SIGNOS DE PUNTUACIÓN
Por Víctor Vegas
Vengo a engrosar la lista del selecto grupo de escritores
excéntricos que detesta usar en sus textos los signos de puntuación. No se trata de una
actitud de rebeldía o por mera condición de excéntrico, sino más bien, de dar acuse de
recibo a un sentido insoslayablemente estético.
No soy el primero, que yo sepa, en tener cierta fobia
visual hacia el uso de estos signos convencionales de la escritura. Sé que ellos se
inscriben dentro de las normas y reglas de nuestro lenguaje que exigen ser
inobjetablemente respetadas, pero como se sabe, toda norma o regla es susceptible de ser
transgredida.
El grueso del grupo ha optado por la poesía porque de
alguna forma en ella se reducen los problemas de apreciación o interpretación que pueden
generar la inexistencia de los puntos, las comas y los paréntesis. Pero excéntrico entre
los excéntricos he preferido el ensayo, lo cual me ha traído no pocos problemas con mi
editor, que se niega a violentar las reglas y normas de la Real Academia Española y a
confundir o extraviar a los lectores en un mar enrarecido de palabras, sólo por complacer
los retorcidos gustos de un escritor poco leído.
Para salvar la distancia entre mis textos y mi editor,
trabajé durante años en la creación de una técnica que, sin causar desconcierto en la
lectura, prescindiera de la utilización de los signos de puntuación. Gasté más de diez
años de mi vida buscándola hasta que finalmente di con ella. Después de mostrarla entre
algunos allegados y amigos, y de conseguir su tímida aprobación, me dispuse a
presentársela a mi editor.
Sin embargo, son harto conocidas las penosas historias
de ciertos genios y sus trabajos incomprendidos, durante la época que les ha
correspondido vivir, que no aposté un duro por convertirme en una loable excepción. Y
como no sé hacer otra cosa que no sea escribir, y demás está declarar que sin
publicaciones no hay paga, terminé arreglando con mi editor que mis manuscritos, una vez
publicados, podrían convivir con los irritantes signos siempre y cuando yo no los viera.
Así que en adelante yo entregaría la última revisión de mis manuscritos utilizando mi
técnica y ellos se encargarían de modificarla a su antojo antes de sacarla a la calle.
Por suerte, nunca he tenido la costumbre de leer una de mis obras ya publicada.
De seguro usted ahora mismo estará leyendo estas
notas cargadas de comas, puntos y ¡hasta signos de exclamación! Por supuesto, a causa de
un dictamen cobarde y egoísta de mi editor, nunca se dará por enterado de la original
técnica que desarrollé para prescindir de los repulsivos signos y que mis textos
pudieran ser leídos como dios y nuestra Real Academia lo mandan.
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