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índex català     enero - febrero 2007   n° 57

Antonio Gamoneda«Del metileno y del amor»:
la poesía  de Antonio Gamoneda – Premio Cervantes 2006

por Javier Pérez Escohotado

Este año que dejamos atrás, finalmente, las instituciones se han rendido y han premiado la poesía de un lobo solitario de la poesía española en castellano: Antonio Gamoneda. En este año 2006, ha recibido el premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y el Cervantes. Ya tenía el Nacional de Literatura (1988) y el premio Castilla y León de las Letras (1985), que fue el que marcó el relativo despegue del poeta y de su poesía.
     A Gamoneda le pasa lo que a todo gran poeta: es una isla, porque las generaciones, los grupos, las antologías son modos que adoptamos para promocionarnos. En otros casos, los poetas pueden ser ya una leyenda, como Juan Ramón Jiménez. Precisamente al hablar sobre JRJ, distinguía Jaime Gil de Biedma entre poeta y literato. Su modelo de poeta era -se trata de un lugar común y una simplificación, Antonio Machado; y su modelo de literato que escribe «bonitos poemas», Juan Ramón Jiménez. Esta distinción, alimentada por unos y por otros, ha generado un dualismo terrible, casi guerracivilista, entre partidarios de la poesía social y defensores de poesía pura; entre los partidarios de la poesía humanizada y los de la poesía deshumanizada; entre los defensores de la poesía de la experiencia y los devotos de la  poesía del silencio, dicotomías que, en mi opinión, la obra poética de Antonio Gamoneda, si se acaba leyendo y estudiando con atención, puede ayudar a disipar.
     Antonio Gamoneda nació en Oviedo en 1931; al año siguiente murió su padre, autor del libro de poemas: Otra más alta vida (1919). Este fue el único libro que su madre, cuando, en 1934, se trasladó a León por problemas de salud, se llevó de la biblioteca paterna. Su importancia es fundamental, porque en él aprendió a leer Gamoneda. Supongo que el libro en el que se aprende a leer debe influir en la vida de cada individuo. No será lo mismo haber aprendido una lengua con la Biblia o el Corán que en un libro modernista con un título tan reivindicativo. Gamoneda y su madre vivieron en el extrarradio obrero de León, todavía cerca del campo y en un ambiente de durísima represión. Sobre ese aire rural de su poesía se ha tenido que explicar Gamoneda en alguna ocasión (revista  Almacén, 13/8/2001):

Yo, la niñez la viví en una zona suburbial de León donde ya empezaba la zona agraria. Y yo, los animales, los establos, los cultivos... yo no fui prácticamente un niño de ciudad. Estaba el río Bernesga y estábamos de este lado del río, y aunque viviéramos en lo que administrativamente era León, decíamos «vamos a León». Debajo de mi casa estaban los establos; enfrente, los campos....

Y de aquellos años de brutal represión, escribirá más tarde en Lápidas:

Sucedían cuerdas de prisioneros; hombres cargados de silencio y mantas. En aquel lado del Bernesga los contemplaban con amistad y miedo. Una mujer, agotada y hermosa, se acercaba con un serillo de naranjas; cada vez, la última naranja le quemaba las manos: siempre había más presos que naranjas.
Cruzaban bajo mis balcones y yo bajaba hasta los hierros cuyo frió no cesará en mi rostro. En largas cintas eran llevados a los puentes y ellos sentían la humedad del río antes de entrar en la tiniebla de San Marcos, en los tristes depósitos de mi ciudad avergonzada”.

     A los 14 años ingresa como recadero en el Banco Mercantil, en el que permanece hasta 1969. Estos años son los del duro trabajo  y la militancia antifranquista, «asociada a un grupo de amigos que acabó disuelto por las ‘desapariciones’ (suicidios, locura y envilecimiento)», tal como dice Miguel Casado en su epílogo a Esta luz, la recopilación de la obra poética de Gamoneda, que reúne los poemas escritos entre 1947 y 2004. Es un poeta autodidacto y esta formación marca una importante diferencia con los componentes de la generación o grupo que le corresponde por edad, el grupo del 50, en el que todos ellos son universitarios. También el medio social y cultural, su militancia y su aislamiento en León condicionan el que no fuera muy conocido ni incluido en las antologías promocionales del Grupo del 50 o de los niños de la guerra. Esas mismas circunstancias determinan su rechazo de las generaciones («El poeta que trabaja hasta muy tarde», reportaje de Miguel Moral, El País, 11/11/2004):

     Yo soy un hombre que escribe poesía. He vivido retirado en León, y tengo amigos, pero no grupos ni asociaciones. Además, aunque quisiera, sería difícil que perteneciera a una generación que no existe, porque esa generación fue un invento muy hábil del inteligentísimo Gil de Biedma, con algunas ayudas, una operación de marketing [...] Sólo me queda añadir a eso que la poesía es un asunto que se resuelve en soledad.

     En 1969 comenzó a trabajar en la Diputación Provincial y se hizo cargo del desarrollo de diversas actividades culturales, entre ellas, la dirección de la colección de poesía «La Provincia», en la que publicó a algunos de los poetas luego importantes, como Antonio Colinas o César Antonio Molina. De aquí pasó, como gerente, a la Fundación Sierra-Pambley, creada en 1887 bajo las directrices de la Institución Libre de Enseñanza, incautada en 1936 y recuperada, en 1978 por un sobrino nieto de Gumersindo de Azcárate, miembro fundador con Manuel Bartolomé Cossío y Francisco Giner de los Ríos.
     La obra poética de Antonio Gamoneda ha sido escrita de forma pausada y ha estado sometida a procesos de retoque y «reescritura». Sus libros más importantes, en mi opinión, son Blues castellano (1961-1966 y 2004), un libro que fue retenido por la censura por su «explícita denuncia social» aunque, para M. Casado, no se trate de un libro de «combate». En Descripción de la mentira (1975-1976), escrito tras la muerte de Franco, reflexiona sobre lo que ha sucedido en ese periodo; y aunque lo que ve es sólo destrucción,  logra que la memoria se convierta en el único lugar posible para la vida. Lápidas (1977-1986) parece ser una especie de libro explicativo que permite interpretar mejor Descripción de la mentira, que, en el fondo, es un auténtico diálogo con los difuntos, sus difuntos, los que se han ido quedando por el camino:

Eran días atravesados por los símbolos. Tuve un cordero negro. He olvidado su mirada y su nombre.

Y en una referencia directa al poema «¡Cuídate, España, de tu propia España», de César Vallejo, dice: «Guárdate de la calcinación y del incesto; guárdate, digo, de ti misma, España.»
     El Libro del frío (1986-1992), Arden las pérdidas (1993-2003) y Cecilia (2000-2004) son tres poemarios en los que la voz de Gamoneda ya es única, rotunda, definitiva. Son poemas que hieren, que enciende la mirada del que lee, escritos en prosa poética, en versículos, libres de todas las pautas formales, libres incluso de la propia poesía, convertidos en oráculos, poemas que hablan desde el más allá, desde la serenidad, tal vez ya la ataraxia:

Vengo del metileno y el amor; tuve frío bajo los tubos de la muerte.
Ahora contemplo el mar. No tengo miedo ni esperanza.


   © Javier Pérez Escohotado – TBR 2007
   © foto..?

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