Antonio Luis Ginés.
Antonio Luis Ginés. 1967, Iznájar, Córdoba. Ha publicado cuatro poemarios: Cuando duermen los vecinos 1995 (El Viaducto, Córdoba); Rutas exteriores, (Ánfora Nova), con el que obtiene el IX Premio Nacional de Poesía Mariano Roldán 1998; el tercero, publicado en 2005 en la editorial cordobesa Plurabelle, Animales perdidos, estuvo preseleccionado para los Premios Nacionales de la Crítica de ese mismo año. En septiembre de 2009 publica su cuarto libro, de poemas en prosa, en la editorial madrileña Bartlebycon el título Picados suaves sobre el agua. En 2010 publica su primer libro de cuentos en la editorial El Páramo (El fantástico hombre bala). Ha participado en algunas antologías como “EDAD PRESENTE. POESÍA CORDOBESA DEL SIGLO XXI” (Fundación J.M.Lara, 2004). Es crítico literario (poesía y literatura infantil y juvenil) desde hace más de siete años en Cuadernos del Sur, suplemento literario del DIARIO CÓRDOBA y ha ejercido la enseñanza en talleres de escritura creativa. Cofundador de la asociación cultural Mucho Cuento.
ANIMALES PERDIDOS
Nos llama un ser querido sólo por escucharnos.
Cercanía es consuelo. Conocemos ese impulso
pero apenas sabemos qué frase es la siguiente.
El calor del contacto nos sacude debajo
de la ropa, nos devuelve a la vida
entre palmadas y besos; una pequeña fiesta
a la que no siempre estamos invitados.
Acto seguido llamamos a alguna amiga,
buscando ese golpe de voz que nos aliente,
y ahora somos nosotros los que pedimos
unos minutos de escucha, ternura
para entregarnos torpes, imprecisos, dispersos.
Extraña noche en la que andamos
buscándonos con paso cambiado, tan confusos,
sin luna que nos coma a besos
ni bosque para aullar bajo los árboles.
Animales perdidos bajo el cielo.
El hombre de la grúa no se mordió la lengua:
“Cuanta más gente trato
más quiero a mi perro”.
Entonces no entendimos nada.
dejándonos la vista en las casitas diseminadas,
sin preguntas sobre familias
que no sabrían de nuestra existencia.
Al cruzar los primeros barrios nos pudo el ajetreo
endemoniado, las bocinas roncas
de pedir auxilio, la trampa del bullicio,
puños en alto, amenazas, gente poco feliz.
Silencio de animales perplejos, impotencia
de hallarnos perdidos,
los tres, ante nosotros mismos,
cada uno a su manera, sin un lugar seguro
donde dejar que las manos
descansaran, sin querer bajarnos de la cabina,
conteniendo el fiero animal
que a menudo nos suplanta
con tristes ladridos en campo abierto.
De Animales perdidos, Plurabelle, 2005, Córdoba
SOHO
Un perro de tres patas salta y se mueve con cierta destreza. Hora punta en el café. Mujeres dispuestas a compartir ensoñaciones en esta hora de manos sumergidas en el deseo. Sus cuerpos están preparados para el placer, pero algo en el último beso les dice que no. La vida se escurre entre el cristal de las mesas y viejos paragüeros de bronce, entre citas y frívolas poses repetidas. Un hombre mayor se relame con descaro ante una rubia de ropa ajustada, que no pasa de diecisiete; se respira un ambiente denso, por arrastrar a alguien en su caída. El perro lo ve todo desde fuera: la boca abierta, jadea, nada que llevarse a la boca, da un salto
y desaparece.
PIEDRAS
Cómo sabemos si querer estar en un lugar es querer estar allí realmente, y no para echar otro de menos. Cómo sabemos si el movimiento se decide antes de ejecutarlo, si nos llevará adonde los músculos se entregan al placer de la inercia y no conocen el cansancio. Cómo sabemos si a cada última pregunta no seguirá la duda nueva que nace, mientras ponemos estas piedras con las manos.
MERENDERO
Sólo una vez me detuve en el merendero. Me han contado que aquí muchas tardes fumabas tus cigarros, como si siempre fueran los últimos, en silencio, perdido en un paisaje que se desmoronaba vacío, artificial, lejos ya de ti. Llegar a la vejez para qué, si más que nunca los sentidos te abandonan a un espacio en el que nadie se adentra, en el que nadie te oye.
Tabaco negro, un poco de tos, barba de dos días.
Cuando paso por el merendero, aún te veo ahí, apoyado en tu bastón, serio. Lanzas el humo de tu cigarro contra un cielo inquietante: pareces llamarnos con el afecto de quién aún no ha partido, de quién pide la última calada, ese segundo de despedida que nunca se acaba sino con nosotros mismos.
De Picados suaves sobre el agua, Bartleby, 2009, Madrid.
© Antonio Luis Ginés para TBR 2011
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