar de la novela ¿No son las cartas ajenas una forma de ver la intimidad, los secretos que se llevan a bordo? Una lección de abismo, novela medular, es "cacería de fantasmas". No los esperpénticos de Valle- Inclán sino los modosos fantasmas de Flaubert. Es arte en el tiempo, viaje final a la pesadilla, la yegua de la noche. Como en la carta inconclusa de Jasmin: "el abismo solo se ofrece a los que intentan potenciar el placer con el miedo. ¡A los que, estando junto al amor, osan hablar del infierno!". A quienes se atreven, agrego, a pastorear el abismo. Juan Manuel Roca 4 María Negroni y Silvia Bonzini, Lo primero que llama la atención de este libro es su título: ¿por qué utilizar el sustantivo maldad para referirse al hecho de escribir?. Al leerlo comprobamos que el título es un verso escrito por Ana César que en su poema «Nada, esta espuma», nos dice Por enfrentamiento del deseo /insisto en la maldad de escribir. Deseo y maldad: he aquí la clave del contenido de este libro que nos brinda la oportunidad de leer a nueve poetas latinoamericanas del siglo recién terminado, antologadas y presentadas por María Negroni y Silvia Bonzini. Son escritoras que con su trabajo abarcan todo el siglo. Desde la mayor, Cecilia Meireles, nacida en 1901, hasta la más joven, Ana Cristina César, de 1952, estas mujeres nos ofrecen un panorama amplio y variado de lo que se ha escrito en este siglo pasado en tierras americanas. No es, ni pretende serlo, una antología exhaustiva, ya que no aparecen nombres como los de Alejandra Pizarnik o Ida Vitale, muy conocidos por los lectores españoles. Pero los nombres seleccionados por las antólogas reflejan la extraordinaria variedad de voces y de actitudes frente a la poesía, frente a la escritura que va a convertir esta antología en un texto de referencia para el conocimiento de la poesía que se ha escrito y se escribe al otro lado del Atlántico. Para los lectores de este lado puede ser el momento de descubrir nombres como los de Cecilia Meireles, Elsa Cross o Amelia Biagioni, cuyos textos no se encuentran fácilmente en nuestras librerías. Cristina Peri Rossi (1941), que inicia la antología, será la voz que trace un puente entre una y otra orilla a través del exilio y del deseo, tema central del libro. Deseo que no es más que la expresión de un yo conectado con la realidad. Sabido es que a lo largo de los siglos la literatura ha despojado a las mujeres de su realidad, de su corporeidad y las ha convertido en metáfora, en símbolo, lo que ha supuesto una anulación de su experiencia, de su deseo y de su voz. Por eso las palabras con las que estas poetas expresan su existencia y experiencia han de romper todas las convenciones culturales, simbólicas y hasta sociales. De ahí la maldad, la transgresión del orden. También por eso encontramos en este libro una multiplicidad de temas que trazan un mapa, necesariamente incompleto, de lo que ese deseo, al que me he referido antes, quiere decir. Los poemas de estas escritoras nos hablan del sueño, de lo fantástico, de la escritura, de la locura, del exilio, de la inadecuación, del yo, de la escritura, de la sexualidad, de la lucha constante con las palabras que no las nombran para buscar la fuente del conocimiento, del saber. Y del cuerpo. Rosi Baridotti dice en uno de sus ensayos que el cuerpo debe ser entendido como "un punto de superposición de lo físico, de lo simbólico y de lo sociológico". Y así es como lo vamos a encontrar en estas páginas porque, como nos dice Olga Orozco: No, este cuerpo no puede ser tan solo para entrar y salir. Cristina Peri Rossi, en cuya voz se funden el amor y el exilio, nos hablará también de una corporeidad sin límites. Olga Orozco nos habla de la confusión de un mundo en el que la muerte tiene un lugar de privilegio. Ana Cristina César nos habla de un mundo violento, obsesivo, fragmentario. Fina García Marruz nos lleva a una Cuba popular que se convierte para ella en "concepto y sentimiento". La peruana Blanca Varela insiste en el paso del tiempo, la descomposición, la decrepitud, la escritura: un poema/ como una gran batalla. Desde México, Elsa Cross nos habla a través de imágenes fulgurantes del cuerpo