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índex català  enero-febrero  n° 40

Véase en este mismo número el relato
Bajo el mismo cielo de siempre del mismo autor.

Juntas caminan por el bosque de su soledad
Por Santiago Vaquera-Vásquez

 

      Oye. Oye.
      Hey.
      ¿Los escuchas? Ya empezaron. El relajo. Viernes. Fiebre de viernes por la noche. Ya sabes. Si quieres, puedes ir a ver qué onda. Pero yo no. No. Me gusta estar aquí. En esta esquinita al lado de este edificio. Es mi spot, man. Aquí es mi lugar. Aquí es donde paso casi todo el pinche tiempo, my whole day, ese. Aquí en este spot.
      Es que tú sabes, ¿no? Sabes lo difícil que es encontrar un spot. Bueno, no sé si lo sabes. La neta. Para mí fue difícil. Uno anda caminando por aquí o por allá, buscando buscando. El spot. El sitio. La parte de la tierra que uno puede decir, Aquí, aquí. Aquí me quedo.
      Es una pinche lata. La neta. Buscar su aquímequedo. Ni creas que lo he encontrado. Porque la vida, la vida, la pinche vida, es otra lata, uno nunca está conforme con lo que le toca. Yo he viajado por gran parte del mundo, te lo juro. Ya sé. Ya sé. No lo parece. Pero es la neta. The truth and nothing but. Paris, Amsterdam, Madrid, San Francisco, Tijuana. Y no te voy a decir una jalada desas que todo el mundo se parece a Tijuana. Una mamada esa idea. Todas las ciudades se parecen a la memoria de uno. La neta. He viajado un chorro y yo te digo que así es.
      En todos mis viajes lo que sí he encontrado es este sitio. Esta esquina del mundo, aquí, frente a este edificio. Es un spot bien buena onda. Desde donde me siento puedo ver hasta el centro. Chido. Y si miro pallá, puedo ver otros edificios universitarios. Este es un sitio por donde transitan muchas personas. Tienen que pasar por aquí y yo, pos aquí estoy. Wachando a las beibis. Wachando a las morritas pasar.
      Wachando, Wachando.
      Pero esto no es mi sitio por life. Nop. Por ahora me late este sitio. Esta parte de la tierra. Desde aquí puedo ver pasar a mucha gente, a veces hasta alguno, como tú, se sienta a mi lado. Pues así es. It’s a free country, ¿sabes? No puedo andar corriendo a la gente, aunque a veces me gusta estar solito, sentado en mi esquina, Wachando a las beibis, pensando en alguna rolita. Pero cuando se acerca algún bato, pues, ¿qué le puedo hacer? No lo puedo correr. Eso sería muy, muy mala onda. Mejor lo dejo estar aquí. Los dos ni nos hablamos por un gran rato. Después pasa alguien, una beibi, o un profesor de prisa y el compañero se ríe y hace algún comentario.
      No respondo. No.
      ¿Pa’qué?
      Si el tipo sigue de terco, tons me sigue hablando. Y maybe tons maybe, le contesto. Hablamos un rato. Not much. No tanto para que crea que somos superfriends o algo. No tanto para que crea que es Batman a mi Superman. No. Compartimos el mismo espacio por un rato y eso es todo. Todo. No vamos a pretender que nos volveremos grandes amigos, salir a beber cheves, conectar con chavas y después llorar juntos al final de la noche. Pos qué chingaos. Nunca vamos a luchar contra el mal. No hay un Joker, no hay Riddler, no hay Lex Luthor. No, nada de eso.
      Pos hay que ser realista ¿no?
      Me dicen el preacherman. No sé por qué. Quizá porque siempre estoy aquí en mi esquinita, wachando wachando. A veces me pongo a cantar alguna rolita que se me entra a la mente. Algún batillo me puso el nombre y se quedó. Ahora todos me conocen como preacherman. Pero yo no soy preacher. No. Simplemente soy un bato desos que se sienta en alguna esquina para mirar rolar al mundo. Cada esquina del mundo tiene a alguien como yo.
      La neta. Go see for yourself.
      Hay un dood que también anda por aquí. Allá en esa otra esquina. Se pone a hablar y pregonar. Ése cabrón sí es preacherman. Habla y habla. Blah blah blah. Intenta salvar a los niños y las niñas de ellos mismos. Trabajo de locos. ¿No sabe que para que uno se encuentre es necesario desviarse? Por lo menos un ratín. Rolar, vagar. Perderse. ¿O no? No soy preacherman. Simplemente soy un bato desos que se le ha dado por rolar por el mundo. Como Kane, el bato ese de Kung Fu.
