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#BoLibia

 

El País Semanal 

“Usted observaba todo. Imagino que no dejaba usted de fumar grandes cigarros, que continuaba usted escribiendo entre los grandes humos.”

Ese hombre, Heberto Padilla

 

La muerte del comandante Ernesto “Che” Guevara a los 83 años cierra un capítulo trascendental en la historia de Bolivia. El régimen del dictador sudamericano, solidamente asentado hasta su desaparición, deja atrás 43 años de totalitarismo y un futuro más que incierto en un país del que poco o nada se sabe.
       El líder bolivianoargentino diseñó un sistema a su medida, que solo puede compararse en su hermetismo al régimen ideado por Kim il Sung, en Corea del Norte. “Crear una, dos, tres, muchos Vietnam” fue la consigna que fracasó en el Congo y que a punto estuvo de costarle la vida en Bolivia, las malas condiciones en que se encontraba la guerrilla lo hubieran conducido a una muerte segura en 1967, episodio sobre el que es ilustrativa la entrevista de Jon Sistiaga, reportero de TVE, la única que concedió a una televisión internacional durante su mandato: “una mañana captamos la señal de radio Balmaseda, una estación chilena; se decía que el ejército enemigo nos tenía rodeados. El resto del día pasaron delante de nuestras narices más de 1.500 soldados del Imperialismo”. Lo que viene a continuación es por todos conocido: la fuga por el río Grande y seguidamente la clandestinidad, en Perú, donde, a ocultas del gobierno del presidente Belaúnde Terry, logró reagrupar fuerzas y mantener contactos estratégicos con intelectuales y políticos de la izquierda boliviana. Fueron estos quienes lo convencieron del cambio de estrategia, de que la lucha armada en el continente sudamericano estaba condenada al fracaso dada la preparación de las Fuerzas Armadas, que distaban mucho de ser las de Batista. Lo cierto es que solo alguien como el Che, capaz de luchar por el poder, llegar a él y abandonarlo nuevamente por el polvo y el hambre en el campo de batalla, podía llevar a cabo semejante proeza. La tenacidad guerrillera y la experiencia de gobierno se conjugaron para urdir un plan que acabaría por aprovechar eficazmente un momento de crisis política. Tras la muerte de René Barrientos en 1969, el Che y sus hombres dieron inicio a una ola de atentados que acabó con la vida de generales y políticos clave del escenario altoandino, entre ellos Adolfo Siles Salinas y Alfredo Ovando Candía, por citar dos con serias aspiraciones presidenciales. El Ejército de Liberación Nacional pasaría a tomar el poder aupado por un sector de la izquierda y el respaldo de una parte del sindicato de obreros mineros (FSTMB), pero sin el apoyo del campesinado y mucho menos de la industria, que se apresuró a trasladar capitales a bancos norteamericanos.
       El Gobierno Interino de Reconstrucción Nacional le concedió la nacionalidad y por consiguiente la facultad de ocupar el cargo de Protector de Bolivia. Las diferentes agrupaciones –PCB, PRA, MNR- y sus respectivas facciones buscaban así ampliar el plazo que les permitiera ganar el favor popular con vistas a una eventual contienda electoral. Los huascaristas firmaron una alianza idéntica con Francisco Pizarro cinco siglos atrás, creyendo que se marcharía una vez vencidos los generales de Atahualpa y capturado el oro de los palacios incaicos. El hecho es que las pugnas internas acabaron agotando la paciencia de Guevara que, receloso de que Chile y Perú primero, y la URSS y EEUU después, sembraran el país de espías, se accionó el proceso de purga de aquellos elementos considerados susceptibles de ser tentados por el “imperialismo”. El II Congreso de Cochabamba fue la oportunidad perfecta para tender la emboscada que en menos de tres días acabaría con los representantes más destacados de las distintas formaciones. Los juicios sumarios recordaron a los de La Cabaña, tras la revolución cubana. La llamada “Noche de los fusiles” estremeció al mundo y provocó la condena tajante de la OEA, la ONU y la Comunidad Internacional en su conjunto, con las excepciones de Libia, Vietnam, China y Corea del Norte. Ese mismo año Bolivia rompió relaciones con todos los países fronterizos. En la entrevista con el reportero de TVE declaró: “No lo hemos ocultado, lo hicimos en Cuba en su momento y lo reconocimos. Sí, hubo fusilamientos. Otras revoluciones no los llamaron por su nombre, nosotros sí porque ganamos una guerra, la victoria tenía ese precio para los vencidos, si de algo valieron esas muertes fue para proteger lo que tanto nos costó conseguir: la libertad. El Imperialismo en cambio aniquila sin reconocerlo con el único fin de amasar fortunas y levantar rascacielos que perpetuan la explotación; eso sí es criminal, lo nuestro fue una defensa justa”.
       A partir de ese momento -si acaso quedaba alguna- se acallaron las voces discordantes y se inició un proceso de transformaciones radicales. Se aprobó una Ley de Reforma Agraria calcada a la aplicada en Cuba. Se expropiaron las empresas privadas nacionales e internacionales en su totalidad y se las puso en manos de cooperativas. Quedó abolido el concepto de propiedad privada y se prohibieron los partidos políticos. Los medios de comunicación fueron confiscados y reunidos en el conglomerado RTP Bolivia. Acaba de nacer la República Boliviana del Hombre Nuevo.
       La tensión no hizo más que agravarse con el golpe de estado de Pinochet en 1971 y la amenaza de una nueva guerra del Pacífico en plena Guerra Fría. La construcción del Muro de los Andes fue el siguiente paso, la excusa del conflicto bélico sirvió para atajar la fuga masiva de bolivianos. La edificación más que recordar al muro de Berlín hacía pensar en la Muralla China. 500 comandancias del ejército fueron la alternativa a más muro a lo largo del lago Titicaca, evitando así la fuga hacia el Perú.
       Desde entonces hemos tenido noticias a cuenta gotas de un régimen lúgubre que predica el culto a la austeridad y el estudio del marxismo. La utilización de la justicia, la policía y el ejército como brazos políticos, el servicio militar y laboral obligatorio al Estado, las severas condenas y sanciones al mínimo gesto de insubordinación (el llamado Delito de Alienación que podía pagarse con la vida) abolieron la capacidad de respuesta de una población aterrada, rendida al secuestro de la paranoia comunista, una que convirtió la pesadilla orwelliana en un juego de niños. Solo una cosa ha diferenciado todos estos años al régimen guevarista de la dictadura norcoreana: la ausencia de culto a la personalidad, de monumentos que lo enaltecieran a él y su familia, la rigidez espartana de un gobierno atrincherado en una fuerza militar obsoleta, que solo ha servido para amedrentar a su población. La precariedad de todo cuanto se haya podido apreciar en las pocas imágenes que han logrado cruzar las fronteras es pasmosa. Lo más llamativo son los nombres de las instituciones gubernamentales, como el Ministerio de la Conciencia (Cultura) o el de la Liberación (no ha quedado claro si Trabajo o Economía o ambos) o el Ministerio de la Alegría (Deportes) o el Banco del Tiempo, que emitía el llamado Inti, un papel que al parecer tenía el valor de la palabra. Recientemente hemos podido observar la residencia de Ernesto Guevara y la cama donde murió, imágenes que han llegado a conmovernos por la desoladora falta de recursos. Acostumbrados a los dictadores de África o la propia América latina, los crímenes de un tirano parecen corresponderse mejor con la opulencia que con la estrechez. Qué lejos queda el anciano que yace moribundo del corpulento guerrillero que conversaba con Sartre y Simone de Beauvoir sin quitarse las botas.
       Hay quien achaca a sus excesos el derrumbe del comunismo, que especula que de no haber sido por Guevara, el Muro de Berlín habría caído en la década de los noventa como consecuencia natural de la Perestroika, y no en 1985. Otros hubieran preferido que fuera ultrajado y asesinado a quema ropa como el líder libio, Muamar Gaddafi, en el 2009, en la llamada Primavera Árabe. Al menos esa parece ser la intención soterrada del hashtag con el que los usuarios de Twitter alrededor del mundo han proclamado el fin del oprobio. Lo cierto es que un taciturno funcionario ha clausurado la República Boliviana del Hombre Nuevo y convocado al mundo a colaborar en una inusitada transición democrática. Nada de ovaciones ni aplausos, nada de festejos en las calles ni sepelios multitudinarios, un silencio sepulcral sigue reinando en el país al que el mundo entero decidió un día dar la espalda.

