Dante Bertini
Presentación de la antología TransAtlánticos Poetas argentinos de/en Barcelona en el Consulado Argentino de Barcelona, octubre de 2011.
Volví a Buenos Aires en Julio de 2010, después de 17 años sin pisar, y aún menos transitar, suelo argentino. La vez anterior, también en julio, aunque del ahora ya lejano 1993, había estado allí como invitado del ICI, la actual Casa América, para unas Jornadas sobre Nueva Literatura Española (?) en mi condición de reciente ganador del ya desaparecido Premio Sonrisa Vertical de la editorial Tusquets.
Un viaje gratificante en muchos aspectos, ya que coincidí con Almudena Grandes y Eduardo Mendicutti, que llegaban a Buenos Aires después de un corto periplo promocional por otros países sudamericanos.
Tiempos sin crisis, sobrados de dinero, nos alojaron en buenos hoteles céntricos y nos llevaron a restaurantes caros y a espléndidos espectáculos de tango, poniéndonos además como cicerone todo terreno a Eduardo Bergara Leumann, un personaje mediático que nada decía a mis compañeros de tour, pero que para mí representaba todo un mundo propio con resonancias casi adolescentes.
Como buenos turistas extranjeros, anduvimos callejeando por San Telmo, el que fuera mi barrio hasta el momento mismo de escaparme a Europa. Quizás porque los comentarios siempre ocurrentes y las actitudes histriónicas de nuestro cicerone dejaban poco espacio para la reflexión, en aquellos paseos por los escenarios de mi juventud no tuve nostalgia alguna ni me asaltaron oscuros fantasmas del pasado. Sin embargo, arbitrario instrumento la memoria, durante mi último viaje, mientras andaba solo por esas mismas calles, se me ocurrió pensar en la fragilidad de la puerta por la que se accedía a mi pequeño apartamento de la calle Chacabuco, entre Venezuela y México. El estremecimiento que acompañó a las imágenes que navegaban por mi cabeza fue la respuesta a esa pregunta melancólica -"¿Por qué me fui de aquí'?"-, que, deslumbrado por la vitalidad y la belleza de mi ciudad natal, no dejé de hacerme durante los dos meses que duró mi última estadía en Buenos Aires.
"El miedo no es zonzo", decían mis parientes cuando se achicaban frente a alguna cosa. El mío tampoco lo fue cuando, zafiamente azuzado por desapariciones y amenazas, decidí escapar de la Argentina en diciembre de 1975.
En aquel momento ni se me ocurrió imaginar cuántas novedades traería a mi vida el cercano año nuevo. Tampoco que treinta y cuatro años después -¡vaya cifras!- en medio mismo de un festival de cine iberoamericano en Lleida, charlando con el recién presentado cónsul cultural de Argentina en Barcelona, se me ocurriría hablarle de un proyecto algo evanescente que él, con su interés y empuje, me ayudaría a llevar adelante: un libro que reuniera poemas de autores argentinos, emigrantes como yo, que, también como yo, residieran o hubieran residido en la ciudad de Barcelona.
¿Cuántos serán los poetas? ¿Quince?, preguntó el cónsul, Andrés Mangiarotti, en aquel momento. Tal vez lleguemos a veinte, contesté yo con una seguridad que aún no tenía.
Meses después, al dar cabida en transAtlánticos al poeta número cincuenta, decidimos de común acuerdo detenernos allí. El libro amenazaba convertirse en otra Historia Interminable y era mejor dejar espacios posibles, olvidos involuntarios y descubrimientos insospechados, para próximas compilaciones, para futuros compiladores.
En el trayecto recorrido desde aquel encuentro "leridano" hasta el libro terminado, pasaron, además de muchos meses, un abultado montón de otras cosas. Me encontré con voces magníficas que no conocía, con historias lamentablemente cerradas para siempre y con poetas jóvenes de promisoria carrera. También con muchos amigos de respuesta fácil y algún personaje agrio que negó su presencia en el libro por oscuras razones expresadas entre gritos e improperios.
Todo lo demás, la forma y el fondo del asunto, quedan explicados, creo, en ese prólogo introductorio que llamé Criterio.
Cuando empecé a imaginar este libro, mucho antes incluso de que pudiera pedirle lo que en realidad necesitaba de él, uno de los autores invitados –y fue el primero, aunque no el único en interesarse por esa faceta concreta del proyecto- me preguntó cuál iba a ser el criterio que usaría para seleccionar a los poetas. Reconozco que me sorprendió la pregunta, así que recurrí a una espontánea boutade que jugaba con mi nombre de la misma manera en que siempre suelen hacerlo los demás.
“Dantesco”, contesté muy ufano, y en el mismo momento de decirlo descubrí que no habría otro sistema o método para mí más fiable que el que finalmente usé para componer un libro, este, que nunca pretendió ser una antología regida por ciertos cánones estéticos predeterminados, sino una recopilación de autores argentinos de poesía que hayan vivido o vivan en la modernista, y por momentos también moderna, ciudad de Barcelona.
Un criterio arbitrario, sin duda, pero que además de relajar mi conciencia me ha permitido llevar adelante un proyecto que nace de la necesidad de juntar lo que estaba disperso, de dejar constancia de algunas presencias evidentes y de otras que parecen ocultas u olvidadas, y a las que une, más allá de escuelas, teorías o sistemas, un vínculo tan profundo e insoslayable como la lengua. Castellana, sí; española, también, ¿a quién se le podría ocurrir negar semejante herencia?, aunque naturalmente mixturada, sazonada, enriquecida con los giros, el aliento, las imágenes, el aire inevitable de una tierra precisa.
Y además, uniéndose de forma ineludible al idioma común, una experiencia sin ninguna duda igual de trascendente: la de la inmigración o el exilio.
Como no soy crítico ni experto en poesía, sino sólo un escritor más que se atreve y por momentos hasta disfruta con ella, he querido que estuvieran aquí todos los poetas posibles. Una idea tan bienintencionada como fantasiosa, ya que con toda seguridad, además de los pocos que me han negado su inclusión, habrá muchos otros de los cuales ni siquiera conozco su existencia.
“Ten cuidado. No confecciones un listín interminable”, me aconsejó un amigo editor.
“Algo parecido a eso es lo que en realidad quiero”, le contesté sin pensármelo dos veces.
El resultado es este, con toda seguridad tan lleno de defectos como yo mismo. Pido disculpas por los irreparables y dejo a otros que tal vez quieran tomar el testigo, la posibilidad de mejorarlo.
http://www.dantebertini.com/
© DANTE BERTINI para TBR
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