Reinhard Lettau
Enemigos
Traducción de Irene Jové
El enemigo
Afuera está lloviendo. El general vuelve a entrar.
―¿Ha ganado usted? ―le preguntan.
―No he logrado encontrar al enemigo ―responde el general.
A su lado están los hombres que han entrado con él, con los abrigos empapados. Charcos en la entrada.
―El adversario no se dejó ver. No lo encontramos en ningún lugar ―dice el general.
Mientras tanto ha entrado el mariscal de campo, lo han despertado. Se sienta en la silla que le acercan. Allí se abotona la chaqueta del uniforme hasta arriba del todo, entonces dice:
―Explique lo ocurrido en la batalla.
El general baja la vista.
―Acababa de comunicarles a los señores que la localización del adversario fue difícil. Una vez, por ejemplo, creímos haber dado con una patrulla enemiga. Con esta niebla es difícil. Todo son siluetas. ―Señala detrás suyo.
El mariscal ahora se ha levantado y se ha asomado a la ventana. Se oye crujir el suelo. El mariscal hace movimientos junto a la ventana. Los allí presentes lo observan. Un soldado se coloca junto al mariscal y sostiene la cortina a un lado, para que el mariscal pueda mirar afuera. El mariscal se inclina hacia el cristal, ve allí su imagen en la noche. En la habitación reina el silencio.
Después de un rato, el mariscal dice:
―Afuera no se ve nada.
El general respira aliviado. Todavía junto a la ventana, el mariscal pregunta:
―Y supongo que tampoco ha oído al enemigo, ¿cierto?
―Una vez el enemigo estaba en un árbol e imitó a un pájaro ―contesta el general―. Fuimos y lo oímos gorjear desde arriba. Un gorjear claro entre el follaje. Si hubieran sido pájaros de verdad, al acercarnos habrían salido volando.
El mariscal vuelve a su habitación. El general señala hacia la puerta de la habitación.
―¿Está solo ahí dentro?
―Pasa mucho tiempo solo. Siempre está ahí metido.
Acompañado de dos soldados, entra un coronel. Aún en la puerta, antes de que esta se haya cerrado, exclama:
―¿Dónde están mis tropas? ―Solo entonces advierte la presencia del general, saluda.
―Explique usted esa pregunta ―dice el general.
―Excelencia, está lloviendo mucho. La última vez que vi a mis tropas iban corriendo detrás de un enemigo por la carretera. Delante corría el enemigo, detrás mis tropas. En una elevación del terreno, para ganar perspectiva, me detuve. Todas las tropas me pasaron de largo corriendo. Por último, en la distancia, donde el camino ganaba pendiente, los vi aún un buen rato corriendo más despacio. Corrían agotados detrás del enemigo, como perdedores.
En la puerta abierta aparece de nuevo el mariscal.
―¿Se volvió el enemigo en algún momento? ―pregunta.
El coronel saluda al mariscal, tenso.
―Excelencia ―dice―, el enemigo se dio la vuelta varias veces mientras corría.
―¿Qué aspecto tiene el enemigo? ―pregunta el mariscal.
―Este enemigo... ―dice el coronel― ¿Cómo podría descríbirselo?
―¿Su aspecto encaja con lo que uno se imagina en nuestro país? ―pregunta el mariscal.
El coronel reflexiona.
―Describa el aspecto del enemigo ―requiere el general.
―¿Encaja con las expectativas?
―Este enemigo es una persona bastante baja y corre muy rápido. Ya ve dónde están mis tropas. Y, por ejemplo, tiene granos. Por los prismáticos le vi granos en la cara.
―Así que tiene granos ―exclama el mariscal―. Bien, prosiga, le escucho.
―Y es muy bajo y corre rápido, pero torcido.
―¿Y qué más? ―pregunta el mariscal.
―Al correr levanta mucho las rodillas. ¿Ha ganado usted la batalla? ―le pregunta ahora al general.
―¿Acaso ha oído usted disparos? ¿Se han oído zumbidos? ¿Tengo quemaduras? ¿La cara tiznada?
―Desde luego ―dice el coronel― le da a uno mala espina, cuando compañías enteras corren detrás de un solo enemigo.
―¡Ajá! ―exclama el mariscal― ¿Y por qué? ¿Solo porque somos más no podemos tener razón? ¿Debería enviarles a ustedes a casa, quedarme aquí solo? ¿Debería encogerme, andar por aquí agachado? ¿Es que tienen que ganar siempre los enanos? Se ponen diez hombres aquí y uno allá, ¿y entonces el uno tiene automáticamente razón, solo porque está solo y tiene sarpullidos, y en cambio nosotros somos el diablo porque estamos sanos, somos altos y somos diez?
© Reinhard Lettau, Feinde (1968).
© Traducción de Irene Jové.
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Reinhard Lettau (Erfurt, 1929 – Karlsruhe, 1996), estudió alemán, filosofía y literatura en Heidelberg y la Universidad de Harvard. En la década de 1950 emigró a los EE.UU. y se convirtió en profesor de literatura alemana en la Universidad de California en San Diego. Es autor de Schwierigkeiten beim Häuserbauen (1962), Feinde (1968) y Täglicher Faschismus (1982), entre otras muchas obras.