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Comentarios:
       El reportero es un conocido neoliberal peruano, no tiene idea de lo que habla. Anónimo
       La ONU no sirve para nada, hace tiempo nos cuestionamos su papel en un mundo donde las dictaduras campan a sus anchas y nadie mueve un dedo. Juan Silva, A Coruña
       Mi padre logró escapar de Bolivia, era del MNR y salvó la vida gracias a un soplo. La comunidad internacional, efectivamente, nos dio la espalda a los bolivianos. Anónimo
       Se merecía que lo colgaran del palo mayor. Anónimo
       Los bolivianos al menos no sentían asco de su gobierno, la prueba es que no han salido a las calles a celebrar. Nosotros sí sentimos asco, y la izquierda y la derecha son lo mismo. Javier Peña Olivares, Granada
       Che, viejo culiado. Anónimo
       Las mal llamadas democracias liberales se hallan bajo la dominación del capitalismo en su forma neo-liberal cuyos efectos son el desempleo, la injusticia social, la pobreza, la privatización de la educación y la salud. El sistema financiero internacional está dirigido por Wall Street y las grandes multinacionales. Cuando me preguntan si estaba de acuerdo con el Che respondo que lástima que no hayamos tenido uno, dos, tres, muchos Che Guevara en el mundo, un marxismo ético, pluralista, revolucionario y humanista. Iván Madero, Madrid.
       Muy buen artículo, muy bien escrito. Alicia, Barcelona

 

© Carmen Verde Arocha para TBR 2015


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Ernesto UlloaErnesto Escobar Ulloa (Lima, 1971) es profesor de español y periodista cultural. Ha colaborado en Cuadernos Cervantes y Lateral. Fue editor de The Barcelona Review. Es fundador del medio Canal-L (2009), en el que son entrevistados los autores más destacados del momento. Hace trece años que reside en Barcelona. #BoLibia forma parte de su primer libro, Salvo el poder (Editorial Comba, 2015), prologado por Santiago Roncagliolo.