The Barcelona Review

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Esta no es una historia de amor


 

 

sino una explicación de cómo te quedaba el pelo suelto. Pude dártela, pero nunca cerré la verja posesiva del amor ni me atreví a impedir que te fueras.

 

Siempre bajé por los toboganes de la exquisita seda de tu pelo, lentamente, descolgándome a palmos con parsimonia de experto; nunca deseé terminar de hacerlo, es verdad, pero había siempre tantas otras rampas tuyas que yo quería recorrer. Qué delicados eran tus cabellos a mi tacto; qué torpes se sentían mis dedos tocándolo todo, en ralentí, sin casi moverse. Qué placer sentían unos asiéndose a los otros, más pequeños y rizados pero no por ello menos comedidos, que también me llevaban hacia abajo y, después, me ofrecían vados más suaves para dejarme caer por ellos otra vez más y trepar cuesta arriba a buscar el placer de una nueva pendiente, sin agobio ni daño, sabiendo ellos mismos que mi rozamiento era tenue y deseaba tocarlos tanto; tanto.

 

Se colaba un céfiro sutil, y los avivaba. Dóciles, se abandonaban al efluvio describiendo tornadizas curvas en el aire queriendo, inocentemente, reproducir las tuyas. En aquella algazara se mezclaban y peleaban queriendo saber cuál seguía mejor tus formas, empujándose unos a otros para bailar ante mí porque para ellos todo aquello era una pasarela donde yo era el único miembro del jurado que veía sus evoluciones presumidas y pizpiretas, y en el entreacto me decían al oído que querían llevarme hasta la locura prometiéndome todo, y que ese todo era nada comparado con lo que me podía dar aquel cabello tuyo, sí, ése, el que estaba bailando tango a ritmo de cambalache de Discépolo y se desmarcaba de los otros porque el mundo fue y será una porquería, ya lo sé, y el más minúsculo cabello femenino siempre ha esparcido su concupiscencia sobre mí, antes, ahora, en el quinientos seis y en el tres mil también.

 

El baile era una enfermedad contagiosa o todos estos cabellos de mujer me conturbaban o hacía rato que esto del autocontrol se me había ido a la mierda; estaba agotado, pero no lo suficiente como para prohibirme perseguir a tus otras pelillos, erizados, uno más que el anterior y menos que el siguiente, que me llevaban hacia un vértigo que me acortaba la respiración, y en el trasiego encontraba un hálito de consciencia y pretendía cortar el asunto de raíz, porque cada minuto que no pasaba y cada tobogán de tu seda más íntima que no quería dejar atrás me iba quitando la cordura, la mucha que me hizo falta juntar para que mis palabras que describían tus toboganes de seda se mantuvieran a raya como niños peinados en el patio de la escuela el primer día de clases, locos bajitos que nunca saltaron aquellas verjas recelosas de que te hablé y preferían correr hacia ti a galope, sus caritas de euforia infantil saqueando salvajemente el primer escaparate de caramelos que se les cruzase en el camino cuyo final resultaba siendo tu sexo, y me revolcaba mórbidamente en él uniéndome, en sicalípticos forcejeos, a toda mi nostalgia de ti pues ahora
tengo tu mismo dolor
y lo supe en el principio.
No siempre jugamos limpio
pero dimos lo mejor.
Tú venciste algún temor
y me diste hermosos días,
sin decir que te sentías
prisionera en mi prisión:
marchar sin preocupación
quisiste, y te merecías.

No hay problema. Barcelona
hace que te baile el alma;
es una pasión sin calma
y una jungla sin personas.
De Sarrià a Badalona
y malviviendo, te olvidé.
Sufriste. Yo progresé,
después caí con la crisis:
luego una estrella de Piscis
te dejó todo molt bé.

Tú de eterna y bien llevada
naturaleza gatuna.
Yo, de negro. Tú, la luna.
Yo besando a la vecina.
Tú al despacho, yo a la ruina;
si subiste, yo bajé.
Y en un portal te encontré
escondida de la lluvia:
tu corta melena rubia
y lo demás, recordé.

Hay que hacer reconstrucción.
Todo se empieza de cero.
Nuestro cariño es sincero
y ha de ponerse en acción.
El mundo y su evolución
gritan, “¡muerte al sentimiento!”
Yo no gritaré. Lo siento.
Tú elegirás. Eres libre
de hacer que tu cuerpo vibre
o camine a paso lento.

Soy escritor y bohemio
alegre o meditabundo.
Quiero escaparme del mundo,
de las leyes y de gremios.
Eres a la vista un premio,
con talento y voz preciosa.
Hoy tu mano generosa
de un contratiempo me cuida:
¡te agradezco! ¡Larga vida
a ti y a todas las rosas!

Tengo tu mismo dolor
y lo supe en el principio.
Siempre hemos jugado limpio
y siempre dimos lo mejor.
Hoy lo que duele es menor
pero tengo más que decir:
para esta historia escribir
completa, falta un final
y –no me tomes a mal–
aún no me quiero morir.

 

 

©Alejandro Tellería 2011


Este texto no puede reproducirse ni archivarse sin permiso del autor y/o The Barcelona Review.
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Alejandro Tellería (1967) es escritor peruano, ha publicado El rey de la paja y otros cuentos (Jaime Campodónico 2001, Lima). Este relato forma parte de un nuevo libro de relatos aún inédito.