como territorio sagrado y del pensamiento como su fuente Palabras/ morada oscura del sentido. Marossa di Giorgio nos sumerge en un mundo imaginario y fantástico. La brasileña Cecilia Meireles, nominada dos veces para el Nobel, navega con sus poemas por el oscuro mar de la religiosidad. Y Amelia Biagioni rompe con la lógica gramatical para ofrecernos una poesía rica en matices y significados. En definitiva, como nos dice María Negroni en el prólogo, estas poetas "enuncian , cada una a su modo, la opacidad del mundo, y así promueven un territorio benéfico donde es posible explorar la relación confusa, magnífica, imposible, entre Verdad y Belleza." M. Cinta Montagut 5¿El ruido de las nueces? Granta en español, ¿Tiene razón Ian Jack, editor de Granta en su versión inglesa, al afirmar en el prólogo que "las novelas de los jóvenes escritores británicos las buenas- muestran una energía, una libertad y variedad (unas agallas que pueden ser el lado bueno de ese "derecho a escribir") que muchos otros países envidiarían, incluso Estados Unidos, donde el oficio es más profesionalizado y disciplinado"? La verdad es que se trata de una colección que reúne relatos y fragmentos de novelas que, en su mayoría, dejan buen sabor de boca, ya que todos ellos, sin excepción, demuestran poseer un buen conocimiento del oficio, en cuanto a que escriben a su manera, al parecer liberados de las influencias, desenvolviéndose con soltura dentro de las características de la literatura británica y el modo en que emplea la lengua inglesa con un sentido práctico, en ocasiones escueto, que va directo al grano y no se explaya en descripciones con pretensiones estilísticas a la usanza de la literatura en español. Destacan Ben Rice y su relato inédito "¿Verdad que soy guapa?", que cuenta, a través de dialogos muy bien logrados, la suerte de dos matrimonios condenados por la afición estrambótica de una pareja de amigos, así como Alan Warner y Los vagos de la piscina, -"fragmento de su novela en curso", como reza su presentación-, en la que derrocha un humor irreverente con observaciones penetrantes acerca de la idiosincrasia británica, y Monica Ali, con "Una cena con el doctor Azad", que narra la vida de Nazneen, una mujer casada a la usanza bengalí, separada de su familia y que radica aislada en un país que desconoce por completo, solo para servir a su marido. Asimismo cabe destacar a Zadi Smith, autora de Dientes Blancos (Salamandra) y su cuento inédito, "Martha, Martha". No cabe duda de que este libro es una excelente carta de presentación que debería acercar el panorama literario español o hispanoamericano a otros métodos y costumbres literarias. No obstante, no dejaré pasar por alto la peligrosa inclinación de estos jóvenes escritores de entender la literatura casi exclusivamente como una disciplina interiorista, que se complace en observar el panorama de la ciudad y el hogar y las calles de los barrios pero que no se atreve o no se arriesga a entrometerse en territorios más épicos o épocas distantes, o lo que es lo mismo, que reduce la capacidad creativa a los márgenes de la vivencia personal, experimentando así únicamente con los sentimientos afectivos y la vida íntima propia o ajena, sin expandirse hacia otros horizontes, y que se queda por lo tanto, en los límites de la literatura burguesa. De ahí por ejemplo que en "Aprisa, muchachos aprisa" de Andrew OHagan, uno no deje de pensar en el por qué mejor no contar las experiencias de esos combatientes de la guerra de Las Malvinas antes que la pobre experiencia de un joven editor adjunto que se las tiene que ver con unos cuantos veteranos de guerra. Es un simple ejemplo del feroz individualismo de nuestra cultura occidental, que de
continuar así, dejará en manos de la Historia o el periodismo, la narración de los
grandes acontecimientos de nuestro tiempo, para los que la literatura ha sido tan útil
desde siempre. EEU 6 Santiago