      Pues no soy un bato meramente homeless. Tengo cantón, la neta. Es mi carro. Es un Volkswagen van. Allí tengo mi camita. De noche lo estaciono en algún lugar oscuro y cierro todo. Cubro las ventanas con cartón. Me quedo en la camita, mirando el techo. A veces escucho música. Tengo un walkman para escuchar unos casetes que me regaló un bato. No tengo muchos. Muy pocos. Oldies para nada. Música de mi época, un poco de Malo, un poco del Chicano, un poco de los Plugz. También, unas rolas norteñas. ¿Por qué no? Hay que darle alegría a la vida.
      Cuando no estoy en mi esquina me voy a rolar por el pueblo. Es un sitio agradable, pequeñito. Uno puede verlo en una hora. Ya todos me conocen y a veces me invitan a pasar. Me dan trabajitos. Que hey help me a armar un estante, que help me abrir unas cajas de camisetas, que help me barrer un poco. Ellos y su help me. Me dicen, Hey, Preacherman, got some free time? ¿Te imaginas? Free time? Tengo todo el time de este pinche mundo, man. Pero no les contesto de inmediato. Nop. Me pongo a pensar. No hay que parecer como un desesperado. No. No hay que aventarse como si le ofrecieran la morra más buena del mundo. No hay que tirarse tan rápido. Time. Take time. Me pongo a pensar y parece que voy a decir, Nop, sorry. Pero no. Acepto. Why not? Es un trabajito. Me pagan algo y me voy caminando por el pueblo. Bien cool con mis centavitos extras. A veces voy a buscar al preacherman para invitarle a unos drinks. Pero claro, que no me salga con eso de salvarme. I know which side of la línea I’m on.
      ¿Qué hará el preacherman los fines de semana? ¿Lo has pensado alguna vez? A veces lo he visto caminando por el centro. Sin su público es otra persona. Pasa desapercibido. Se vuelve más chiquito, no sé cómo lo hace. Como si su rol de preacherman es un traje de superhéroe que se pone durante la semana. Supongo que también se va a una esquina, no por aquí. Aquí es su lugar de chamba.
      No, estoy pretty seguro que tiene otro sitio. Uno donde no tiene que hacer nada, sólo quedarse sentado y donde pueda mirar pasar la gente. Quizá se pone a pensar en nuevos discursos, otras maneras para vender su producto. Quién sabe.
      Wacha. Wacha.
      Aquí vienen. Las gemelas Barzón. Cecilia y Guadalupe. Chavitas texanitas. Flotan por el campus con sus botas de vaquero. Están solas aquí. Lejos de su tierra natal de Tecsas. Se nota en la manera en que caminan: juntas caminan por el bosque de su soledad. Je, je. Es que esta es una ciudad donde no hay muchos mexicanos. No. Somos un grupito. Allá en el suroeste, somos muchos, demasiados.
      Cecilia Barzón. No se puede decir otra cosa. Ce-ci-lia. Light of my life, fire of my loins. Juar, juar.
      Guadalupe Barzón. No se puede decir otra cosa. Check this out. Gua-da-lu-pe. ¿Qué te parece su name? Cuatro sílabas. Chidas. Chiiiiidas.
      A veces me gusta pensar en Cecilia. A veces en Guadalupe. Me gustaría aproximarme a una de ellas y preguntarle: ¿Bailas? Me gustaría bailar con las gemelas. No a la misma vez. Quiero bailar juntito. Y con las dos sería difícil. Me gusta bailar a las norteñas, algo de los Huracanes, algo de los Invasores, algo de los Bravos. Bailar una norteña con una linda norteñita. Zapatear por la pista, rodearla en mis brazos. Tenerla junto a mí, oler su cabello, oler su piel.
      ¿A qué huelen?
      Ahora te digo. Huelen a mar. Huelen a verano. A calor. A música. A bailes. La neta. Así mismo. Si te acercas lo notas. No huelen a este pueblo, a estos bosques, a estos caminos. Es más, huelen a las playas del golfo del sur de Texas. A música grupera y a Tex-Mex. A bailes en los dancing clubs de San Antonio. La neta.
      Seguro que pensarás que me siento aquí porque me identifico con este caminito que va de subida a bajada. Claro que lo puedo ver en tu cara. No puedes entender que a veces un camino es simplemente un camino y no una metáfora para una vida. No. La neta es que esas metáforas me molestan. La vida es un camino. Uuf. Si fuera así estaría sentado al lado de un camino sinuoso con muchas, muchas curvas y bajadas y subidas. Un camino desos por donde uno se va en su carro ultra rápido, para mostrar que está en control mientras que su familia le dice que no vaya tan rápido. Rápido. Y uno no les presta atención. Noche sin luna. Es un camino deshabitado. El carro corre bien. Y en una subida se ve que alguien está pensando lo mismo, están en control. Intentan rebasar a otro carro más lento y se pasan a su carril y aunque intenta desviarse, pierde control y el carro sale del camino.