Roncagliolo, Solo me queda el goce de estar triste. El propio título lo corrobora, se trata de un conjunto de relatos vinculados por el paso de la adolescencia a la adultez como temática central, cuya atmósfera, singular en su tratamiento -más no por ello atípica dentro de la nueva literatura hispanoamericana- brinda el toque imprescindible que merece todo realismo, en cuanto técnica que pretende plasmar la realidad social del mundo que describe, en este caso Perú, más concretamente Lima; la Lima de finales de los ochenta, una ciudad devastada por la violencia política y la quiebra económica, problemas asidos como garrapatas a la vida de todo ciudadano sea cual sea su condición social y, pese a los cuales, crecer, amar, aprender, disfrutar, son oficios que - como confirma este libro- por alguna misteriosa grandeza del ser humano resultan aún practicables. Cierta nostalgia nunca del todo dolor, cierta tristeza nunca del todo pesar, cierto enfado nunca del todo rabia, cumplen en la prosa el papel de guardar el decoro narrativo, sujetar el nervio que desencadena la palabra cuando se deja llevar por los sentimientos; un esfuerzo que tal vez pueda llegar a coartar la expresión sin ambages del drama personal, pero que por otro lado - y he aquí uno de los grandes talentos de este joven escritor peruano- infunde en la obra una carga objetiva capaz de traspasar las fronteras de lo individual hacia lo colectivo, a la vez que imprime un ritmo sosegado e inteligente en la lectura, de la que se han eliminado los alardes estilísticos a nivel de la frase en beneficio del conjunto, rasgo del que depende el éxito o el fracaso del género corto. Es de este modo pues que Santiago Roncagliolo se presenta como un escritor maduro, conocedor del azar como vericueto por el que una historia, de pronto, cobra vida propia, fruto del inesperado desenlace que la asalta ("La rumbera" es un excelente ejemplo de ello) y conocedor asimismo de aquella realidad que propicia sus ficciones, por la que transita de puntillas interesado más bien en sus contradicciones y paradojas que en el morbo fácil - ya lugar común- de regodearse con su desgracia, lo demuestran aquellos dos primeros cuentos de navidad, de navidad en verano pero con nieve como decoración y el infalible atentado de Sendero Luminoso que deja a oscuras la ciudad. Diez cuentos que nos introducen deliberadamente en el espacio del hogar y la familia ("Dios te dice: Mira, con esta gente vas a vivir toda tu vida. Si ellos son felices, tú eres feliz. Si se joden, te jodiste"), el pozo a donde va a parar el subdesarrollo para convertirse en una tradición, en parte de las costumbres y la cultura, en el consecuente subdesarrollo mental que marca la vida de los peruanos desde su más tierna infancia; la leche que maman, los juegos que juegan, los chistes que cuentan, injertado en sus actos del día a día y frente al cual, parece poco todo lo que se haga a fin de combatir sus expresiones más dramáticas, como por ejemplo, la paternidad irresponsable ("me llamó la atención que un papá cantara con sus hijos en vez de emborracharse para gritarles lo puta que era su madre") o la violencia doméstica ("y mamá también era muy católica en la época que papá la golpeaba"); y toda una serie de calamidades y desórdenes que acaban por enseñarle a uno el lado amargo del silencio: "No sabía que estaba aprendiendo a callar, a callar no por falta de palabras sino por falta de voluntad, como callan los grandes". "Leer poesía nos proporciona necesariamente algún tipo de placer, aunque sean Las coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique, que sin embargo, son desoladoras" afirmaba recientemente el poeta Antonio Gamoneda; asimismo la lectura de estos cuentos limeños, tan limeños y literarios en su tristeza como la imperecedera neblina que se sumerge la ciudad de Pizarro o aquella puesta de sol de colores lentos que se aposenta en la Costa Verde, y de las que geniales pinceladas nos dejara Julio Ramón Ribeyro en Los gallinazos sin plumas o Alfredo Bryce Echenique en Huerto Cerrado o Guillermo Niño de Guzmán en Caballos de medianoche (por nombrar tres memorables libros de cuentos en la literatura peruana) proporciona aquel mismo tipo de placer, inasible, un placer cuya explicación tal vez radique en la sospecha de que aquello que nos aflige es lo único que nos hace iguales. EEU |
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