      Así sería mi camino.
      ¿Por qué no la metáfora de una vida como una ciudad? La mía sería una ciudad como New York. Edificios altos, mucha gente. Basura en la calle. Buen cine. Buenos clubes de música. Librerías, cantinas, restaurantes, tiendas de ropa. Todo. Y uno piensa que conoce todo. Que la ciudad es de una manera suya. Y sucede algo un día. Algo. Puede ser grande, llega Godzilla y destruye todo. O pequeño, se da cuenta de que no hay suficiente agua caliente en el edificio y a uno le encanta bañarse con agua caliente caliente. Algo. Y se da cuenta de que la ciudad no pertenece a uno, que de alguna manera ha cambiado.
      Pero tampoco te creas nada. Ni intentes hacer una relación con mi vida. Soy como el preacherman. No tengo historia, sólo tengo mi voz.
      No soy un hipi. No. Tuve mi vida, la neta. Tuve la waifa. Tuve los niños. La casa en la ciudad. La casa en el campo. El control. Y un día se perdió todo. Así nomás. Y ahora viajo en mi Volkswagen, con las pocas cosas que me quedan. Unos libros. Unos discos. No necesito de nada. Casi siempre hay alguien que necesita ayuda con algún trabajito. Limpiar la yarda de hojas en el otoño, quitar la nieve de las calles en el invierno, cortar el pasto en la primavera, desempacar cajas de algún camión en el verano. Voy de lugar a lugar. Buscando esquinas. Siguiendo las rolas.
      Las gemelitas Barzón.
      La verdad es que uno se siente lujurioso al verlas.
      Limpias.
      Divinas.
      Pantalones de mezclilla ajustadas a sus caderas texanitas. Las botas. Las miro y me dan ganas. La neta. Unas ganas tremendas. Las puedo sentir en las manos. Las puedo sentir en el pecho.
      Ganas.
      Me dan ganas de sacarlas a bailar. Quizá llevar a una de ellas, ora Cecilia ora Guadalupe, a un lugar especial. A un hotel, pues. Pero no a uno de paso. No. A uno de lujo, a, un Ritz Carlton, a un Fairmont. La sacaría a bailar y después iríamos al hotel. Ella querrá bañarse y yo la esperaría en la habitación. Pondrá el agua de la tina, meterá un dedo al agua para probar si está lo suficiente cálido. Cantará. Estaría esperándola en el sofá de la habitación. Pediría algo de room service, una cena especial para nosotros. Cuando saliera estaría todo preparado. Cena, unas florecitas, la cama lista para dormir. Comeríamos y después miraríamos un poco de la televisión. Estaría cansada y se metería a la cama. Se quedaría dormida. Yo la miraría, las sábanas dibujando su forma, su cabello negro cayendo a su cara, sus labios. Ojos cerrados. La miraría desde el sofá. Afuera se podría escuchar el tráfico.
      Así es. ¿Qué te parece?
      No la tocaría.
      No.
      En la mañana despertaría temprano y me iría a duchar. Después me afeitaría. Cuando terminaría sería el de antes. Me iría de la habitación sin despedirme de ella. Buscaría mi carro y lo llevaría a algún lugar para venderlo. Tomaría lo poco que me darían y con mis cosas tomaría un tren para la ciudad.
      Así sería. Así sería el día que una de las gemelas Barzón aceptarían una invitación mía para salir a bailar.
      

 © Santiago Vaquera-Vásquez 2004

Véase en este mismo número el relato
Bajo el mismo cielo de siempre del mismo autor.

Este texto no puede reproducirse ni archivarse sin permiso del autor y/o The Barcelona Review. Rogamos lean las condiciones de uso.

VaqueraBIO: Santiago Vaquera-Vásquez nació en California, Estados Unidos en 1966, hijo de padres mexicanos. Después de graduarse en Artes Plásticas y Letras, hizo sus estudios doctorales en la Universidad de California, Santa Barbara. Ha trabajado en Texas A&M y en Dartmouth College. En la actualidad se desempeña como Senior Lecturer de Literatura Latinoamericana y de US Latino en la Pennsylvania State University. Además de dar clases, ha sido dj en la radio y es pintor. Ha publicado cuentos en revistas californianas y mexicanas, y en las antologías Líneas aéreas (1998) y Se habla español (2000).

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enero-febrero  n° 40

Narrativa

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Santiago Vaquera-Vásquez
Juntas caminan por el bosque de su soledad

Bajo el mismo cielo de siempre

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Signos de puntuación

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